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LOS CUADERNOS DE VERANO

Teoría de la pasantía

Fabian Casas Los cuadernos de verano rojo

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Últimamente me estoy acostando más temprano. Supongo que esta costumbre surgió cuando mis hijos empezaron el colegio de mañana. De alguna manera, la obligación de llevarlos me sirvió para modificar el hábito: me di cuenta que aprovechar la luz del sol, lo que duran los días durante las noches cerradas de invierno o durante los largos días del verano, cambiaron mi forma de vivir. Mis hijos, sin saberlo, me dieron el “pase”.

Siempre me acuerdo de una persona clave en mi vida que fue la gerente de una empresa donde trabajé por la mañana mientras estudiaba filosofía por la noche. El lugar era el centro de empresas de estibaje y la gerente que estaba a cargo se llamaba Lucía Gómez. Yo tenía veintiún años y me estaba por casar y le dije a Lucy que había asistido a la despedida de unos amigos de la facultad, quienes habían organizado una fiesta porque se iban de viaje por un largo tiempo, hasta donde les diera gana. Lucy Gómez me dijo que era muy joven para casarme -me faltaban semanas para la boda- y me dijo que me convenía viajar con mis compañeros y que para eso me daba la posibilidad de darme una licencia sin goce de sueldo. De alguna manera me envalentoné y decidí irme siguiendo a mis amigos. Por supuesto que mi novia me quiso matar (yo la amaba, pero necesitaba una experiencia que era vital) y mis padres más los padres de mi novia se enojaron muchísimo. De alguna manera, Lucía Gómez me había dado un “pase”, me había dado la posibilidad de poner todo en estado de incertidumbre. El pase, precisamente, no es darte un supuesto saber, es todo lo contrario: proponerte una dosis desconocida de experiencia.

Hace poco hablaba por teléfono con Alexandra Kohan, le preguntaba sobre la idea que utilizó Lacan muchas veces y que fue muy cuestionada en diferentes circunstancias cuando se trataba de la posibilidad del “pase” psicoanalítico. Es decir que si alguien terminaba una larga consulta, Lacan proponía que esa persona podía ser también, al ser dado de alta, un analista, sin necesidad de estudiar en una escuela. Lo cual es una granada porque esa idea de dar el “pase” va en contra de lo institucional, hace temblar lo establecido, las jerarquías, todo.

Hay muchas personas que no son analistas institucionales, que no tienen estudios psicoanalíticos previos y que sin embargo dan consultas y son muy seguidos por las o los pacientes. El psicoanálisis es un arte: Freud fue un poeta surrealista, Jung un poeta místico y Lacan un poeta hermético.

Alexandra Kohan me pasó un texto de Juan Ritvo que habla sobre este tema del pase y que me pareció inquietante: “En varias oportunidades, Lacan inventó dispositivos que fracasaron, en definitiva, por una razón inapelable: los dispositivos están dirigidos a sujetos libres de las constricciones de la masa -responder al líder, expulsar al chivo emisario, mostrarte ferozmente fraterno con los iguales- algo imposible de lograr en una institución escolar destinada a garantizar la formación analítica, que necesariamente entra en guerra con instituciones que persiguen los mismos fines. La vergüenza separa a un individuo de otro; cada uno es depositario de secretos que ignora que los tiene hasta que no se analiza; la violencia institucional transforma el testimonio acerca de un fin de análisis en un acto de exhibicionismo, de humillación o, como suele ocurrir, de pasiva e hipócrita adaptación a los mandatos de la tribu. ¿Hay alguna salida? Diría que no... el análisis vive de esa tensión: un analista no es un héroe, ni un poeta loco -¡ojalá lo fuera!- y reclama instituciones que lo formen; claro, lo forman y lo aprisionan... Es hora de que hablen los pacientes; ellos no tiene por qué estar sometidos a semejante tensión, aunque sin esa tensión tampoco ellos existirían como individuos que se sorprenden, a veces con placer, otras con horror, de sus dimensiones inconscientes”.

En definitiva encontrar el “pase”, y que ese pase te emancipe para lo que sea, que ese pase sea la apertura a lo desconocido, es algo muy potente. Sobre todo porque el pase nunca se encuentra en la ortodoxia, es la irrupción de lo inesperado, es la interrupción del sentido común. Para que suceda el pase, para que alguien te de un pase en la cancha, en la vida o en un baño, hay que estar disponible. Si uno no está en estado de disponibilidad, el pase no llega a destino.

Encontrar gente que te de el “pase” para jugar al fútbol, para enseñar, para curar, para cocinar, para analizar los poemas más secretos y crípticos, es una verdadera bendición

Desde que volví a jugar al fútbol cinco empecé a disfrutar más en dar el pase que en terminar la jugada con un gol. Debido a la aceptación de un cambio vital, ya no puedo jugar corriendo toda la cancha ni esperar desmarcándome en la delantera para hacer goles, pero sí puedo y lo disfruto, dar el pase milimétrico para que otro termine la jugada. ¡Qué placer cuando se concreta el pase y otra persona continúa y mejora lo que yo empecé!

Y sobre todo no tener más que verte obligado a representar un poder, lo cual significa ser un esclavo, sino simplemente hacer circular las cosas, dar pases para que otros encuentren su destino y sepan, cuando llegue la hora, dar el pase. Creo que uno de los “pases” centrales que me dieron en la vida me lo dio Juan Doglioli, un compañero de facultad a quien yo siempre acudía llorando cuando me separaba de una novia. Un día me dijo que dejara de ser un llorón y que tuviera amor por mi destino y que no estuviera con gente para llenar el tiempo, sino que me volviera inaccesible, para no gastar a las personas.

Me acuerdo que Daniel Willington, ya veterano, solía jugar del lado de la sombra, para no cansarse de más. Y podía meter esos pases geniales que atravesaban el largo de la cancha. O el pase clave de Maradona a Burruchaga, para terminar ganando la final del 86. Y el pase metafísico -y casi fantástico- que se da en La línea de sombra, una novela de Joseph Conrad, cuando un personaje deja la juventud por la vida adulta.

Encontrar gente que te de el “pase” para jugar al fútbol, para enseñar, para curar, para cocinar, para analizar los poemas más secretos y crípticos, es una verdadera bendición. En vez de tomar un “rivo”, para la angustia, tomarse un Ritvo, leer los libros de Juan y esperar el pase. 

FC

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