Por qué dejamos de tomar agua con la edad y cómo solucionarlo

Esperabas una caminata agradable por el campo, pero se convirtió en una travesía por el desierto. Te olvidaste de llevar suficiente agua y, durante horas, la sed te atenaza. Cuando por fin llegás al manantial al final del camino y tomás hasta saciarte, parece que tu cuerpo renace y se te pasan todos los males. Hasta ahí, todo funciona bien.
Hoy en día es extraño pasar sed, sobre todo desde que sobre cada mesa de trabajo se encuentra la omnipresente botella de agua. Confiamos en nuestra capacidad para detectar la sed y beber el agua que necesitamos. Sin embargo, a medida que nos hacemos mayores, este sistema tan básico empieza a fallar. Es algo que podemos comprobar en nuestros familiares de más edad: beben menos agua, no sienten necesidad de beber más, e incluso tienen cierto rechazo. ¿Qué está ocurriendo?
El agua en tu cuerpo
Oído muchas veces que el agua es la base de la vida. Representa alrededor del 60% del cuerpo humano en la edad adulta y es la base de las reacciones químicas que permiten que exista la vida en el planeta. En nuestro cuerpo, el agua participa en funciones críticas: regula la temperatura, lubrica articulaciones, transporta nutrientes y elimina toxinas.
Un estudio realizado en 2013 comprobó que incluso una deshidratación leve del 1-2% del peso corporal puede afectar la cognición, reduciendo la concentración y la memoria a corto plazo. En casos más graves, la falta de líquido pone en riesgo la función renal y cardiovascular, y puede llevar a la muerte.
Siendo algo tan fundamental, nuestro organismo tiene un sistema muy bien afinado para detectar la deshidratación. El cuerpo pierde agua constantemente: a través de la orina, las heces, la respiración y el sudor. En condiciones normales, este equilibrio se mantiene gracias a un sistema de señales que incluye la sed, la producción de hormonas como la vasopresina (que reduce la pérdida de agua por la orina y es la que suprime la necesidad de orinar mientras dormimos) y mecanismos de retroalimentación en el cerebro.
La sed a lo largo de la vida
La sed se origina en el cerebro, en concreto en una región llamada lámina terminal, que interviene en la detección de la osmolalidad sanguínea (es decir, la concentración de sales) y regula los estímulos hormonales, influyendo en última instancia en la sed. Aquí llegan las señales del sistema circulatorio que indican el volumen de la sangre, la presión y la concentración de sodio en ella. Si hay una pérdida de agua, o una disminución del volumen sanguíneo, se activan neuronas especializadas que generan la sensación de sed. Simultáneamente, la glándula pituitaria libera vasopresina, ordenando a los riñones que retengan más agua.
Pero con la edad, este sistema pierde sensibilidad. La secreción de vasopresina se puede inducir aumentando la osmolalidad de la sangre, es decir, haciéndola más “espesa”. Hace años que se pudo comprobar que las personas mayores de 65 años tienen una osmolalidad basal más alta y, por tanto, un umbral para notar la sed más elevado. En otras palabras, es necesario un nivel de deshidratación mayor para que sientan sed.
Además, la capacidad de los riñones para concentrar la orina disminuye, lo que incrementa la pérdida de líquidos. Este doble fenómeno crea un círculo vicioso: se bebe menos, se pierde más agua, y el cuerpo ya no reclama líquidos con la misma eficacia que antes.
Otro factor clave es la reducción de la masa muscular, ya que los músculos almacenan una cantidad significativa de agua junto con el glucógeno. Con la pérdida progresiva de músculo asociada al envejecimiento, las reservas naturales de agua del cuerpo disminuyen. Los cambios hormonales con la edad también intervienen y juegan un papel crucial. Estudios con modelos animales comprobaron que la vasopresina y renina, hormonas necesarias para el equilibrio de fluidos en el cuerpo, se altera con la edad cuando hay hipertensión, habitual en las personas mayores.
Además, las enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer, pueden afectar las regiones cerebrales encargadas de regular la sed. Para terminar de complicar las cosas, las personas que van envejeciendo empiezan a consumir medicamentos.
“Las personas mayores tienen menos sensación de sed, pero además el consumo de fármacos como los que controlan la hipertensión o diuréticos eliminan la sensación de sed”, explica la Dra. Ainhoa Esteve Arríen, especialista en geriatría y profesora en la UCM. “El problema es que muchas veces, con el calor del verano, la dosis de estos fármacos no se ajusta, y hay mayor riesgo de deshidratación”, advierte.
Cómo mantenerse hidratados cuando la sed falla con la edad
“Es fácil que las personas mayores se deshidraten. Si se deshidratan puede haber caídas, pueden dejar de comer y pueden terminar hospitalizados”, advierte la doctora Paola Ríos, especialista en cuidados geriátricos. La solución para las personas a quienes la sed empieza a fallar con la edad está en hacer consciente la hidratación. Una de las más efectivas es establecer rutinas de consumo de líquidos, como beber un vaso de agua al levantarse, otro antes de cada comida y uno más al acostarse.
“La idea es que tengan un programa establecido para tomar agua”, dice la doctora Ríos. “Hay personas que tienen problemas de memoria, por lo que no es buena idea confiarlo a la memoria. Por ejemplo, se puede poner una jarra de agua en la mesa, así no tienen que recordarlo porque la ven”, recomienda.
El sentido del gusto tiene mucha más importancia de la que se piensa. “Como consumen muchos fármacos, estas personas mayores tienen cierto grado de disgeusia, una distorsión del gusto en las papilas gustativas que hace que no les sepa bien el agua”, advierte la doctora Esteve.
Afortunadamente, la hidratación puede venir de otras fuentes. “Hay personas que no quieren agua pero sí jugos. Aunque en la población general no es aconsejable beber jugos, en este caso lo importante es que tomen líquidos”, explica la doctora Ríos. “También alimentos con mucho líquido, como mandarinas, melones o sandía. Hay personas muy dependientes que tienen un deterioro físico y mental importante, y en este caso los familiares hacen compotas o licuados de fruta, además de leche, yogur, gelatina o incluso cerveza sin alcohol. No es lo más saludable, pero es mejor que la deshidratación”, concluye.
El parte meteorológico es un indicador de cuándo conviene cuidar la hidratación. “Muchas personas mayores, y otras no tan mayores, no tienen acceso a una climatización adecuada, ni pueden salir de ciudades grandes en verano”, explica la doctora Esteve. “Tienen que estar pendientes de los avisos de climatología e intentar, dentro de sus medios, mitigar el calor, sea con ventiladores o ropa adecuada. Pero sobre todo, ofrecer agua con frecuencia, aunque la persona no tenga sensación de que tiene ganas de tomar. Sobre todo si se espera el calor”, añade.
Para quienes tienden a olvidarse de beber, herramientas como aplicaciones móviles o alarmas pueden servir como recordatorios útiles. La clave está en hacer de la hidratación un hábito consciente, independientemente de que el cuerpo envíe o no señales de sed.
* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.
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