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A 50 años de su asesinato, el nombre de Carlos Mugica resurge como símbolo de una Iglesia más comprometida

Ceremonia en la parroquia Cristo Obrero del Barrio 31, donde se encuentran los restos del padre Carlos Mugica.

Leonardo Castillo

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Era un sábado a la noche y el padre Carlos salía de la Iglesia San Francisco Solano, donde había oficiado una sentida misa con los vecinos de esa parroquia del barrio de Villa Luro. La ceremonia había sido como un páramo de reflexión, paz y reencuentro con las concepciones fraternas de los evangelios en esa Argentina sacudida por una violencia política que aún no había alcanzado su punto más álgido. Sin embargo, los enfrentamientos que sostenían las bandas parapoliciales de la Triple A y los sectores de la denominada Tendencia Revolucionaria del Peronismo ya se habían ocasionado cientos de víctimas. El cura se disponía a subirse a su Renault 4 para volver a la Villa de Retiro, el lugar en el cual ejercía su sacerdocio. Fue entonces cuando una ráfaga de balazos disparadas por dos hombres lo alcanzó. También fue herido su amigo, Ricardo Capelli. 

Ambos fueron trasladados al Hospital Salaberry. El religioso pidió que primero, lo operaran a su amigo. Lo intervinieron en un quirófano repleto de personas ajenas al hospital, que parecían estar allí para certificar la muerte. “Cuando finalmente se produjo el deceso, todos esos tipos salieron corriendo. Era como que le tenían que avisar a alguien lo que acababa de pasar”, señaló años después el médico Marcelo Larcade, quien intentó en vano salvarle la vida.

Así murió hace 50 años el padre Carlos Mugica, el 11 de mayo de 1974, un sacerdote comprometido con la realidad de los humildes que entregó su vida por la opción por los pobres, que abrazó los evangelios como un camino para construirles una vida mejor a los postergados en la Tierra. Predicó en la Villa de Retiro, hoy Barrio 31, donde su apostolado sigue inspirando a los vecinos y a los jóvenes del barrio que esta semana instalaron un acampe frente a la Catedral de Buenos Aires, en la Plaza de Mayo, donde se preparan para conmemorar, el domingo, el martirio de un hombre de fe que, cinco décadas después, los sigue inspirando para intentar cambiar sus realidades, individuales y colectivos.

“Carlos es el camino para acercarnos a los demás. Estamos en un momento en el cual la Iglesia lo empieza a tomar como una figura de compromiso con los humildes y los pobres que viven en los barrios. Es alguien que dio a vida por los demás y eso es lo que hoy valoramos”, afirmó en diálogo con elDiarioAR el padre Nacho Bagattini, a cargo desde hace dos años y medio de la Parroquia Cristo Obrero, la iglesia instalada en la Villa 31 donde en 1999 fueron trasladados los restos de Mugica desde el Cementerio de la Recoleta.

Gigantografías del Padre Mugica, obras artísticas que inspiran su vida y obra se exhiben desde el lunes en esta carpa instalada frente a la Catedral, instalada por el equipo de Sacerdotes de Barrios y Villas de la República Argentina. Pero quienes sostiene a diario las actividades que se desarrollan en el lugar son jóvenes de la parroquia, muchos de ellos recuperados de adicciones, que intentan “renovar el compromiso” de Mugica. 

El jueves pasado, esos pibes llevaron los zapatos del cura a la ronda de las Madres de Plaza de Mayo y junto a ellas vivieron uno de los momentos más emotivos de esta semana de conmemoración que concluirá el domingo, con una misa en el Luna Park, que será leída por el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva.

“Creo que hoy, Carlos estaría en los lugares que siempre estuvo. Estaría con las organizaciones sociales frene a Capital Humano; hubiera marchado el 24 de marzo con los organismos de derechos humanos y se habría movilizado con los gremios de la CGT”, sostiene el sacerdote Domingo Bresci, integrante del grupo de Curas en Opción por los Pobres, que conoció a Mugica en el seminario de Villa Devoto, en los años ’50, cuando iniciaba su formación sacerdotal.

De una familia antiperonista al trabajo en las villas

Mugica nació en una familia tradicional de Buenos Aires y de chico vivió en el tradicional Palacio Ugarteche de Barrio Norte y desde chico abrazó a Racing como una de las primeras pasiones de su vida. Curso en el colegio Nacional Buenos Aires y planeaba estudiar derecho, pero su vocación religiosa lo llevó a descubrir que su verdadera vocación era abrazar el sacerdocio. Ingresó entonces al seminario en 1952. 

Poco después de terminar el seminario, se sumó a los equipos pastorales de la Iglesia que trabajaban en los conventillos de Buenos Aires y allí pudo asistir el dolor que causó la caída de Juan Domingo Perón entre los humildes. 

“Venía de una familia acomodada y antiperonista, pero al ver las injusticias optó por predicar el evangelio en los barrios, junto a los humildes, que eran peronistas. Y eso fue lo que abrazó”, repasó Bresci.

En los años ’60, Carlos y Domingo se sumaron al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM), inspirado en la Conferencia Episcopal de Medellín, en consonancia con el mensaje de actualización contenido en el Concilio Vaticano II, la reforma eclesial impulsado por Juan XXIII. “En ese proceso de cambio, muchos sacerdotes entendimos que nos teníamos que comprometer con los más necesitados”, agregó.

Mientras trabajaba en la Acción Católica, Mugica completaba una sólida formación teológica y filosófica. En 1966, encabezó grupos de jóvenes que realizaron tareas evangelizadoras el en norte de Santa Fe, en el monte, junto a las familias campesinas. En uno de esos grupos estaban Uno de esos grupos estaba formado por tres jóvenes que estudiaban en el Nacional Buenos Aires: Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Eduardo Firmenich, quienes luego integrarían el grupo que fundaría la organización Montoneros.             

En 1968 se sumó al Equipo de Pastoral Villera, mientras se formaba una villa miseria en terrenos adyacentes a la estación del ferrocarril, en Retiro. Antes viajó por Europa, presenció las revueltas del Mayo Francés y en Madrid se entrevistó con Perón. Entendió que el regreso del viejo caudillo a Argentina era la causa que debía abrazar.

Tras el estallido social de “El Cordobazo”, el país ingresa en un período de movilizaciones y protestas sociales. En mayo de 1970, esos jóvenes que habían misionado con él en la Acción Católica forman Montoneros, un grupo armado que se presentan en sociedad con el secuestro y ejecución de Pedro Eugenio Aramburu, quien como presidente de la llamada “Revolución Libertadora” había ordenado, en 1956, los fusilamientos de militantes peronistas en José León Suárez.

En septiembre de ese año, Abal Medina y Ramus, buscados por la muerte de Aramburu, mueren en una emboscada en la localidad de William Morris. Mugica encabeza una misa en la que pronuncia un homenaje a esos jóvenes que las autoridades no toleran y lo encarcelan. 

“Eran los tiempos de ‘Luche y Vuelve’ y nosotros acompañamos. Queríamos que volviera Perón porque entendíamos que eso era lo que necesitaba el pueblo”, aseguró Bresci. Pero a medida que se acerca el regreso del peronismo al gobierno y las elecciones de 1973, Mugica comienza a plantear sus primeras diferencias con Montoneros. “Entendía que no se podía seguir con la lucha armada si Perón volvía al país. Era el líder de los trabajadores”.

Tras el triunfo electoral de Héctor Cámpora, en marzo de 1973, le proponen sumarse a los equipos de Construcción de Viviendas del Ministerio de Bienestar Social que encabezaba José López Rega, quien sería el fundador de la Triple A. Tras varias consultas con los sectores religiosos y la gente del barrio, Mugica decidió aceptar, aunque con un cargo ad honorem. Montoneros cuestionó ese acercamiento del cura con “El Brujo” y las diferencias se hicieron notorias. Los jóvenes que habían evangelizado con el padre en Acción Católica comenzaban a discutir la conducción de Perón, y eso era algo que el religioso no podía aceptar. “Nuestra idea era respetar la conducción de Perón y nos ligamos a la JP Lealtad”, subrayó Domingo.    

Pero a poco de haber iniciado su gestión comenzó a tener diferencias con “el Brujo”. “La idea que tenía Carlos era la de impulsar la construcción de viviendas en las villas con cooperativas que debían estar integradas por los vecinos, era una idea autogestiva. López Rega, en cambio, quería meter empresas de construcción y por eso Mugica decidió irse”, apuntó Bresci. 

Además, en diciembre de 1973, hubo un hecho represivo en la Villa de Retiro, donde murió un militante del peronismo revolucionario. Eso sumado a otros episodios y diferencias con los funcionarios de Bienestar Social --que se convertía día a día en un refugio de parapoliciales— determinaron su ruptura con López Rega.

Pese a todo, Mugica multiplica sus actividades políticas y recibe varias sanciones de la jerarquía eclesiástica. Le proponen incluso dejar el sacerdocio. Se niega, pero siente que se queda cada vez más solo. “Tengo los días contados, sé que me van a matar y lo hará López Rega. No quiero que le carguen el crimen a otros”, le contó por esos días a su hermano, Alejandro, quien lo revelaría tiempo después de su asesinato.

Tras su asesinato, algunos medios de comunicación le atribuyeron el crimen a Montoneros, algo que la organización desmintió rápidamente. Pero la mácula quedó instalada en buena parte de la militancia peronista. “Mugica/Leal/ Te vamos a vengar”, entonaban los militantes de los sectores ortodoxos del justicialismo que asistieron al multitudinario sepelio del cura que se realizó en la Villa de Retiro. 

Recién en 1984, el testimonio de un otrora matón de la Triple A que pululaba por los pasillos de Bienestar Social en la época de “El Brujo” permitió conocer la verdad. Se llamaba Juan Carlos Juncos y confesó frente al juez Eduardo Hernández Agramonte, que López Rega le pagó 10 mil dólares para matar “a ese curita que lo perjudicaba políticamente”.

“Como comunidad, sentimos que tenemos hoy la responsabilidad de velar todos los días por el padre Carlos, cuyos restos descansan en nuestra parroquia de Cristo Obrero. Sentimos la obligación de renovar todos los días su opción por los pobres. Como sacerdote siento que es un ejemplo que nos invita a salir, a estar en la calle y no quedarnos encerrados en las sacristías”, puntualizó el padre Nacho.

LC/MG

    

         

           

                    

                    

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