Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Opinión

Milei-Macri: la obstinación de un thatcherismo sin futuro

Para el autor, La Libertad Avanza es la continuación del macrismo por otros medios.

0

El entusiasmo y la urgencia que mostraron Macri y Bullrich para aliarse con Milei terminó de hacer evidente lo obvio: La Libertad Avanza es la continuación del macrismo por otros medios. Ya en 2021 el ex mandatario había expresado su deseo de aliarse: “Las ideas que expresa Milei son las que siempre expresé yo”. Se dio el gusto nomás. Recordemos la conclusión que Macri había sacado de su fracaso total como presidente: que el error no había sido la orientación de su política económica sino el gradualismo y que había que volver a hacer lo mismo, pero esta vez más rápido. ¿Qué significa? Hace poco lo dijo con todas las letras: “Creo que hay que dinamitar casi todo”. La imagen está bien en sintonía con la de las motosierras y el “que todo estalle” que propone Milei: se trata de encarar la demolición final de todas las capacidades del Estado de regular la economía, de liberar completamente el mercado a su propio funcionamiento, de eliminar cualquier derecho colectivo que pueda obstruir ese camino, que el salario baje todo lo que tenga que bajar y que quiebren las pequeñas y medianas firmas que no puedan competir. Acaso una linda hiperinflación colabore con todo eso, por qué no. Pasado ese momento de destrucción, emergería un país nuevo, ahora sí totalmente bajo el mando del capital y las reglas del mercado y, por ende, floreciente. Arrasar con todo en nombre de una promesa. Una luz imaginaria al final del túnel.

La continuidad económica entre macrismo y mileísmo es tal, que ya es un secreto a voces que el Ministro de economía del libertario sería Federico Szturzenegger, uno de los principales funcionarios del área de Macri, parte del plantel que armó todo como para que el dinero del préstamo más grande que el FMI otorgó en toda su historia pudiese canalizarse a la fuga. A Sturzenegger lo recordamos también por otra maniobra similar, el “megacanje” que puso en marcha en 2001, cambiándole a los bonistas sus papeles por otros con más beneficios y generando comisiones jugosas para los bancos justo antes del obvio default que se venía. Una megaestafa que todavía estamos pagando.

Las continuidades no se agotan allí: el gobierno de la Alianza que terminó en helicóptero en 2001, recordemos, era la continuación del neoliberalismo menemista, encarnada en Domingo Cavallo, que fue ministro de economía de ambos. Gobierno radical con el mismo ministro que gobierno peronista. Ese año Macri no se presentaba todavía como “el cambio”: era aún un fervoroso menemista. Volviendo al presente, en Milei vemos la continuidad en toda la línea: con las políticas de Macri, con los funcionarios de la Alianza y también con los que antes trabajaron para Menem. Él mismo se imagina heredero del riojano, en su equipo revisten varios de los economistas que trabajaron para él y su admiración por Cavallo es pública. Si queremos trazar continuidades más hacia atrás también las hay: Cavallo había estado al frente del Banco Central durante la última dictadura militar. La misma que Milei defiende. La misma que estatizó la deuda que tenían los empresarios, entre ellos la familia Macri. Más casta no se consigue. Estas continuidades de funcionarios que reaparecen en gobiernos de diverso signo –militares, radicales, peronistas, del PRO– no son casuales: detrás de una nueva invitación al cambio, a probar “algo nuevo”, es muy obvio que está otra vez lo viejo tratando de volver con nuevos ropajes. 

En 2022, en medio de un aniversario por Malvinas, Milei declaró: “Me siento identificado con Thatcher”. Se refería a Margaret Thatcher, la primera ministra británica que estaba al frente en el momento de la guerra. Hay una compulsión por el thatcherismo de nuestra derecha que no mengua: la admiraron y trataron de emularla por igual los militares, algunos radicales, Menem, el macrismo y ahora Milei. Es que, si uno es desprevenido, podría parecer que los problemas de la economía argentina se parecen a los que experimentaba la del Reino Unido en 1979, cuando Thatcher llegó al poder. También allí la economía estaba estancada, la inflación preocupaba y la conflictividad social era alta. En su gobierno, quien sería conocida como “la Dama de Hierro” aplicó un programa liberal implacable de reducción del gasto público, privatización y desregulación. También impulsó valores culturales conservadores y antiigualitaristas. Sus medidas fueron un desastre, al menos en el corto y mediano plazo: el desempleo escaló, la producción industrial se redujo, creció fuertemente la desigualdad y la pobreza aumentó de manera sostenida. Los trabajadores resistieron sus políticas, pero fueron derrotados mediante una represión implacable. El descontento con su gobierno fue creciendo: la victoria en la guerra de Malvinas y la reducción de la inflación le dieron una brisa de popularidad, pero luego su lugar se fue deteriorando hasta que sus propios compañeros de partido decidieron reemplazarla para no perder las elecciones. 

Los británicos del común siguen teniendo un pésimo recuerdo de ella. Los estudiosos no están de acuerdo sobre el legado de largo plazo del período Thatcher, pero es un hecho que, después de su caída, la economía del Reino Unido volvió a mostrar signos de crecimiento y el desempleo eventualmente se redujo. Lo que está claro es que, si eso fue posible, fue por un cambio de eje: la destrucción que produjo el thatcherismo en el sector público y en el industrial fue compensada por el crecimiento del sector servicios, en particular, de los servicios financieros.  

Ese dato es lo que los émulos locales de Thatcher pierden de vista: existía una base económica, un horizonte de posibilidades, que hizo que la obra de destrucción que planteó no quedase puramente en eso, en una destrucción sin sentido. La reorientación de la economía fue posible porque Gran Bretaña tenía la capital financiera de Europa en su suelo e infinitas oportunidades comerciales, por ser cabeza de un mancomunado de naciones que había erigido en sus tiempos de potencia colonial. Y no tenía a Estados Unidos como adversario o enemigo –como ha tenido la Argentina en los últimos 130 años– sino como aliado. 

Sin esas condiciones de oportunidad, en nuestro país, la obstinación thatcherista es puramente destructiva. La ortodoxia económica irrumpió ya en tres ciclos neoliberales –el de los militares, el de Menem/De la Rúa y el de Macri– y sus efectos fueron invariablemente la destrucción del sector industrial, más desempleo, más desigualdad, más endeudamiento. La destrucción transfiere recursos a los sectores exportadores y financieros, pero no tiene nada para ofrecer para el resto de la población. Ni siquiera puede restaurar el orden macroeconómico: las políticas de los militares terminaron en hiperinflación, las de Menem/De la Rúa en la peor crisis de la historia argentina y las de Macri empeoraron todos los problemas previos sin resolver ninguno. Y el problema no fue el de un bloqueo político: con la población sometida al terror, los militares tuvieron manos libres para hacer lo que quisieron; Menem tuvo al PJ de su lado y diez años de chance; Macri consiguió aprobación del Congreso para todo lo que quiso. No fue un problema de ritmos de implementación: Menem fue brutal y aplicó su “cirugía mayor sin anestesia”, Macri fue “gradualista”, los dos chocaron el país. Tampoco tuvieron falta de ayuda externa: si en algo coincide la dictadura con el menemato y con Macri fue en la disposición del FMI a darles la cantidad de dinero que pidieran. Recibieron fortunas. Tuvieron un apoyo incomparable de “el mundo”. Todos empeoraron la situación. Si el thatcherismo local fracasa una y otra vez es porque no sirve para un país como el nuestro.  Porque es puramente destructivo. Porque no tiene otra cosa que ofrecer a la población, más que pobreza, desempleo, exilio y más desarreglos macreoeconómocos que los que encuentra. 

Estamos frente a la posibilidad de un cuarto ciclo destructivo, si la dupla Milei-Macri llega al poder, el primero con sus ideas delirantes y su falta de registro del prójimo, el segundo con ese resentimiento de niño rico que nos guarda por habernos atrevido a quitarle su juguete en 2019. Esta vez se proponen dar rienda suelta a sus impulsos destructivos, disciplinarnos, meter motosierra sin límites. Se les nota el deseo de causarnos todo el dolor que haga falta, hasta que aprendamos a bajar la cabeza, a aceptarnos como un país de mierda, bananero, sin moneda propia, manejado como una estancia.

Que infligirnos ese dolor requerirá niveles de violencia espeluznantes lo tienen bien claro. ¿Qué otro motivo podría haber tenido Milei para elegir como vicepresidenta a una persona totalmente desconocida, que no le aportaba ni un voto, pero que le garantizaba la simpatía inmediata de los militares? ¿Para qué llevaría Bullrich al debate a un policía condenado por homicidio, si no era para enviar el mensaje a las fuerzas de seguridad de que podrán reprimir de cualquier manera y con toda impunidad? 

Realmente, no hace falta ser adivino para ver lo que se viene si le damos el voto a Milei-Macri.

EA

Etiquetas
stats