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Opinión - Los cuadernos de invierno

Septiembre es el mes más cruel

Fabián Casas Cuadernos de invierno

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Un hornero que hace su casa en un poste de luz es una traducción del hornero que hace su casa en el árbol, en el campo. Nunca me acostumbré a la idea de que la traducción es algo imposible, algo que remite a ese dicho de “traductor es traidor”. Es decir que el traductor está traicionando al original. Creo que básicamente el mundo funciona por traducciones. Y que la novela –escrita en prosa, en verso, de atrás para adelante, como quieran- es la muestra cabal de que la traducción es posible. Yo entiendo muy pocos idiomas –inglés, portugués, italiano- es decir que a veces trato de leer en el idioma original si me parece que la traducción que estoy leyendo lo amerita (porque no la entiendo, porque me parece rara), pero siempre prefiero leer en traducciones. Creo en eso, en la traslación. 

A veces, para mis clases, si veo que voy a trabajar un texto que no tiene traducción o tiene traducciones que no me gustan por completo, las hago yo, poniendo siempre adelante la indicación a mis alumnos de que lo que van a leer es un cover y les paso el original para que lo cotejen. Una vez propuse un experimento que terminó en un libro: traducir un poema de Charles Simic –El congreso de los insomnes- y que los alumnos lo hicieran supieran o no inglés y que se ayudaran con amigos, con los traductores automáticos o solamente escuchando el sonido de las palabras y vieran a qué les remitía. Cuando cada uno terminó la traducción –fueron como 35 versiones del mismo poema- les pedí que escribieran un ensayo sobre cómo la habían hecho. El libro se llamó Traduciendo el Insomnio y, los que lo quieran, me paran en la calle y me lo piden. 

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Enfrente de mi casa vivía mi amigo Piero, que era el hijo de los porteros del edificio. Cada vez que me iba a “jugar” con Piero mi mamá me decía que lo cuidara mucho porque él era el hijo de unos padres que lo habían tenido ya de grande, que les había costado concebirlo. Mucha presión. Sobre todo porque cuando yo llegaba a la casa, Piero me esperaba para subir a la terraza del edificio y hacer algo que nos encantaba: atravesar la manzana saltando de techo en techo –deberíamos tener 12 años- hasta llegar a un PH del que nos descolgábamos por el pasillo –era un conventillo con la puerta de calle siempre abierta- y podíamos volver a pisar el suelo. 

Piero tenía unas revistas de Mickey que en Italia se llamaban Topolino. En mi casa vivía mi padrino Bruno que era italiano y me hablaba en ese idioma desde chico. Así que cuando Piero me prestaba las Topolino, yo las leía con Bruno y así empecé a traducir. En una época me fanaticé con Cesare Pavese y traté de traducir sus poemas largos, prosaicos, que eran una respuesta al hermetismo Montaliano. Recuerdo que le llevé las traducciones a mi padrino junto con el libro en italiano y al rato él me las devolvió diciéndome que “le costaba seguir el italiano”. Perder el idioma materno es un síntoma extraño. Una noche, en Estados Unidos, soñé que mi mamá –que ya había muerto- estaba en una cárcel de máxima seguridad. En el sueño, yo la iba a visitar y ella me recibía detrás de un vidrio inmenso en cuyo extremo había un teléfono para que las visitas habláramos con los internos. Mi mamá tenía puesto un overall naranja y había un guardia detrás de ella, mascando chicle. Ella me hizo señas para que agarrara mi teléfono a la par que ella tomaba el suyo. Pero su voz no me llegaba clara. Era desesperante. Entonces mi mamá se daba cuenta de mi nerviosismo y se acercaba al vidrio y lo empañaba con su aliento y escribía en él, con su dedo, la hora y el día en que iba a resucitar. 

Entendí ese sueño como una añoranza no sólo por mi madre, sino por mi idioma materno. Yo estaba viviendo en un lugar donde la mayoría hablaba inglés. Al principio me costaba hablarlo y eso era un verdadero estrés porque la beca me obligaba a dar clases. Por eso yo escribía mis clases en español, las traducía y después las memorizaba –a grande rasgos- en inglés. Mis alumnos lloraban de risa y solían venir con pañuelos de papel para limpiarse los ojos porque se tentaban mucho. Me acuerdo que una noche estaba viendo por una pequeña televisión que tenía en mi cuarto de Iowa el juicio a Bill Clinton. Y que, de golpe, lo estaba entendiendo directamente, sin traducirlo en mi cabeza. Cuando volví a casa después de varios meses, mi novia me decía que, de noche, yo hablaba en sueños en inglés. 

Para mí la debilidad es algo muy potente. Tiene mala prensa, pero la debilidad, aceptar tu debilidad, es una bendición.

La última vez que nevó en Santiago de Chile yo estaba con Antonio Cisneros en un congreso de literatura. Tonio había vivido en los 60 en Londres y había estado traduciendo a los poetas llamados como “El Movimiento”, unos amargos anti Beatles de los cuales el más genial era Philip Larkin. Antonio me regaló un libro que tradujo de versiones de esos poetas. Recuerdo que sus traducciones tenían muchas notas al pie. Una me causó gracia porque en el poema en inglés –el libro era bilingüe- el poeta ponía yellow, pero Antonio en su versión en castellano ponía azul. Cuando ibas a la nota al pie, decía: “Sí, sí, ya sé, es amarillo, pero azul me gusta más cómo suena en castellano”. Me reí. Por lo general los traductores consideran a la nota al pie como una debilidad. Para mí la debilidad es algo muy potente. Tiene mala prensa, pero la debilidad, aceptar tu debilidad, es una bendición. Sensei Funakoshi, el poeta que unificó los golpes del Karate Do, decía que en el arte del karate la debilidad es algo supremo y que sólo el practicante constante sabe de qué se está hablando cuando dice esto. 

“Abril es el mes más cruel, engendra lilas en la tierra muerta”, escribió T.S. Eliot al comienzo de su gran poema The Waste Land. Recuerdo que ese verso se me volvió muy claro cuando me di cuenta que en abril empieza la primavera en el otro hemisferio y que el poeta –a quien el romanticismo se le había vencido en la heladera que tenía en la cabeza- lo que estaba diciendo era que el ciclo del nacimiento de la flores, siempre tan celebrado, podía ser una imagen fatal para otros. Así que ya saben: “Septiembre es el mes más cruel, engendra lilas en la tierra muerta”.

FC

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