El show colonial
Revisando bibliotecas, conocí la vida penosa de Saarthie, Sarah o Sarita Baartman, la mujer de mayor trascendencia de la etnia khoikhoi, maltratada por tener un cuerpo diferente de la prototípica figura femenina de los países coloniales de Europa.
Saarthie nació en la Provincia Oriental del Cabo de Sudáfrica, en 1789, y perdió a su madre cuando apenas tenía dos años; su padre era pastor de ovejas. Se casó con un joven de su tribu, que fue asesinado por un colono holandés y fue explotada por los hermanos Peter y Henrik Cézar, granjeros de Ciudad del Cabo, quienes se asociaron con el cirujano inglés William Dunlop, para incluirla en el circo trashumante que el médico regenteaba en Londres.
Bajo falsas promesas de una vida mejor, estos traficantes de esclavos metieron a Baartman en un barco para llevársela al viejo continente y ganar dinero con ella. La chica era negra y analfabeta. Apenas llegaron a la capital británica la despojaron de su identidad original, la apodaron “La Venus Hotentote” y la convirtieron en un personaje circense, al estilo de la mujer barbuda.
El propósito de los Cézar y Dunlop era exhibirla como atracción secundaria en una casilla vecina a la carpa más destacada de un predio dedicado al entretenimiento, en Picadilly Circus.
Lo que a muchos les resultaba atractivo de la adolescente residía en la acumulación de grasa en sus glúteos, la parte superior de las piernas y los labios vulvares, una singularidad corporal que terminó de arrebatarle su condición de sujeta, que por el color de su piel ya le habían enajenado, y la convirtió en objeto para un público ávido de rarezas humanas. Esta característica física suele aparecer por una predisposición genética de algunas mujeres de tribus africanas, como los bosquimanos y hotentotes, quienes la consideran un valor estético. El mencionado exceso de lípidos se conoce como esteatopigia y es la consecuencia de un largo proceso adaptativo que facilita la retención de calor corporal.
Lo que Sarah sufrió, en definitiva, fue una operación de cacería humana y exposición colonial originada en el sentimiento de supremacía blanca y eurocéntrica, que consideraba primitivas y salvajes a las personas originarias de otros continentes. Su exotismo anatómico la destinó, por obra de la opresión y la desigualdad, a vivir como una monstrua.
Aquella fue la época en que se abrieron numerosos zoológicos, como ferias de especies animales, si bien su tradición se remonta al Antiguo Egipto. Ese ¿espíritu? coleccionista y exhibicionista fue el mismo que impulsó miles de años después a los mal llamados empresarios de artistas de variedades a producir estas tienditas del horror.
Gran paradoja de los estados poderosos: en 1889, en París, mientras se celebraban la libertad, la fraternidad y la igualdad por el centenario de la Revolución Francesa, once integrantes de una familia selkman, de la Patagonia, fueron encadenados y enjaulados para una exposición internacional. La lucha de las organizaciones progresistas logró que se sancionaran las leyes por la que, recién a mediados del siglo pasado, los zoológicos humanos desaparezcan.
Para captar una mayor atención, Baartman era obligada a fumar en pipa, vestir ropa ajustada con plumas y piedras de colores, y permitir que los clientes la llevaran a sus casas para tocarla.
Según un cronista contemporáneo a Baartman, Charles Mattews, “Sarah trabajaba siempre rodeada por muchas personas: una mujer la pellizcaba, un caballero le daba con su bastón, una dama usaba su parasol para comprobar que todo era ‘natural’ en ella”.
Las curvas en su anatomía generaban la curiosidad morbosa de un público que, además de observarla, aplaudía y se burlaba de otras personas que también se mostraban en el circo ambulante: el elegante y diminuto conde Boruwalski, un hombre muy gordo llamado Daniel Lamber y la señora Crackham, apodada el hada siciliana, que medía 56 centímetros de estatura.
Los abolicionistas protestaron por ese triste show, que atentaba contra la dignidad humana, y pidieron que fuera prohibido. Pero los dueños del circo replicaron que la joven sudafricana tenía el derecho de mostrarse a sí misma y aunque se inició un juicio, los acusados fueron sobreseídos cuando Baartman, amenazada, declaró ante la Justicia que había decidido libremente realizar ese trabajo por el que recibía la mitad de los beneficios.
La difusión pública de la sentencia le dio más popularidad al amargo espectáculo y la cantidad de clientes creció. También se realizaron giras por distintas ciudades, entre ellas París, adonde Baartman se trasladó en septiembre de 1814, bajo el tutelaje de Réaux, un empresario de animales salvajes. Según el Journal des dames et des modes: “Se abrían las puertas del salón y se veía entrar a la Venus Hotentote, una venus calipígea (de hermosas nalgas). Le daban caramelos para animarla a bailar y cantar y le decían que era hermosa”. Todo ello por una entrada de tres francos.
Sara Baartman murió el día de los Inocentes, el 28 de diciembre de 1815, a los 26 años, por “una enfermedad inflamatoria y eruptiva”, que probablemente fuera neumonía o sífilis. Su cerebro, esqueleto y órganos sexuales fueron colocados en una vitrina del Museo del Hombre de París, donde permanecieron hasta 1974.
Tras el triunfo electoral de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica, en 1994 el gobierno de Sudáfrica solicitó la repatriación de los restos de Baartman, pero hubo que esperar hasta 2002 para la repatriación y entierro.
Sarah está considerada un paradigma de la victimización por la discriminación colonial contra las mujeres. Sufrió cosificación y fue ridiculizada por ser negra y tener un físico no hegemónico. Incluso hay quienes consideran racista el uso de la palabra esteatopigia, pues sugiere una enfermedad y no una particularidad corporal.
Cada tanto surgen rumores acerca del inicio de negociaciones en Hollywood para filmar una biopic inspirada en la vida de Baartman. La última celebridad convocada para desempeñar su rol fue Beyoncé, pero el contrato no se llegó a firmar.
El estatus icónico de Sarah, como africana victimizada, la convirtió en una referencia ineludible de innumerables mujeres sometidas en la diáspora. Instalaciones de arte, investigaciones y estudios componen un archivo que busca darle una voz.
“¿Qué pasaría si la miráramos a través de otra lente?”, se pregunta Natasha Gordon-Chipembere, autora del libro Representación y feminidad negra: el legado de Sara Baartman. “Ella se ha convertido en el paisaje sobre el que se desarrollan múltiples narrativas de explotación y sufrimiento”, escribió Gordon-Chipembere, para quien “la mujer permanece invisible”.
Según la venezolana Esther Pineda, autora del libro Ser afrodescendiente en América Latina. Racismo, estigma y vida cotidiana, “este caso es la evidencia del profundo racismo de las sociedades europeas, que en el caso de la Venus Hotentote continuó incluso tras su muerte”.
Hay un poema de la estadounidense Lucille Cliffton, cuyos versos dicen: Estas caderas son caderas grandes/ necesitan espacio para andar por ahí/ no caben en rincones pequeños y mezquinos/ estas caderas son caderas libres/ no les gusta tener que contenerse/ estas caderas nunca fueron esclavizadas/ van adonde les vaya en gana ir/ hacen lo que les venga en gana hacer/estas caderas son caderas fuertes y son caderas mágicas/ las he visto hechizar y hacer girar a un hombre como un trompo. Desde aquí se lo dedicamos a Sarah.
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