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PANORAMA POLÍTICO

El lento ocaso de una líder que ya no tiene melodías para improvisar, pero conserva el teclado

Cristina Fernández de Kirchner se apresta a hablar en un acto de la CTA en Avellaneda, el 20 de junio de 2022

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Dos corrientes en apariencia contradictorias explican el significado de Cristina Fernández de Kirchner en el mapa político de hoy.

En el marco de la nítida ventaja de la oposición y la fragilidad del “efecto Massa”, una tenue pero perceptible oscilación de la opinión pública despertó incertidumbre sobre el proceso electoral. La tendencia es abordada por la coalición de derecha con una voluntad manifiesta de iluminar la solidez del apoyo a la vicepresidenta de al menos un cuarto de la población. Desde diferentes vertientes de Juntos por el Cambio (JxC) le asignan a Cristina un protagonismo decisivo en el armado del peronismo. No hay ciencia oculta en ello; la abogada de La Plata vencería en cualquier primaria del Frente de Todos. Mucho menos claras son su capacidad de liderazgo y efectividad para ocupar el lugar de administradora de una coalición peronista, razón fundamental que dispara en JxC el deseo de que la boleta adversaria lleve, al menos implícito, el rostro de la vicepresidenta.

El motivo que motoriza el foco de JxC puesto en Cristina es obvio. Esa alianza tiene varios nudos por desatar. Dilemas de perfil, candidaturas y liderazgo, para la Nación y varias provincias. Si la coalición conservadora resuelve todo eso y yerra la estrategia, Javier Milei podría pasar la aspiradora, salvo que el economista mediático monetice su neutralización, como sospecha, no sin motivos, el veterano derechista Carlos Maslatón. La especulación de que el rechazo al protagonismo de Cristina acomodaría las piezas en JxC es entendible, aunque la aritmética y la política no siempre se llevan bien.   

Medios que actúan como si fueran accionistas de la alianza creada por Mauricio Macri aportan lo suyo. En un lapso de meses, Cristina pasó de ocupar titulares como líder del rechazo en la opinión pública a ser presentada como la dirigente con mayor intención directa de voto. Piso alto y techo bajo, historia conocida. Ya lo dijo Honoré de Balzac hace dos siglos: “el periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere”.

Los desagradecidos

La contracara de la notable ventaja de Cristina sobre cualquier rival interno aparece cuando dirigentes de distintas tribus peronistas impugnan a la jefa del Senado como conductora. Son muchos los dirigentes, incluidos unos cuantos que emergieron bajo el paragüas del kirchnerismo, que ven un punto de inflexión. La experiencia de la inspiradora del Frente de Todos transformada en francotiradora del Gobierno que integra dejó traumas a la vista, lo que está lejos de traducirse en un apoyo al liderazgo del Presidente.

Habla un intendente del Gran Buenos Aires que dice interpretar el sentir de sus pares, legisladores, ministros y diputados con los que interactúa. “Tenemos que ir a una elección y explicar que gran parte de nuestra debilidad es por negligencia de nuestro espacio, ésa es la dificultad en que nos puso. Esta vez no hay margen para caprichos”. Completa su mirada. “Sin Cristina en la boleta, algo que está por verse, cualquiera se le anima a La Cámpora, porque le gana por afano. Todos quieren que La Cámpora presente su lista para afianzarse”. La voz avizora una reorganización del peronismo a partir de diciembre, con pase de facturas y reemplazo de liderazgos, tanto en caso de derrota como de victoria.

Uno de esos “caprichos” podría dar lugar a un movimiento de fichas relevante. Axel Kicillof aspira a la reelección como gobernador de la provincia de Buenos Aires, alentado por encuestas que, en el peor escenario, lo dan en situación de empate. La Cámpora deja correr la hipótesis de Martín Insaurralde para el puesto, una candidatura que no alcanza volumen ni en la opinión pública ni en lo que sería su principal activo, los intendentes del Gran Buenos Aires. Máximo, presidente del PJ provincial, auspiciaría un acto en Santa Teresita a realizarse en febrero que muchos ven como un intento para que la postulación del intendente de Lomas de Zamora en uso de licencia levante vuelo. Kicillof, quien jura lealtad eterna a Cristina, observa desde afuera.

La pérdida de capital político de Cristina alcanza múltiples dimensiones. Una de ellas fue el manifiesto desinterés de Luiz Inácio Lula da Silva por un encuentro con la vice en Buenos Aires. El hábitat en que se desenvuelve Cristina venía constatando la efusiva gestualidad del brasileño para edificar a Alberto Fernández, algo sacrílego, pero un hecho puntual había disparado el sabor amargo. Cuando la vicepresidenta recibió la condena por la causa Vialidad, el 6 de diciembre pasado, Lula eligió un tono escueto para expresar su repudio. Apenas un tuit medido, bastante menos elocuente que la manifestación de otros líderes del continente —Andrés Manuel López Obrador, Gustavo Petro, Luis Arce e, incluso, Dilma Rousseff—, disparó reproches bajo un rótulo frecuente en el planeta Cristina: desagradecimiento.

Cristinistas periféricos creyeron ver una provocación el jueves, ante las imágenes de Lula en la chacra de Pepe Mujica. Sacaron el centímetro para medir la distancia que recorrió el brasileño para trasladarse desde el centro de Montevideo hasta bastante más allá de La Teja, que es mayor a la que separa al Hotel Sheraton de Retiro del despacho de la vice en el Senado. Voces más templadas le quitan hierro al asunto. Admiten el desencuentro, pero dan cuenta de un canal abierto acorde a pares de la magnitud del metalúrgico nacido en Caetés, Pernambuco, y la abogada de La Plata.

Lula comienza su tercer mandato, las causas judiciales en su contra parecen enterradas, recibe reconocimientos en el mundo y pasa a la ofensiva contra sus enemigos; algunos de ellos, golpistas armados. La realidad de Cristina es opuesta.

La amargura visceral o razonada radica en que las biografías recientes de ambos líderes albergan un paralelismo evidente: fueron víctimas de una persecución judicial venal originada en la venganza política y económica, más allá de los serios indicios de corrupción que envolvieron a sus respectivos gobiernos. El presente, en cambio, separa los caminos. Lula comienza su tercer mandato, las causas judiciales en su contra parecen enterradas, recibe reconocimientos en el mundo y pasa a la ofensiva contra sus enemigos; algunos de ellos, golpistas armados. La realidad de Cristina es opuesta.

La calle no reacciona ante la “proscripción”

El problema mayor no es el desplante de Lula ni el hartazgo, a la vez que impotencia, de subalternos peronistas.

La vicepresidenta fue condenada por un miembro de un tribunal que jugaba al fútbol en la quinta de Mauricio Macri, acusada por un fiscal que ídem, e investigada en etapa de instrucción por otro juez que tramó ilegalidades con políticos del PRO en un viaje organizado por Clarín. Su apelación de la condena por Vialidad será tratada por magistrados de similar catadura, mientras enfrenta otros procesos todavía más turbios. Demasiado inverosímil para una ficción. Y sin embargo, la sentencia a doce años de prisión no movió el amperímetro en la correlación de fuerzas de la política ni en las calles. Menos aún. Cristina interpretó que la condena que la inhabilita para ejercer cargos públicos y que tiene todavía dos instancias de apelación es, en rigor, una proscripción. Si fuera el caso, la imperceptible reacción social debería hacer reflexionar a quienes piensan la política —y su propio futuro— en función de Cristina.

Antes que el tantas veces anunciado final de la vida política de la vicepresidenta, cabe barajar la posibilidad de una reinvención, un pacto, la reclusión en la provincia de Buenos Aires o el simulacro de elegir un camino (por ejemplo, nominar a Sergio Massa) cuando, en realidad, carece de alternativas. Lo que parece improbable es un escenario en el que Cristina reencuentre la capacidad para conducir o impulsar con éxito un proyecto político en el sentido que ella proclama, algo que, por otra parte, no está claro.

Durante dos años, la vicepresidenta cazó trofeos en el gabinete del Frente de Todos mediante renuncias demandadas por WhatsApp, cartas, tuits y estiletazos en actos con leales. El escenario viró. Hoy, una crítica pública de Cristina no expulsa a un ministro, ni modifica la línea económica, ni siquiera frustra un contrato. La vicepresidenta conserva margen para tirar del mantel, pero las consecuencias serían imprevisibles incluso para su propia figura.

Tarde, cuando sus posibilidades de reelección parecen remotas, Alberto Fernández se habilitó gobernar sin la desquiciante situación que suponía someterse a la metralleta verbal de su segunda. Esa habilitación alcanzó esta semana la devolución de gentilezas a Eduardo “Wado” de Pedro, el hombre de Cristina en el gabinete, excluido de la emotiva reunión de Lula y el Presidente con organismos de derechos humanos. Allegados que conocen al ministro del Interior transmitieron la interpretación de que, en realidad, Alberto no lo convocó para perjudicar a un eventual competidor en la primaria peronista. La versión despierta incógnitas. No se sabe si De Pedro es el candidato de Cristina, pero al menos implica una definición política de parte de un funcionario que ancla su eventual postulación en las frívolas photo opportunities que no hacen asco, ni siquiera, a Luis Barrionuevo. Esta semana, el ministro del Interior se mostró por tercera vez en un año con el sindicalista gastronómico. La falta de liderazgos reales y no meramente potenciales habla también de la realidad sombría del cristinismo.

Tarde, cuando sus posibilidades de reelección parecen remotas, Alberto Fernández se habilitó gobernar sin la desquiciante situación que suponía someterse a la metralleta de su segunda.

Máximo Kirchner renunció a la jefatura del bloque y apenas habla en público, Cristina se centra en denunciar las tropelías judiciales en su contra, a su modo. En el juicio político a la Corte que comenzó a tramitarse el jueves en Diputados, la voz cantante está más a cargo de lo que queda del oficialismo que de cristinistas puros. Acechado por la logia de Lago Escondido, el proceso servirá, como máximo, para conocer más sobre las chapucerías de los supremos.

La derrota electoral en 2021 despertó en la vicepresidenta y su hijo el repudio al “ajuste” y al FMI. Logrado su objetivo de expulsar a Martín Guzmán, pasaron a apoyar por acción u omisión el ajuste mayor de Massa. ¿Cuál es el plan de Cristina? ¿No pagar la deuda externa? ¿Emprender una batalla legal internacional contra el FMI? ¿Aumentar impuestos a los que más ganan para financiar aumentos a los sectores populares? ¿Crear una Junta Nacional de Granos? ¿Emitir billetes? Son propuestas válidas en democracia, como también lo fue su estrategia posibilista, ayer nomás, al designar a Alberto candidato y tender puentes con grupos económicos y mediáticos que se entusiasmaron con Macri y chocaron con la realidad, como el país. ¿Cambió de opinión y creen que hay que ir a una ruptura? Si es el caso, ¿por qué sigue apoyando a Massa?

Todas estas preguntas, que nadie, ni el más convencido, atina a responder sin trastabillar, abren incógnitas sobre el proyecto político. La épica de dar pelea “contra el préstamo ilegal del FMI” y los especuladores de la soja que “nos pusieron de rodillas” reclama liderazgo político y apoyo popular. El plan B, el de la resignación pragmática para conformarse con lo posible y evitar abismos del macrismo, necesita de un liderazgo que no acabe de personificar la parábola del escorpión cruzando el río. Y ambas alternativas exigen buena praxis, un bien escaso.

La falencia histórica por no asumir las consecuencias de sus acciones pasadas y de las proclamas que esboza deja a Cristina sin capacidad de prometer. ¿Quién, salvo alguien que aspire a ganar una concejalía, se va a subir a ese tren?

Sin reemplazo

Las encuestas de la consultora Aresco vienen marcando una intención de voto al Frente de Todos o el peronismo algo más alta que la que informan otras firmas. Su último registro de 4.000 casos entre presenciales y telefónicos dio cuenta de que las candidaturas de Massa o Alberto, excluida Cristina de la competencia, están en paridad y podrían triunfar en una primera vuelta frente a postulantes de JxC, pero la cuesta hacia el ballottage, cuando entra a jugar el trasvase de votos de Milei hacia JxC, se torna muy empinada.

Federico Aurelio, titular de Aresco, no duda de que la transmisión de votos de Cristina a cualquier candidato lo haría ganar la interna peronista, sea contra Alberto, Massa, Daniel Scioli o cualquier gobernador. La premisa vale incluso para alguien que hoy no esté en el radar. El consultor cita el caso del propio Presidente, quien, de no estar contemplado en ningún sondeo en mayo de 2019, pasó al 50% de los votos tres meses más tarde.

Pero el techo del sello Cristina reclama un candidato capaz de convencer a votantes fluctuantes o desinteresados, que además de ser autónomo, lo parezca. Si se ve la sombra de la vicepresidenta sosteniéndole la tabla de surf al eventual postulante, el juego de la oca vuelve a empezar.

Sin “plan de reemplazo” ni en la vereda propia ni en la de los “desagradecidos” del peronismo, porque los dirigentes más relevantes están “quemados” con índices de desaprobación de 60%, el politólogo Julio Burdman percibe un “lento ocaso” para Cristina. “Un modelo Alfonsín, aunque con un piso electoral más alto. Ella deja de ser competitiva, como lo fue el expresidente radical en sus últimos quince años de vida política, pero con una incidencia decisiva para marcar los movimientos del partido”, razona el egresado de Sociales de la UBA y Sciences Po de París.

Algo así como la cristalización del “sin Cristina no se puede y con Cristina no alcanza” que pronunció Alberto hace seis años, antes de que la experiencia del Frente de Todos naciera y se demostrara fallida. 

SL

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