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Fabián Casas Cuadernos de invierno

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Puede pasar mucho tiempo, podemos cambiar de siglo, tener aparatos minúsculos e inteligentes, cambiar de sexo, de religión, pero mientras estemos viviendo en una polis, Roberto Arlt volverá siempre con la potencia de un cross a la mandíbula. 

Okupas, esa serie que Bruno Stagnaro realizó por una “probation” de Tinelli (le debía guita al Estado y, para condonar la deuda, pagó la producción de la serie), es una reescritura magistral de El juguete rabioso, la historia de un chico –Ricardo- que intenta entrar en la vida delictiva traicionando, a veces, a sus amigos más queridos. 

Okupas tiene un capítulo dos de antología. Donde captura la deriva de la juventud. Esas largas caminatas con tiempos muertos, esos diálogos fantásticos que hacen que el espectador piense: “Me parece que mi lenguaje perdió poder”. Porque uno de los personajes de Okupas es el lenguaje. Este capítulo dos me hizo acordar a el capitulo dos de We are who we are, de Luca Guadagnino, donde de manera plástica la cámara capta el deseo juvenil utilizando el tiempo como si fueran inmortales. Pero Okupas viene de Pizza, birra, faso –la película de Caetano y Stagnaro que me dejó ese chiste genial: “¿A vos te cogen en Banchero?”- y tiene también influencia de Trainspotting, pequeña joya de la juventud quemada por las drogas en Escocia. De hecho, Ricardo –un brillante De la Serna- termina con el pelo rapado y corriendo al igual que Renton, el personaje de Ewan McGregor. 

Viendo Okupas uno puede pensar que sus personajes son gente que cayó del sistema. El problema es que el capitalismo no te deja caer nunca del sistema. Joaquín Giannuzzi lo vio claro en Basuras al amanecer: “Esta madrugada/en la calle/dominado por una especie/de curiosidad sociológica/ hurgué con un palo en el mundo surrealista/ de algunos tachos de basura./ Comprobé que las cosas no mueren sino que son asesinadas./ Vi ultrajados papeles, cáscaras de frutas, vidrios/ de color inédito, extraños y atormentados metales,/trapos, huesos, polvo, sustancias inexplicables/ que rechazó la vida/. Me llamó la atención/ el torso de una muñeca con una mancha oscura,/una especie de muerte en un campo rosado./ Parece que la cultura consiste/ en martirizar a fondo la materia y empujarla/ a lo largo de un intestino implacable./Hasta consuela pensar que ni el mismo excremento /puede ser obligado a abandonar el planeta”. 

John Cassavetes solía invitar a comer a su grupo de amigos con los que hacía obras de teatro y películas (Peter Falk, Ben Gazzara, etc.) y después del morfi se ponían a escribir en el papel que usaban de mantel (como en Pipo!) los guiones que, si se les daba la gana, salían a filmar en el momento. Okupas tiene algo de eso. De esa inmediatez. Uno tiene la sensación que Stagnaro permite que los actores se emancipen mientras están actuando. Es decir que cuando vemos Okupas estamos viendo también –pero sin saberlo en el plano racional- la metafísica de la praxis de la serie. 

Los personajes de Okupas son inestables, lo cual los vuelve inquietantes. El grupo de amigos principal se están peleando cada dos minutos y al rato se aman otra vez. Pueden ser hostiles, bravos, buenos, cínicos e intensos y sin embargo cada uno es una singularidad. Hay en Okupas algo también del Chavo del 8: por ejemplo ese personaje del paraguayo Peralta (Augusto Britez, crack), que es el padre de la novia de Ricardo, que se parece a Don Ramón y que nunca se sabe de qué mierda trabaja pero que mantiene un humor constante aún en situaciones límites. Okupas no es solemne, tiene gags geniales. La solemnidad te liquida. Stagnaro no juzga a ningún personaje. ¿De dónde sacó a la Turca? Esa mujer que es una mezcla de Gran Hampa de Hijitus y la madriguera de Kafka, encerrada detrás de una pared y hablando y fumando, a la que apenas vemos por un hueco del tamaño de un ladrillo. Qué estupidez pensar que la realidad es algo estable y se puede asir, que se puede ser realista cuando estamos en un planeta que gira en el espacio negro e infinito. 

Okupas no es solemne, tiene gags geniales. La solemnidad te liquida

Otro de los personajes clave de Okupas es la casa que parece no terminar nunca. Es imposible saber cómo es en definitiva. Tiene altares subterráneos, puentes, paredes huecas, terrazas que se interconectan, polígonos secretos de tiro y una salida de emergencia que comunica con las alcantarillas de la ciudad. Es decir que la casa no termina nunca, Okupas sucede debajo de nuestros pies. 

Bruno Stagnaro es un artista extraordinario. 

La historia se repite dos veces, primero en el planeta Tierra y después en Netflix. 

Qué vamos a hacer cuando termine la música, se preguntó Nietzsche hace mucho. Esa es también una de las preguntas de Okupas. Hay música por todos lados (Tonto corazón, que aparece de manera diegética, de Santiago Motorizado y cantada a dúo con Vicentico, va a ser un hit tremendo) y sobre el final, el único tema de los Stones que perdura de la edición anterior, pone un corolario intenso y emotivo sobre imágenes hermosas mientras los amigos entierran a su juventud. 

Escribió Paul Nizan: “Yo he tenido veinte años, no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida”.

FC

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