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Opinión

Otra vez el Padre Mugica: un diálogo con una respuesta

Padre Mugica

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Mi artículo sobre el padre Mugica ha merecido una respuesta crítica.

Celebro la discusión que concierne, creo, a lo que ha sido llamado el “uso público” de la historia, un ámbito de deliberación que excede el campo de los historiadores. Por supuesto, en ese uso se ponen en cuestión las evidencias y las fuentes, los clisés y las inferencias, las hipótesis justificables y los alineamientos automáticos, que dibujan el mapa de cuestiones que pueden y deben ser discutidos. Veamos los temas planteados en la intervención crítica. 

Primero: la autoría. Mi nota no trata sólo sobre el asesinato ni se propone volver sobre quién lo mató. No me propongo investigar el hecho en sí sino el modo cómo retorna hacia el presente. Creo que el texto es bastante claro en ese sentido. Mis críticos me hacen decir lo que no digo: que lo mató Montoneros. Justamente traté de salir de las acusaciones cruzadas para intervenir sobre qué se hizo y qué se hace con esa muerte. En verdad, al mencionar a Almirón, el testimonio de Capelli y el de Arturo Sampay, que veía por detrás la mano de Perón, creo que mi nota da argumentos para la “hipótesis Triple A”. Sobre todo, porque me detengo en lo que es una evidencia: Perón no asistió al velatorio de Mugica ni condenó el asesinato. Lo digo: “no respondió al asesinato de Mugica del modo en que lo hizo frente al de Rucci” y lo tomo como una confirmación de que se trataba de fuego propio, es decir, la Triple A. De modo que no sólo no desmiento esa autoría, sino que aporto un indicio a favor, que mis contradictores no toman en cuenta porque omiten mencionar a Perón. Llama la atención que en el profuso despliegue de evidencias y argumentos para confirmar la autoría de la Triple A, no aparece el Jefe y Presidente, sino sólo López Rega. Quizá les falta revisar alguna bibliografía sobre la Triple A. Les recomiendo el libro de Sergio Bufano y Lucrecia Teixidó. (Perón y la Triple A: las veinte advertencias a Montoneros, Sudamericana, 2015.)

 Segundo: el esclarecimiento. En efecto, no tuve en cuenta la causa tramitada por el Juez Norberto Oyarbide desde 2006. Me hago cargo de esa omisión. Aun así, el trámite judicial estuvo lejos de mostrar “un esfuerzo decidido por esclarecer el asesinato de Mugica” como se dice en la crítica. Es de dominio público que la causa se originó en un artículo periodístico que daba cuenta de la presencia de Almirón en España. No surgió de una decisión del Estado argentino. Su objeto era la Triple A, no el crimen de Mugica. En 2010, cuatro años después, la Cámara Federal cuestionó la pasividad del juez, quien finalmente, en 2014 la cerró y envió a juicio a cinco detenidos. La misma fuente citada en el artículo dice que se trataba de una “causa muerta”.

 Puede haber otras evidencias en el expediente que no conozco. Lo cierto es que no se puede decir que “no se hizo nada” (admito la crítica), pero tampoco se puede decir que hubo desde el Estado, bajo el ciclo kirchnerista, una firme voluntad de investigar ese asesinato. Es claro que sí la hubo de investigar a la Triple A y de declarar sus delitos como de “lesa humanidad”. El problema, entiendo, es que no era un asesinato más, ya que exigía investigar, por un lado, a Perón y su círculo y, por otro, a Montoneros. No parece que el juez Oyarbide estuviera dispuesto a ir en esa dirección. Probablemente yo tengo una idea un poco más exigente del esclarecimiento y no me alcanza con la declaración de la culpabilidad de Almirón y, por extensión, de López Rega con casi el único testimonio de Capelli, muchos años después. ¿Hay que recordar lo que sabemos sobre las memorias retrospectivas? Es sabido que Oyarbide quizo indagar a Isabel Perón y no pudo. ¿Quizo indagar al círculo de Perón, dado que los crímenes de la Triple A no comenzaron con Isabel? ¿A Bonasso o Antonio Cafiero, por ejemplo, a otros asistentes en la misa?  No lo sé; y si alguno de los historiadores involucrados conoce el expediente me gustaría saberlo. En todo caso, no me conformo con ese “esclarecimiento” judicial. Todo eso es debatible, pero para mi el tema no está cerrado. 

Tercero: las fuentes y las inferencias. La declaración de la justicia sobre la autoría no cancela el problema que plantean los testimonios que, en principio, daban cuenta de que Mugica creía que podía ser asesinado por Montoneros. Situar el crimen y sus condiciones es un problema histórico, que no compete a los jueces. Y es lo que me interesó abordar. Si la organización liderada por Firmenich aparece asociada al crimen no es una ocurrencia o una adjudicación a posteriori, sino que surge de las fuentes, ante todo del testimonio de Mugica recogido por Antonio Cafiero y Timerman. La mención de la condena en la “cárcel del pueblo” en Militancia,  daba cuenta de la profundidad del conflicto dentro del peronismo. Y no digo en ningún lado que haya sido una “sentencia de muerte”.

 Para mi propósito, que apunta a las representaciones más que al hecho, me alcanza con establecer que Mugica, que conocía muy bien a Montoneros, consideraba que eran capaces de asesinarlo. Lo mismo pensaban Timerman, Antonio Cafiero y otros. Mucho después Juan Manuel Duarte, catequista en la Villa 1-11-14 reinstala el tema a partir de otros testimonios: dice “entregado” y habla de “colusión de intereses” entre Montoneros y la Triple A.

 El problema histórico de la asociación de Montoneros con ese crimen no se resuelve en sede judicial y sigue abierto. De allí mis “conjeturas”, que no son “contrafácticas” (porque no me refiero a hechos) ni enuncian “verdades comprobadas”. Digo: “Es posible que en el instante último, cuando daba la vida por su causa, el Padre Mugica no supiera de dónde partían las balas.” Me responden: “es posible”, también, que haya visto a Almirón, en cuyo caso, en el final, supo quien disparaba. Hasta ahora se trata de conjeturas y no de hechos ni verdades: ninguna puede refutar a la otra. Lo que no cambia es que en el crimen mismo o en los prolegómenos, Mugica vivía en la incertidumbre de no saber de dónde podían provenir las balas. El “núcleo trágico” que destaco es que en esa guerra (civil o no) entre peronistas Mugica no sólo no tenía un bando, sino que podía ser atacado desde las dos trincheras. 

La otra conjetura (podría haber sido Montoneros) obviamente no es un hecho pero tampoco una ocurrencia gratuita; y también surge de las fuentes. La guerra estaba declarada desde el asesinato de Rucci; poco después, Perón hablaba en la Plaza detrás de un vidrio blindado por temor a un atentado. ¿Hay que recordar que el asesinato era el método habitual de la guerrilla peronista?  Todo eso lo sabían y lo vivían Mugica, Cafiero, Timerman y otros que acusaban a la Organización o pensaban que podía haber sido. No necesitaban los panfletos de El Caudillo para pensarlo. No veo cómo se puede excluir esa experiencia de la violencia, las acciones y las responsabilidades si se busca un trabajo de comprensión y deliberación pública sobre ese pasado. Una cosa es decir que no fueron los que apretaron el gatillo (nunca lo digo en mi texto), otra distinta es sacarlos de la escena. Ni Perón ni Montoneros pueden ser borrados de esa historia.  

Cuarto: los sentidos y las apropiaciones. Hay otras cuestiones que la intervención crítica no considera y que están en el centro de lo que me interesa abrir a esta discusión sobre los usos de la historia. Como dije, más que el crimen me interesan las operaciones de sentido, las reescrituras y las deformaciones. Sobre todo las evocaciones o las construcciones que borran las aristas conflictivas o urticantes del pasado. 

 Por un lado, está la vieja cuestión de la “identidad” peronista, que surge cuando se evoca a Mugica como un “peronista de ley”. Me parece que allí se elude una cuestión espinosa: quienes los mataron también eran peronistas. Más aun, el hecho de que Perón no condenara el asesinato hace pensar que para el Padre del movimiento eran más “de ley” los peronistas que lo mataron o lo mandaron matar. Es un tema que forma parte del conocimiento histórico: esa identidad estaba en disputa, atravesada por la violencia y los crímenes. Sigue hoy en disputa. Y francamente, creo que este intercambio es parte de ella.

 La otra cuestión es más de fondo y concierne a otro capítulo de los usos de la figura de Mugica: el lugar de Montoneros en las memorias públicas de Mugica. Sobre eso me explayé un poco aunque exige una investigación mayor, en la medida en que se integra a cierto retorno más reciente de una versión montonera, o neomontonera, en los “relatos” (como se usa decir) de la historia peronista. Durante veinte años, por lo menos, más allá de la autoría, la memoria pública de Mugica, de su vida y de su muerte, parecía cancelar definitivamente su asociación temprana con Montoneros. Ofrezco evidencias en mi nota, sobre todo el episodio en el que Marta Mugica, en 1995, echaba a Firmenich de una marcha en homenaje a su hermano; y nadie lo defendía. Todo eso es muy conocido. Lo es menos, o ha quedado fuera de la discusión, la resignificación que produjo el documental de Gabriel Mariotto y Gustavo Gordillo (1999), citado en mi nota, en el que ya no se trata de desmentir la autoría de Montoneros sino de convertir a Firmenich en un discípulo del Padre Mugica.  

 ¿Cómo y cuándo eso cambió, de qué modo esa nueva significación  interviene en los debates presentes, en la disciplina histórica tanto como en la política y la cultura, y en los usos que postulan un maridaje de política y catolicismo que llega al Vaticano? Son algunas de las preguntas históricas que he intentado abrir. Dado que los autores de la crítica no dicen nada debo suponer que no les parece un tema que merezca ser discutido. O, más bien, que al silenciar el problema de las identidades y las filiaciones que problematizan las memorias del peronismo, lo que está en juego ya no es sólo una discusión de historiadores sino una intervención sobre el presente que refuerza la operación del documental de Mariotto y Gordillo. Hoy se puede celebrar a Mugica junto con el Día del Montonero.

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