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Pura Espuma
Opinión
Plan nacional de obediencia

Juan José Becerra Pura espuma rojo

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El espíritu del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene un poco de patrullero de la Policía Federal Argentina de la vieja guardia, bastante del directorio de carcamanes que calientan los sillones antivuelco de la Real Academia Española de la Lengua, un poco de clero conservador asustadizo y mucho de una utilización militar de la autoridad, basada en las ventajas de la jerarquía y enemiga acérrima de la persuasión. Si detrás de todo eso alcanzan a asomarse las orejas de la educación, será como un pretexto para poner en marcha el Plan Nacional de Disciplina. 

Esta especie de sadismo contra los alumnos, los maestros, los edificios y el propio sistema de educación pública es llamativo porque se lo ejerce en nombre de sus beneficios. Se lo hace invocando con una insistencia preocupante, medio revirada, el abstract de la gracia educativa. La Ministra Soledad Acuña es un bot sarmientino que no puede parar de repetir los mantras del siglo XIX. No puede. Es una memoria de lo trillado que sitúa a la educación en lo más alto de la escala de las ilusiones públicas, a cambio de relativizar, a veces negándolas, las existencias de escala humana. Que la educación pública triunfe, por favor, pero en la medida de lo posible sin maestros ni alumnos.

La exaltación de la idea de la educación evitando los hechos de la educación inscribe los sueños del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en una corriente de perversión platónica. En ese limbo, se intentan evitar las relaciones con los alumnos, los padres de los alumnos, los maestros (quizás también los padres de los maestros), para que gire de un modo cada vez más enloquecido la rueda de la indiferencia.

Pero hay una relación posible. Es la de Jakov Von Guten con Herr Benjamenta, del Instituto Benjamenta, inmortalizados por Robert Walser en Jakov Von Guten (¡de 1909!). Pasaron mil años y, sin embargo, algo queda de aquellos vínculos sórdidos en las aulas de Buenos Aires. En primer lugar, lo que queda es la cerrazón para no entender la juventud sino como un precedente biológico de una adultez productiva y servil. 

Cuando el pequeño Van Guten se presenta en el despacho de Benjamenta, éste lo echa y lo hace entrar de nuevo porque se ha olvidado de hacer la “reverencia”. Pero una vez que se habitúa a saludar con temor, Van Guten reflexiona: “Ahora estoy tan bien adiestrado que ese: ‘Buenos días, señor’ me sale como si nada. Por entonces odiaba esa manera sumisa y cortés de comportarse”. A tal punto, que en esa misma escena Van Guten le cuestiona a Benjamenta, gestor y beneficiario material de una educación para la obediencia, “no tener un plan de estudios”. Inmediatamente comenzaron a “llover las palizas”.

El espíritu “perfeccionista” de Soledad Acuña que parece impregnar su área es una importación del universo de la educación paga. Se intenta, antes que nada, no lidiar con los obstáculos sociales de lo público, para lo que hay que reducir las diferencias como en los contratos entre partes. Los reclamos, en cualquiera de sus matices, son inadmisibles porque ese espíritu de “perfección” (mandar, y que te obedezcan de una: el sueño “perfecto” de la autoridad irracional) se combina con otra tradición que es la de la ampliación de los vínculos entre autoridades educativas y alumnos hasta llevarlos a un régimen de empleador-empleado. Es el reemplazo del Padre del Aula por Henry Ford.

El trato, en el sentido más doméstico, que le da la Ministra Acuña al alumnado y al profesorado de su sistema es pariente de las exigencias del just in time y de una ansiedad cabalgante de precarización. ¿Tienen para anotar? Anoten: recuperación con perfil de escarmiento de las horas perdidas, apretadas con subas y bajas de AUH, desinversión, alimentación de mala calidad, paritarias a la baja, presión penal, pasantías gratarolas en lugares que no son la NASA (ni los baños de la NASA), notificaciones policiales nocturnas, redadas. Es difícil ver en ese show otra cosa que no sea un teatrito escolar en el que el Gobierno de la Ciudad juega al antagonismo de Capital Vs. Trabajo, encarnados en sus respectivos avatares. ¿Por qué hay tan poca educación en ese número que Acuña se resiste a desmontar? Como si el negocio cultural de su política no fuese el de educar, ni siquiera al modo retardatario del viejo sarmientismo, sino el de cas-ti-gar. 

El castigo es la moneda universal del deslizamiento de la política hacia no podemos imaginar qué tipo de horizontes. Es lo que José Luis Espert condensó en la palabra “bala”, queriéndole dar al castigo de cualquier cosa por cualquier medio una pretensión metafórica. Pero, como diría Borges, lo más importante de la metáfora es que el lector la perciba como metáfora y no que se la embarre de literalidad, lo que no parece ser la percepción de los refinados “lectores” de Espert, hoy indignado porque le pegaron un sopapo a un cuñado. ¿Bala sí, sopapo no? Ah, es tan difícil para el neofascismo “moderno” aceptar una violencia… menor.

El castigo, y no el de aulas adentro sino el castigo aleccionador, abierto al público, para que nos pronunciemos Horacio Rodríguez Larreta, el Dipy, el Muñeco Gallardo, yo, el Gato Silvestre, mi abuela, Maslatón, etc, es un recurso de desplazamiento muy eficaz por el que se habla de una cosa por medio de otra. Por ejemplo: se habla de una cultura del castigo a la irrupción de cualquier brizna de desacuerdo a través de la educación. La educación es el túnel iluminado con pantallas led y plagado de banners bienpensantes (la publicidad engañosa del progreso “personal”) que hay que atravesar para debatir en las sombras mentales de la cultura qué nivel de censura, represión y desprecio social hay que manejar para darle a los alumnos un “futuro”, en el sentido de una sobreadaptación a las injusticias y a las diversas modalidades de la obediencia.

El programa de ese futuro, lo describe muy bien Jakov Von Guten el primer día de clases: “Aquí se aprende muy poco. Falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada”.

JJB

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