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La caída de Alperovich: cómo el caso de abuso sexual contra su sobrina quebró la vida social, familiar y política del exgobernador de Tucumán

El ex gobernador José Alperovich acaba de ser procesado por abuso sexual

Miguel Velárdez

Tucumán —

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Como un pesado objeto de cristal que cae al piso, se rompe y estalla en todas direcciones, la denuncia de su sobrina segunda por abuso sexual quebró la vida privada, social y política de José Jorge Alperovich. Mientras gobernó en Tucumán, entre 2003 y 2015, era un hombre acostumbrado a mostrarse en público, solía cafetear con amigos en los bares del centro tucumano y abría las puertas de su casa para organizar asados. Disfrutaba convertir a esa vivienda en la cocina del poder. Pero, el 22 de noviembre de 2019, todo cambió. Los testimonios de la joven ( M.F.L., por sus inciales) dividieron las opiniones en el núcleo familiar entre tíos y primos e impactaron también en los hijos, y en los nietos adolescentes. Algunos de sus integrantes hablaron a través de las redes sociales; otros optaron por el silencio durante más de dos años. Las acusaciones detallaban episodios de violación, abuso e intimidación y terminaron por deshacer las relaciones en una de las familias tradicionales de Tucumán. A partir de allí nada sería igual para el hombre que había ostentado el poder político, primero como legislador, después como gobernador y, al final, como senador nacional.

La joven tenía 29 años cuando planteó la demanda. En el expediente dijo que trabajaba como asesora de Alperovich y detalló los hechos que ocurrieron en Buenos Aires y en Tucumán, entre diciembre de 2017 y mayo de 2019. En los dos años y medio que pasaron tras la denuncia, el ex gobernador nunca más volvió a dar una entrevista a ningún medio. Apenas subió unos mensajes a través de sus redes sociales y después volvió a recluirse en el silencio.

Además de dar precisiones sobre lugares, fechas y horarios, la sobrina describió el modus operandi del acusado de violación. Dejó en claro que el ex senador ejercía abuso de poder sobre ella, tanto psicológica y familiar como a nivel laboral. También precisó que utilizaba todos los recursos de su entorno y oportunidades para quedarse a solas con ella. “Él no paraba a pesar de mis ruegos, me dijo que no sea tan arisca, que así, ‘asexuada’ no le servía”. Esos testimonios forman parte de la declaración en sede judicial, se ventilaron entre los integrantes de la familia y después se filtraron a la opinión pública.

Alperovich tiene cuatro hijos: un varón, dos mujeres, y el más chico, también varón. De las mujeres, Sara Alperovich heredó el gusto para la política; hoy en día es legisladora provincial por el peronismo. Por olfato político, ella optó por el silencio cuando salió la denuncia penal contra su padre. Tenía menos de un mes de haber asumido en una banca de la Legislatura. En cambio, Mariana Alperovich, la otra hija, ni se acerca a la actividad política. No le atrae ese mundo ni sus protagonistas. Justamente fue ella quien salió al cruce de la denunciante de su padre en aquella agitada semana de fines de noviembre de 2019. “Siempre mantuve un perfil alejado de la política y los medios por elección personal, pero acompaño a diario a mi familia y los conozco –escribió en su cuenta de Facebook-. Realmente los conozco. Como mujer me solidarizo con las víctimas y sobrevivientes de violencia de género. Pero en este caso, en esta denuncia falsa, plagada de mentiras y manipulaciones, yo creo en mi papá –insistió, la única vez que habló del tema, en 2019-. Yo sé de la inocencia de mi papá. Creo en mi padre porque lo conozco, porque todos estos años desde que dejó la gobernación estuve aún más cerca de él, porque además conozco a la denunciante y también sé lo que vivió y con quién lo vivió”, remarcó. 

La sobrina, en tanto, había hecho pública una carta en la que relató su situación. “El avasallamiento fue demoledor –escribió la joven-. Tanto que ni siquiera pude ponerlo en palabras. Él oscilaba libre y cómodamente en los tres escenarios ante los que me posicionaba: el familiar, el laboral y el del horror de la intimidad que me forzaba a vivir con él”. En aquella carta, la denunciante recordaba ese episodio con estas palabras. “No quería que me besara. Lo hacía igual. No quería que me manoseara. Lo hacía igual –detalló-. No quería que me penetrara. Lo hacía igual. Inmovilizada y paralizada, mirando las habitaciones, esperando que todo termine, que el tiempo corra. Ya saldría de ahí y estaría en mi casa, ya habría más gente alrededor, ya el disimulo y el trabajo lo iban a alejar de mí”.

En este período de más de dos años, Alperovich concluyó su mandato de senador nacional en diciembre de 2021, se quedó sin fueros y volvió al llano. Mientras tanto, su esposa Beatriz Rojkés, por decisión propia, se había mantenido en silencio. Bety, tal como le llaman en su familia, es una mujer que trata de evitar las entrevistas. No se siente cómoda frente a un micrófono o una cámara. Siendo senadora supo acumular un catálogo de exabruptos y de frases políticamente incorrectas. En 2010, por ejemplo, Bety Rojkés se reunió con Dora Yáñez, cuyo hijo se había suicidado luego de haber consumido drogas. Tras una reunión con la madre del chico, la senadora le dijo: “Al menos ahora, Dora, vas a poder dormir tranquila, porque tu hijo no está más en la calle”. Con esos antecedentes, en el entorno de Alperovich solían decir “mejor que no hable”. Sin embargo, más adelante, Bety Rojkés quebró ese largo silencio. 

En plena pandemia de coronavirus, el expediente estuvo como en una meseta. El confinamiento por los contagios contribuía a esa parálisis en tribunales y hubo momentos en que parecía que no iba a avanzar. La causa judicial empezó a moverse a fines de abril de este año, cuando citaron a indagatoria al ex gobernador.  Durante más de una hora, Alperovich declaró a través de una videoconferencia por zoom. Dio su versión, negó los hechos por los cuáles está imputado y se negó a contestar preguntas. Con 67 años cumplidos, intentó convencer al juez de que todo forma parte de una conspiración para sacarlo del escenario político. 

Luego de la indagatoria, el juez tenía 10 días hábiles para resolver la situación. Antes de que venciera ese plazo, el 4 de mayo, el magistrado Osvaldo Rappa firmó el procesamiento de Alperovich por tres casos de abuso sexual simple y seis casos de abuso sexual agravado. Al día siguiente, la esposa de Alperovich rompió el silencio y apareció en la escena pública nacional. En una conversación con el periodista Reynaldo Sietecase en Radio con vos admitió el quiebre que produjo la denuncia en el fuero íntimo de la familia. Resaltó que se trata de una campaña de difamación y cargó contra la denunciante. “No sé si mi marido me fue infiel, pero no la abusó –dijo en la entrevista-. Puedo tener duda de lo primero, pero no tengo duda de lo segundo. Esta chica venía a casa, jugaba con mis nietos, usaba la casa de José para hacer su cumpleaños –remarcó-. Yo prefiero, como casi todas las mujeres que posiblemente hemos sido engañadas, prefiero creerle a mi marido”, insistió. 

Para preservar su identidad y no tener que exponer su rostro ante los medios, Milagro Mariona fue designada en el rol de vocera mediática de la sobrina de Alperovich. “Las víctimas de abuso sexual denuncian cuando pueden, no cuando quieren –asegura Mariona, al hablar sobre el tiempo que tardó la denunciante en salir de esa situación-. Hay una violencia psicológica que las paraliza, que hace que se autoculpabilicen y que no puedan salir de ese lugar en el cual fueron puestas, porque el abuso sexual no es solo un acto físico, sino también psicológico –agrega-, donde hay una situación de menosprecio, hay una situación de poder, y eso afecta la psiquis de una persona y además no solo era su jefe, sino que también era una persona familiar, que era querida por su familia y en quien había confiado para trabajar en ese espacio político; entonces todo eso fue complejizando la posibilidad de salir, de huir”, resalta.

Los delitos que se le imputan tienen penas de entre 6 y 15 años de prisión. “Al monstruo hay que ponerle nombre y apellido y el mío se llama José Jorge Alperovich, mi tío segundo y jefe”, escribió la denunciante en aquella carta pública de 2019. “No miento, no busco fama. Nadie quiere hacerse famosa por contar el horror que vivió –resaltó-. No quiero dinero ni hay un trasfondo político detrás de mi denuncia. Soy mucho más que todo eso que se pueda especular. Esto es por mí. El motivo más importante de mi vida es mi renacimiento, mi sanación y la búsqueda de justicia”.

Gabriel Alperovich es el mayor de los hijos varones. Nunca ocupó un cargo político y supo cultivar un perfil bajo. No solía exponerse en público, pero hace una semana empezó a tener más apariciones tras anunciar su intención de convertirse en dirigente deportivo del club Atlético Tucumán. Al igual que su padre usó las redes sociales para confirmar que se unió al diputado nacional Mario Leito, actual presidente de Atlético Tucumán, y así buscar un cargo en las próximas elecciones de la comisión de fútbol. Este anhelo de entrar en la arena política del deporte terminaría con su acostumbrado bajo perfil. La única vez que Gabriel Alperovich habló sobre la situación de su padre fue en noviembre de 2019, cuando salió la denuncia de la sobrina segunda. “Yo pongo las manos en el fuego por vos –escribió aquella vez en su cuenta de Facebook, la verdad saldrá a la luz y quedará demostrado que todo es una gran mentira en la que te involucraron realmente no sé con qué fin. Te banco a muerte, te amo y te vamos a apoyar en todo”.

Diferente fue la actitud de Daniel Pablo Alperovich, el hijo menor. Tiene casi la misma edad de la denunciante, es ingeniero industrial, se dedicó a la práctica de taekwondo y llegó a participar en varios torneos internacionales. Su vida está muy lejos de la política, y muy cerca de la actividad ganadera. El joven administra los campos con ganado que la familia posee en Santiago del Estero. Daniel Alperovich también quedó envuelto en una causa judicial por el robo de cabezas de ganado. La policía descubrió en su campo cerca de 1.000 vacas de las 3.500 que habían sido denunciadas como robadas. Hace un año, en mayo de 2021, el hijo menor del ex senador fue imputado en la causa judicial por supuesta participación en una asociación ilícita. En relación al escándalo que involucra a su padre y a su prima segunda, el joven hasta ahora se mantiene en el más absoluto silencio. 

En la declaración judicial, la sobrina precisó que Alperovich viajó con ella y otra persona más a Buenos Aires. Llegaron a Aeroparque y fueron a uno de los departamentos que tiene el ex senador en Puerto Madero. La otra persona se fue a dormir a otro departamento y ellos quedaron solos. Detalló que estaban mirando la televisión, sentados en un sillón, y él comenzó con insinuaciones hasta que le desprendió el botón del pantalón y empezó a tocarla sobre la ropa interior. Alperovich le habría dicho a la víctima que junto a él tendría la posibilidad de crecer y la abusó sin acceso carnal. En la denuncia se describe que el hecho se produjo contra la voluntad de la joven y en un contexto de abuso de poder y de violencia psicológica.  

Además de dar precisiones sobre lugares, fechas y horarios, la joven describió el modus operandi del acusado de violación. Dejó en claro que el ex senador ejercía abuso de poder sobre ella, tanto psicológica y familiar como a nivel laboral. “Sos mi dueña”. “Te voy a proteger siempre”. “Te amo”. Esos testimonios forman parte del expediente. 

Otro episodio sucedió el 9 de marzo de 2018 en la casa nueva que Alperovich tenía en Yerba Buena. La joven denunció que hubo violación con acceso carnal. “Él le pidió al personal de seguridad que se quede en otro sector –describió la sobrina- y para mí fue un día espantoso porque él me atacó en el sillón. Me hizo tocarlo forzadamente, se bajó el pantalón y el calzoncillo mientras me decía ‘mirá cómo me ponés’”. También agregó que dos días después ocurrió el séptimo abuso denunciado. Fue el 12 de marzo de 2018 y en la misma casa. La joven describió que entonces se produjo un forcejeo.

Otro de los abusos descripto por la denunciante se produjo el 9 de febrero de 2018, cuando el acusado estaba en plena campaña electoral. Dijo que ambos se trasladaban en un auto hacia la localidad de Simoca, en el sur tucumano. Describió que la tocaba mientras iban en el vehículo. En el expediente se detalla que el auto era un Volkswagen Passat azul patentado como AB 472 RT, que era manejado por un chofer de Alperovich. 

El mismo día en que se efectuó la denuncia en su contra, el 22 de noviembre de 2019, el entonces senador tucumano estaba de vacaciones en Miami y contraatacó a través de las redes sociales. “Cuento con numerosas pruebas –publicó Alperovich- y testigos que demuestran mi inocencia y la verdad”. En ese tuit, además, escribió el nombre y apellido de la denunciante, lo que provocó la reacción de las organizaciones que defienden los derechos de las víctimas de abuso sexual y de violencia de género, porque violó el protocolo de reserva de identidad para estos casos. Al día de hoy, en la cuenta de Twitter de Alperovich se mantiene el mensaje con el nombre y apellido de su sobrina.

Alperovich era un empresario con éxito en el mercado de las concesionarias de autos cuando ingresó en la política de la mano del radicalismo. Fue electo legislador provincial en los tiempos en que Tucumán era gobernada por Antonio Domingo Bussi, entre 1995-99. Por su profesión de contador público nacional lo designaron presidente de la comisión de Hacienda del parlamento para controlar los manejos del dinero público que hacía el bussismo. Al finalizar su mandato de legislador radical, Alperovich dejó la banca, mientras el peronista Julio Miranda asumía la gobernación como sucesor de Bussi. Miranda llamó a Alperovich para ofrecerle el ministerio de Economía de la provincia, como un intento por acercar lanzas con el entonces presidente Fernando de la Rúa. Con esa experiencia de haber ocupado un despacho en el Poder Ejecutivo, Alperovich fue por más hasta llegar a la gobernación de Tucumán, en 2003. Dejó su traje del radicalismo para calzarse la ropa del peronismo. 

Mientras gobernó en Tucumán, entre 2003 y 2015, Alperovich era un hombre acostumbrado a organizar reuniones políticas y de gestión en su propia casa, ubicada en Crisóstomo Alvarez al 4300. Lo público y lo privado tenían una delgada línea de frontera. Todavía hay quienes recuerdan los encuentros en la casa de José, tal como se hacía llamar por sus colaboradores. Era una práctica habitual que los funcionarios (desde ministros, pasando por secretarios de Estado hasta el rango de Director) llegaran de noche o de día a la casona de dos plantas. Estaba acostumbrado a que su vivienda fuera la cocina del poder. “Y la Casa de Gobierno era como su casa –advierte Milagro Mariona, vocera de la sobrina de Alperovich-. Lamentablemente es la manera de construcción patriarcal de la política, en general de todos los partidos –agrega-, donde el que está en el gobierno se cree el padre del pueblo”. 

Los viernes, Alperovich solía organizar asados en su quincho. Llegaban intendentes, comisionados rurales, legisladores, y concejales que respondían presurosos a su llamado. Aparecer en esa lista de invitados era una credencial de pertenencia al círculo de poder del peronismo. El resto de la familia se mantenía en la planta alta, mientras los funcionarios llegaban solos o en grupos y se instalaban en el living o se sentaban en el patio al aire libre a esperar que el entonces gobernador se mostrara para iniciar la reunión. Algunas veces, el dueño de casa bajaba por la escalera vestido, apenas con una bata de baño y un cigarrillo en la mano, tal como lo recuerdan algunos de sus habituales invitados.

Una de esas tantas reuniones que el ex gobernador dispuso en su domicilio particular derivó en un escándalo. Fue en la noche del martes 18 de abril de 2006, cuando un fiscal que debía investigar el crimen de Paulina Lebbos acudió a una reunión privada en la casa de Alperovich. El fiscal era Alejandro Noguera y la joven Paulina Lebbos, tenía 23 años, cuando fue hallada sin vida a la vera de una ruta provincial en Raco, a unos 35 kilómetros de la capital tucumana. Una de las líneas de investigación tenía en la mira a los hijos del poder. Esa hipótesis figuraba en la causa judicial y apuntaba contra los hijos de quienes ostentaban cargos de mucho peso político en Tucumán. 

La muerte de Paulina Lebbos siempre fue una brasa caliente para el gobierno. Desde que empezó la investigación hubo muchas desprolijidades por parte del fiscal Noguera. Alberto Lebbos, el padre de la joven asesinada, sospechaba de un encubrimiento del poder político, era funcionario provincial y había sido citado por Alperovich a una reunión en su casa. Sin embargo, cuando apareció el fiscal Noguera, se puso en duda la división de poderes, Lebbos estalló de indignación y se retiró de inmediato. “Vengo denunciando a las autoridades de seguridad del Gobierno por encubrimiento y otros delitos, y veo al fiscal en esta casa. No sé en quién se puede confiar. El gobernador sigue durmiendo con el enemigo”, dijo, antes de subir a un taxi y alejarse del lugar. Al día siguiente, el fiscal fue separado de la investigación. Más de una década después del crimen, en octubre de 2018, Gabriel y Daniel -los dos hijos varones de Alperovich- tuvieron que prestar declaraciones testimoniales en el juicio oral por el asesinato de Paulina Lebbos y el encubrimiento del crimen. “Mi papá no encubrió a nadie”, declaró aquella vez Gabriel Alperovich, frente a los jueces. En cambio, Alberto Lebbos cargó contra la familia del gobernador por la muerte de su hija. “No tengo dudas de que el clan Alperovich tuvo una responsabilidad ideológica de proteger a los encubridores”, bramó aquella mañana en el edificio de tribunales, mientras los hijos de Alperovich volvían a su casa. Era la primera vez que Gabriel y Daniel aparecían mencionados en una causa judicial, pero no sería la única. Hoy en día, casi dos décadas después, el crimen de Paulina Lebbos sigue impune y con nueve condenas por encubrimiento.

Otra costumbre que tenía Alperovich, siendo gobernador, era salir de su despacho de la Casa de Gobierno para hacer una ronda de café con sus colaboradores en algún bar céntrico, donde todos pudieran ver su presencia. Era el comienzo de su gestión provincial, a fines de 2003, cuando la clase política seguía distanciada de la sociedad y estaba fresco el recuerdo de la crisis de 2001 con los cacerolazos y el grito al unísono que se vayan todos. La mayoría de los dirigentes políticos no se mostraba en público. Sin embargo, Alperovich intuyó que podía aprovechar la luna de miel que le daba el hecho de haber sido recién electo gobernador y ordenaba que le armaran cuatro o cinco mesas con sus ministros y secretarios para cafetear en uno de los bares más concurridos del centro. En aquellas tardes en público, Alperovich se comportaba como si estuviera en el living de su casa. Inclusive hay quienes recuerdan que solía hacer alardes de sus virtudes varoniles. Aunque hubiera periodistas a su alrededor, no tenía filtros a la hora de hablar de esos temas. 

Con mayoría legislativa y el poder político en sus manos hizo reformar la Constitución provincial para habilitar la reelección. Por esa vía llegó a gobernar durante 12 años ininterrumpidos. En 2012, todavía le faltaban tres años en el poder, mandó a construir una nueva casa, más grande y cómoda, en la esquina de Martín Fierro e Ituzaingó, en Yerba Buena. Las reuniones se trasladaron a esa propiedad, donde actualmente vive Alperovich. Es una mansión, que ocupa media manzana, más confortable que la anterior y fue diseñada con un amplio salón de reuniones. En esta nueva casa es donde ocurrieron los hechos, según figura en el expediente judicial.

La sobrina que lo denunció en tribunales había empezado su labor en el Ministerio de Gobierno de la provincia. Luego fue asignada como asistente personal del ahora procesado en la planta transitoria del Senado Nacional. Ella se encargaba de la agenda diaria de reuniones. En abril de 2019, en plena campaña electoral, Alperovich visitó el estudio de TV de La Gaceta, donde hizo comentarios sexistas hacia Carolina Servetto, la periodista que lo entrevistó aquella mañana. Hasta ese momento, nadie sabía nada de su sobrina. En el escenario político no contaba con el apoyo de Cristina Kirchner, desde la Nación, y veía acercarse una derrota en las urnas. Había gobernado más de una década, pero esta vez se sentía traicionado por la dirigencia que migraba hacia Juan Manzur, el actual jefe de Gabinete de Alberto Fernández. “Así no quiero asumir. Mejor me voy a pasear a Miami con mis nietos o la puedo mirar más tranquilo a esta preciosura”, le dijo a Carolina Servetto. Hubo más comentarios e insinuaciones del ex gobernador. “Esta chica me encanta, es el perfil que a mí me gusta”, había dicho al comienzo de la charla periodística. La comparó con su esposa Bety Rojkés. 

Después de la entrevista se multiplicaron las críticas contra Alperovich por su comportamiento en público. La periodista tucumana admitió que se había sentido incómoda. “Fue una situación de atropello –dijo Servetto-, de mala educación, por parte de un entrevistado. Como periodista, uno procura manejarse con respeto, siendo absolutamente educado, porque así tiene que ser y espera lo mismo. Sin embargo, durante toda la entrevista, la situación fue diferente –resaltó- y es difícil cuando enfrente hay una persona que no está siendo educada”. Luego de aquel episodio, la campaña electoral cayó en picada y al final Alperovich terminó cuarto con apenas el 11% de los votos, muy lejos de Manzur. 

A los tres días de haberse efectuado la denuncia en su contra, Alperovich sabía que en el Senado no iba a poder caminar por los pasillos como si nada hubiese ocurrido. Intuía que si tensaba la cuerda podía terminar forzando a los diferentes bloques a una votación por su destitución inmediata. En ese momento solicitó la primera licencia en el Senado sin goce de sueldo. En ese texto dirigido a Gabriela Michetti, quien era en ese momento la presidenta de la Cámara Alta, dijo por escrito: “la imputación es absolutamente falsa. Y he sido víctima de denuncias en mi contra”. Nunca más volvió a sentarse en la banca, porque pidió sucesivas prórrogas a su licencia, inclusive con Cristina Fernández de Kirchner, en la presidencia del Senado.

Alperovich contrató al abogado Mariano Cuneo Libarona, quien asumió la representación legal junto a Agustín Garrido. En el expediente, los abogados presentaron un descargo en marzo pasado en el que responsabilizaron a enemigos políticos que armaron un complot para desprestigiarlo y arruinarlo pública, judicial y políticamente. En ese escrito apuntaron contra David Mizrhai, concejal, Gustavo Morales, abogado, y Carlos Cisneros, diputado nacional por el PJ. Los abogados insistieron en que se “fabricaron pruebas” contra el acusado. También señalaron que la denunciante mantenía “una relación tóxica y violenta” con un concejal. 

El procesamiento se fundamentó en más de 400 páginas y se resolvió sin prisión preventiva, por lo que el ex gobernador seguirá en libertad. Además, le trabaron un embargo por 2,5 millones de pesos. El juez Rappa remarcó que la denunciante “estaba inmersa en un contexto de abuso sexual, intrafamiliar y de acoso laboral por razones de género por parte del imputado –dijo-, quien valiéndose de la posición de poder que ostentaba, violentó la integridad sexual de la denunciante en al menos nueve oportunidades, causándole un detrimento físico y psíquico”. 

El mismo día en que el juez Rappa firmó el procesamiento, el 4 de mayo pasado, Alperovich volvió a escribir en su cuenta de Twitter. “Jamás abusé de la denunciante y no existió ningún delito. Mucha prueba –aseguró-, entre ella testigos citados por la denunciante, me respaldan”. En tanto que la sobrina, apenas hizo la denuncia, cerró sus redes sociales, bajó al máximo su exposición pública y todavía mantiene su cargo de secretaria parlamentaria en el Senado, con categoría A7, en la grilla de agentes de la planta transitoria. Mientras tanto, Alperovich volvió a encerrarse en el silencio. Terminó su mandato, se quedó sin la banca del Senado y sin fueros. Desde aquel día, no hubo más tuits en su cuenta, ni selfies con sus nietos en Instagram. Está cada vez más recluido en su casa. Allá, muy lejos en el tiempo, quedaron las salidas a cafetear con amigos por los bares del centro y los asados con dirigentes políticos en su quincho, donde alguna vez ardía el fuego de la cocina del poder.

MV

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