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Opinión
Sabag Montiel, hijo legítimo de la economía popular

Sabag Montiel, en el subte de Buenos Aires y camino a vender copos de azúcar.

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Fernando Andrés Sabag Montiel es un hijo legítimo de la economía popular realmente existente. Trabajador por cuenta propia, vendedor callejero de copos de azúcar, inquilino de un mono-ambiente localizado en Villa Zagala, partido de General San Martín y con pasado laboral como chofer de aplicación. Pareja con quien comparte emprendimiento de venta callejera y gestiona una página en OnlyFan, se pronuncia contra “los vagos” que cobran planes, sin dejar de reconocer que ella misma fue en el pasado reciente beneficiaria de alguna asignación social. “Estaba preocupado por el dólar, por la economía”, dijo Brenda Uliarte antes de ser detenida como participe del intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.  Datos deshilachados que recibimos durante las primeras horas posteriores del intento de magnicidio. Caracterización sociológica necesaria sobre las condiciones de expansión de los discursos de odio en zonas de la sociedad donde crece la degradación urbana, social y laboral. Caracterización rudimentaria, básica, incompleta y riesgosamente sociologista pero a modo de alerta. Los discursos sobre el discurso del odio corren el riego de llevarse por delante la sociedad y tramar una política moral sin cambio social.

Como las condiciones de vida no están igualmente repartidas tampoco las emociones que sustentan el odio. Las condiciones de eficacia de esos discursos son muy heterogéneas. La sobre-integración de señoras acomodas de Recoleta y la sub-integración de trabajadores precarizados. El miedo a perder privilegios y la rabia por que no se los tendrá por culpa de otros. El anti-peronismo clásico de las clases medias altas urbanas y el anti-populismo popular de los precarizados.  

Escribimos acá con Pablo Seman: “La sociedad argentina salió de la pandemia con una ideología más fuertemente familiarista y anti-estatista, muy lejos de los sueños del 2001 y de las realidades del 2002, que mezclaban políticas de un Estado social financiadas con retenciones, movilización colectiva y medidas pro tejido industrial”. Para parte de la población, las intervenciones estatales (ayudas monetarias de emergencia) significaron un quiebre biográfico, que lejos de producir un reconocimiento hacia el gobierno alimentaron su encono.

La pandemia arrojó un saldo demoledor para relación entre parte de la sociedad y la política. A más Estado más bronca contra el gobierno y sus representantes. El anti-populismo popular de los precarizados se enciende más con el IFE y sus variaciones que con las palabras de Luis Majul o Joni Viale en el primetime de La Nación+.

La inflación no es un contexto, es parte del proceso que envuelve a Sabag Montiel y sus acciones. La lectura en clave de derechización política de esta fracción del electorado resuelve muy rápido -en términos interpretativos- el proceso profundo que implica la experiencia de alta inflación en clave de ajuste y desorden y su impacto en una expectativa que achica su horizonte (cada vez más centrada en la lucha contra la inflación) a medida que el futuro se percibe de manera cada vez más negativa. El consenso social anti-inflacionario fiscalista se expande y propone demandas de ajuste y achique del Estado y de la política en versiones moderadas y extremas (escribimos con Esteban Foulkes sobre esto aca).

Un gobierno nunca está a la altura de una sociedad que demanda que realice un ajuste igual que lo hace ella cotidianamente. La inflación como proceso social alimenta una moral donde la sociedad se encuentra tendencialmente por arriba de la política, donde la primera se vuelve contra la segunda y sus símbolos más poderosos.

La socióloga Evangelina Caravaca encontró en su trabajo de campo para un proyecto de conjunto entre la EIDAES y la Revista Anfibia de la UNSAM desarrollado en el mismo partido donde vive Montiel Sabag las siguientes inquietudes existenciales entre vecinos preocupados por la inseguridad. El contexto es favorable a que no importe qué se hace si de lo que se trata es escapar a sentirse un boludo y “decir basta”. En sus notas Evangelina se pregunta: ¿somos conscientes cuán comprometidas están las personas en escaparle a ese sentimiento? Cagar a patadas a un chorro puede no tener eficacia punitiva, pero si rendimiento moral, la violencia permite “salvar la cara” en una situación fuera de control, amenazante y degradante.

El cuentapropismo económico y el cuentapropismo existencial: juntar la moneda y juntar razones para darle sentido a la vida. Vender copos de azúcar y decir basta. Lo primero a través de un peso devaluado y lo segundo a través de una Bersa cargada que, por suerte o por milagro, no se disparó.

AW

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