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Sobre este blog

Un resumen semanal de política internacional a cargo de nuestro responsable del área de Mundo, Alfredo Grieco y Bavio. Serán diez puntos geográficos para pensar nuestro presente cada vez. Vías de acceso a una realidad que excede por mucho las fronteras de la Argentina.

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Gimme todo todo el power, Molotov!

Camaradas de armas y familiares del miliciano voluntario ucraniano Valery Resinsky (45), asisten a su funeral en la ciudad capitel Kiev, el viernes 25 de marzo.

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El jueves 24 de marzo, la violenta efeméride sudamericana del Golpe de Estado argentino de 1976 coincidió con otra, europea jovencísima y arbitraria. Cumplían un mes las operaciones militares especiales, según Rusia y sus aliados específicos, la guerra, según Ucrania y sus más generalizados aliados, que se desarrollan en suelo ucraniano. El oír a víctimas y victimarios, el disponer de muchísima más información fidedigna de la que se contaba en 1976, el atender a las redes sociales: todo permite e incita a reconocer de inmediato el carácter colectivo de los hechos vividos o padecidos en simultáneo con cada nueva experiencia humana que al comunicarse, de por sí, se integra o integramos en alguna serie, análoga por sus semejanzas antes que por sus distinciones. Corre sus riesgos, sin embargo, el optimismo brotado de inferir que, gracias a tanta data, haya hoy en la opinión pública de los países que viven bajo gobiernos atlantistas y de quienes aspiran a integrar ese club, o en la de Rusia y sus países aliados diurnos o taciturnos, más y mejor análisis que en la Argentina de 1976. Nada parece predisponer al examen sosegado de los desasosegantes presupuestos del primer día, sino a espesarlos confortablemente, a regodearse en la comodidad de quien suma una sucesión de premisas irrefutables. Acaso, incluso, si fuera posible medirlo, el conocimiento medio, en las sociedades europeas y americanas, de los resortes geopolíticos de la acción de las superpotencias sea hoy menor, en la medida en que se ha vuelto mayor el reproche cultural para el ejercicio de la fuerza como desnuda defensa de intereses nacionales.

A favor de la crasa empiria, en contra del reproche, buscan razonar estos diez puntos siguientes, que componen la Newsletter semanal de Política Internacional de elDiarioAR.com“El mundo es azul como una naranja”, que hoy les llega aquí y así.

1. La república de Ucrania, ¿independiente de la URSS o de Rusia?

La luna de miel de la independencia ucraniana fue un largo escalofrío. En 1991, en un referéndum, la ciudadanía de la entonces República Socialista Soviética de Ucrania decidió su independencia. Salvo en el sur y en Crimea, en el este y el oeste del país  fue mayoritario. Sin embargo, entendían de modo divergente sus afirmativas: para el oriente rusófono, una secesión de la URSS no significaba una separación de Rusia, ni mucho menos compromisos y esponsales con la UE o la OTAN. En 1991, en muchas partes de Ucrania se vivía mejor que en la mayoría de la Unión Soviética, y el primer presidente del país nacido a la independencia en 1992, Leonid Kravchuk, había hecho campaña bajo la consigna de que independientes vivirían todavía mejor. Lo que por entonces se entendía como que negociarían mejor los intercambios con su primer y natural socio comercial: la Federación Rusa.

2. El presidente ruso Putin, ¿nostálgico del imperialismo zarista o del comunista?

Las comparaciones rutinarias para el presidente Vladimir Putin lo hacen el equivalente de los zares rusos, o de los líderes totalitarios José Stalin o Adolf Hitler –al punto que el Daily Telegraph, el más respetado de los matutinos londinenses, para redondear el retrato de su fascista desnazificador, le ha encontrado su Eva Braun. La nostalgia imperial enlaza, en esta figuración del Invasor, a Iván el Terrible con Pedro el Grande y sus sucesores soviéticos. Putin querría ser el Zar que gobernara el viejo Imperio Ruso. Hay que admitir que quienes prefieren al agente de la KGB que soñaba con ser Stirlitz, el James Bond comunista, cuyas aventuras se publicaban serializadas en el diario Pravda, evitan al menos una inexactitud.

Al menos la mitad de Ucrania, el Occidente, nunca perteneció al Imperio Ruso. Había vivido bajo el dominio lituano y polaco, y finalmente, dividida Polonia entre Moscú, Berlín y Viena, fue la Galizia del Imperio Austro-húngaro. Bajo la benevolente negligencia de la autoridad de este Estado calculadoramente plurinacional, se desarrollaron el nacionalismo ucraniano y la lengua ucraniana, que rivalizaban ante todo con Polonia, no con Rusia. En 1922 se integraron en un conglomerado político, que nunca había existido como tal, tras la derrota de los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial, bajo el nombre de República Socialista Soviética de Ucrania. Y en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, quedó anexado a esta república de la URSS lo restante de esa región, que había pasado a dominio polaco. El occidente ucraniano, que nunca había sido ruso, pasó ser soviético.

3. Y si la guerra se extiende a Europa… O ¿dónde quedaba Bielorrusia, y cómo es que la Rusia Blanca sea la última República Roja?

Ya se extendió, la guerra. Ya estaba derramada antes de empezar, si se atiende a que el gobierno de Minsk participa desde siempre en la estrategia militar de las operaciones militares junto al de Moscú. Descontadas islas como Malta o Suiza, Bielorrusia es el único país europeo que no quiere militar en la OTAN ni ingresar en la Unión Europea. El servicio secreto bielorruso se sigue llamando KGB. La producción agropecuaria se sigue organizando en koljós o unidades colectivas. El Parlamento se sigue llamando Soviet Supremo. Con diez millones de habitantes y una superficie mayor que la de Gran Bretaña, Bielorrusia (‘Rusia Blanca’, en ruso y bielorruso) es la última república roja europea. Como Uruguay, como Ecuador o como BélgicaBielorrusia es un ‘estado tapón’. Alternativamente heroica o impotente, sufrió golpes de las cuatro naciones que la rodean, históricamente más fuertes: los rusos, los ucranianos, los polacos y los lituanos. Ningún límite natural separa a Bielorrusia de sus vecinos: si una morfología caracteriza a la República es la monótona uniformidad del suelo, sólo interrumpida por colinas que raramente superan los doscientos metros.

Desde 1994 el presidente de Bielorrusia es Aleksandr Lukashenko. Sus partidarios lo llaman batka, padre: como los rusos soviéticos llamaban a Stalin. Cada reelección es más que una reiteración electoral: es una declaración del amor de una sociedad de hijos a la autoridad paterna del sexagenario presidente. Está seguro de su poder. Al punto de que en las elecciones legislativas septiembre de 2016, por primera vez en 12 años, una opositora, Anna Kanopatskaya, del Partido Civil Unido, ganó una de las 110 bancas de la Cámara de Representantes. Las restantes fueron al Partido Independiente (así se llama el oficialista), y a sus aliados. Según reveló WikiLeaks, para EEUU, Lukashenko es “un gobernante de estilo soviético, pero sin ejecuciones en masa”. La última votación en Ucrania fue celebrada el 27 de febrero. Era un referéndumel 65% de los votos (votó el 78% del padrón) dijo  a la reforma constitucional para abolir la prohibición de instalar de armas nucleares extranjeras en territorio bielorruso, vigente desde 1991.

4. Repúblicas de Donétsk y Lugánsk, ¿separatistas, independentistas, prorrusas, anexionistas?

En suelo ucraniano la paz falta desde 2014, desde los hechos que llevaron a la caída del presidente ‘pro ruso’ Víktor Yanukovich, y al repudio, por parte de las poblaciones ‘anti europeas’ del Oriente ucraniano, del curso que habían tomado los acontecimientos. En 2013, casi el 50% de las exportaciones industriales de Ucrania tenían como destino Rusia, y tenían su origen en el Oriente. El acercamiento comercial y la integración económica con la Unión Europea significarían el fin de esa industria, de origen soviético, no competitiva, y de competencia no deseada, para la UE. Como ese acercamiento, promovido por Leonid Kuchma, el antecesor de Yanukovich, ya significaba, para Ucrania, el fin de los subsidios rusos a las ventas de gas y petróleo, que debían pagarse a precio de mercado, y el suministro se cortaba por el default ucraniano. A estas regiones del Oriente, cuando la industrialización soviética, había migrado población rusa étnica (y rusófona), que formaba un cuarto del total de los habitantes en el último censo de la URSS, en 1989. A diferencia de la población germana oriental de entonces, la ucraniana oriental de 2014 veía con mejores ojos que la juventud de la revolución naranja, de la plaza Maidan, el acercamiento reactivo de Yanukovich a Rusia: a diferencia de los indignados de Madrid o Atenas, que quemaban banderas de la ‘austera’ UE, en Kiev las agitaban.

una joven cuyo hermano trabaja en Frankfurt, le importa la fluidez del tránsito de las personas con la UE; a un joven que trabaja en el Donbás, le importa la fluidez del tráfico de los bienes con Rusia. La autoproclamación en 2014 de la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk después de la caída de Yanukovich, su reconocimiento por la Federación Rusa, que Putin firmó, finalmente, a pedido del Partido Comunista, opositor en la Duma, el 21 de febrero, tienen en su base este anticentralismo regional.

5. El derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines en cielo ucraniano, ¿terrorismo exitoso o magnicidio frustrado?

Un episodio clave en las hostilidades ruso-ucranianas ininterrumpidas desde el golpe que en invierno derribó a Yanukovich ocurrió en el verano de 2014. Este derribo fue literal. El 17 de julio, el derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines que unía Ámsterdam con el sudeste asiático, y causó 298 muertes, volvió a colocar a Ucrania en el centro de las preocupaciones de la seguridad mundial, precisamente cuando el presidente Vladimir Putin regresaba de una gira que a su vez había resituado a Rusia en el centro de la geopolítica sudamericana. Para EEUU, el derribo, en cielos ucranianos, con artillería antiérea de los separatistas prorrusos que dominaban el este del país, había sido inducido o tolerado por Rusia. La UE presionaba por una investigación completa, mientras que Rusia prefería poner el acento sobre el nuevo gobierno ucraniano sostenido por Europa.

Si en EEUU la administración demócrata de Barack Obama y Joe Biden buscó plantear un escenario de nueva Guerra Fría con un telón de tonos inequívocos -el viejo y tradicional Eje del Mal-, en Rusia los medios afines al gobierno veían, detrás del derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines, a “la junta fascista” que gobernaba Ucrania, promoviendo un complot mundial para desencadenar una Tercera Guerra Mundial, mientras que Malasia desvinculaba a Rusia. El presidente ruso Putin resultó el más morigerado. Nunca desmintió ni aludió a que los separatistas prorrusos (que los medios alineados con el Kremlin llaman ‘federalistas’) hayan podido derribar el vuelo comercial malasio. Pero señaló que sin guerra en Ucrania –es decir, sin represión de los que buscan unirse a Rusia-, nada habría sucedido. La agencia oficial encargada de supervisar la aviación civil entregó a la prensa la ruta del vuelo en el que Putin regresaba a Rusia de su viaje a la cumbre de los Brics en Brasil, y mostraba cómo (casi) coincidía con la del avión derribado, para enfatizar que el misilazo había sido un magnicidio frustrado.

6. La guerra en Ucrania, ¿cómo es tan diferente de otras guerras?

“Todas las familias felices se parecen en su felicidad, cada familia desdichada sufre desdichas diferentes”. Así comienza Anna Karenina (1877). Netflix suspendió, provisoriamente, la adaptación de esta novela del conde León Tolstoi, junto con otros tres proyectos que llevaba adelante en Rusia, en solidaridad con Ucrania. Cadenas de supermercados retiran de sus góndolas vodkas, caviares y productos rusos, y Coca-Cola y McDonald’s se retiran de Rusia.

“Con el debido respeto, esto no es como Irak o Afganistán, que han vivido siempre en guerra. Esto es distinto, esto es distinto”, dice un corresponsal de CBS desde Kiev. Aunque no tanto, porque la capital ucraniana es sólo “relativamente civilizada, relativamente europea”. Menos duda de la diferencia un periodista de ITV, que reconoce que “EEUU ya había usado bombas termobáricas en Afganistán, pero la idea de que se estén usando estas armas en Europa revuelve el estómago”.

7. El presidente ucraniano Zelenski, ¿actor, Churchill, héroe, sex-symbol o artista?

De su pasado actoral, Volodimir Zelenski ha retenido amistades. De su show televisivo “Kvartal 95” y de su productora salieron decenas de nombres de figuras que ocuparon cargos prominentes en su gobierno. Según la sensacionalista New York Post, “en Tik Tok, a las mujeres Zelenski las vuelve locas”. Con más elegancia, una columnista del Washington Post, que sabe remanidas las sesiones espíritas con héroe churchilliano, proclama a Zelenski “el artista-guerrero moderno”. Énfasis en moderno.

8. ¿Y la paz, para cuándo?

Zelenski ya da señales de qué aceptará, para llegar a un armisticio con Rusia: renuncia a integrar la OTAN, reconocimiento de la pérdida de Crimea (ocupada por Rusia, sin disparar un tiro, en 2014), alguna forma de reconocimiento de facto para las repúblicas de Donetsk y Lugansk. En suma, Ucrania reconocería una situación que, de hecho si no de derecho, era ya la suya: una soberanía limitada. También tiene la posibilidad de resignarse y no integrar la Unión Europea. Renuncia terriblemente impopular en el occidente ucraniano, que lucha por Occidente con la mayúscula aspiración de integrarse a los 28.

En otras palabras, para poner fin a la guerra, las condiciones de Moscú son básicamente las mismas que las condiciones para que no hubiera guerra. Esto último juega en contra, desde luego, de la credibilidad de quien conceda ahora lo que bien pudo admitir de antemano. Una neutralidad como la de Austria o Suecia. O de Finlandia, donde en la Guerra del Invierno de 1939 respondieron con caseros, improvisados 'cócteles Molotov' contra las tropas rusas, para así maridar las canastas de 'alimentos sólidos', las bombas que les servía desde el cielo Viacheslav Mólotov, comisario del Pueblo para los Asuntos Exteriores de la URSS.

9. Sarah Palin tenía razón, dicen

Si a algún político norteamericano favorece la situación actual en Ucrania, es a Sarah Palin. La republicana de derecha, ex gobernadora de Alaska, ex compañera de fórmula presidencial del veterano John McCain, famosa por su gusto en cazar renos con su propio rifle y hacer hamburguesas de reno con sus propias manos podría resultar, retrospectivamente, ilusoriamente, creíble a sus votantes, y aun a quienes nunca la votarían. En la campaña de 2008 había predicho que si votaban al demócrata Barack Obama, Moscú iba a anexar a Kiev a su imperio. Consuelo del juicio por difamación que este año perdió contra el New York Times.

10. Gimme, gimme, gimme, gimme todo el poder! Dámele

El presidente Joe Biden no quiere ser débil frente a Putin, como lo pudo parecer su predecesor republicano Donald Trump. Tiene elecciones de medio término en noviembre, de renovación legislativa. No mostrar debilidad, sacarse la foto de familia en Bruselas el miércoles con la OTAN y con el G7. Sin tampoco entrar jamás mayormente en guerra, como le reclama, hay que decir con lógica impecable, Jaime Bayly. Y su colega de talk-shows y videoconferenciasZelenski.

AGB

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