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Parajes rurales: la experiencia de educar en lo más remoto de la Patagonia

Centro de Educación de Pilca Viejo, en Río Negro. Asisten 23 estudiantes y tiene residencias para quienes viven en zonas muy alejadas.

Julieta La Casa

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La Patagonia argentina es tan extensa como diversa. Sus relieves, colores y climas se transforman a medida que avanzan los kilómetros. Sin embargo, hay algunos factores en común que la caracterizan en su inmensidad, como el marcado contraste entre la vida urbana y rural. En épocas de temporada alta invernal, cuando el turismo llega desde distintas partes del mundo, resulta más evidente la distancia entre una y otra. El plan de paseos por la montaña, esquí y hospedajes calefaccionados no se parece en nada a la experiencia de la población rural que vive y trabaja en parajes remotos, donde prácticamente no hay acceso a ninguno de los servicios que existen en la ciudad. Es en esa frontera que se abre una serie de interrogantes acerca de cómo crecen, se forman y desarrollan quienes atraviesan su juventud en el contexto rural y quieren quedarse allí pero, en muchos casos, deben emigrar a las ciudades con apenas el nivel primario alcanzado y un mundo laboral competitivo que no valida los conocimientos propios de su ámbito de origen. 

Organizaciones como Fundación Cruzada Patagónica, creada hace más de 40 años con el objetivo de acompañar el desarrollo de la población rural del oeste de la región a través de la educación, el trabajo y el diálogo intercultural, buscan darle respuesta a esta problemática. La Fundación cuenta con tres Centros de Educación Agrotécnica Secundaria en parajes de San Ignacio (Neuquén), Valle de Cholila (Chubut) y Pilca Viejo (Río Negro), donde asisten alumnos de hasta 500 km a la redonda para realizar sus estudios y alojarse en sus residencias estudiantiles durante el período académico. Esto último es la garantía de acceso a la educación, la alimentación, la movilidad para regresar a sus hogares en los recesos y a prácticas profesionales. 

A diferencia de las escuelas de la ciudad, en los parajes rurales el ciclo lectivo comienza en agosto y finaliza en mayo, está invertido por cuestiones climáticas. Durante el receso invernal, alumnos y alumnas vuelven a sus hogares y muchos realizan este trayecto en camionetas de la Fundación porque sus familias no cuentan con vehículos para transitar en épocas de grandes nevadas. Desde la organización afirman que las escasas posibilidades económicas de las familias para enviar a sus hijos a estudiar y vivir en centros urbanos no permiten romper el círculo de pobreza y aislamiento en el que están inmersas. Retoman los datos del Censo de población de 2010 para contextualizar el territorio: 1 de cada 4 jóvenes provenientes de comunidades rurales no accede al secundario. En Neuquén, más de 10.000 personas son analfabetas. Un informe realizado por Unicef también cita al Censo para afirmar que los y las adolescentes de zonas rurales que no asisten a un establecimiento educativo duplican los niveles de no asistencia del ámbito urbano. Entre las desigualdades que se encuentran a lo largo del país, las poblaciones rurales enfrentan las condiciones más desfavorables en términos económicos, educativos y de infraestructura. Ante este contexto, la propuesta de la Fundación es ofrecer una educación de calidad en y para el campo, que le otorgue un valor al territorio y fomente el arraigo de las generaciones más jóvenes. “Yo quiero aprender lo que sabe mi abuela, ayudarla y también enseñarle”, “A mí el campo me da felicidad porque me siento libre”, son algunas de las frases que se escuchan en las entrevistas durante los períodos de inscripción a la escuela.  

Las principales dificultades con las que conviven en el ámbito rural son las grandes distancias para llegar a un centro educativo o de salud -lo que se complejiza aún más cuando la nieve o el viento invaden el territorio-, la falta de transporte y de servicios básicos como luz, agua y gas. La Fundación inauguró la primera escuela secundaria en 1982, ubicada a 14 km de Junín de los Andes, provincia de Neuquén, y actualmente cuenta con una capacidad en sus residencias estudiantiles de 137 chicos y chicas. En esa escuela hay una gran presencia de jóvenes de familias mapuche y se fomenta el respeto hacia la individualidad, la cultura y creencias de cada persona. Así es como se realizan actividades para el Año Nuevo mapuche, por ejemplo, y se busca fomentar la convivencia intercultural. Finalizados los estudios, las y los graduados reciben el título de técnicos agropecuarios para poder volver con nuevos conocimientos y herramientas a sus parajes o recorrer nuevos caminos. La escuela de Neuquén también ofrece un sistema semipresencial de primaria destinado a las personas adultas que no aprendieron a leer ni escribir. Las maestras se trasladan a una casa de la comunidad designada como punto de reunión y allí realizan encuentros semanales. “Hay muchas camadas de egresados y egresadas que terminan la primaria y es tan importante como saber firmar un documento, escribir tu nombre”, cuenta Victoria Belinche, coordinadora de Comunicación de la Fundación. Como parte del plan de desarrollo rural de la organización se realizan cursos de formación profesional y capacitaciones en oficios -carpintería rural, instalaciones eléctricas o de sanitarios- para que las y los pobladores de los parajes tengan nuevas salidas laborales, puedan crear sus propios emprendimientos y realizar mejoras en sus casas. 

La época de inscripción a las escuelas es un momento de gran trabajo y movilización. El equipo de la Fundación recorre los parajes dispersos para llegar a las familias e integrar a las juventudes al sistema educativo oficial. “Lo que se usa mucho es el mensaje al poblador desde Radio Nacional porque es el único medio que llega. Hay lugares sin señal, sin luz, sin gas, entonces tenemos que ir”, relata Victoria, quien también trabajó como voluntaria en la construcción colectiva del Proyecto Educativo Institucional de la escuela más nueva de la Fundación, la de Pilca Viejo, que se inauguró en marzo. El establecimiento tiene una matrícula de 23 estudiantes y residencias para quienes viven en zonas muy alejadas. En esta provincia, cuenta Victoria, están los parajes más vulnerables de la Patagonia, con menos acceso a la educación y a recursos vitales como el agua. 

El contexto social cambiante hizo que las propuestas educativas también se modificaran. Así es como la primera escuela y residencia estuvo destinada solo a varones y, con el tiempo y pedidos de las familias para que las hijas mujeres pudiesen acceder a la educación media, se abrieron cupos para ellas y actualmente se busca la equidad de género en todas las iniciativas. De hecho, esa misma escuela se convirtió en la primera secundaria agrotécnica con residencias para mujeres en la provincia de Neuquén. Una de las egresadas pioneras estudió para ser maestra y actualmente da clases en una primaria de un paraje rural. Queda mucho por hacer, pero las mujeres ya son protagonistas también en el ámbito rural: en el último taller de carpintería realizado en Río Negro, de 17 participantes, 11 fueron mujeres. Muchas de ellas son cabeza de familia y asisten a esas capacitaciones para mejorar la calidad de vida de sus hijos. 

Solo se necesita correr apenas la mirada de las capitales provinciales para ver que el vasto territorio argentino alberga realidades dispares, necesidades crecientes y desigualdades que se afianzan. El entorno rural, que en el país representa tanto identidad como recursos y actividades productivas, no debe quedar fuera del radar cuando se trata de garantizar accesos y fomentar oportunidades de desarrollo. 

JLC/MG

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