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DESDE LEJOS, CERCA Opinión

Los jóvenes ya no quieren trabajar, y otros mitos sobre las nuevas generaciones

Quienes ya están empleados tienden a pensar que los que arrancan ahora no están a la altura, son flojos o débiles, no están dispuestos a esforzarse de la misma manera.

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“Los jóvenes no quieren trabajar”, “Lo único que les importa es su vida personal”, “No están dispuestos a esforzarse”, “No saben lidiar con la frustración” o “Renuncian por cualquier cosa”, son algunos de los clásicos cuando se habla de las nuevas generaciones que entran al mercado laboral. Que los jóvenes ya no quieren laburar es casi un cliché que surge con cada nueva camada. Ocurrió cuando los millennials -nacidos entre 1980 y 1995- entraron con fuerza en el mundo del trabajo y se repite ahora con los centennials -que nacieron entre 1995 y 2010-.

La queja de que las personas ya no quieren trabajar es tan frecuente que Paul Fairie, un politólogo norteamericano, hizo un hilo de Twitter con recortes de diarios de distintas décadas en los que hablaba del tema. El primero que encontró era de 1894, en el que un diario señalaba: “Se vuelve claro que en estos duros tiempos nadie quiere trabajar”. En 1916, hablando sobre el precio de los vegetales, un comerciante decía: “La razón para la escasez es que nadie quiere trabajar tan duro como antes”. En 1952, “Todos se están volviendo flojos, ya nadie quiere trabajar”. La última que puso es de 2022, “Uno de cada cinco líderes ejecutivos está de acuerdo con la frase ‘Nadie quiere trabajar’”. 

Una de las variantes de esta frase es cuando se refiere a los jóvenes. Se le aplica a la siguiente generación el estereotipo de que no quieren trabajar. Quienes ya están empleados tienden a pensar que los que arrancan ahora no están a la altura, son flojos o débiles, no están dispuestos a esforzarse de la misma manera. 

Y no pasa sólo en el mundo laboral, es muy común que las personas mayores piensen que las siguientes generaciones son menos educadas o incluso menos inteligentes que la propia. Una investigación que se hizo sobre esto, en la que le preguntaron a cientos de adultos sobre los jóvenes, encontró que hay una tendencia a creer, por ejemplo, que disfrutan menos de la lectura. Y esta sensación está vinculada a cuánto leía la persona encuestada, si era un lector voraz tenía más tendencia a pensar que los hábitos de lectura estaban en decadencia entre los jóvenes. La razón, explican los investigadores, es que por un lado somos muy buenos viendo las deficiencias de las áreas en las que nosotros somos buenos. Y por otro lado, somos muy malos acordándonos de cómo éramos nosotros hace años. Proyectamos nuestras cualidades de hoy en las que teníamos años atrás. 

Así entra el sesgo de la retrospección idílica, olvidamos muchas de las cosas negativas de ese momento y nos quedamos con lo positivo (es el mismo sesgo que nos lleva a acordarnos de la vista hermosa que tuvimos al final de una caminata y olvidar las horas de sufrimiento para llegar ahí). 

Muchas veces, estamos comparando a una persona de 25 años con una versión imaginaria de nosotros mismos a esa edad, que probablemente se parezca poco a cómo éramos realmente. Y cuando estamos en el trabajo, miramos a nuestro nuevo colega, con poca experiencia y muchas expectativas y suponemos que todos los problemas vienen de esta nueva generación, en lugar de pensar que puede ser simplemente porque recién empiezan su vida laboral. 

Y también ocurre que sobrestimamos las diferencias que tenemos. Uno de los aspectos más citados sobre los cambios entre generaciones son las motivaciones para trabajar. Que lo que más valora una es el salario, mientas que otra está enfocada en la flexibilidad o el crecimiento. Pero no son tan distintas. Una encuesta hecha por la consultora McKinsey hecha a miles de trabajadores de distintas edades, concluyó que “muchos estereotipos basados en generaciones, especialmente aquellos sobre los miembros más jóvenes de la fuerza laboral, son más mito que realidad”. Cuando le preguntaron a las personas sobre las razones para renunciar a un trabajo, las tres causas más comunes, sin importar la edad, fueron: compensación insuficiente, falta de desarrollo y avance profesional, y liderazgo indiferente.

Por supuesto hay diferencias en las sociedades entre una generación y otra, en la forma en la que crecieron y se relacionan, y también en el momento en el que ingresaron al mercado laboral. No es lo mismo buscar el primer trabajo en medio de la crisis de 2001 que hacerlo en una economía en pleno crecimiento, y eso puede afectar la relación que cada generación tiene con el trabajo. Pero las diferencias no parecen ser tan marcadas y probablemente mucho se explica por la etapa de la vida en la que cada uno está, más que por la generación a la que pertenece. 

OS

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