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OPINIÓN

Télam y un nuevo botín de guerra

Abril de 1982, Puerto Argentino. Soldados argentinos durante la Guerra de Malvinas.

Mariana García

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Trabajadoras y trabajadores de Télam realizarán este mediodía un abrazo simbólico al edificio donde funciona la agencia estatal de noticias para protestar contra el cierre anunciado por el presidente Javier Milei el viernes pasado.

En Télam, fundada hace 78 años, hay empleados que no trabajan. También hay quienes trabajan de periodistas y aun, estando a punto de jubilarse, siguen sin saber nociones básicas del periodismo. En Télam hay empleados que ingresaron por militancia política –de todos los colores– o por amiguismo.

Negarlo es faltarle el respeto a la inmensa mayoría de sus trabajadores que con profesionalismo hacen de su trabajo un insumo imprescindible para el resto de los medios. Incluso para aquellos que piden a gritos su cierre. Reducir la función de la agencia estatal de noticias a ese puñado de empleados que no trabajan no sólo es injusto con el resto de los profesionales que sí lo hacen, y de manera impecable, es sobre todo obtuso. Télam es parte de la historia del periodismo argentino.

En el año 2016, Rodolfo Pousá era quien ejercía la presidencia de la Télam. Su intención era transformarla en una agencia internacional. Imaginaba una redacción capaz de competirle mano a mano a la española EFE y se preguntaba por qué razón, si la mayor cantidad de personas de habla hispana se encuentran en América, la agencia de noticias en español más importante estaba en el continente europeo.

Tenía lógica, pero sus planes se toparon con su torpeza para llevarlos a cabo. A la necesaria reestructuración de la agencia le sobrevino un sorpresivo despido que dejó a mas de 300 trabajadores en la calle y provocó un conflicto de meses. Además de la crueldad con que se produjeron esos despidos, la medida sólo trajo más gastos y descontrol: fueron desvinculados profesionales excelentes sin ningún tipo de justificación, se pagaron indemnizaciones millonarias incluso a personas a las que le faltaban meses para jubilarse, y se montó una redacción paralela en un galpón de Tecnópolis a pesar de que la agencia contaba con dos edificios en pleno microcentro porteño.

La justicia falló a favor de los trabajadores, los despidos estaban mal hechos, y la gestión de Pousá –con el aval de Hernán Lombardi, por entonces secretario de Medios Públicos– terminó sin que nadie diera explicación por el dinero gastado en indemnizaciones y redacciones paralelas.

La falta de un proyecto serio para mejorar la agencia es una constante en todas las administraciones que ven en Télam algo más parecido a un botín de guerra que a una empresa que brinda servicios informativos a todos los medios del país. La gestión de Bernarda Llorente no tuvo mejor suerte. La empresa siguió generando pérdidas, continuó aumentando el plantel de empleados y, contando con todos los recursos disponibles, no hubo un plan para transformarla en una agencia moderna. Los comisarios políticos llegaron al absurdo de prohibir notas sobre abusos en la Iglesia, en su creencia de que un cable sobre un pedófilo podría generar un conflicto con el Vaticano.

Pero debajo de todo esto están los que todos los días hacen Télam y los que todos los días usamos sus noticias que nos llegan a través de la “cablera”.

Cuando comencé a trabajar como periodista, a comienzos de los ‘90, los grandes diarios tenían corresponsales en casi todas las provincias, en las redacciones éramos tantos que había que pelearse por una computadora. Las secciones de fotografía eran tan importantes que a todas las notas se iba siempre con un fotógrafo.

Hoy las redacciones funcionan con un cuarto de su staff,  los corresponsales se cuentan con los dedos de una mano, y los departamentos de fotografía fueron diezmados. Pero está Télam. Para un diario chico, como nosotros, es fundamental. Gran parte de las noticias que se leen en elDiarioAR, las que no llevan firman, son en base a los cables de Télam. Lo mismo ocurre con las fotos, nos nutrimos de la agencia y su sección de fotografía que tiene a varios de los mejores reporteros gráficos del país.

No es distinto a lo que paso en los grandes diarios, en las radios y en los canales de televisión. Allí donde funciona una redacción, el entrar a ver la “cablera” es parte de la rutina de nuestro trabajo periodístico. Télam viene a llenar lo que a otros les falta, porque llega a todo el país y porque es una información confiable.

El cierre de Télam producirá un agujero en todas las redacciones, también en aquellas donde sus directivos festejaron el anuncio.

Trabajé en la agencia durante cinco años, justo antes de entrar a elDiarioAR. Conozco de empleados que no trabajan y de operadores disfrazados de periodistas. Pero esa no es la agencia. Télam son los profesionales que el viernes escucharon al Presidente anunciar por cadena nacional que los dejaba sin trabajo y a pesar de eso siguieron tirando un cable atrás del otro, como si lo que hubiesen escuchado poco tenía que ver con ellos.

Al anuncio del Presidente le siguió el mensaje del vocero presidencial en X: “Saluden a Télam que se va…”, escribió con un nivel de cinismo al que resulta difícil encontrarle explicación. Más de 700 personas quedarán sin trabajo.

En sus discursos ante las Asambleas Legislativas, los presidentes exponen sus planes de gobierno para lo que resta del año. Cuáles serán sus medidas, que leyes que enviarán al Congreso. Más allá de las invocaciones a las fuerzas del cielo, el viernes poco se escuchó sobre las intenciones del Presidente para sacar a los millones de argentinos de la pobreza. En ese contexto, el anuncio del cierre de Télam pareció, otra vez más, un botín de guerra. 

MG

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