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Entrevista

Susana Skura, especialista en antropología lingüística: “El ídish se ha visto como bandera de resistencia con la que se identificaron diferentes minorías”

Susana Skura dicta un curso de capacitación en Prácticas y Poéticas de la Judeidad Argentina

Laura Haimovichi

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En la actualidad hay más de 80 universidades en el mundo con cátedras dedicadas a la enseñanza del ídish, un idioma sin estado ni territorio propio, más bien nómade y que suele asociarse con el pasado y la diáspora judía. Se enseña hasta en Japón y en Buenos Aires acaba de finalizar un seminario internacional organizado por la casi centenaria Fundación IWO con una participación de más de 300 personas.

Susana Skura, antropóloga y psicóloga social, creadora y coordinadora del área de investigaciones en Artes del Espectáculo y Judeidad en el Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, se dedica desde hace más de dos décadas a investigar los usos y representaciones de las lenguas judías, especialmente del ídish en la vida cotidiana y el teatro.

¿Por qué creés que se da esta revitalización del ídish de los últimos tiempos?

El ídish está inmerso en un movimiento de revitalización que fue avanzando desde fines del siglo anterior. No es un caso aislado. Ha pasado con otras lenguas que han sufrido períodos de retracción y también, más allá de lo lingüístico, con otros grupos que pudieron resignificar y poner en valor su singularidad. Las redes sociales y la digitalización de materiales también ha tenido gran incidencia. Se puede acceder a publicaciones como Forverts o In gebev, o contar con bibliografía o materiales de archivo de lugares remotos como Yivo, Yiddish Book Center, Historical Jewish Press o Centralna Biblioteka Judaistyczna. Y locales como la Fundación Iwo, el Centro Marc Turkow o el Centro Documental y Biblioteca Pinie Katz. 

¿El ídish es una lengua estrictamente judía?

Tu pregunta puede remitir al origen geográfico de la lengua, a sus componentes o a sus hablantes. El ídish, cuyo nombre de hecho significa “judío”, nació en el marco de una comunidad separada por su religión del mundo que la rodeaba y fue sostenido y mantenido primordialmente como lengua preferida de comunicación por los ashkenazíes (una de las tres grandes divisiones de los judíos, en este caso los provenientes del centro y este de Europa y sus descendientes). Si bien la religión tuvo un gran impacto en la lengua, incluso en sus usos seculares, el ídish pudo mantenerse en uso y conservar su vitalidad mientras sus hablantes fueron capaces de adaptarla a sus necesidades y a sus procesos de cambio. Si me preguntás por los componentes, además del hebreo y el arameo incorporó elementos de diferentes lenguas nacionales y dialectos regionales. Esa incorporación implicó un proceso de selección, mixtura y adaptación.

Según Max Weinreich, cualquier lengua judía cuenta con “materia prima” no judía que ha sido permeada con un “espíritu judío”. Pero las lenguas no son patrimonio solo de sus hablantes, son patrimonio de la humanidad en general. En ese sentido, otro lingüista interesado por las lenguas judías, Joshua Fishman, decía que si se muere una lengua no se muere solo una lengua… indicando que se pierde un mundo, un modo único de expresarse, de vincularse, de concebir y pensar lo que nos rodea. Hoy hay estudiantes y hablantes de ídish en diferentes partes del mundo y no son necesariamente de origen judío. No solo se estudia en Israel, en Estados Unidos, Francia, Canadá o Rusia, también en universidades que nos pueden resultar exóticas. Por ejemplo, en la Universidad de Lund, a la que el Gobierno sueco le solicitó que creara un programa de estudios en ídish porque se considera que es parte del patrimonio cultural sueco y europeo, y desde el establecimiento de la Comunidad Europea se la considera una lengua minoritaria oficial en Suecia. O en Japón, en universidades de Tokio y Kioto. 

¿Y por qué, más allá de los chistes por la cantidad de palabras que terminan en e, se dice que es una lengua inclusiva? ¿El idish es feminista?

Tradicionalmente el ídish fue la lengua del hogar y las mujeres al punto que se lo denominaba vaybertaytsh o lengua en que se les traducían los textos religiosos. La literatura ídish comienza justamente con adaptaciones de la biblia para mujeres ya que, a diferencia de los hombres, ellas no tenían permitido rezar en hebreo. El tiempo ha pasado, el lugar de las mujeres ha sido revisado y hace unos años nos encontramos con que este nombre fue elegido por Sandy Fox (o Sozye Freydl) para un podcast feminista en ídish al que agregó luego diferentes redes sociales. Otro ejemplo de espacio alternativo que fue nombrado en ídish es el Treyf podcast, un término que significa impuro, antónimo de kósher

En cuanto a si es una lengua inclusiva, lo que quiero señalar con estos ejemplos es que, más allá de las características de la lengua, lo interesante es que se la ha visto como bandera de resistencia con la que diferentes minorías se han identificado. Volviendo a lo que comentábamos sobre la flexibilidad que requiere una lengua para poder seguir siendo un vehículo apropiado ante los cambios sociales, en 2019, por ejemplo, la Liga por el ídish publicó en el Día Internacional de la Visibilidad Trans un listado de palabras que facilitan la expresión de nuevas problemáticas como la transfobia (transfobie) así como un uso no binario del lenguaje.

Sé que hay muchos idish, no solo uno...

Sí, coexisten y han coexistido diferentes variedades del ídish según regiones, así como un ídish más coloquial y otro literario, formas de hablarlo que incluyen o excluyen los hebraísmos en vínculo con las posiciones ideológicas de quienes hablan, un ídish particular de ciertos sectores religiosos, uno académico. Además, hay sectores que ya no buscan lograr “hablar bien” sino poder disponer de términos, frases, una musicalidad que da cierta pronunciación, mostrarle su respeto a esta lengua de resistencia.  

¿En el caso del ídish, el idioma, la poesía, la literatura, la oralidad, de qué nos habla? ¿Qué realidad nos cuenta y por qué no es lo mismo leer a los autores idishes mediados por otras lenguas?

Porque te perderías una parte importante, no todo, pero sí la musicalidad, los juegos del lenguaje… las lenguas son sistemas únicos donde los componentes se vinculan de un modo particular. Para comprender ciertas sutilezas que tienen que ver con lo formal, pero también con el contenido, es importante poder acceder a los autores en su lengua. De todos modos, creo que las traducciones no van en contra del ídish sino, por el contrario, pueden despertar el interés, o más aún, el deseo o la necesidad de hacer el esfuerzo adicional que implica adquirir una lengua desconocida o profundizar el dominio de una lengua que manejamos con limitaciones. 

¿Qué autores idishes recomendás para empezar (en español) y por qué?

Hace unos años Paula Mahler me convocó para trabajar en la colección Mil Años, de obras escritas originalmente en ídish que se publicarían en su versión en castellano rioplatense, y me hizo una pregunta similar. Elegimos textos maravillosos, muy variados: desde Menájem Mendl, de Sholem Aleijem - donde juega con el humor y la ironía, recuerdo que mientras corregía la traducción de Luis Goldman me reía como si fuera la primera vez que lo tenía en mis manos-, hasta dos textos del gótico judío, El Gólem y Entre dos mundos-el dibuk. Los libros de esta colección son una excelente opción para empezar. También creo que Bashevis Singer es una buena opción, hay textos que son joyas, traducidos y accesibles. Por otra parte, se puede comenzar por autoras como Alicia Steimberg y poetas como Tamara Kamenszain, por nombrar solo algunas, que tienen una obra maravillosa que fue escrita en castellano, pero con una presencia interesante de marcadores de judeidad en su estilo.

¿Qué hay de que el hebreo es “de derecha” y el ídish “de izquierda”?

Las lenguas se asocian con posicionamientos ideológicos, a veces de forma más consciente y explícita que otras. Hay quienes identifican al hebreo con una visión del sionismo como si fuera patrimonio de la derecha, mientras que el ídish sería una de las banderas de un posicionamiento “de izquierda”. Pero el ídish es también una lengua de grupos religiosos que no incluiríamos dentro de “la izquierda” así como hay grupos o autores “de izquierda” en Israel que se expresan en hebreo. También hay movimientos en Israel que bregan por renovar el hebreo para que sea más inclusivo y permita formas de habla no binarias. Dicho esto, hemos hablado ya del ídish entendido como lengua de resistencia, retomado por sectores alterizados, que encuentran en el ídish un modo de hablar más inclusivo y representativo. 

¿Qué pasa hoy con el ídish en Israel?

El ídish la pasó mal al comienzo, pero con los años los motivos que llevaron a promover una política lingüística contraria al uso de esta lengua perdieron vigencia. Por otro lado, ha habido entidades, cursos y otras iniciativas a nivel universitario que dieron su fruto y hoy hay artistas talentosos que encuentran en el ídish un modo de expresión alternativa y significativa. 

¿Por qué alguien no judío se interesaría en el ídish? ¿Es similar a por qué alguien no francés estudiaría la lengua de Baudelaire?

Para cierta gente sí, porque se acerca a la lengua por la lengua en si misma. Pero mucha gente se acerca al francés y a Baudelaire porque conoce su obra y su prestigio, cosa que no sucede ni con el ídish, ni con los textos literarios valiosísimos que se han escrito en ídish. 

¿Tu relación inicial con el ídish como se dio?

En mi casa de la infancia se hablaba ídish. Era la lengua en que mi padre y mi madre hablaban con sus padres y madres. Además mi primera experiencia escolar fue bilingüe ídish-español. Y después devino un largo período en que le di la espalda, hasta que al concluir la carrera de Antropología cursé unos seminarios donde se hablaba sobre lenguas minorizadas, lenguas sin Estado. Si bien estaba orientado a las lenguas indígenas de la Argentina, me tocó exponer un caso que me enfrentó a mi propia relación con el ídish. Eso fue a comienzos de los 90. Ingresé a un equipo de investigación sobre lenguas indígenas y de inmigración hasta que en el 2010, junto a Pablo Kohan, Silvia Glocer, Silvia Hansman, y Lucas Fiszman comenzamos un camino de investigación centrado en los géneros del teatro ídish y los usos y representaciones de esta lengua. 

Tras el dolor, el sufrimiento de la Shoá, ¿fue necesario de algún modo “olvidar” el idish? 

El uso del ídish se volvió, en un punto, performativo… la performatividad es justamente la posibilidad de hacer algo con las palabras, además de hablar, por el hecho mismo de usar ciertas palabras o lenguas… el mero sonido del ídish evocaba un entorno de vida perdido, personas queridas inmersas en un dolor innombrable, una situación de vulnerabilidad extrema. Un dolor y una condición de vulnerabilidad que no se quería transmitir a las nuevas generaciones. De todos modos, después de la Shoá el ídish se siguió usando por varias décadas más en la vida cotidiana, el ámbito escolar e institucional, el teatro, la música, el periodismo gráfico, las publicaciones. Después vino un período en el que su uso quedó muy reducido… para luego volver a circular de otra manera. Aprendido o recordado fuera del hogar, junto a pares y como segunda o tercera lengua. Hay un interés notable por las investigaciones sobre el ídish. Y una sensación de responsabilidad por lograr que esa presencia significativa siga presente y vital, no como un resabio del pasado sino como un recurso de expresión rico y flexible. 

Parte de esta revaloración son los cursos de ídish que organiza Fundación IWO, por ejemplo. Y justamente de esto se trata el proyecto de capacitación universitaria que te mencionaba al principio. Porque el objetivo de esta capacitación es crear un espacio académico para la reflexión sobre las prácticas y poéticas que resultaron de la hibridación del ídish y la cultura ashkenazí en nuestra región, y principalmente preguntarnos sobre nuestro rol en esas prácticas. Que esta capacitación pueda tener su espacio en el campus virtual cursosfyl-uba.net junto a temáticas de mucha actualidad como el feminismo o los estudios sobre genocidios, es parte de esa revaloración.

En el último año desarrollé un proyecto muy especial. Es un curso de capacitación en Prácticas y Poéticas de la Judeidad Argentina donde vuelco muchos de los resultados de investigaciones propias y del equipo docente. Este curso tiene la característica de ser online y asincrónico de manera que los estudiantes cursan en su tiempo libre. Tiene nivel universitario, avalado por la UBA, pero está abierto al público a través del campus virtual de Filo y Sholem Buenos Aires. 

¿Quiénes forman parte de tu equipo?

Es un equipo de investigación interdisciplinario. Justamente algunos de los integrantes de este equipo me acompañan como docentes y tutores en la Capacitación en Prácticas y Poéticas de la Judeidad Argentina, con lo cual el curso se enriquece con docentes que son investigadores expertos en los temas que enseñan.

Es un grupo muy interesante porque reúne estudiantes y especialistas de diferentes generaciones con trayectorias muy diversas. Hay colegas antropólogos como Iván Cherjovsky, Martín Kleiman y el estudiante Martín Kiperman. Parte del equipo, Lillian Wohl, Lila Fabro, Yasmin Garfunkel y Martín Cohen, se dedica a la musicología coordinado por Silvia Glocer. Hay especialistas en lengua y literatura como Laura Estrín, Lucas Fiszman y Melina Di Miro; e investigadoras dedicadas al teatro ídish con enfoques más teóricos como Liliana Slep o más archivísticos como Silvia Hansman. 

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