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Opinión

La violencia que vendrá

Un Falcon verde desfila en una marcha antiderechos en 2021

Ezequiel Adamovsky

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Las cartas están más o menos sobre la mesa. Todavía faltan más, pero grosso modo se puede vislumbrar por dónde transitará el co-gobierno de Milei y el PRO. Tanto la brusca devaluación sin control de precios como el DNU y la ley ómnibus con las que debutó confirman lo obvio: que “la libertad” significa beneficiar en todo a los más ricos y pulverizar los derechos y el ingreso de todos los demás. Tan evidente es, que varias de las disposiciones están pensadas para provecho de tal o cual empresa.

También era bastante obvio, para quien quisiera verlo, que el gobierno de Milei no se atendría a las reglas de la democracia. Hace dos años lo señalé en una de mis columnas: la derecha argentina estaba entrando ya en su fase abiertamente autoritaria. Sin tapujos. Hoy se ve lo que eso significa cuando llegan al gobierno. Todas las almas bellas del pseudo-republicanismo de 2015 hoy avalan todo lo contrario. ¿División de poderes? ¿Constitución? ¿Garantías civiles? ¿Derecho de reunión? A donde vamos no necesitamos nada de eso. Pasados apenas 19 días de la asunción de Milei, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se sintió en la necesidad de recordarle que la libertad de expresión es inalienable. Nada menos. Nadie puede hacerse el distraído: esto se veía venir y fuimos muchos los que lo advertimos.

El proyecto de Milei se irá hundiendo por su propia inconsistencia. Pasaría incluso si la sociedad le prodigara una paciencia infinita, porque no tiene bases materiales para triunfar

Menos evidente era que amplios sectores de la sociedad se dispondrían a la resistencia tan rápido. La izquierda fue la punta de lanza y salió casi inmediatamente, a pesar de las amenazas por altoparlante, orwellianas, que lanzaron desde el Ministerio de Cachiporra de Bullrich y el Ministerio de Humanos para el Capital que comanda Pettovello. Le siguieron luego cacerolazos espontáneos por todo el país y, finalmente, el anuncio de una huelga general de la CGT. Que esto suceda en los primeros 18 días de gobierno es indicio de que se vienen tiempos muy conflictivos. La combinación es ciertamente explosiva: un presidente dispuesto a pisotear la democracia y una sociedad que no se quedará de brazos cruzados, en un escenario de crisis severa que solo puede evolucionar en un empobrecimiento masivo y más profundo que el que nos dejó Alberto Fernández.

El proyecto de Milei se irá hundiendo por su propia inconsistencia. Pasaría incluso si la sociedad le prodigara una paciencia infinita, porque no tiene bases materiales para triunfar. Sin dudas, como los militares, Menem o Macri, conseguirá dejar daños irreversibles y algunos cambios en el sentido de lo que esperan los talibanes del libre mercado (lo que no es poco). Pero no es un proyecto sustentable. Salvo que suspenda las elecciones –lo que no debería descartarse– caerá políticamente más temprano que tarde. Buena parte del voto que captó para llegar a la presidencia vino de personas de clase baja que se identifican con el peronismo. Es más que probable que lo abandonen pronto. Cuando Milei vaya perdiendo su optimismo inicial y el aura de ganador que todavía lo rodea, y a medida que las dificultades se multipliquen, es esperable que reaccione como ya lo hizo Macri cuando se hundía: instigando en su base de apoyo más fiel un odio todavía más fuerte por “los zurdos”, los “planeros”, “los negros”, “los k”, en fin, los “los orcos”, a los que culpará por sus propios fracasos. Contará otra vez con los medios de comunicación como apoyo para eso y con la resonancia que le dan décadas de prédica antiperonista.

Lo que creo que es menos evidente para mucha gente es que la violencia estatal estará muy probablemente acompañada esta vez de una violencia civil, desde abajo, que sería una de las novedades más tristes de los años por venir

No hay que ser Nostradamus para predecir que Bullrich utilizará todo el poder represivo que le da el Estado: se sale de la vaina para hacerlo. Contará con el apoyo decidido de las fuerzas de seguridad y eventualmente de las Fuerzas Armadas. Las encuestas de sociología del voto muestran que las profesiones militares eligieron a Milei en un 89%; fue el tipo de ocupación más receptiva a “las ideas de la libertad” y no cabe duda de que ofrecerán sus servicios con lealtad y entusiasmo. Por las dudas, ya preparan el camino con denuncias fantasmáticas del tipo de las que Bullrich inventó cotidianamente durante el gobierno de Macri: resulta que “ya están en el país agitadores cubanos y venezolanos” dispuestos a ayudar al vandalismo de los revoltosos locales. El mismo cuento de siempre. ¿Habrá quien todavía se lo crea? Frente a esto, no conviene confiarse en las reservas democráticas de las instituciones o los partidos políticos. Mucha gente sigue esperando que la UCR se reencuentre con su pasado progresista, pero lo cierto es que Gerardo Morales no gobierna en Jujuy de manera mucho más respetuosa de los derechos, ni le escapa a las brutalidades represivas.

Lo que creo que es menos evidente para mucha gente es que la violencia estatal estará muy probablemente acompañada esta vez de una violencia civil, desde abajo, que sería una de las novedades más tristes de los años por venir. La vimos incubarse ya en tiempos de Macri, por ahora sin pasar del plano verbal. Durante el gobierno de Alberto Fernández se plasmó en algunas agrupaciones ultra, como Revolución Federal, que discutían ya abiertamente planes para atacar a referentes políticos que les desagradaban. Hoy ya nadie se acuerda, pero hace poco hubo un intento de magnicidio: en 2022 le gatillaron un arma en la cabeza a Cristina Kirchner. Se sabe que una de las dos personas que están presas por el hecho era simpatizante de Milei. Por desidia de la justicia, no sabemos si tenía o no relación con Revolución Federal o con figuras del macrismo, pero es una posibilidad.

En esta última campaña y desde la asunción del nuevo gobierno el huevo de la serpiente dejó traslucir el avance de ese inframundo violento. A tono con la reivindicación de la última dictadura, Revolución Federal prometió superarla en desapariciones. Vimos un ex capitán del Ejército amenazar al candidato a vicepresidente del PJ. Vimos un neonazi probado llamando a la insurrección de las Fuerzas Armadas y sus mensajes replicados por una diputada de Milei. Y ya no solo fueron intimidaciones verbales: mientras todo esto se incubaba en las sombras, hubo efectivamente un crecimiento notable en el registro de hechos de violencia protagonizados por activistas de ultraderecha, incluyendo agresiones físicas.

¿Qué pasará con esa violencia civil creciente ahora que sus partidarios llegaron al control del Estado? Todo indica que va a encontrar terreno fértil para desplegarse y que el propio gobierno acaso eche mano de ella. En días pasados vimos al propio Macri alentar a los jóvenes libertarios a salir a la calle a enfrentar a “los orcos” que protesten contra el gobierno. De lo que Macri estaba hablando, ni más ni menos, es de la formación de grupos de choque, algo que la política argentina conoció hace muchos años, pero que no fue parte del paisaje desde 1983. No es algo nuevo ni una interpretación antojadiza: hace no tanto tiempo un dirigente de primer nivel del partido de Milei, luego caído en desgracia, llamaba con todas las letras a “tener fuerzas de choque y combatientes organizados como milicia en pie de guerra”. En otros tiempos, las organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles y políticas sabían que tenían que estar preparadas para defenderse de violencias de ese tipo. Ojalá no haga falta recuperar esas memorias.

El gobierno de Milei terminará tarde o temprano. Sus consecuencias políticas y culturales seguramente nos acompañarán mucho más tiempo.

EA/CRM

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