Opinión

Insultos, jerga y vocabulario

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El Museo Imperial de la Guerra (IWM), en Londres, tiene una cúpula en forma de piña color verde cobre, seis columnas neoclásicas y dos cañones navales que pertenecieron a los acorazados Ramillies y Resolution. Antes de ser museo, el edificio había albergado a un hospital siquiátrico, los buques fueron desguazados cuando Gran Bretaña todavía era imperio, y el magnate ruso-israelí-portugués Roman Abramovich aportó fondos para acondicionar el inmueble, antes de refugiarse en Estambul. Los obuses parecen dedos catalépticos, y el rebato anhelante del viento del sur de Londres hace remolinos en los tallos de las rosas alba.

El 14 de julio de 2021, el IWM inauguró una galería donde se presentaba una narrativa cronológica del Holocausto, desde el ascenso del nazismo hasta la liberación de los campos de concentración, exponiendo testimonios de sobrevivientes, documentos originales, fotografías, y objetos personales de infinidad de víctimas. Fue diseñada para ofrecer una experiencia inmersiva y reflexiva, con espacios que invitaran al silencio y la contemplación. Pero es más fácil enfrentar esa tarea, que saber cómo acarrear la carga que contagia.

El primer debate sobre la representación del Holocausto surgió debido a que, una de las leyendas instaladas para interpretar el contenido de una vitrina, hizo referencia a que los prisioneros afrontaron “condiciones difíciles”. La organización británica “Campaña Contra el Antisemitismo” dijo que no podía reducirse el Holocausto a una cuestión de circunstancias peliagudas. Expertos en historia y universidades se indignaron; un emisario del IWM dijo que se tomaban “muy en serio cualquier comentario sobre la precisión y sensibilidad de nuestras exposiciones”, y la institución anunció que reexaminaría el texto curatorial. Si los mejores días son los que nos descubren peleando, la importancia del lenguaje en la transmisión de la memoria histórica está escrita sobre piedra.

El primero no fue el único. En esta ocasión, el panel informativo aludió a las leyes raciales de Núremberg (1935), normas que introducían una “definición” de judío: cualquier persona con 3 o 4 abuelos judíos era judío, y cualquier persona con 1 o 2 abuelos judíos era mestiza (Mischlinge). El panel del IWM expuso que, bajo esas disposiciones, “una persona se definía como judía en función de cuántos abuelos judíos observantes tenía”. La mención a “observante” despertó malestar en una académica jubilada de Nueva York, que visitó las Galerías del Holocausto; luego, escribió al IWM expresando que la “redacción que se refiere a abuelos judíos observantes, con su falta de precisión histórica”, debía ser corregida. “Los nazis quisieron erradicar a todos los judíos, sin importarles si eran o no observantes”, añadió.

Según la periodista Harriet Sherwood, historiadores altamente conceptuados por sus conocimientos sobre el Holocausto, coincidieron con que nadie se salvó de la persecución, como erróneamente implica la redacción del museo. A su tiempo, las autoridades de la institución sostuvieron que la integridad del IWM se vería socavada si hiciera cambios cada vez que se plantearan “preguntas sobre matices interpretativos”. Y la directora general Caro Howell, le dijo a la ex académica que se había estipulado “una consideración plena y sincera” a los puntos que había planteado, pero que se mantendrían “las elecciones curatoriales que hemos hecho y que nuestros asesores expertos han revisado”.

Las disputas relacionadas con los números son más que pormenores académicos. Seis personas muertas en un percance minero son un caso trágico, pero centenares de aplastados y enterrados vivos son una atrocidad. Por eso en dichas discusiones intervienen emociones vehementes, y debates ígneos. Pérdidas humanas en accidentes de tránsito son incidentes evitables, pero negar asistencia médica es un crimen. Los números son importantes porque su memoria cuenta historias. Lo mismo pasa con las palabras y los símbolos. Una comunidad es lo que funde lo que hay de común en las sociedades, y palabras y símbolos permiten los vínculos que hacen posible la convivencia.

El respeto no es una formalidad sino una necesidad. La incivilidad consiste en el empleo de palabras y símbolos que deslegitiman al adversario, en el abuso del poder concentrado, en el entrevero entre discurso de campaña y comunicación gubernamental, en el cepo de la proscripción. La arenga estrujada del 14 de agosto en La Plata, para los candidatos libertarios en las ocho secciones bonaerenses (corsarios rechonchos de pequeña estatura proclamados por monstruos geométricos), en la que, por dos horas, se repitió que el eje determinante de la campaña sería “Kichnerismo Nunca Más”, fue el empleo chabacano de la frase que eligió la Conadep para titular su informe sobre el genocidio cometido en la última dictadura.

En las tragedias colectivas las comparaciones son insolentes, y los ceros a la derecha en una no excluyen a nadie de las otras. La expresión “Nunca Más” que identifica el informe de la “Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas” (Conadep), fue propuesta por la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, quien integraba la comisión desde su creación en 1983. Era una frase que en sus dos palabras tenía una fuerte carga simbólica: representaba el repudio definitivo al terrorismo de Estado y el compromiso colectivo con la no repetición. La expresión se convirtió en un emblema de la democracia argentina y de la lucha por los derechos humanos. Las letras que ilustran la tapa del informe fueron obra del artista gráfico Juan Gatti; evocan el dolor y la urgencia del contenido del documento y su tipografía no es una fuente tradicional, sino una creación estética.

El fiscal Julio Strassera utilizó la frase “Nunca Más” al cerrar su alegato en el Juicio a las Juntas en 1985, para expresar el rechazo al terrorismo de Estado y reafirmar el compromiso democrático con la memoria, la justicia y la no repetición. El fiscal principal dijo, explícitamente, que reconocía que la frase ya había sido adoptada por la sociedad argentina, como símbolo del repudio a las violaciones de derechos humanos cometidas durante la dictadura. Escribió Osvaldo Galeano que no hay que ser Sigmund Freud “para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria”.

No es instructivo pensar en los hombres sobre la base de sus mezquindades. Sin embargo, hay ojos bajo los cuales el cambio no es otra cosa que su botín. Pasarán los días, y creeremos que la situación no se ha modificado, sólo que los insultos son más numerosos. No es posible encontrar un arte que hable al pueblo cuando no se tiene nada para decirle. La libertad organiza su verbena al aire libre, en los arroyos flotan los cartapacios y hay jergas por decenas. En el principio era el Vocabulario y a los insultos, al final, los carga el diablo.

RB/JJD