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PANORAMA DE LAS AMÉRICAS

De Juan Domingo Bukele a Evita Jiles, una loca geografía

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Desde su primer triunfo político electoral de Nayib Bukele, las invitaciones urgentes a la indignación masiva sólo han aumentado entre quienes con insistencia las formulan (aunque el buen éxito de las voces en la conscripción de socios para el coro haya sido modesto). Este crecimiento en volumen, estridencia, frecuencia e identidad, es nulo si se atiende a la variedad. Que se puede resumir en “el temor a la deriva autoritaria y antidemocrática”.

No faltaron las comparaciones con Hitler: “La ‘Noche de los Cuchillos Largos’ fue el nombre para uno de los más brutales actos de Hitler en su camino hacia la dictadura” empieza su artículo de fondo del 8 de mayo Rubén I. Zamora en La Prensa Gráfica. Bukele, que no sólo colocó esperanzas en los medios y las redes, sino que tiene un conocimiento muy preciso de sus formatos y resortes, respondió en su Twitter: “La ley de Godwin [la tradición de Usenet según la cual quien invoca al nazismo para destruir al adversario, pierde el debate]. En otras palabras: la oposición ha perdido la discusión”. 

Bukele sabe usar las redes con la naturalidad de quien las ha usado desde siempre, y ha aprendido que si se comunica en castellano (la variante salvadoreña, como la rioplatense, usa el voseo), sin simplificación de la gramática ni sustitución de la palabra por jerga de abreviaturas gráficas, comunica mejor. En verdad, su don verbal es un abismo infranqueable que deja a Bukele en una categoría inasequible para otros empresarios llegados a la política con partidos nuevos, como el chileno Sebastián Piñera o el argentino Mauricio Macri, cuya pobreza léxica sólo es pareja de su penuria conceptual

Habla bien el inglés, y conversa directamente, sin intermediarios, con el Secretario de Estado Antony Blinken, quien llamó al presidente salvadoreño el 2 de mayo para darle una lección sobre democracia e independencia de los poderes, según anotó en su Twitter; más tarde, Bukele tuiteó a su vez: “Queremos trabajar con ustedes, comerciar, viajar, conocernos y ayudar en lo que podamos. Nuestras puertas están más abiertas que nunca. Pero con todo respeto: estamos limpiando nuestra casa... y eso no es de su incumbencia”.

Visto desde el exterior, el procedimiento asombra por su velocidad, tan rara que se le atribuye un origen en la coacción, el autoritarismo o el fraude y la irregularidad en las formas. Esta rapidez, sin embargo, tiene su causa inmediata en la unidad de un bloque al que la elección legislativa de febrero proveyó de sobrada mayoría absoluta propia, por lo que ni un voto hace falta negociar para que avanzara sin cuartos intermedios y sin exhibicionismo oratorio. Consensos previos a la presentación de una ley, y no trabajosamente posteriores, es algo que nunca se vio en El Salvador, y pocas veces en América Latina. No es un proceder inconstitucional, pero sí inconsulto, y acaso esto último espante más que lo primero a los dos enemigos irreconciliables que ahora están en la misma bolsa, la vieja política partidocrática, que les crea parecidos por su desgracia, como entre comunistas y democristianos al fin de la Segunda República italiana

El FMLN, que era oficialismo en los dos períodos presidenciales anteriores, obtuvo apenas el 14% del voto en las elecciones de 2019. Antecesor de Bukele, el septuagenario presidente Salvador Sánchez Cerén había sido en la década de 1980 comandante del FMLN, cuando esta formación guerrillera se fiaba de la lucha armada como única claraboya para evadirse del laberinto centroamericano, un fracaso admitido no sin desapego recién tras decenas de años de sangre, mito, terror, miseria y muerte. Bukele es un joven empresario que no sabe qué es el fracaso. Nunca le tocó oír la música de la derrota, y esta es una eventualidad por fuera de sus consideraciones: sólo se malogra quien comete errores evitables, y en su minimalismo político, de metas a la vista y no de horizontes, es algo que entiende que está bajo control para alguien que en su perfil de Twitter se define como “un instrumento de Dios en nuestra nueva historia”.

Bukele profesa su fe en Jesucristo, pero no practica ninguna religión: las liturgias y el clero serían lastres demasiado onerosos, ladrones de tiempo y esfuerzo incluso para un instrumento divino como se perfila él. Su familia, asegura, es católica, muchos entre sus familiares más cercanos son musulmanes. Su padre Armando, ingeniero químico y empresario, de padre y madre palestinos cristianos, es un converso al Islam. Con la fe del neófito, participó en la construcción de algunas de las primeras mezquitas erigidas en El Salvador. Sin rédito, la oposición ha concitado la islamofobia para dañar la imagen de Nayib: sugerían que era musulmán, pero que, misteriosamente, lo era en secreto; se ‘filtraban’ fotos de rezos de incógnito en mezquitas visitadas clandestinamente

Junto a su liberalismo económico, su conservadurismo social ha sido puesto enfáticamente de relieve, para precaverse del tendido de nexos desde el progresismo hacia el político hipster. Sus opiniones de campaña eran contundentes, pero lucen más oportunistas que fundamentalistas. En su oposición a la interrupción voluntaria del embarazo, tal vez gravite el que su esposa Gabriela Rodríguez, bailarina, terapeuta, pedagoga y Primera Dama, tenga un doctorado en una disciplina académicamente atípica, Psicología Prenatal, y que a su vez sea también dueña y directora de una institución, la primera de esta clase en el país, de psicología para embarazadas. Ha dicho que es inclusivo con la comunidad LGBT+, pero que se opone al matrimonio igualitario. Según Andrea Ayala, directora ejecutiva del Espacio de Mujeres Lesbianas Salvadoreñas por la Diversidad (Esmules), en 2014, cuando Nayib Bukele era alcalde de San Salvador, lo defendía, y ella había trabajado en la plataforma de Nuevas Ideas en aquel entonces.

El escrutinio de la vida profesional de Bukele, de su carrera en los negocios y en la función pública en los cargos para los que fue elegido -como alcalde de la provinciana Nuevo Cuscatlán y de la capitalina San Salvador-, es una lista de triunfos, algunos mediocres, otros singulares. Balance y prontuario sin registro de un solo déficit, pero de los frutos de su superávit gustaron propios y ajenos. Favoreció aun al FMLN, que ahora como solo partido político se auto designa líder de la oposición democrática en el país. (En el exterior, con esta cualidad, procura recabar el favoritismo de la intervención de la comunidad internacional por la que clama en su plan de lucha). Porque durante doce años, tres empresas de publicidad de las que Bukele fue director presidente llevaron adelante propaganda y campañas de la ex guerrilla que ahora peleaba por votos en la democracia electoral de la República de El Salvador.

Nada resulta más sencillo de olvidar, al leer o repasar las listas de reparos o repudios mecánicamente dirigidos contra Nayib Bukele, que el presidente de El Salvador y su partido ganaron y retuvieron elección tras elección aquel poder del que ahora disponen con la libertad y desenvoltura que exhiben, no sin arrogancia odiosa para quien la sabe inalcanzada e inalcanzable, quienes se mueven con la inmensa mayoría que presta un apoyo sin ambigüedades. Circunstancia acaso única y sin precedentes en la historia regional.

Mueve al escándalo o el asombro, pero no a la imitación o emulación, que se saben de antemano inútiles. Pueden encontrarse ilegítimas todas y cada una de las decisiones del oficialismo salvadoreño en el ejercicio del poder, pero no cuestionarse la legitimidad de su fuente, porque su mandato proviene del voto popular. El de Bukele es mero uso desenfadado del poder, como el de príncipes de la Corona, que no piden permisos o salvoconductos, antes que abuso de quien compensa con la espada o el fusil las deficiencias de un mandato retaceado por mezquinos pero exactos recuentos de votos y denuncias de fraude.

Yendo del norte de América Central al sur de América del Sur,  en la diputada chilena Pamela Jiles, y en los repudios, desdenes, menosprecios y condescendencias de la clase política, medios de comunicación y opiniones académicas, hay pareja relativización o desvalorización del aprecio y aprobación populares que la consagrada al presidente salvadoreño. La sexagenaria ex comunista hoy humanista Jiles fue la campeona de los tres retiros de fondos de pensión de las AFP, votados por el Congreso, contra el poder, en cada ocasión más debilitado que en la anterior, del Presidente. Estos golosos retiros reintegraron decenas de miles de millones dólares a personas hoy con o sin empleo formal, obligadas por décadas a un ahorro forzoso del que sólo podían elegir la empresa que iba a gestionarlo.

En El Salvador la oposición denuncia y clama a la opinión internacional. En Chile, las fuerzas políticas la imitan o siguen o intentan hurtarle iniciativa, abierta o con subterfugios reveladores. El mismo candidato más a la derecha en el panorama presidenciable, Joa quín Lavín, de la Unión Demócrata Independiente (UDI), a quien, en la panoplia de invectivas, el cliché que le toca es el de “pinochetista”, tuvo que avalar el retiro de ahorros.

Estas cuestiones importan más que la nueva Constitución a electorado, y los partidos temen ser castigados si se desentienden de esas demandas. La Democracia Cristiana (DC) sugirió con pocas veladuras que nacionalizará el sistema previsional, y que buscará fijar este principio en la nueva Constitución. El avance sobre el derecho a la propiedad, la delgada pero incandescente línea roja de la historia política chilena, el quid del golpe pinochetista contra el gobierno de Unidad Popular (UP) de Salvador Allende en 1973, amenaza con progresar, porque estaba detenido, no quieto.

Esto sugiere el más de 50% de aprobación que apoya sin desfallecimientos a ‘la abuela’ Jiles. Pero es demasiado monolítico atribuirlo sólo a los retiros de las AFP. Como Bukele, entró la clase dirigente por el voto, pero no para mimetizarse a partir de esta promoción. Y también en su caso, que no obre en nombre de la izquierda ni de la derecha, inquieta.

MF

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