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Todas las vidas de Pino Solanas

Pino Solanas

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En estos días se están difundiendo desde una plataforma virtual varios de los filmes de Fernando Pino Solanas, que incluye también un documental inédito realizado por Dolly Puzzy y Enrique Muzio, cuando Pino rodaba la película El viaje, en 1990. El excelente documental se estrenó en ocasión de su nacimiento. Pino habría cumplido el pasado 16 de febrero 85 años.

El documental muestra a un Pino en algunas de sus facetas: un creador y artista todo terreno, que dirigía de modo obsesivo a sus actores y actrices; un esteta consciente de que su tarea era tensar el riesgo de modo permanente, en un lenguaje épico que oscilaba entre la lírica y el grotesco; un agudo crítico político que buscaba articular la crítica urgente  -la obscena entrega menemista y el ascenso del neoliberalismo- con el histórico mensaje de la hermandad latinoamericana. En 1990 Pino no sólo era un realizador mítico –por La Hora de los Hornos y Los hijos de Fierro-, sino además un cineasta de actualidad, multipremiado en Europa, gracias a los notables éxitos de El Exilio de Gardel y Sur, sus filmes de ficción más celebrados. En cuanto a El Viaje, volvió a congregar a grandes artistas, desde Astor Piazzolla, por la música, hasta la voz de un entonces muy exitoso Fito Paéz, e incluso intelectuales peronistas que luego se alejaron de él.

No hay dudas de que la película El Viaje marcó una inflexión en la vida artística y política de Pino. El documental Solanas en filmación ilustra parte de su recorrido por América Latina, desde una Ushuaia glacial, pasando por los altos cerros cusqueños y sus procesiones, hasta el increíble rodaje en la mina de oro Sierra Pelada en La Amazonía, que muchos recordarán porque fue retratada también magníficamente por el fotógrafo Sebastian Salgado, en 1986. 

El Viaje del joven protagonista, que busca a su padre montado en una bicicleta, termina en Oaxaca, en el corazón de un México indígena y mestizo. Aunque el filme de Pino es muy logrado en sus imágenes, muchas de ellas tan horrorosas como surrealistas –imposible olvidar el ataúd navegando por una Epecuén completamente bajo agua-, y es jocosa por momentos, como cuando vemos a un Presidente-rana, con innegable acento riojano, hablar ante la “Organización de Países Arrodillados” o jugar al tenis de rodillas con el mandatario del país del norte, El viaje da la sensación de ser una película fallida. Quizá fue la cercanía con la realidad política nacional que estaba denunciando (la traición del menemismo), que tomó demasiado protagonismo y opacó otras facetas del filme. Quizá fue el lenguaje político latinoamericanista nac&pop, que algunos comenzaban a percibir como envejecido y/ repetitivo, frente al rampante ascenso del neoliberalismo globalizador y desigual. O quizá fue también, como me dijo un día Pino, la imposibilidad de cerrar la película como él hubiese querido hacerlo, ya que el final del filme fue decidido por los productores. Tengamos en cuenta que El viaje fue estrenado en 1992 y que, en mayo de 1991, Pino sufrió un atentado, indudablemente conectado con sus críticas a las políticas del entonces presidente Carlos Menem: dos desconocidos, desfigurados por sendas narices de payaso le dispararon seis balas en las piernas que fueron seguidas por la advertencia: “si no te callás, la boca la próxima es en la cabeza”. 

Como nos recuerda Miguel Bonasso, la repercusión nacional e internacional que tuvo ese atentado debe haber influido en la decisión de Pino de lanzarse a la política. El 20 de noviembre de ese año, Día de la Soberanía, hizo construir una bandera de 400 metros con la que rodeó el Congreso en una movilización que marcó su debut político. Entonces llamó a la constitución de un frente político amplio para combatir a la dupla Menem-Cavallo, y se lanzó como candidato a Senador con el Frente del Sur, por la ciudad de Buenos Aires, obteniendo el 8% de los votos. En 1993 se unió al Frente Grande de Chacho Alvarez, con buenos resultados electorales. Pero ya en 1994 durante el proceso de la Constituyente, por la reforma de la Constitución Nacional, empezaron las divergencias con Alvarez y otros dirigentes. Aunque Pino hizo fuertes críticas, finalmente no se retiró como diputado de la Constituyente, aún si poco después sería castigado por la línea hegemónica del Frente Grande y expulsado.  

Pino terminó su mandato como diputado en soledad, mientras un Chacho Alvarez, que entonces estaba en la cresta de la ola del progresismo, concretaba su acuerdo con un ya olvidado José Octavio Bordón, candidato a presidente en 1995. Años más tarde, Alvarez convencería al radical conservador Fernando De la Rúa de conformar la Alianza, que derrotaría al peronismo representado entonces por Duhalde, lo cual como todos sabemos finalizaría en el desastre de 2001 y la apertura de un nuevo ciclo político, a partir de 2003, con el surgimiento del kirchnerismo. Posteriormente, ambos, Bordón y Alvarez, símbolos del progresismo que no fue, se convertirían en personajes menores de la política kirchnerista.

No fue el caso de Pino Solanas, quien además de no dejar nunca de ser un peronista con una visión estratégica y latinoamericanista, en clave de izquierda, volvió a los rodajes, consolidando y extendiendo la veta documental de sus primeras grandes obras. Filmó así “Memorias del Saqueo” y “La dignidad de los nadies”, dos rotundos y tremendos documentales sobre la consolidación de una sociedad excluyente bajo el menemismo. Es oportuno recordarlo ahora que algunos trasnochados buscan saludar con honores a Carlos Menem, recientemente fallecido. Todo está en sus documentales: megacorrupción, desguace estatal (YPF, ferrocarriles), entrega de recursos naturales, explosión de la polarización social, en fin, la traición a “la causa peronista” que Pìno entendía inescindiblemente asociada a la Justicia social, y a la defensa de los más débiles y los luchadores.

Mal que les pese a algunos, Pino tuvo un segundo retorno a la política, con otra visión del peronismo de centro izquierda, algo que lo convirtió en un agudo y temible crítico de las políticas del kirchnerismo. Que quede claro: La Argentina Latente con la que Pino soñaba no volvería. No volvieron los trenes –solo aquellos que cargan la soja y los minerales para sacarlos del país-; la megacorrupción vendría asociada a la infraestructura y la obra pública de la mano de Julio de Vido y se profundizaría la decadencia energética, una de las preocupaciones que Pino compartía con uno de sus grandes amigos, Felix Herrero. Además de todo eso, Pino comenzaría a abrirse a nuevas problemáticas, convirtiéndose prontamente en el adalid político y artístico de las causas ambientales, señalando con ello los diferentes límites y torciones del progresismo hegemónico. Ahí fue donde nos conocimos con Pino, cuando empezamos a tratarnos, en 2009, cuando él ya había terminado de filmar “Oro Impuro”, una crítica no solo en clave nacionalista sino también ecológica a la política depredadora y trasnacional en minería, cuando ya muchos de sus colaboradores y amigos peronistas se habían alejado de él, con excepción de algunas notables, entre ellos la socióloga Alcira Argumedo. 

Su segundo salto a la política sería así con Movimiento Sur, creado en 2007, aunque fue en 2009 que Pino se consagró diputado de la ciudad de Buenos Aires, luego de obtener un 24,21% de los votos y renovar así la expectativa de surgimiento de una nueva fuerza progresista, de centroizquierda, que no sólo traía el mensaje de la justicia social sino también la justicia ecológica. Lo notable de todo esto es que Pino, que era un gran estudioso y un analista meticuloso, tuvo el coraje intelectual y político de cuestionar la ideología desarrollista en la cual se formó, para abrirse y encarnar problemáticas ecológicas, como la minería a cielo abierto (la ya mencionada Oro Impuro, de 2009), la explotación de hidrocarburos no convencionales en Vaca Muerta y en Allen (La guerra del Fracking, 2013), la deforestación y el monocultivo de la soja (Viaje a los Pueblos Fumigados, 2019), e incluso llegó a criticar, luego de largas conversaciones con expertos en el tema, la energía nuclear.

Desde el punto de vista parlamentario, la labor de Pino fue impecable. No se puede pensar en las causas ambientales, sin tener en cuenta que él las puso en la agenda pública e institucional, acompañando las luchas de las asambleas socioambientales, desde Esquel, Famatina, Aldalgalá y Jachal, la ley nacional de glaciares, la lucha de los mapuches por el reconocimiento de su identidad y de sus tierras, o la tragedia de los wichis en el norte arrasados por los monocultivos. En sus últimos años, junto al abogado ambientalista Enrique Viale, quien sería su asesor, promovió debates en el Senado Nacional donde se discutieron proyectos como el de la declaración de los Derechos de la Naturaleza hasta la propuesta de una ley que declarase al agua un derecho humano fundamental, dos proyectos retomados tal cual por el actual diputado nacional Leonardo Grosso, del Movimiento Evita. 

También presentó la ley sobre el Cambio Climático, que promueve la creación de un gabinete interministerial para generar medidas de adaptación y mitigación, que fuera acompañado por Jóvenes por el Clima y otras organizaciones ambientalistas. En realidad, Pino fue el primero en captar el protagonismo y la potencia de la juventud en relación con la crisis socioecológica. Gracias a su acción durante sus años como Senador Nacional –acompañado también por Magdalena Odarda- no hubo causa ambiental que no estuviera presente en esos salones, muchas de ellas ignoradas olímpica e interesadamente por sus colegas. Podría contar un sinfín de anécdotas, como aquella vez que fuimos invitados por Pino al Senado, para hablar de “Alternativas al extractivismo”, el 3 de noviembre de 2015, junto con Alberto Acosta, el economista ecuatoriano que fuera Presidente de la Asamblea Constituyente en Ecuador, y Eduardo Gudynas, referente latinoamericano del ambientalismo, y tuvimos que desalojar la sala por amenaza de bomba. Falsa alarma, claro. Aunque en las provincias nos sucedía todo el tiempo, era la primera vez que ocurría ahí; en una sala del Senado Nacional... Ese mismo año, Pino diría “Quizás no exista una causa mayor, desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que luchar por los Derechos de la Naturaleza”.

Pino cometió numerosos errores políticos en las últimas dos décadas, quien lo duda. Uno de ellos fue bajarse de la candidatura a presidente por Proyecto Sur, en 2010, luego de la muerte de Néstor Kirchner (pues como diría el inefable Duran Barba, “Nadie le gana a una viuda”), dejando así en la intemperie política a todo un sector del progresismo no kirchnerista y la izquierda ecológica. Otro, más penoso, fue la alianza política con Elisa Carrió, en 2013, que muchos le cuestionamos personalmente y que llevó a la explosión final de Proyecto Sur, como alternativa política. Quizá otro error fue pensar que podía llegar a ser el presidente de los argentinos de la mano de una fuerza progresista, cuando en realidad muchos lo pensábamos como el fundador de una nueva fuerza de izquierda, nacional, popular y ecologista, la cual debía construirse colectivamente y con otros tiempos políticos, por fuera de las urgencias electorales.

El caso es que el retorno de un segundo menemismo, en 2015, de la mano de Mauricio Macri, lo horrorizó, como a tantos de nosotros, y lo llevó a acercarse nuevamente a la gran familia peronista. Dos hechos a señalar que permiten salir de cualquier razonamiento lineal. Por un lado, la proyección de su documental El Legado, en 2016, en el cine Gaumont, contó con la presencia de una gran cantidad de dirigentes peronistas de toda laya, y confirmó, en medio de efusivos abrazos, la devoción que muchos tenían por Pino dentro de la gran familia peronista. En esa dirección, mi convicción es que Pino volvió a sentirse respetado y querido dentro de un panperonismo que, tras la derrota, lamía sus heridas abiertas e intentaba recobrar algo de perspectiva histórica. Después de todo, no solo era un peronista de ley, el único de todos ellos que guardaba además archivos inéditos de conversaciones con Perón, el que nunca había renegado del peronismo, pese a sus fuertes críticas. Incluso algunos jóvenes kirchneristas comenzaron a incorporar la problemática ambiental. 

Por otro lado, imposible olvidar su discurso en 2018 en el Senado Nacional sobre la ley del Aborto, defendiendo el derecho al goce de las mujeres y exponiendo su propia experiencia personal. Lo celebrado de esta intervención le hizo volver a sentir el amor de las multitudes progresistas y ahora también feministas, que se le habían escurrido en los últimos años. Así, no fue solo “el espanto” que representaba la posibilidad de permanencia del neoliberalismo al país. Estoy convencida de que su reconciliación con el kirchnerismo estuvo ligada también al llamado feminista en defensa del aborto, a partir de lo cual, afinidades electivas mediante, vio la posibilidad de un nuevo frente común contra el neoliberalismo, encarnado por la figura de Alberto Fernández, hoy presidente. 

Esta última inflexión no es motivo para hablar de “traiciones” ni tampoco para reducir o borrar su legado militante, como quieren hacer algunos desde el campo de la ecología y las izquierdas.  Tampoco la inversa, ya que no son pocos los que, de modo interesado, a la hora de hacer la necrológica, buscan callar u omitir su crítica al kirchnerismo, como si ésta nunca hubiera existido.

Al final de su vida, muchos parecían haberse olvidado del gran artista que era Pino. Pero lo cierto es que en 2020 tenía encaminado dos proyectos que definían de modo acabado las dos grandes facetas de su personalidad. El primero, un documental ya terminado sobre la creatividad artística, que reúne a artistas notables con los cuales compartió una estética en común (el riesgo, el caos), como Yuyo Noé y Eduardo Pavlovsky (y que, al decir de los que la vieron, será material ineludible en las escuelas de arte, no solo de cine). El segundo proyecto, que motivó el viaje a Roma para visitar al Papa Francisco y su fatal contagio de Covid 19, era la organización de un evento internacional sobre Derechos de la Naturaleza, que congregaría a figuras como Vandana Shiva y  Greta Thunberg, además del Papa, organizado por la Unesco, donde era reciente embajador por el actual gobierno.

Es necesario entonces recordar las diferentes facetas de la obra de Pino Solanas, a lo largo de su vida. El 6 de noviembre de 2020 se murió un gran artista y cineasta, reconocido como pocos a nivel internacional y también un político de izquierdas con visión estratégica e innovadora que deja una gran huella y legado.  Pues no es posible leer la historia del peronismo sin haber visto sus documentales políticos. No es posible pensar en el exilio argentino sin evocar sus conmovedoras películas de ficción. No es posible abordar las causas ambientales sin apelar a su legado. En fin, no es posible omitir que su visión política apuntaba a generar otra izquierda posible, donde justicia social y justicia ambiental debían estar inexorablemente asociadas.

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