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Cuadernos de otoño Opinión
Pixies: un hermoso error

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En un momento central de la película Capitán Fantástico, Ben, el padre de familia que ha intentado educar a sus hijos por fuera del sistema, habla en el funeral de su esposa –ella se ha suicidado- y dice con respecto a la relación que los unía que fue un “hermoso error”. Algo de esto me resuena siempre que pienso en Pixies, la banda de Boston que comanda Frank Black y que tuvo un primer paso meteórico entre el 87 y el 93, dejando seis discos tan potentes, sincréticos e inolvidables como la brevedad de sus canciones. 

Porque así como a veces se produce un hueco en el espacio tiempo y se abre un portal por donde se puede pasar a otro mundo, así el capitalismo produce una grieta y por ahí se introduce un anomalía. La música de los Pixies es imposible de pensar que exista en nuestro mundo seriado, estándar, colonizado por la banalidad. ¿Por qué es tan poderosa? En principio porque uno imagina que la poesía tiene que haber surgido con un salvaje tocando un tambor ritual. El lenguaje poético es prelógico y está puesto siempre en estado de pregunta aunque parezca afirmar algo. Hay algo en la música de los Pixies que nos recuerda por qué no podemos dormir por las noches. 

Cuando la especie se juntaba en torno al fuego para comer y contarse historias, era visible desde lejos por los depredadores y los miembros de tribus enemigas, entonces tuvieron que domesticar al chacal dorado –un antecesor de nuestros perros- para que éste, a cambio de algunos bocados, no  sólo no nos atacara sino que también nos avisara cuando se acercaba el enemigo. Y el insomnio es un resto atávico de ese miedo a dormir. Pero cuando pudimos dormir soñamos y cuando soñamos el inconsciente crea canciones memorables que no están sujetas a la lógica de la vida ordinaria. 

La música de Pixies es atávica, haikus eléctricos que suben y bajan, de golpe son lentas y después ascienden hasta el paroxismo y son profundamente eróticas. Están más allá del bien y del mal: es decir que están más allá del bien. En Wave of mutilation alguien grita: “manejé mi coche hasta el océano, pensarás que estoy muerto, pero todo se fue en una ola de mutilación”. En Bone Machine, alguien dice: “estás tan bonita cuando me sos infiel, tus huesos son una máquina letal” o sugiere, en la canción Cactus: “Ensangrentá tus manos en un cactus, secalas después en tu vestido y enviámelo”. 

Mientras muchas bandas parecen hechas por casting, fabricadas en estudio, los Pixies son el anti casting, Joey Santiago –un guitarrista extraordinario, delirante y llamativamente emotivo- nació en Filipinas y emigró con su familia a Estados Unidos, Charles Kitridge Thompon IV nació en Long Beach, California, siempre tuvo problemas con el sobrepeso y tiene una voz que puede parecer provenir de un video juego o del corazón de la especie, es el compositor central de Pixies y se hace llamar Frank Black o Black Francis, dependiendo del estado de ánimo. Kin Deal es una mujer llamativamente misteriosa, quizá el único miembro de la banda que roza la belleza hegemónica y fue ella la que trajo a Dave Lovering –el batero que tiene como hobby hacer espectáculos de magia- y que en su juventud tenía la cara trivial de un actor porno. 

Los pixies mixturan palabras sacadas del antiguo testamento, historias de la ciencia ficción –extraterrestres, ovnis, zonas desiertas de un país imperialista- y tienen influencias que van desde a Hüsker Dü a Peter Paul y Mery y la música Surfer. Pero lo más potente es el sentimiento que irradian, cómo un tema puede ser emotivo pero también siniestro. A mi mamá le gustaba siempre torturarnos con la idea de que nuestro padrino Bruno –que había venido de Italia y vivía con nosotros- alguna vez iba a volver a su país . Solía hacer eso a veces cuando cenábamos con mis hermanos. Nosotros le decíamos : no, mamá ¿Por qué va a volver si ahora somos su familia? Y ella decía: Porque también dejó amigos allá. Y entonces la cena escalaba en un llanto de los tres y entonces mi madre nos abrazaba y nos decía tranquilos, tranquilos, no se va a ir. ¿Por qué hacía eso? Cuando lo recuerdo me cuesta entender que se festeje el día de la madre. Pero esa sensación que yo tenía de pérdida y alivio –que mutaba de un momento a otro- me hace acordar a las canciones de los Pixies. 

Doolittle, la obra maestra de los Pixies habla, entre otras cosas, de que si pudiéramos hablar con los animales tal vez ellos nos podrían contarnos algún secreto, ya que están más unidos a la tierra que nosotros. Porque básicamente cuando decidimos esconder la mierda en un hoyo surgió la cultura y el Malba. Los animales cagan donde quieren. Hay una canción en este álbum que es genial, se llama There Goes my Gun y está hecha sólo de gritos de alertas: alguien que grita “Yoo Hoo”, cuando ve que un extraño se acerca a su casa y le hace saber que lo está viendo y por eso después le grita: “Look at Me”. Y después: le pregunta “¿Friend o Foe? ”Y entonces dispara su arma. Con eso sólo Frank Black hace una canción. 

El fin de semana pasado Pixies tocó en el Primavera Sound. Es difícil derrotar a la estupidez que rodea a estos eventos: los escenarios inmensos, las marcas por todos lados, la gente poniendo el celular delante de tu cara para grabar algo que no se permiten sentir en su cuerpo, a riesgo de que muera con ellos, lo cual significaría adquirir experiencia, pero los Pixies lo lograron. Fueron mortales en medio de la inmortalidad. Ahora en vez de Kim con la bajista Paz Lenchantin en el bajo. Y con Frank Black más parecido al cuñado de Walter White que trabaja en la DEA pero con la voz intacta y la presencia imponente de alguien que toca en estado de presente. Había poesía en la tierra antes de nosotros y habrá poesía en la tierra cuando nos vayamos, en el medio de este trayecto, están las canciones de los Pixies. Dejaron un escenario en llamas cuando se fueron y a Jack White sólo le quedó la posibilidad de dar una clase de gimnasia. 

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