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QUÉ ESCUCHAR

Los premios

Veronique Gens

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Una de las cantantes tenía la voz más cristalina y brillante. La otra poseía un timbre más oscuro. Aterciopelado, dirían los amantes de las metáforas. Madame Dugazon y Madame Saint-Huberty fueron las estrellas de la Opéra-Comique y de la Opéra de París a fines del siglo XVIII. No se sabe si se odiaban o no. Sí que jamás cantaron juntas.

Véronique Gens, nacida en 1966, debutó a los 20 años, cuando aún estudiaba en el Conservatorio de París, como cantante en el grupo Les Arts Florissants, uno de los más importantes en el estudio y la aplicación de las prácticas interpretativas del barroco francés y en el auge de ese repertorio a partir de las últimas décadas del siglo pasado. Y dos años después, en una grabación de The Fairy Queen, de Henry Purcell, compartía el elenco con otra de las grandes cantantes de su generación, la soprano Sandrine Piau, nacida en 1965, que también había conocido a William Christie, el director del grupo, en el Conservatorio –donde estudiaba arpa–.

Gens y Piau actuaron juntas infinidad de veces. Y grabaron, el año pasado, el disco que acaba de ganar el premio Gramophone, el más prestigioso en el ámbito de la música clásica, en el rubro “voz con ensamble”. El disco se titula, obviamente, Rivales, y recorre el repertorio de arias y dúos de ópera que la Dugazon y la Saint-Hubert cantaron (aunque nunca juntas).

Gens construye un cuadro de dramatismo supremo en una escena de Ariadne dans la l’isle de Naxos, de Jean Frédéric Edelmann; Piau corta el aliento –de quien escucha– en “Se mai senti”, de una ópera temprana de Christoph Willibald Gluck, La clemenza de Tito, que más adelante él recicló en Iphigénie en Tauride. Y ambas deslumbran –y empastan/contrastan como los dioses (o las diosas)– en piezas de Johann Christian Bach y Nicolas Dalayrac. La notable orquesta barroca Le Concert de la Loge –con cuerdas de tripa, flautas de madera y ty cornos sin pistones– fundada y dirigida por Julien Chauvin, es, eventualmente, parte indisoluble de la fiesta, al igual que la exquisita grabación del sello francés Alpha. Pero donde se encuentra la raíz del premio (los otros candidatos en la categoría eran Contra tenor, un recital del extraordinario tenor Michael Spyres, y una colección de arias del bel canto francés por la soprano Lisette Oropesa) es en uno de los caballitos de batalla de la crítica especializada internacional: la imaginación a la hora de elegir el repertorio. Las rivales de Gens y Piau traen a la vida una serie de obras y compositores ­–Monsigny, Loiseau, los mencionados Dalayrac y Edelmann– que, junto con los (apenas) más conocidos Gluck, Grétry y Cherubini conforman un universo estético tan interesante como bello.

Pero Gens, la “artista del año”, editó un disco más en 2023, su versión (ahora de referencia para el futuro) de La voz humana, una de las obras más geniales y atípicas del siglo XX. Una ópera situada por afuera de todos los “ismos” de su época, tan alejada del pasado como de su presente, donde uno de los personajes está del otro lado del teléfono y su voz solo puede ser adivinada en las réplicas de esa mujer que esperó el llamado cinco años y que escucha a quien la ha abandonado. Francis Poulenc, brazo musical del surrealismo en los años 20, artífice mayor de la canción menor y autor, en 1943, de una cantata llamada Figure humaine –ocho poemas de Paul Éluard que concluían con el famoso “Liberté” y con la nota más aguda escita jamás para una soprano de coro–, prohibida por el gobierno colaboracionista. Con un miedo indecible a la muerte y atormentado por la culpa que le producía su homosexualidad, Poulenc se convirtió en lo más parecido a un militante musical del catolicismo después de la crisis mística que siguió a la depresión causada por la muerte de su pareja, Lucien Roubert, en 1955.

Los años de la enfermedad de Lucien fueron los mismos en que compuso Diálogo de carmelitas, una ópera en que un grupo de monjas rebeldes a la Revolución de 1789, discuten sobre problemas existenciales y sobre la naturaleza de la fe y acaban decapitadas en uno de los finales más estremecedores de la historia del teatro musical: el coro va perdiendo una voz en cada estrofa y el sonido de la guillotina puntúa el relato musical.

Después de la depresión, de un colapso nervioso y de una internación en una clínica en las afueras de París, Poulenc asistió al éxito de su ópera y comenzó una nueva relación sentimental con un exsoldado, Louis Gaultier. Y, en 1958, compuso, junto con su amigo Jean Cocteau, La voix humaine. En muchos momentos la voz, sola –y llena de soledad– alterna con la orquesta. Se contestan mutuamente. La comunicación se interrumpe. Al comienzo hay una llamada equivocada. La interpretación de Gens –que va mucho más allá del canto– junto con la Orquesta de Lille, con dirección de Alexandre Bloch, es ejemplar. Y el disco se completa con la Sinfonietta, un divertimento escrito en 1947 remedando la liviandad de su estilo de los años locos. 

Otros discos premiados que merecen especial atención son los Quintetos para cuerdas de Mozart por el violista Antoine Tamestit junto con el Cuarteto Ébène, la obra coral de John Cage por el Coro de la Radio Letona con dirección de Sigvards Klava, la genial Nurit Stark en violín y viola haciendo obras para instrumento solo de autores húngaros –Bartók, Lijgeti, Veress y Eötvös–, el pianista Krystian Zimerman interpretando a Szymanowski y las Sinfonías 4 y 5 de Nielsen por la Orquesta Sinfónica Nacional de Dinamarca dirigida por Fabio Luisi.

DF

Diego Fischerman es autor del blog El sonido de los sueños: https://xn--sonidodesueos-skb.com/ 

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