LECTURA

Llevo en mis oídos

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En la fiesta se anidaba, a grito partido, una misma refutación de esos anhelos.

Perón, Evita, la patria socialista.

Su rítmica, engañosa. La pausa de la puntuación podía propiciar al menos la duplicidad de significados. ¿Certeza u oxímoron? ¿Perón evitaba? ¿Se cantaba a la propia imposibilidad? ¿Podía escucharse esa diferencia entre nombre y verbo –o el verbo del nombre– cuando se creía alcanzar la línea del horizonte con los dedos en “V”? Pero podríamos también entender aquel grito como la señal que transmitía el rostro bifronte del propio general y el peronismo. Recurramos otra vez a Horowicz: “las presiones de la sociedad argentina habían licuado el gorilismo militar hasta volverlo inofensivo, azul, conciliador. Una mitad del partido militaba en el FREJULI y otra en la oposición”. Cuando retumbaba, entonces, el lema podía significar, las dos cosas a la vez.

Llegó el momento del cambio de mando. Cámpora al Gobierno, Perón en Madrid. ¿Y el poder? Lanusse quiso irse antes de tiempo de la ceremonia de unción (estaba ahí el Tula, primer bombo del peronismo, y para bombistas tenía suficiente con los integrantes del conjunto de su yerno). Lo frenó el imperativo de cantar el himno. Cómo abandonar la sede ejecutiva cuando se llama a oír el grito sagrado. Afuera, mientras, el alborozo. Las exclamaciones anhelantes aquel soleado 25 (“se van y nunca volverán”) dominaron el perímetro de la Plaza de Mayo. Dijo El Descamisado, la publicación oficial de Montoneros, en su segundo número, publicado el 29 de mayo: “Los himnos de guerra vivando a las formaciones especiales y recordando la constante presencia de los compañeros caídos en el combate se alternaban con los cánticos de alegría y de afecto hacia el general Perón, la compañera Evita y el compañero Presidente. La Marcha Peronista a cada rato afloraba de cientos de miles de bocas elevando al cielo el himno de victoria de un pueblo clamoroso”.

“La gente miraba con odio a cualquier uniformado. Aunque fuera un cabo músico”.  La banda militar de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) huyó en desbandada. No hubo bajas, aunque sí pérdida de instrumentos, botines de una guerra carnavalesca: cualquiera podía ser músico esa mañana de presuntas jerarquías invertidas. El júbilo que provocaba una fecha que se pensaba inaugural, acompañada por Allende y el cubano Osvaldo Dorticós, enviado de Fidel Castro, encontraron su punto de mayor elocuencia sónica en la noche, cuando una nueva multitud acompañó la liberación de los presos políticos en Villa Devoto. “El Tío presidente, libertad a los combatientes” y, también, llamados estentóreos a la venganza: “ya van a ver, cuando venguemos los muertos de Trelew”. A las nueve, Abal Medina subió a una terraza y se asomó sobre un muro con un megáfono en la mano para anunciar que “los compañeros” iban a abandonar elpenal. Urondo y los sobrevivientes del 22 de agosto esperaron ansiosos ese momento. Pocas horas antes habían concluido la entrevista grabada sobre los sucesos en la base naval patagónica, resumida en el libro La patria fusilada. Ni siquiera se detuvieron para cantar la marcha peronista.

Las celebraciones se esparcieron pletóricamente a lo largo y ancho del país. En La Rioja, un abogado patilludo había sido ungido gobernador. Carlos Menem le imprimió a la noche del 25 su propio sentido de la jarana. “Asistió a una peña folklórica: bailó zambas y chacareras, tocó elbombo y se animó a una payada”. Nos animamos a inferir el repertorio cantado: una exaltación de los caudillos, Facundo y el Chacho Peñaloza. Para completar su condición de hombre popular, le dio al parche y fue, a la vez, repentista. ¿Qué habría dicho en esos versos libres? ¿Lo mismo que le transmitió a El Descamisado el 12 de julio? “La revolución del 25 de mayo tiene su sentido más profundo en la defensa que harán de ella la juventud, las FAR y Montoneros. Hay muchos conservadores metidos en el Movimiento, en el gobierno nacional y esta es una lucha a muerte”.

Cámpora tuvo su propio homenaje, pocos días después de haber tomado el mando. Otra vez el colectivo Podestá, ya transformado en Centro Cultural, formó parte de la velada. “Para los compañeros no es habitual verlo al compañero Presidente derramando algunas lágrimas”, informó El Descamisado el 29 de mayo. El “Tío” no las pudo evitar cuando el coro que había sumado, entre otros, a Benedetto, Oscar Rovito y Daniel Castillo, entonó trescanciones alusivas al “advenimiento del nuevo gobierno popular”. Primero, claro, el parche. “Con el mazazo marcial del bombo peronista, el acto fue desde su comienzo una marcada demostración de la nueva actitud asumida en bloque por los más talentosos creadores del teatro argentino”.

Toda algarabía, con su punto de incandescencia, ¿alberga su reverso con la inexorabilidad de una ley física? Por lo pronto, en los pliegues de ese instante arrobador del 25 que se presumía interminable, se asomaban como asteriscos los llamados a la prevención. Señala Horowicz sobre aquel cenit de optimismo que prestaba su jerga a Menem y, como él, otros tantos: “era preciso determinar, no obstante, si el movimiento avanzaba, si era parte de una nueva oleada o si por el contrario expresaba la última estribación de una ola vencida”. Las comprobaciones llegaron más rápido que lo previsto.

Uno de los primeros desmentidos de la consigna “se van y nunca volverán” le entró por la misma oreja a Bonasso, el portavoz de Cámpora. Reconocimiento de que no puede haber una descripción inocente del sonido ni de la experiencia sonora, mucho menos en medio de conjuras palaciegas. Una tarde le entregó al presidente una carpeta con documentación probatoria de que un “supuesto compañero” que reportaba a la secretaría general de la Presidencia pertenecía en rigor al Servicio de Informaciones Navales (SIN). Cámpora preguntó a los gritos a su subordinado si estaba seguro de lo que decía. “Yo asentí en silencio, tratando de que el micrófono del SIN, que adivinaba en algún lugar del augusto despacho, no registrara la voz y la identidad del tipo que les estaba quemando un ‘filtro’”. La primera captura, entonces, vibracional. Señales. Cableríos. Operadores y operaciones. La crisis que se devoraría al camporismo tendría también su capítulo aural y sus territorios de acecho y cotilleo de aquello que podía comunicarse en voz alta o en un furtivo susurro (la sección “De buena fuente” de la revista Militancia, se ilustraba con una oreja que había captado lo indecible en el espacio público o en los bordes de la clandestinidad). Se habían ido, sí, de mala gana, pero sin dejar de esparcir dispositivos de captura de la información. Peter Szendy recuerda hasta qué punto el husmeo del adversario o enemigo se ha relacionado con la escucha. Recupera para tal fin a Kia Lin uno de los comentaristas de El arte de la guerra, el libro del estratega y filósofo chino, Tzun Su. “Un ejército sin espías es como un hombre sin oídos”. Vigilar al contendiente es, por lo tanto, desplegar los sensores auditivos que posibilita una época.

“El espionaje parece ser, pues, una de las prácticas de escucha o auscultación más antiguas identificadas en el mundo. Pero, a la inversa, ¿no hay una parte o un impulso de inteligencia en todas las escuchas?”. Dicho de otra manera: el acto de escuchar es un acto de sospecha revestido de incandescencia, a su punto más extremo y activo“. Siguiendo al autor francés: el enfrentamiento en el seno del peronismo, tutelado a su vez por la inteligencia militar, estuvo, por lo tanto, atravesado por esas múltiples líneas de escucha que se articularon, duplicaron, interfirieron. En definitiva, un conflicto de señales.

La asunción de Cámpora es, de otro lado, contemporánea al desarrollo en Estados Unidos del caso Watergate que le costaría el cargo a Richard Nixon después de que el Senado pusiera al descubierto que revelaron que el presidente tenía en sus oficinas un sistema de cintas de grabación que actualizaba el sistema de control descrito por Swinburne. En medio del escándalo, Francis Ford Coppola completó el guion de una película que estrenaría en 1974: La conversación. Harry Caul (Gene Hackman) es un profesional que ofrece sus servicios de espionaje acústico tanto al Estado como al sector privado. Siempre encaró su trabajo con desinteresado ascetismo. Le era ajeno todo lo que podían registrar sus aparatos. Hasta que una vez siente curiosidad por los contenidos y se convertirá en un cazador cazado. El espía, vaya coincidencia, es, además de un experto en colocar micrófonos, músico (como en el Moreira de Gutiérrez, de nuevo la relación con una práctica al margen de le ley). Sobre el final del filme, comienza a tocar el saxo tenor. No toca en soledad. Caul improvisa sobre un disco de jazz. Duplica al solista, se deja llevar por el gozoso efecto de una superposición que debe interrumpir porque suena el teléfono. Como nadie responde, el espía vuelve a lo suyo. Una segunda llamada le resulta inquietante. No cuelga de inmediato. “Sabemos que lo sabe, señor Caul. Por su propio bien, no vaya más allá. Lo escucharemos”, le advierten. Acto seguido, del auricular le llega la grabación de su propio solo de saxo. Eso lo lleva a buscar desesperadamente el micrófono, habitación por habitación.

La pesquisa no es exitosa. Derrotado, en medio de escombros, Caul vuelve a colocar sobre sus labios la boquilla del saxo. No había simetrías entre el Estado “profundo” y la guerrilla en lo que respecta a la capacidad de auscultar los movimientos del otro. Los grupos armados, en este caso los peronistas, habían realizado su aprendizaje durante la dictadura. El papel de Walsh, un criptógrafo vocacional que, en 1961, durante su estancia en La Habana, contribuyó a detectar los campamentos de cubanos anticastristas que desembarcarían en Bahía de los Cochinos, fue determinante. Horacio Verbitsky ha evocado sobre esos primeros escarceos aurales en las FAP. Todo había comenzado de la manera más casual. Walsh solía almorzar con la televisión encendida, a la hora ciclo de una ex actriz de cine devenida anfitriona de artistas, modelos y opinadores. “Hasta que un día en el televisor, que era muy viejo, la imagen dejó de verse bien. Rodolfo se acercó para ajustar la sintonía, cuando de golpe, con la imagen de Mirtha Legrand, apareció una voz masculina que dijo: Comando llama, 222, comando llama”. Se dieron cuenta de que se trataba de red radioeléctrica de la Policía Federal. “Rodolfo enloqueció, se olvidó de Mirtha Legrand y de las modelos, y se dedicó a manipular el dial hasta poder direccionar cuándo y cómo llegaba la interferencia, y ya en ese momento descular cómo funcionaba eso. Cada cosa era una sigla, una convención, el alfabeto policial. Así empezó un trabajo minucioso”. Llegaron a trabajar seis personas, tres parejas, a lo largo de las 24 horas de cada día. Esa práctica pasó de las FAP a Montoneros. “Habíamos desarrollado todo el know how de las escuchas de las comunicaciones de la policía y les enseñamos a ellos. Fue cuando hicimos las escuchas del día del retorno de Perón, del alzamiento de la ESMA, de Julio César Urien y Mario Galli”.

Con ese capital se llegó a Ezeiza.

AG