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Diez máximas sobre Leonardo Favio a diez años de su muerte

Leonardo Favio

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I. En 1973 Osvaldo Lamborghini publicó El niño proletario. “Estropeado”, ese chico roto, es la continuación literaria (es decir, hiperbólica) de Polín, el alma de Crónica de un niño solo, la primera película de Leonardo Favio en 1965. Gabriela Nouzeilles –en el exquisito libro Políticas del sentimiento– sugiere este hilo blanco. La república de los niños por primera vez en las ficciones. La canción de cuna vanguardista de los chicos solos. (Esto ya lo he dicho, cuando Polín se prendió un pucho a mí se me encendió un mundo). 

II. Crónica de un niño solo, este comienzo, es su “ficción de origen” –como Cándido López, Eva Perón, Diego Maradona: la primera escritura es la vida–; literalmente, Fuad Jorge Jury creó a Leonardo Favio. Su Luján de Cuyo natal, la orfandad, el sol paralizante y hermoso de Mendoza –esa tierra de grandeza–, el mundo colado para agarrar la más humana de las pasiones: la soledad. Pero la tentación de leer Crónica de un niño solo como solo una ficción de origen lleva al callejón de unir (o separar, que es más o menos lo mismo) la obra del artista. Cuando en Favio se trata de separar a la obra de la obra. Leonardo Favio, varias obras a la vez: el cineasta sofisticado (“Daría diez años de vida por filmar un plano como los de Leonardo Favio”, dicen que dijo Pier Paolo Pasolini luego de ver una de sus películas en el Festival de Mar del Plata, que en la edición de este año homenajea el aniversario), el cantor popular, el hombre público peronista, el galán, el portador de los icónicos pañuelos en la cabeza (Favio parece salido de las películas de Favio). ¿Quién soy? Una, dos, tres… mil obras. 

III. Arcaico e innovador, provinciano sin “aduana” en la ciudad, los sesenta están en los films El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente. Con el retorno al poder del peronismo, Favio dirigió sus películas definitivas. En plena primavera camporista, estrenó Juan Moreira a la que siguieron Nazareno Cruz y el lobo y la filmación de Soñar, soñar (que se estrenó ya en dictadura). Esta serie contrasta con el cine político de esos setenta –Quebracho, La Patagonia rebelde–. Alejarse de la realidad para meterse en lo real. Favio fundó su parque de diversiones. ¿Política? Metafísica nacional hecha con la profundidad y la mugre del que se anima a meter la mano en una alcantarilla y sacar una bola de pelos para encontrar un anillo de oro caído. 

IV. Favio es sadomasoquista. No es demagógico –sus historias no son de redención–, no es “contracultural” –no funda inversiones que sostengan aquello que se pretende “resistir”–. Simplemente es capaz de mostrar la belleza en el dolor. ¿Te duele? Pero te gusta. Y así. Arlt le escribió al resentimiento; Favio no: le escribió a la devoción. 

V. En “Cada piba que pase”, publicada en Billboard, el escritor Martín Graziano organiza al Favio cantor (que es el Favio sub-pensado). Allí Graziano recompone cómo aprendió guitarra, cantó en asados y saltó a las bateas en un segundo intento hasta conquistar, sobre todo, el lado oscuro del corazón de una generación. Explica Graziano: “En el invierno de 1969, mientras Sandro surfeaba la ola de ‘Rosa, rosa’ y Favio copaba las tapas de las revistas del corazón, conformaron el ying y el yang del ídolo nacional y popular. Ambos construían una suerte de personaje, pero los resultados de sus artificios eran diferentes. Sandro venía del rock & roll y, aunque su apuesta estaba más apoyada en el cuerpo, resultaba más distante. Si bien subyacía de modo imperceptible en el candor de sus baladas, Favio estaba atravesado por el ethos político de la época. Claro que no era Serrat ni quería serlo: sus canciones no tenían contraseña sino que estaban perladas por un anhelo total”.

VI. Sin Dios todo es una mierda. Favio lo dijo.

VII. Los bosques de Ezeiza en el timbre de su voz. No había lugar para Favio en los ochenta (no lo había para mucho de esa Argentina popular que él encarnaba). Su retorno a la pantalla fue con Gatica, el mono. Recién ahí encaró de frente al peronismo. Tarde. Después, exactamente en 1999, cuando Menem terminó su presidencia culminó esa obra monumental que es Perón. Sinfonía del sentimiento. La película se realizó por iniciativa de Duhalde (así lo expresa su final) e iba a ser material para la campaña (la de 1995), pero nada de eso sucedió. Favio es peronista pero su obra se “salva” –incluso de lo que se quiere hacer con lo que ella hace del peronismo– porque en ese péndulo infinito de si la Argentina es más grande que el peronismo o el peronismo es más grande que la Argentina… Favio es argentino hasta las pelotas

VIII. La mejor película de Favio es Gatica, el mono. Por las gallinas en ese plano secuencia inicial del descenso de un tren –venimos de los barcos, venimos de los trenes de las migraciones internas– y por las gallinas cuando el boxeador filosofa sobre los huevos. La película es eso: gallinas, huevos, pelotas. Y la ternura ante dos muertes: la del perro familiar y la de Eva Perón, cuando explota en llanto. Gatica, el mono está construida sobre una superposición –el arco del gran boxeador, el arco del peronismo– pero leer solo eso es dejar afuera estos temblores que vuelven la película indigerible y, sobre todo, punzante. El clímax.

IX. Su mejor disco es el rojo Favio 73 pero mi canción preferida está en otro álbum, del año siguiente, “Acordate de olvidarme”. Le canta al amor y dice “una bala me espera en cualquier sitio”. Si Los setenta de la gente común de Carassai fueran una playlist empezarían con esta canción. Si Sergio Denis –que también le cantó a la violencia– es lo que escuchaban quienes no militaban (el prejuicio “mersa” ante los nuevaoleros para el chico rubio del Gran Buenos Aires, mientras Palito Ortega representaba el chico del interior), Favio es el baladista que nos puede a todas, a todos. ¿Quién se puede enamorar sin pasar por él?

X. Un pie en “Página 12” y un pie en “Crónica”, ideología y crimen. Favio fue cantor pero tuvo oído absoluto. De Favio se puede decir: combina lo culto y lo popular. Y es una buena hipótesis. Pero es eso, una hipótesis letrada, modernista, que deja afuera lo más importante: la sangre que le corre es mestiza y esa división de lo que queda en un lado y en el otro es una operación de disección que no le hace total justicia. Sus ficciones –y él es su propia ficción, borgeano, un “artista”– es inescindible. Favio va, como poquísimos, a la misa de los médiums: si te lo ponés a explicar (a desmigajar) lo rompés. “Yo nunca me metí en la modernidad, siempre fui vanguardista”. Diez años sin sus pases de magia. 

FA

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