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Opinión

Superar la cancelación ecologista

"Ambientalismo bobo" así presentaron el conflicto ambiental de Chubut en el canal de noticias C5N.

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Lentamente viene escalando una narrativa cancelatoria del ecologismo en distintos espacios de la esfera pública. Es coincidente con la avanzada extractivista que busca habilitar la megaminería en Chubut —luego de fracasar en Mendoza a fines de 2019—, con la profundización del modelo fósil y la expansión agroganadera. La consolidación de una renovada sensibilidad ecosocial presenta profundos dilemas al desarrollismo acrítico de los límites ambientales y sociales. Sin embargo, en lugar de abordar esas discusiones, estos sectores recurren a una estigmatización banal de quienes exponen estos límites, promoviendo un discurso de odio que recae con crudeza sobre asambleístas, pueblos originarios y todo aquel que se enmarque en un arquetipo primitivista que construyen y condenan.

El último y más visible de estos prejuicios aglutinantes fue el realizado esta semana por el politólogo José Natanson en el programa Desafío 2021 que conduce Pablo Duggan en C5N. El segmento abrió con el eslogan, a pantalla completa, Ambientalismo bobo. El título en letra catástrofe que se imprimía sobre la imagen de un auto quemado por los incendios que azotaron la Comarca Andina, guió la conversación desde la enorme pantalla del decorado. Natanson, director de Le Monde Diplomatique, asumió autoría por el epíteto —menos glamoroso que aquel ecololós que acuñó Martín Caparrós hace más de una década—, disminuyendo a los ecologistas en general y a los antimineros en particular.

Inmediatamente, para argumentar su adjetivación, el politólogo mostró una placa en la que relacionaba en forma lineal el crecimiento del PBI con la reducción de la pobreza, cargando la responsabilidad sobre los ambientalistas que “se oponen al desarrollo”. Siglos de extractivismo sin límites trajeron a esta situación de crisis social, económica y ecológica. No parece razonable que más de lo mismo vaya a tener resultados distintos. Por otro lado, tampoco profundizó en las carencias del PBI que señala incluso el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, para medir la desigualdad, la economía de cuidados o la priorización de la explotación privada sobre los bienes públicos. Tampoco incorporó la grave crisis que produjo el modelo de desarrollo basado en el crecimiento infinito a partir de la explotación de recursos naturales en el sur para alimentar el nivel de vida del norte, un modelo colonial proyectado desde la conquista y profundizado luego de la segunda guerra mundial. Por el contrario: en un relajo intelectual impropio de él, atacó desde una posición de superioridad moral a aquellos que unieron los cabos entre causas y consecuencias de la crisis que enfrentamos. Habilitó y disparó así un antagonista contra el que piensa distinto por defender un modelo hegemónico que produjo la crisis ecológica y climática actual, sin traer mayores soluciones a la desigualdad planetaria. Se ataca al ambientalista bobo mientras se avala un extractivismo catastrófico. La discusión es mucho más rica —y compleja— que eso.

Este caso, que aislado podría quedar sólo en un exabrupto, tiene otros antecedentes en quienes ven al ambientalismo como una expresión “hippie”, “prehistórica” o “antiprogreso”.  Estos agravios alimentan un arquetipo que, en el peor de los casos, debe ser cancelado. Y, en el mejor, demuestra que el ambientalista que quieren es como el hincha japonés que levantaba la basura en el Mundial una vez que había terminado el partido. Este desarrollismo acrítico no quiere discutir con el ecologismo en una mesa de pares; quiere a alguien que limpie cuando terminen su fiesta extractiva.

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Fuera de las selvas de internet y de la sobredosis de tevé, en el territorio se expresa la variante más extrema de esta construcción. A fines del año pasado, el gobernador de Chubut, Mariano Arcioni, tomó el guante y dijo que no lo iban a callar “500 ruidosos”. Se refería a las críticas a su proyecto para habilitar la megaminería en la provincia. Los medios acompañaron y amplificaron esta descalificación de un pueblo con una historia de más de 18 años de movilizaciones pacíficas. Las fuerzas de seguridad a cargo del ministro Federico Massoni, persiguieron y allanaron los domicilios de varios asambleístas. En ese clima, entre pedidos explícitos de coimas a las mineras e informes falseados al CONICET, se llegó a un intento de avalar el proyecto en una sesión extraordinaria a inicios de febrero, y otro en la primera sesión ordinaria del año. Ambas fueron frustradas por la movilización tanto en las grandes ciudades de la provincia como a nivel nacional. 

Hace una semana, el presidente Alberto Fernández visitó Chubut para solidarizarse por los incendios. El gobierno nacional pidió que Arcioni no se hiciera presente, para evitar disturbios. Sin embargo, el gobernador no siguió el libreto y terminó ocurriendo una escena de repudiada violencia contra la comitiva. Los grupos antimineros difundieron videos en los que los supuestos agresores huían en una camioneta perteneciente a la policía. Del otro lado, demuestran que la misma camioneta llegó con la comitiva presidencial, asumiendo que, por eso, no podrían haber participado en las agresiones como infiltrados. 

Independientemente de los hechos, que investiga la Justicia, el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, cargó la responsabilidad de Arcioni en los actos de violencia contra la comitiva presidencial. Así lo hizo también el ministro de Ambiente, Juan Cabandié. Sin embargo, varios medios, incluida la TV Pública, siguieron calificando como violentos a los grupos antimineros. La construcción mediática del enemigo ecologista, volvía a crecer desde los medios, aún cuando los ministros cargaban responsabilidades sobre el gobernador.

El jefe de gabinete, Santiago Cafiero, escribió en septiembre del año pasado en Revista Anfibia sobre los discursos del odio. Escribió que “el habitual discurso violento de las redes ahora es adoptado, sin atenuar tonos o intensidades, por distintos actores en el espacio público presencial, vivo e institucional”, advirtiendo sobre los peligros que supone esta escalada para propiciar la antipolítica y el desencuentro. 

Esta frase sintetiza parte de esta historia que no es nueva, pero cuyo capítulo más reciente comienza con la persecución en el territorio por el avance del extractivismo y se legitima desde el prime time del principal medio oficialista de la televisión por cable, de la mano del prestigioso director de un medio que supone un pensamiento crítico de las crisis que atraviesa el capitalismo moderno. Una crisis que no es nueva pero que encuentra en la crítica ecologista quizás la mayor evidencia a su insostenibilidad.

Ocurre, además, en América Latina: la región en la que más defensores ambientales son asesinados en el planeta. El ataque y la construcción del arquetipo del ambientalista bobo resulta una amenaza para todas las personas que, lejos de los estudios de televisión, ponen el cuerpo para resistir el avance extractivo. 

En este contexto de cancelación y persecución política, el concepto de Natanson reafirma una escalada violenta y de degradación del debate público. El sector al que califica como “bobo” es el que está alertando desde hace décadas sobre la mayor crisis existencial a la que se enfrenta la especie humana. Esto lo reconocen prácticamente todos los líderes democráticos del planeta, que firmaron el Acuerdo de París para limitar el aumento de temperatura que produce un sistema basado en el extractivismo y la destrucción de los recursos naturales que profundiza la desigualdad social a escala planetaria. 

El ataque a los ecologistas evita discutir las ideas que representan. Ideas que también buscan mayor inclusión y equidad, pero conscientes de que el modelo actual, lejos de brindar soluciones, profundizó los problemas tanto ecológicos como sociales. Un abordaje responsable debe incorporar la variable ambiental al ciclo productivo y redistributivo. Para eso, estos sectores deben superar la cancelación ecologista e iniciar un diálogo franco sobre un modelo de desarrollo que incorpore los límites ambientales y la justicia social. No será fácil, ni estaremos todos de acuerdo. Pero nuestra supervivencia bien vale el esfuerzo.

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