Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
OÍD EL RUIDO

Paso a paso, la música de campaña

Grabois al piano y a la batería

0

“¿Se puede ser más perfecto? No. Por favor liderá este país”. “¡Es un jugador de toda la cancha!”. “Siempre del lado de la vida”. Juan Grabois cosechó adhesiones en TikTok después de sentarse a tocar un piano. “Ah bue, y Bach, que capo”, le escriben sus seguidores. Los dedos se mueven sobre el teclado. Restos de un aprendizaje. El piano como instrumento familiar que, podemos suponer, notificaba una aspiración. Llevar en los oídos una música, no cualquiera, sino aquella que eleva (como en aquella canción de Leo Masliah, “El concierto”, en la que los oyentes se vuelven tan ingrávidos de placer que, en su ascenso, chocan contra el cielorraso). ¿Qué fibra toca Grabois sobre el marfil? Debe ser una pieza fácil del barroco, suficiente credencial para expandir sus áreas de sensibilidad. “¡Pueden hacer un dúo con Alberto en guitarra!”.

Pero el clip nos ofrece ir hacia atrás, en busca de otra historia de digitaciones (y prestidigitaciones). Juan Domingo Perón tocaba el piano en sus días de oficial. Aurelia “Potota” Tizón, con quien se casó en 1929, tocaba la guitarra y el teclado de 88 notas. La abanderada de los humildes, también. Se lee en una Radiolandia del 2 de septiembre de 1944: “Estamos en la puerta de un lujoso departamento en el lujoso Barrio Norte. Junto con el timbrazo se acallan las notas de un piano en el que se iban desgranando los acordes de un vals -muy siglo XVIII, muy antiguo y muy romántico-. Segundos después nos recibe cordial y sonriente, Eva Duarte, hacia quien vamos en plan de reportaje”. El cronista quiere saber si interrumpe su ejecución. La anfitriona lo tranquiliza. “Eso puede ser exageración. Tocaba el piano, simplemente”. ¿Qué? Un vals romántico. Nos falta Isabel Martínez, la tercera pianista del general, esta vez matriculada en un conservatorio de barrio. Tenemos, por lo tanto, una historia de 30 dedos femeninos, y una serie que pasa de mano en mano, la razón de una vida, la de Perón, en la que el instrumento siempre acompañó a la distancia. Tal vez fue apenas la canción de la casualidad, o una secreta afinidad.

“Pueden hacer un dúo con Alberto en guitarra”, le sugieren a Grabois en un comentario. Nada más inapropiado. El piano y la guitarra siempre suponen un problema de amalgama. Comparten un mismo rango de frecuencias y hay que saber muy bien escribir para que no se superpongan. Claro que Grabois nunca formaría dupla musical con un presidente a quien nunca consideró a la altura de las circunstancias. Ahora que quiere conducir voces y, de cara a una primaria que lo ubica en calidad de contendiente fantasmal –los rivales internos no lo reconocen como tal-, exhuma antiguos días de practicante. Juan Sebastián Bach lo integra a la serie pianística inaugurada por Perón en el casino de oficiales. El dirigente social quizá desconoce que ahí reside un linaje oculto del peronismo que podría invocar. “Perón, Eva, Isabel…y yo, qué más clásico que un piano para recuperar la pureza del movimiento”, podría decir, con todos los problemas que trae esa constelación de nombres. Pero hay más música en Grabois, de la que quisiera ocuparme en breve.

Antes, Horacio Rodríguez Larreta. El alcalde fan. A diferencia de Alberto Fernández, el idólatra de Litto Nebbia, cuyas canciones ha convertido en parte de la doxa estatal, Larreta se declara en Tik Tok un “swiftie más”, es decir, un amante de la obra de Taylor Swift. “Además escucho en el auto las canciones con mi hija Serena que es fanática. Las sé casi todas”. El “casi” parece marcar un límite. Pero el adverbio llama a imaginarlo cantando “Anti-Hero” con Serena en el auto o en su despacho, con su secretario de cultura Enrique Avogadro, tomando él, Larreta, la voz de ella, es decir, la de Taylor, y ser así un “swiftie” legitimo, alguien que habla para sí de lo que podría sucederle: “No debería ser abandonado a mi suerte/ Vienen con precios y vicios/ Acabo en crisis (cuento tan viejo como el tiempo) / Me despierto gritando de tanto soñar”. Pero, siempre siguiendo su propia afinidad melómana, el alcalde fan nos invita también a que lo “viéramos” esta vez sacando a “Karma” de su garganta. La escena podría ser esta: canta para sí eso de “el karma es la brisa en mi pelo el fin de semana” y se da cuenta de que la letra no puede hablarle, su testa, sin superficie pilosa, lo delata, y por eso cambia por “Enchanted”. Podría sugerirle algo más en sintonía con su propio ecosistema: “Ahí estaba otra vez esta noche/ Forzando la risa, fingiendo sonrisas/ El mismo viejo lugar cansado y solitario/ Muros de insinceridad, ojos cambiantes y vacíos”.

Las reglas del marketing político, con su calculada selección de los ademanes, vuelve natural que un aspirante a la presidencia haga suyo el imaginario musical de los adolescentes y los convoque a socializar. “Déjenme las canciones favoritas de Taylor y así armamos una playlist”. La comunidad organizada a partir de un repertorio wasp (que suenan casi como puaj), va de las ruinas del taylorismo y la división del trabajo a la taylorización en tiempos de anuncios punitivos.

Forzar risas. Fingir sonrisas. Hay otra iconografía de Larreta que por estas horas merece ser “escuchada”. Se trata de un cartel callejero. “Basta de odio. Ahora el encuentro”, reza. La foto parece promover una nueva alianza de clases, mucho más asimétrica que la conocida. La mano del amo se posa sobre el hombro de un laburante. El juego de pigmentaciones es elocuente. El hombre blanco, el candidato, y la alteridad conurba. Su interlocutor viste un delantal. Es un carnicero, y esa representación silente se vuelve estruendosa en la medida que la conectamos con otras que forman parte de la misma progenie. La primera comenzó a circular durante la dictadura militar. Hablamos de aquella que identificaba a las carnicerías Coto: un gauchito posa una mano sobre el “hombro” de una vaca antropomorfizada mientras su otra mano esconde el cuchillo con la que la degollará. Su uniforme está manchado de sangre.

La segunda foto es la de La grasa de las capitales, el discazo de Serú Girán, de 1979. Los músicos posaron frente al director de arte Rodolfo Bozzolo como si encarnaran personajes habituales de la revista que acompañó al Proceso con mayor entusiasmo conceptual. La analogía tipográfica de Gente aguijonea esa asociación. Cada integrante del grupo es motivo de un titular de Grasa. Nos interesa especialmente el personaje asignado al baterista Oscar Moro. Es un carnicero. En una mano tiene el cuchillo. La otra, un serrucho. Su delantal está casi inmaculado, como si no quisiera presentar huellas de la faena ni la sangre. Moro, the butcher, es ahí descrito como “campeón mundial” y “un orgullo nacional”. Hay algo más que humor en esos encabezados de suficiencia o engreimiento pecuario. Quizá sin proponérselo esa tapa encierra precisamente lo que se estaba ocultando: la misma representación del “silencio” que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se aprestaba a hacer estallar con su visita al país. Moro no esconde su instrumental sino el resultado de su “misión”, para glosar al jefe del Ejército de entonces, el general Roberto Viola. A diferencia de la publicidad de Coto, sobre el metal no quedan rastros viscerales. Como los “matarifes” de la represión, no tiene cuerpos que exhibir: solo blancura, pura ausencia.

Cuatro décadas más tarde tenemos a otro carnicero inmaculado que escenifica la propuesta de un nuevo concordato. ¿Qué parece decir Larreta más allá de una mirada que debió ensayarse una y otra vez? ¿Sobran las palabras o nos aturden sobreimpresas sobre la foto? En Listening to Images, Tina M. Campt explora una forma de escuchar atentamente las fotografías descartadas de afroamericanos. Ella mira más allá de lo que normalmente se ve y sintoniza sus sentidos con otras frecuencias afectivas a través de las cuales se registraron esas fotografías desde fines del siglo XIX y mediados del XX. Lo hace para “rastrear” y “catalogar” prácticas deshumanizantes, racistas y de vigilancia. Fotos de identificación, muchas de perfil, como fue tomado nuestro carnicero, no en calidad de prontuariado aunque sí con la marca latente del estigma. Para Campot “escuchar las imágenes”, en lugar de mirarlas, busca “desafiar la ecuación visual del conocimiento” de una trama histórica. Su enfoque intenta revalorar eso que Georges Perec llamó lo “infraordinario”, prácticas cotidianas “en las que no siempre reparamos y cuya aparente insignificancia requiere una atención excesiva”.  Desde allí es que vuelvo al cartel y me lanzó a escuchar lo posiblemente escuchado por el carnicero, mientras siente que una mano, la de un Tío Tom al revés, se apoya sobre su hombro. Y seguramente no escucharía una canción de Taylor Swift.

Y así como la publicidad de Juntos por el Cambio propone poner un oído como vía interpretativa, otro clip de Grabois induce a leer el ruido. El precandidato cambia ahí su rol concertante: toca una batería. Bate el parche desaforado, escondido debajo de una capucha. La toma es defectuosa y satura. Sale de los parámetros aceptables de reproducción como una metáfora de su propio estatuto en la interna peronista. Alguien que se acerca más a lo anómalo acústico que a la lisura de las consignas redactadas en una consultora. El grunge y la doctrina social de la Iglesia. Como si Chad Channing, el batero de Nirvana, y el papa Francisco se fundieran sobre el espíritu del aspirante presidencial al grito de “tierra, techo y trabajo”. Los seguidores, eufóricos ante semejante sentido del ritmo y la explosión. “Sos un groso, compañero”, le dice uno (y no es lo mismo que decirle “compañero Grosso”). “De una guitarra suave a una batería ruidosa, me copa”, anota otra. “Basta de guitarra en la rosada hay que darle al bombo doble pedal”, reclama un tercero.

Entre el cuidado manejo de las representaciones publicitarias de Larreta y su vice, Gerardo Morales, y la manifiesta desprolijidad de Grabois, ese aluvión de signos que a veces pasan por el filtro de la distorsión (clips que metaforizan un nervio y una quimera), suenan también las promociones en Tik Tok de Sergio Massa y Patricia Bullrich, curiosamente hermanadas por una misma gramática, y por eso las paso por alto. Una épica musical del pochoclo, bandas sonoras que profetizan victorias imaginarias en el desierto de lo real.

AG

Etiquetas
stats