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QUÉ ESCUCHAR

A la sombra del acorde de Tristán

Atilio Stampone

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Virginia Luque se llamaba Violeta Domínguez. O lo contrario. Era una chica del barrio de Almagro, debutó en el cine a los 16 años y a los 20 tuvo su primer protagónico. Filmó unas treinta películas, algunas muy malas y la mayoría olvidables. Se vistió de compadrito, según se cuenta, por consejo de Azucena Maizani –que se disfrazaba de gaucho–. Transitó los peores programas de televisión, entre ellos Tropicana Club y Grandes Valores del Tango. Fue una estrella. Y eso hizo olvidar que se trataba de una cantante notable.

Atilio Stampone era un año mayor. Había nacido en 1926. Y, como ella, empezó de muy chico. Estudió piano desde niño, a los 15 años entró en la orquesta de Roberto Dimas, que actuaba en el Café Marzotto, en Corrientes al 1100, y a los 16 empezó a tocar en el Tibidabo con la agrupación de Pedro Maffia. En 1945, cuando trabajaba con Roberto Rufino, conoció al joven Astor Piazzolla que, a los 24 años, se había ido de la orquesta de Aníbal Troilo para dirigir la que acompañaba al cantante Francisco Fiorentino y, un año después, cuando el bandoneonista fundó su propia orquesta, Stampone se convirtió en su pianista. Una década más tarde, integró el Octeto Buenos Aires, tal vez el grupo más modernista creado por Piazzolla y, con certeza, uno de los conjuntos más originales e influyentes de la música argentina.  Entre una y otro, Stampone había tomado clases de perfeccionamiento con Vicente Scaramuzza –el maestro de Martha Argerich–, había ganado una beca para estudiar en el Conservatorio Santa Cecilia de Roma y, en 1952, había formado su primera orquesta, codirigida con el bandoneonista Leopoldo Federico –otro que integró el Octeto de Piazzolla, entre 1955 y 1958–.  

El primer disco de larga duración publicado en la Argentina, Tango (las biografías mencionan uno anterior, inhallable, editado en los Estados Unidos), apareció en 1962. Todos los temas incluidos son clásicos y cuatro de ellos son cantados (dos por Ricardo Ruiz y dos por Héctor Petray) y quienes comandan las cuerdas y los bandoneones son los mejores solistas posibles, el violinista Enrique Mario Francini y el bandoneonista Leopoldo Federico. Buenos Aires Hora Tango, su segundo LP, se editó en 1964 –las fechas consignadas en Spotify son erróneas–. Abre con “Adiós Nonino”, y ese es, de hecho, uno de los primeros registros realizados por un músico que no fuera su autor –la versión del bandoneonista había aparecido a fines de 1961 en el disco Piazzolla interpreta a Piazzolla y, con el mismo arreglo pero mejor calidad de grabación, en un EP uruguayo de cuatro temas titulado Vanguardia– . En el repertorio es notable la inclinación por Julio De Caro –“El arranque”, “La rayuela”– y la elección de un tema muy antiguo, como “El irresistible”, de Lorenzo Logatti. Están presentes allí Julián Plaza con “Nostálgico” y “Disonante” (en ambos casos con arreglos suyos) y Emilio Balcarce con “La Bordona”, además de un clásico como “Ojos negros”, de Vicente Greco. Y el resto son piezas propias: “Romance de tango”, “Mocosa”, “Ciudadano” y “Fiesta en mi ciudad” ­­–con un grupo vocal de jazz llamado Los Jazz Singers–. A lo largo de ambos discos aparece lo mejor y lo peor del estilo de Stampone –que a veces es lo mismo–: el virtuosismo instrumental –y por momentos su exceso–, la aterciopelada perfección de su fila de cuerdas –al borde del desborde–, su tendencia a la cita “culta”, la ambición –en la frontera de la desmesura– y un cierto amaneramiento que en ocasiones se acerca demasiado al manierismo. Pero, sobre todo, una orquesta con un gran sonido, sustentado en el segundo disco en una notable fila de bandoneones, comandada por Eduardo Rovira, y un conjunto de cuerdas conformado por cinco primeros y cuatro segundos violines, dos violas, dos cellos y contrabajo.

En 1966 se publicó El sonido de Atilio Stampone y su gran orquesta que, a diferencia del álbum anterior, no incluye temas propios. Es, en algún sentido, un disco más conservador (aunque no es los arreglos) y las únicas composiciones más o menos recientes son “Verano porteño” –publicado el año anterior por Piazzolla en un EP con cuatro temas extraídos de la música para la obra teatral Melenita de oro– y el bello “Tema otoñal” de Francini, que el Octeto de Piazzolla había grabado en 1957 y el Quinteto Real de Horacio Salgán en 1964.

Los tres primeros álbumes de la década de 1970 –Concepto, de 1972, Imágenes, del año siguiente, y Jaque Mate, publicado en 1975– llevan el Modelo Stampone a su cenit, con puntos altísimos como “Milonga triste”, “Responso”, “Los mareados”, “La casita de mis viejos”, “Amparo” –de Antônio Carlos Jobim, que en su versión cantada por Chico Buarque aparece como “Olha Maria”– y “Adagio”.

Esos son los años de Caño 14, el boliche del que era uno de los propietarios y se convirtió en lugar preferencial del tango “para escuchar”, y de sus discos con Roberto Goyeneche, Sentimiento tanguero, de 1972 –inexplicablemente reeditado con el orden de los temas cambiado y con el título Cada vez que me recuerdes–, Goyeneche 73 –travestido como Soy un arlequín–, donde se incluye “Afiches”, una canción que Stampone había compuesto con Homero Expósito y grabado en un disco olvidado, de 1955–, y Personalidad y tango, de ese mismo año –reordenado y retitulado como Naranjo en flor–.

Pero antes, en 1969, Virginia Luque, la chica de barrio convertida en compadrito, la cantante escondida tras la estrella, grabó junto a Stampone un disco dedicado a Enrique Santos Discépolo. Y allí estaba, en el final, “Uno”, la magnífica canción que junto al poeta había compuesto Mariano Mores y que en esta versión contaba con la improbable colaboración del bueno de Richard Wagner, cuyo famoso acorde sin resolución, en el comienzo de la ópera Tristán e Isolda –podría pensarse que en esa obra maestra de lo tántrico todo está anunciado desde el comienzo pero nada culmina hasta tres horas más tarde– esta vez sí concluye con un acorde de guitarra que da pie a la voz. Y ella canta eso de buscar las esperanzas de una manera teatral, detallista, siguiendo el texto palabra por palabra, operísticamente al fin y al cabo, mientras Stampone se da el lujo de citar –un poquito nomás– las cuerdas de “Eleanor Rigby” y de utilizar un corno que se excede tan sólo en dos momentos.

Diego Fischerman es autor del blog El sonido de los sueños: https://xn--sonidodesueos-skb.com/

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