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Sobre las miserias del post matrimonio

Fabián Casas Cuadernos de invierno

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Tengo una imagen que debe ser implantada, es una imagen muy antigua, pero estoy de la mano de mi madre atravesando una plaza y, a lo lejos, vemos una casa iluminada y rodeada de gente y mi madre me dice: Ahí están velando a Aramburu. Me acuerdo que esa fue la primera vez que tuve noticias de esa práctica llamada secuestro. Tiempo después, seguí por los diarios el secuestro de Aldo Moro y su posterior asesinato por la Brigadas Rojas de Renato Curcio. No se me borró aún de la cabeza la foto del cuerpo de Moro, con un balazo, fotografiado en la parte de atrás de una camioneta. En ese momento pensé que secuestrar era una derrota moral para cualquier grupo revolucionario. De la misma manera que no se puede hacer una revolución sin alegría. Cuando los grupos revolucionarios militarizan el ánimo, ya están derrotados.

En el secundario un compañero secuestró a una compañera. El caso duró dos días y todos quedamos pasmados. Nuestra compañera -a la que llamaré Momi- era la hija de un industrial. Nuestro compañero -al que llamaré el Negro Pérez- era un repetidor compulsivo. La policía vino al colegio y nos interrogó a todos los compañeros de Momi y, sobre todo, “apretaron” a Sebastián, su novio, principal sospechoso. A los dos días, la encontraron a Momi fumando porro con el Negro Pérez, su captor, en una quinta de su padre. Fue una variante barrial del síndrome de Estocolmo.

A fines de 1970, en Corea del Norte Kim Jong-il, quien durante la dictadura de su padre -Kim Il Sumg- era el titular de la propaganda estratégica del partido, tenía un obsesión por el cine, que lo llevó a acumular la mayor cantidad, tal vez, de películas de todos los tiempos. Trató de que ir al cine en Corea del Norte fuera obligatorio, pero no lograba que las películas que buscaban defender al régimen no fueran soporíferas. Así que se le ocurrió un plan genial: secuestrar a Madame Choi -una estrella de cine de Corea del Sur- y a su ex marido Shin Sang-Ok quien era el director de cine más importante de Corea del Sur. Lo que lo volvía loco a Kim Jong-IL era que el régimen de Seúl tenía una floreciente producción cinematográfica que aumentaba su prestigio. ¿Parece el argumento de una película de Misión Imposible, no? La cosa es que agentes secretos secuestraron a la actriz y al director y después de cuatro años de encierro lograron quebrarlos y ellos hicieron algunos films colaborando con el régimen del dictador cinéfilo. De ahí sale Pulgasari, una película de monstruos que quizá sea la que tuvo más repercusión debido a su calidad fílmica. Pulgasari es una especie de remake de Godzilla, pero en este caso el monstruo ayuda a los campesinos a rebelarse. Gracias a la ayuda de un periodista japonés la actriz y el director pudieron escapar del régimen de Corea del Norte y pedir asilo en la embajada de Estados Unidos. Después volvieron a Seúl. Ahora están muertos.

Hace muchos años Robert Lowell cambió el rumbo de la poesía norteamericana, con su libro Life Studies, que produjo un shock en los lectores que lo amaron y lo odiaron en partes iguales. Para catalogar este libro, donde Lowell -experto en colapsos nerviosos e internaciones- escribía poemas en carne viva, la crítica halló el nombre de “Poesía confesional”. Es una línea poética que influenció a Sylvia Plath y llega hasta nuestros días con Sharon Olds. Hay un poema en Life Studies que es magistral y que se titula “Hablando sobre la miseria del matrimonio”. Hoy uno podría escribir una versión más nueva de ese viejo poema y titularlo “Hablando sobre la miseria del post matrimonio”. Y una de esas miserias es la manera en que ciertas madres suelen secuestrar a los hijos a cambio de plata.

Pensé durante mucho tiempo que lo que se iba a derrumbar era la civilización, pero el que se derrumbó fui yo. Fue la tarde en que no pude ver a mis hijos.

Alexandra Kohan en una nota brillante publicada en la revista Polvo y titulada La Madre: el tabú de la feminidad, da cuenta de este fenómeno: “Que los niños son rehenes de sus padres separados se ha repetido hasta el cansancio. Pero se elude, sin embargo, pronunciar la palabra secuestro. Apoyo la igualdad de género en lo que a derechos y obligaciones se refiere. En ese sentido entiendo que la manutención debe ser igual para ambos progenitores que ambos son importantes e indispensables en la crianza. También entiendo que hay parejas que no necesitan recurrir a la Justicia para arreglar esos asuntos, que el acuerdo existe sin que medien cartas documentos y que, en ese sentido se preservan de la incidencia de terceros en las decisiones de crianza. También sé que hay padres que no se responsabilizan y se ausentan y en esos casos la justicia ayuda. Ahora bien, quiero referirme al modo en que en algunos casos de padres presentes, se superponen los dos planos: dinero a cambio del hijo. Si hay dinero, el padre puede ver al hijo, si no lo hay, no. ¿No es acaso esa la formula del secuestro? ¿Dinero a cambio de liberar al rehén? (…) Me pregunto por qué no existe mas visibilidad todavía sobre el modo en que se manipula y se cosifica a los niños, me pregunto porque está tan naturalizado que una madre es más imprescindible que un padre, me pregunto porque no repudiamos un poco más estridentemente esta forma del abuso infantil y me respondo, un poco conjeturalmente, que advertir la cosificación de los hijos por parte de estas mujeres conduciría a pensarlas en un lugar activo y violento, cuestión de la que, según parece, nada queremos saber”.

Pensé durante mucho tiempo que lo que se iba a derrumbar era la civilización, pero el que se derrumbó fui yo. Fue la tarde en que no pude ver a mis hijos. La justicia y la burocracia suelen ser hermanas gemelas y, en los casos de familia, hay un consenso: el padre es el macho proveedor y la madre es cuidadora y protectora. El padre es alguien que viene de visita, como un visitador médico. A veces alguien te dice: cuando te liberes de los niños nos vemos. Pero yo no me libero de los niños, mis hijos me liberan. 

FC

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