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Opinión

Lunes otra vez: la pandemia y un lugar en el mundo para la juventud

Jean Dean en Rebelde sin causa, la juventud como ícono y sujeto político del siglo XX.

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¿En perseguirme, mundo, qué interesas?

¿En qué te ofendo, cuando sólo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no mi entendimiento en las bellezas?

Sor Juana Inés de la Cruz, “Quéjase de la suerte”

El afiche de la película Rebelde sin causa –film ícono de 1955– muestra a James Dean con su pelo rubio incendiario –colocadamente desprolijo–, la remera blanca adherida, la campera roja apenas abrochada, el pucho entre los dedos. Así se codifica a la juventud: sexy, ingenua, atractiva, corderitos yendo a no se sabe qué matadero. La juventud es el gran sujeto político del siglo XX. Antes (digamos: antes de la modernidad) el tránsito entre la infancia y la adultez era un rito de pasaje corto, apresurado, algo del orden del salto. Un día niños/as, un día adultos/as. Si algo se produce los últimos cien años es el estiramiento –a veces, casi hasta delirante– de esta tierra media. Cada vez de modo más temprano la infancia se juveniliza y cada vez más la adultez se empaca en su juvenilia. “Joven”, de hecho, está tan al borde de la lengua que se vuelve un poco como “clase media”: la autopercepción de juventud puede ser mayoritaria, e infinita. Jóvenes hasta la muerte. Jóvenes somos todos/as.

La película protagonizada por Dean es fundacional. Cargan en sus espaldas esos muchachos y muchachas la dupla: la rebeldía y la causa; la causa y la rebeldía. La tienen, no la tienen, cuánto la tienen, cómo la tienen. La música sirve como síntoma: quienes escuchan música complaciente y quienes escuchan música contracultural. Así se ha contado el cuento. (La distancia entre el Club del Clan y Sui Generis, ese binarismo hecho trizas en la figura de Palito Ortega como el viejo salvador de la tribu rockera. El último sabio del clan. Y no solamente, también con esas joyas extraviadas que pueblan, por ejemplo, Cantando con amigos.) Quizá por esto, por la frontera, Berlín sea la ciudad europea preferida por los jóvenes: porque pareciera un lugar en el mundo que lleva en su geografía ese trauma, ese hiato. Brutal: los jóvenes orientales (la causa), los jóvenes occidentales (la rebeldía). Superpongamos las dos fotos, las dos estéticas; cuerpo y espíritu. Esa postal berlinesa del beso (entre el referente soviético Leonid Brézhnev y el presidente de la RDA Erich Honecker) pareciera también eso: la fantasía de que, alguna vez, se puede tenerlo todo. Un Muro se cae y los jóvenes del mundo se abrazan. Pero el té nunca es para dos, siempre es para tres: dónde está la rebeldía y dónde esta la causa se empastan, se cuestionan, se tensan. Martín Kohan lleva esta pregunta a nuestro presente, nos la devuelve: ¿qué es hoy, en medio de una pandemia, una “rebeldía juvenil”? 

1961. Cuba. La invasión de Girón es precedida por un bombardeo de B-26. Un joven de 29 años, Eduardo García Delgado, es parte de las milicias rebeldes desde el triunfo de la Revolución. Un hijo de pescadores, un hijo del pueblo. Está de guardia en su puesto cuando lo ametrallan. Ya agonizante, en la puerta en donde cae, con su propia sangre, escribe Fidel. ¿Qué es lo último que hiciste antes de morir? Cuba, nuestra causa mestiza, las juventudes también ahí, muchos dicen que son quienes llevan la sociedad contra las cuerdas en sus rebeldías, aunque también son quienes la continúan (hoy, ¡hoy mismo!, mientras estas palabras son escritas). La larga marcha de las juventudes. Lo que cargan en sus hombros. Una sociedad es a través de sus jóvenes. Los jóvenes son médiums de la sociedad. Cada generación “joven” es un espejo donde la sociedad un cachito se espía, se olfatea, se da vuelta. Quizá por eso los jóvenes sean tan ensalzados, tan estigmatizados, tan anhelados. Por todo lo que ponemos en ellos. ¿Qué hizo el Covid con lo que la generación hizo de nosotros? Algo así.

Dos irritaciones: el “cuídate” lanzado como imperativo categórico y el “sacrificio” como salto sin mediaciones en el tiempo. Todo lo que parece mucho termina siendo poco. Detrás (o antes, o en el medio) de esos pívots últimos –libertad e igualdad– aletean dos fantasmas torpes: el “individualismo” –como si todos encarnáramos al egoísta de turno– y el “totalitarismo” –como si el vivir juntos fuera una soga al cuello–. El contrario sostiene al contrincante. Dice Alexandra Kohan: lo otro de X no es Y. Una frase, una escritura, que condensa que si algo no es sencillo es habitar esa falta de certezas. Más allá de los binarismos, porque lo se viene subiendo el volumen es que nada –la democracia, el capitalismo, el patriarcado, la escuela misma– empieza de la piel para afuera. Austeridad. Como una moneda el aire, digamos lo que digamos. El escritor Pablo Ali dice “entrar en sociedad” y eso pareciera ser algo triple: una apuesta comunitaria, sí, pero tanto como la inclusión de los afectos, de los impactos subjetivos que las políticas estatales suponen –como ha señalado María Pía López–. Eso no puede quedar por fuera. 

¿Qué es una generación, qué es el futuro, ante qué agachamos la cabeza? Joaquín Linne, sociólogo e investigador del CONICET, señala: “Ante la pandemia, se profundiza la brecha digital-educativa, pero más allá de las distintas trayectorias y capitales educativos, la comunicación y el entretenimiento son transversales en la mayoría de jóvenes, sobre todo adolescentes. También se profundiza la tendencia a la virtualización social y afectiva. La vida sucede entre videollamadas, chats, streamings y timelines. Los referentes que modulaban el comportamiento en la modernidad comparten su autoridad con algoritmos e influencers. Las redes se han convertido en los principales intermediarios culturales. La nueva generación, centrada en sí misma y su libertad de comportamiento, racionaliza el diseño y la selección, estrechándose la asociación entre management personal y gestión sexoafectiva. Se definen cada vez mediante lo publicado, comparten experiencias, muestran lo que son y quisieran ser. Viven una realidad de bits e imágenes, los ojos conectados al deseo y a la gestión de sí mismos y de las impresiones de otros”. 

Quizá entre jóvenes se extrema aunque de algún modo nadie no está atravesado por la ansiedad del like, por la edición digital, esperando el “me gusta”, el visto en las historias de Instagram. Nuestra adolescencia. Lunes otra vez. En un año electoral Alberto tomó una medida necesaria. Necesaria y difícil. El quedate en casa es una bomba de mil puntos que se estrella antes las realidades diversas. Las vimos este fin de semana: esas ciudades, esos desiertos de la noche, dónde queda la ciudadanía. Tragedia es actuar el guión: que en el inicio esté contenido el final. Pero el conflicto nos pisa los talones. Una pandemia es esto: todos perdimos. Aunque no todos/as lo perdimos igual, claro. Desigualdad, primero; pandemia, después. Hacer carne lo sutil. Cada quien sabe (entre quienes sí pueden) qué podrá (cuando se pueda, una vez, por un tiempo, lo que sea) y, sobre todo, porque sencillamente ya no queda otra: perder. Para que algo sea posible, algo se pierde. A veces lo común puede ser lo más excepcional.

FA

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