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Crónica

“Todo esto lo vas a tirar, ¿no?”. Un día con el escuadrón de mujeres que limpia casas de acumuladores

Un grupo de mujeres limpia, ordena y organiza las viviendas de los acumuladores compulsivos.

Facundo Lo Duca

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Una obsesión y un consejo. Luján Mere no podía recibir invitados a su casa sin morderse el labio por mirar detalladamente qué objetos tocaban. Cubiertos, vasos, respaldos de sillas. El contacto de esos dedos le generaba una ansiedad tan grande que solo esperaba a que se vayan para ponerse a limpiar. Su trastorno compulsivo con la limpieza, además, la hacía quedarse hasta la madrugada fregando y desinfectando los espacios más recónditos de su hogar. “Me estaba volviendo loca”, le cuenta Luján a elDiarioAR desde la mesa de su casa en el barrio de Lugano. “Si yo veía que tocabas algo, no estaba tranquila hasta que lo limpiara”, recuerda. “Todo tenía gérmenes para mí”.

En una sesión con su psicóloga, la especialista le dio un consejo: “¿Por qué no volcás eso que te pasa en un trabajo que te guste?”. Así fue que Luján, de 50 años, empezó a limpiar muebles de su casa para luego compartirlos en sus redes sociales. El antes y el después de un horno. De una heladera. De un lavarropas. “Un día una señora vio mis publicaciones y me preguntó si quería limpiar la casa de su madre a cambio de un dinero”, cuenta Mere. “Le dije que sí”.

La casa estaba habitada por una mujer mayor que convivía con 17 perros, muchos de ellos en pésimas condiciones higiénicas. Completamente sucia, con materia fecal canina desperdigada por todo el piso, Luján tardó una semana en dejar como nueva toda la vivienda. “Esa fue la primera vez que conocí a un acumulador compulsivo”, cuenta ella. Ese, sin que lo supiera, fue el comienzo.

Con el tiempo le llegó otra oferta. Una vivienda similar, pero esta vez la persona vivía con 31 gatos. Dieciséis de ellos, recuerda Luján, estaban muertos. Disecados. Con ratas escondidas entre montículos de basura. La sombra de lo que alguna vez fue un hogar. “Se llama Síndrome de Noé”, cuenta ella. La condición ─en referencia al personaje bíblico que juntó a una vasta cantidad de animales dentro de un barco─, es un trastorno mental que lleva a una persona a acumular un gran número de mascotas, aun cuando no se les pueden proporcionar los cuidados adecuados. “Saqué como cuatro volquetes de basura con ayuda de un familiar”, cuenta Luján. “Fue muy fuerte ver a los animales muertos, pero de a poco fui entendiendo que es una enfermedad que no tiene límites”, explica. 

La casa que siguió estaba colmada por plantas. Maceteros de todos los tamaños, uno al lado del otro, con basura adentro, impidiendo cualquier circulación. “Síndrome de Babilonia”, explica ahora Luján. “Acumulan plantas y maceteros que usan muchas veces de tachos de basura”, detalla. Cuando terminó de sacar la última suculenta en una mesada de la cocina, una ventana se descubrió en el ambiente. La dueña del hogar, cuenta Mere, se puso a llorar.  “Por ese vidrio podía ver su patio y se quedó mirando como si fuera la primera vez”, cuenta la limpiadora. “Yo también lloré”.

En su cuento Casa Tomada, Julio Cortázar narra las desventuras que viven dos hermanos solitarios cuando creen que su morada es tomada de repente por gente extraña. Los ambientes de la vivienda van siendo conquistados por estos intrusos hasta dejarlos acorralados prácticamente en un solo ambiente. “El acumulador no sabe que lo es”, precisa Luján. “Tienen una necesidad muy grande por llenar espacios vacíos y su casa se convierte muchas veces en un basural”.

La Fundación Internacional sobre Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) describe que los comportamientos de acumulación compulsiva comienzan en la adolescencia, aunque la edad media de personas que se someten a algún tratamiento es de 50 años. Estas personas, explica la organización, luchan toda la vida contra el síndrome. Tienden a vivir solos y, por lo general, puede que tengan un familiar que sufre la misma condición. El trastorno, detallan en un informe, afecta a 1 de cada 50 personas. Por lo general, las personas que acumulan se refieran a ellas mismas como “ahorrativas”. Haber atravesado un evento traumático o la pérdida de un ser querido, explican, también puede contribuir a fomentar el trastorno. 

A medida que Luján se vinculaba con los acumuladores también desarrolló una empatía con ellos. Su obsesión con la pulcritud los hacía escucharlos para intentar comprenderlos. Pero causó un efecto contrario: tuvo fibromialgia, una afección poco conocida conectada con las emociones que ataca de diferentes formas. “Sufrí un estrés emocional importante porque no podía entender cómo había gente viviendo en esas condiciones”, cuenta Mere. “Ella se ponía tanto en el lugar del otro que la terminó afectando”, señala Walter, su pareja.  

De un lado, entonces, la obsesión por juntar excesivamente lo que sea, volverlo un tesoro y no desprenderse nunca. Del otro, una persona con una compulsión por la pulcritud y una empatía desmedida por entender al del otro lado. En ese intermedio, Luján encontraría un proyecto que la ayudaría a equilibrarse. Pero no lo haría sola.

Día de limpieza

“Todo esto lo vas a tirar, ¿no?”. La que pregunta es Luján. La que va a contestar que no, que todo eso ─maderas viejas, floreros partidos, fierros oxidados─ sirve, es una vecina de su barrio de Lugano. Están en su casa y es un martes de octubre. Luján viste un informe azul que dice “Acumuladores Compulsivos”, junto a otras tres chicas vestidas igual. El “escuadrón” de limpieza fue reclutado por Luján, cuando entendió que sola no iba a poder con cada hogar que le llegaba para trabajar. “Busqué en las chicas lo que me faltaba a mí”, cuenta Mere. 

Mientras Mariel Pereyra, de 56 años, levanta una freidora de papas fritas cubierta de herrumbe recuerda cómo llegó al grupo en 2021: “Andaba floja de laburo y Luján me convocó. Soy rápida limpiando. Miro bien los ambientes. Desarmo todo en dos minutos”, cuenta Mariel. La primera casa de acumuladores que hizo estaba abandonada. Sus dueños habían muerto y las ratas se habían apoderado del lugar. “En tres días la liquidamos”, cuenta. “Uno se acostumbra a los bichos”, suma, riendo. 

Eliana Páez, de 33 años, otra de las integrantes, no olvida su primera casa: “Había mucha materia fecal humana”, dice. Su especialidad, cuenta, son los placares. “Acomodo la ropa con pliegues iguales. No puedo ver prendas desacomodadas. Me saca”, confiesa Páez. Antes era maestra jardinera en una escuela, pero le pagaban mejor limpiando este tipo de casas. “Lo que disfruto de hacer compulsivos es cuando terminamos. Ellos (los acumuladores) se sienten bien en un ambiente limpio. Es realmente liberador”, cuenta.

Frascos. Graciela Rodríguez, de 51 años ─la cuarta integrante─, no puede olvidar la cantidad de frascos de su primera casa. “De todos los tamaños que te imagines”, dice. “Y muchos tuppers plásticos”, agrega. Antes trabajaba en una rotisería, pero esta actividad le rinde más. Su especialidad son los baños: “Es mi posición en la cancha”, bromea Graciela. 

Si se le pregunta a cada integrante del grupo cuál es la virtud de Luján, todas coinciden en lo mismo: la negociación con el acumulador. “Ella sabe llegarles. Porque lo peor que podes hacerle a una persona así es tirarles las cosas”, retoma Mariel. “Luján les habla con mucho respeto porque realmente lo siente así”, suma Eliana. “Nunca les miente y los cuida en todo momento”, agrega Graciela. 

“Pero escúchame, esto ya no te sirve. ¿Por qué no se lo regalas a alguien que le sirva?”, le pregunta ahora Luján a su vecina. Esta la mira. Duda. “Bueno, dale”, responde. Luján sonríe. “Es importante aclarar que todo lo que sacamos a la calle, se lo llevan los recicladores urbanos”, dice Luján. “Separamos el plástico, el vidrio y el papel y siempre llamamos un camión o un carrero para que venga a buscar las cosas que se deciden tirar”, cuenta la líder del grupo. Su sueño es crear una aplicación de celular que pueda conectar a las limpiezas de acumuladores con los recicladores urbanos. “Como un Uber, pero de reciclaje”, dice. 

No hay una línea directa del gobierno de la ciudad o provincial en donde se pueda llamar para denunciar a vecinos o personas que son acumuladores compulsivos. Tampoco existe un equipo interdisciplinario gratuito que contenga a los que padecen este trastorno. “El Estado es el que debería pagarnos a nosotras por hacer el trabajo porque es una problemática social. No lo tienen que pagar las familias o los dueños de las casas”, vuelve Luján. De hecho, el grupo suele limpiar casas gratis al menos una vez por mes. “Sabemos que muchas veces las familias no nos pueden pagar y lo hacemos igual. Es una forma de empatizar con la problemática”, explica.

Cada vez que un hogar se termina, y con previa autorización del cliente, se suben imágenes del antes y después de la limpieza al Facebook Acumuladores Compulsivos Argentina. Como cuando Luján mostraba sus muebles. “A veces una casa vacía para el acumulador puede ser un nuevo comienzo”, explica Luján. “Para nosotras significa ponerle fin a una problemática silenciosa de la que pocos saben”, dice, mientras dispara un vaporizador de detergente industrial sobre un disco arado. Los ambientes se van vaciando. No hay intrusos “tomando” los cuartos. Una casa en paz.

FLD/DTC

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