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YO, LIBERTARIO

Postales de otra desmesura

Jonas Mekas, diarista, reportero, cronista y documentalista.

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Tengo en mi mesa de luz tres libros escritos con una absoluta libertad formal y expresiva, una actitud realmente libertaria que se encuentra a años luz de quienes hoy balbucean la palabra libertad sin saber de qué se trata: Ningún lugar adónde ir, Cuadernos de los Sesenta y Destellos de belleza, de Jonas Mekas, de cuya muerte se cumplieron cuatro años el pasado 23 de enero. Mekas fue desde su infancia y adolescencia un prolífico diarista, reportero y cronista antes de volverse el documentalista experimental dedicado a registrar en sus películas-diario todo lo que ocurría a su alrededor. Confieso que sus textos me resultan más fascinantes que algunos de esos documentales que pueden requerir horas o días de labor para verlos, no digamos hasta el final porque a veces con un fragmento es suficiente, sino incluso en parte. Hay en ellos una defensa sin atenuantes del arte aficionado, no-profesional y espontáneo: “El diario en el arte es el formato más personal y democrático”, escribe Mekas. “Quien elige llevar un diario en el mundo del arte es alguien abierto a todas las posibilidades, que no descarta nada, porque todo eventualmente encuentra su uso”.

Será difícil encontrar en estos escritos ese narcisismo de autor/a que se regodea en relatar en primera persona lo que pensó al mirarse en el espejo del baño al levantarse por la mañana antes de preparar su desayuno con café y medialunas, como si esa “anécdota” tuviera alguna importancia. Mekas sí tenía qué contar, porque le pasó (casi) de todo en la vida, especialmente cuando tuvo que enfrentar la ocupación de su Lituania natal primero por los nazis y después por los soviéticos. Ocho meses de trabajos forzados en un campo alemán en los suburbios de Hamburgo, bombardeos, un intento fallido de llegar a Dinamarca, trabajos en una granja empujando carretillas cargadas de bosta de vaca, frío, pies congelados, sobrevivir en campamentos de refugiados, viajes a través de territorios devastados por la guerra, otro intento fallido de emigrar (a Israel) en la posguerra, al fin llegar a Brooklyn en barco y con hambre, luego una frustrante búsqueda de trabajo y un deambular sin rumbo hasta que se pudo abrirse camino entre la comunidad de artistas de Manhattan a partir de la compra de una cámara Bolex.

Documentar su nueva vida por escrito en un cuaderno o en film mediante esa cámara que llevaría a todas partes se convirtió en su principal obsesión y fuente de goce. Motivos no le faltarían, porque Nueva York, la Meca de Mekas, fue desde fines de los 50 el epicentro de una explosión de creatividad que el cronista pudo presenciar, y de alguna manera potenciar, desde su llegada. Una vez que se instaló en el mítico hotel Chelsea, cerca de la habitación de Janis Joplin, las anécdotas fluyeron como agua de manantial. Amigo de Andy Warhol y también de Valerie Solanas, quien le disparó tres tiros a Warhol en 1968, supo ser confidente de ella cuando estuvo presa por “asalto culposo” y pudo decir que conoció bien de cerca esa infortunada pasión por asesinar a la “mujer incompleta” (como todo macho) que Solanas veía en Warhol. “No estaba loca”, dictaminó Mekas. “La describiría como a una feminista dostoievskiana fanática. Mi vida siempre ha estado dominada por una atracción hacia las personas extremas y desequilibradas”.

El registro en diario o crónica de esos años parece tan inestable como una cámara en mano, pero los testimonios de aquella atracción son irrefutables. Por sus memorias desfilan Allen Ginsberg, William Burroughs, Susan Sontag, Timothy Leary, John Lennon y Yoko Ono, entre otras, en forma de diálogos, entrevistas, reseñas y manifiestos, como “En defensa de la perversión” en el que Mekas proclamaba: “En una sociedad bastarda, estandarizada, conformista y enferma, la perversión es una fuerza de liberación. Ser beat hoy es ir contra la normalidad y el conformismo, ser inmoral, ser perverso”. Y esto lo decía en 1958.

En Cuadernos de los Sesenta se cruzan reseñas de happenings y de danza, comentarios de conciertos de John Cage y de películas del New American Cinema con fotos y posters de época junto a largas conversaciones con artistas publicadas prácticamente sin edición, para conformar un inmenso collage deseante que parece querer abarcar la totalidad de lo que Mekas vivió al llegar a esa ciudad que adoptó como su hogar de exilado. “El trabajo del cronista nunca acaba, lo guarda todo, es un ojo abierto, es el balde de basura en el que todo cabe y todo lo recibe”, afirmaba. Aunque ese recipiente de residuos tenía un filtro, un sesgo en la mirada que invertía el canon y las jerarquías para dejar abajo lo profesional o comercial y poner arriba lo subterráneo, improvisado y amateur: “El no-arte del material crudo es más potente en su estado aleatorio que el resultado final”.

Los límites de esa desmesura se harían visibles en sus diálogos con Pasolini, a quien Mekas expondría su fantasía –que él mismo admitía “exagerada”– de que todas las cámaras caseras de 16 mm y 8 mm que había en los hogares de Estados Unidos en los años 60 fuesen “liberadas” –es decir, expropiadas– y redistribuidas entre la gente que deseara hacer películas para “quitarle el cine a la industria y a Hollywood”. El lúcido y desencantado Pasolini tenía sus dudas y le preguntó cuántos millones de máquinas de escribir habría en ese país y si creía que redistribuir esas máquinas para que las usara el pueblo también haría alguna diferencia. O por qué pensaba que el cine sería una mejor herramienta para la revolución que la literatura. Ingenuo pero valiente, Mekas mantuvo su postura vital hasta los 97 años: el proceso, aquello que se juega en el ademán de poner el cuerpo en escritura o imagen, siempre será más interesante que el resultado. Preferir lo crudo a lo cocido, el momento en que se afinan los instrumentos al concierto en sí. Por mi parte, disfruto la edición capaz de pulir y dar más brillo al material en crudo, pero no puedo dejar de admirar esa desmedida apuesta por todo lo que surge en el instante. 

OB/DTC

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