El cónclave entra en una segunda jornada en la que se espera una votación crucial

Volvieron las multitudes a la plaza de San Pedro. Pasaron más de dos semanas después de la muerte del papa Francisco, cuya despedida congregó a unas 400.000 personas, y los ojos de la muchedumbre ya no se dirigen a la catedral de San Pedro sino a un techo cercano, que apenas se deja ver en las imágenes secuestradas por la ampulosa cúpula. De la capilla principal del Palacio Apostólico asoma el comignolo, la chimenea que lanza sus señales de humo para que los de abajo, los que esperan y no deciden, se enteren de algo de lo que pasa. Fumata negra. Ya de noche, mucho más tarde de lo que se esperaba. La primera votación del cónclave no encontró un nuevo líder para la Iglesia católica.
De lo que sucede adentro nada se sabe. El misterio y el secreto son casi tan importantes como la elección misma: sostienen una liturgia establecida hace más de siete siglos que permite que hablemos de política, diplomacia, intereses personales y batallas ideológicas en la elección del líder de casi 1.400 millones de católicos, pero que en la plaza perviva la idea de la inspiración divina. Marzia, 61 años, tiene su candidato preferido. Matteo Zuppi es italiano, como ella, y le gusta porque va en la línea de Jorge Bergoglio. Pero Marzia está convencida –y se apresura a aclararlo, como si sus deseos fueran un gesto de egoísmo– que será “el espíritu santo el que señale” a la persona que “la Iglesia y el mundo necesitan”, como dijo este martes por la mañana el decano de los cardenales, Gianbattista Re, en la misa que precede al encierro.
Del resultado de esta votación considerada "de sondeo" dependerán las alianzas que esta noche empiecen a trazarse en las mesas de la cena en Santa Marta
De modo que los simples mortales de la plaza solo sabemos que de momento no hay acuerdo. Solo los 133 inspirados por el fuego divino conocen los números del escrutinio que alimentó la primera fumata del cónclave, unas cifras que marcan lo que vendrá. Del resultado de esta votación considerada “de sondeo” dependerán las alianzas que esta noche empiecen a trazarse en las mesas de la cena en el refrectorio de Santa Marta, la residencia en la que se alojan. Se prevé una noche larga. Una más.
La importancia de la tercera votación
El humo negro de la primera jornada indica que el cardenal que entró como favorito al cónclave, el italiano Pietro Parolin, no alcanzó los sufragios que marcan el número de la gloria: los 89 votos que suponen los dos tercios de los electores. Esto no lo inhabilita como futuro Papa, ni mucho menos. Todo puede ocurrir. La clave será si estuvo cerca de los 50 que le adjudica la prensa –sobre todo la italiana– y, mucho más importante, si aparecieron ya otros cardenales con un número importante de apoyos.
Si tras la tercera votación (la segunda de la mañana de este jueves) no hay un candidato claro, pueden comenzar a tejerse alianzas entre los que obtuvieron apoyos, pero que solos no pueden gobernar. Aunque están prohibidos los pactos expresos, aquí entran en juego las negociaciones humanas más que las espirituales.

No es un secreto –gracias a que muchos purpurados aprovechan para hablar en el precónclave todo lo que no podrán decir tras prometer discreción total en la Capilla Sixtina– que hay dos bloques antagónicos: el de los ultraconservadores y el de los que podríamos llamar reformistas (hablar de progresistas no sería adecuado), convencidos de que hay que continuar con los cambios iniciados por Bergoglio. En el medio, muchos que pueden defender un papa en cierta forma continuista, pero que ponga algo más de orden y cierre un poco la brecha entre la Curia –el núcleo del poder vaticano– y la pastoral religiosa.
Si la segunda fumata del jueves, tras la quinta votación, vuelve a ser negra, supondría que Parolin estaría a punto de quedar descartado. Llegaría entonces el momento de los otros nombres que fueron subiendo puntos en las últimas semanas: el estadounidense Robert Prevost, el italiano Matteo Zuppi, el filipino Luis Antonio Tagle (aunque sus posibilidades bajaron mucho en estos días) o el francés Jean Marc Aveline.
'Ora pro nobis'
Los cardenales entraron en la Capilla Sixtina entonando el“Ora pro nobis” (reza por nosotros) con el que se encomendaban a una larguísima lista de santos y santas. Después, Pietro Parolin –que no solo entra como favorito sino que también dirige el cónclave– invitó a sus compañeros a jurar responsabilidad y secreto en la elección. Lo hicieron uno a uno, leyendo, junto a su nombre, unas frases en latín impresas en letras de gran tamaño, en un desfile larguísimo que solo sirvió para poner cara a los purpurados menos conocidos y comprobar lo oxidada que tienen la lengua de la Iglesia muchos de ellos.
Aunque los cardenales nunca lo sabrán –a no ser que el propio Parolin lo comente– hará fortuna la frase que registró un micrófono abierto del cardenal Gianbattista Re al secretario de Estado: “Enhorabuena por partida doble”, le dijo con una sonrisa. No está claro si se refería a su papel como autoridad del cónclave o si daba por hecha su elección.
Lo que seguramente sí notaron los cardenales fue la ausencia de menciones a Francisco en la misa Pro Eligendo Pontefice, cuya homilía olvidó también los temas que obsesionaban a Bergoglio, como la paz, la defensa de los pobres y los migrantes, asuntos que sí estuvieron presentes en las palabras del mismo cardenal Re en el funeral.

Los cardenales permanecerán aislados de las elucubraciones periodísticas. Dejaron sus celulares durante el check-in en Santa Marta, y les serán devueltos cuando termine el cónclave. Hasta entonces, además, los repetidores de telefonía móvil estarán desconectados en todo el territorio del Vaticano, algo que además de ayudar al secretismo promete complicar mucho el trabajo de los miles de periodistas acreditados para esta elección.
Si el viernes por la tarde (en la novena votación), no hay Papa, se rompe la baraja. Podría ocurrir cualquier cosa. Incluso un Papa español, como Ángel Fernández Artime. Un brasileño, como Leonardo Steiner. O Pablo Virgilio David, de Filipinas. El riesgo es llegar al sábado por la tarde sin candidato, lo que obligaría a parar durante una jornada de reflexión, y supondría que el sucesor de Francisco, fuera el que fuera, llegaría sin la autoridad de una elección contundente. O, al menos, sin la cacareada unidad que tanto ansían los cardenales.
Anochece. La gente sigue entrando en la plaza continuamente, y la vía de la Conciliación vuelve a estar llena. Se hizo tarde y los que llevan muchas horas empiezan a aguzar el ingenio para buscar posiciones cómodas o rincones en los que apoyarse. Una pareja de turistas españoles discute. Ella quiere quedarse, él no entiende por qué tienen que seguir ahí. De hecho, desde donde están se ve poco. La mayoría de quienes enarbolan sus celularess no consigue enfocar la chimenea ni forzando el zoom. Pero para eso están las pantallas gigantes.
De a ratos el rumor se intensifica y da la sensación de que va a pasar algo, pero son solo las ganas. La pareja pacta una transaccional: un rato más a cambio de aliviar el hambre con una porción de pizza. Con envidia observan a unos pocos afortunados que siguen la transmisión en directo sentados en las mesas de una terraza, con un spritz en la mano. La primera fumata se hizo esperar mucho. Demasiado. Un grupo de monjas, móvil en mano, rezan. No está claro si para que salga humo blanco o algún humo, el que sea.
Finalmente aparece el humo negro a las nueve en punto, dos horas más tarde de lo que se esperaba. Más que decepción, entre la multitud hay cierto alivio, un ápice de algarabía. Era lo previsible. Y la cena espera.
Mientras la multitud se dispersa en busca de comida, en Casa Santa Marta se anticipa ya lo siguiente. Tras el primero de los encierros en la Capilla Sixtina, es tiempo de cuchillos afilados y de poner a punto las estrategias.
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