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Entrevista

Ana María Shua: “No, no hay ningún mensaje optimista, simple, progre, en la buena literatura”

Ana María Shua

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Con Sirena de río, su nuevo libro de cuentos, Ana María Shua retoma, en algunos textos, la senda autobiográfica que había iniciado con su emblemática novela Los amores de Laurita, al tiempo que permanece fiel al género fantástico en otros.  Reflexiones sobre la mirada retrospectiva sobre la propia vida, el oficio de escribir, el género fantástico y la corrección política inmiscuyéndose en la literatura, de la mano de una autora capaz de seducir a distintas generaciones de lectores.   

Sirena de río está dividido en tres partes bastante diferenciadas entre sí ¿Iban a ser tres libros distintos?

¡Nunca!  Di mil vueltas antes de decidirme por esta división. Y me hace feliz que consideres que son tres partes bien diferenciadas, porque me costó mucho pensarle una organización. De hecho, no lo hubiera logrado sino fuera por una amiga y excelente lectora que se dio cuenta de que había muchos textos que podrían ser agrupados como casi crónicas y otros que tenían que ver con el coraje 

No sos una escritora que trabaje mucho lo autobiográfico, pero en algunos relatos de este libro lo hiciste ¿Por qué?

¡Ojalá uno supiera tanto acerca de sí mismo y de lo que escribe! No sé por qué, simplemente llegó el momento. Había algunos textos que ya tenía escritos y otros que escribí en el último año. Es que en general me da mucho pudor revelar tanto sobre mí misma (sí, a pesar de Los amores de Laurita). Por eso nunca había publicado algunos de los cuentos de este libro y solo me decidí ahora. Recién, pensándolo para contestarte, me di cuenta de que hay muchas primeras veces: mi primer velorio, mi primera enfermedad grave, mi primera psicoterapia, mi primera experiencia sexual… Quizás llegué a una edad en que uno puede recordar los 

El cuento que cierra el libro tiene la poco común capacidad de ser muy conmovedor, y al mismo tiempo muy gracioso ¿Cómo trabajaste ese filo que hay entre la tragedia y la comedia sin desequilibrar el relato?

Ese cuento trata acerca de mi primera enfermedad grave y partí de un texto que escribí en ese momento, mientras estaba enferma.  Ese texto original ya tiene todos los elementos que mencionás, es trágico pero también muy irónico y por momentos casi cómico. Tiene que ver con el estado en que estaba entonces, aterrada pero también eufórica, lista para la lucha, en cierto modo era muy emocionante lo que me estaba pasando. Y me daban risa los consejos que me daba la gente, desde aplicarme crotoxina hasta comer gorgojos vivos. Después la quimio me barrió y te aseguro que ya nada me hacía gracia…

El mismo cuento tiene, por otro lado, una cualidad de collage, incluyendo cosas que escribiste mucho tiempo atrás en un estado muy particular a nivel físico y mental, y cosas que escribiste ahora ¿Cómo aparece la idea de ensamblar todo eso?

Releí muchas veces eso que había escrito hace algo más de veinte años y que siempre se llamó como le puse al cuento: “Un canto a la vida”, con esa idea de que cuando promocionan algo como “un canto a la vida”, siempre es algo trágico y espantoso, un parapléjico que dibuja moviendo el párpado derecho, una mujer sin manos que se alegra de no comerse más las uñas y horrores por el estilo.  Lo releía, pero no me parecía publicable. Hasta que me di cuenta de que podía incluirlo en un relato muy sobrio, despojado, casi sin adjetivos, de lo que me pasó en realidad y en ese lugar iba a funcionar de otra manera. 

El libro también tiene cuentos fantásticos, un género al que permanecés fiel…

Es verdad. Cuando tenía diez años leí la Antología del Cuento Extraño, compilada por Rodolfo Walsh. En esa época leía de la mejor manera posible: ni me fijaba en el nombre de los autores y mucho menos en el de los antólogos. Es un libro extraordinario y fue mi puerta de ingreso a la literatura fantástica. ¡Tuve mucha suerte de encontrarlo!  Pero, además, todos nuestros grandes maestros escribieron cuento fantástico y cuando empecé a escribir no hice más que ingresar en una tradición nacional. Sí, el fantástico siempre estará allí, mezclado y combinado con otras posibilidades, bien a la argentina. 

Entiendo que sos jurado del Premio Clarín ¿Cómo es tu disposición al momento de leer trabajos para juzgarlos y eventualmente premiarlos?

Me gusta ser jurado de concurso. Siempre es fascinante la posibilidad de descubrir un nuevo talento o de darle relevancia a alguien que está escribiendo desde hace mucho pero más o menos en secreto. En este caso, al jurado final nos llegan solamente diez novelas, que tendremos que leer con muchísima atención, porque serán las mejores diez de una cifra loca que se acerca a los mil libros.  En este caso estoy contenta también con mis co-jurados, cada uno de nosotros tiene otra idea de la literatura, tiene otra orientación y eso es algo bueno. Cuando nos pongamos de acuerdo, será en algo que valga la pena. 

Sos una autora que no reniega de la palabra “oficio” al momento de hablar de lo que hacés en tiempos en los que muchos prefieren hablar de arte o profesión, como si el oficio fuera algo de orden menor…

La literatura es un oficio artesanal en el que a veces, pocas veces, el artesano se convierte en artista y roza por un instante las cumbres del arte. Estoy muy orgullosa de mi oficio y por supuesto también tengo la ilusión de que por momentos podré acercarme al arte. Bukovski decía que él no era un intelectual sino un artista. Los argentinos somos muy pudorosos en ese sentido, lo tenemos ahí arriba a Borges riéndose con un poco de maldad de los que se jactan de ser “artistas” o de tener una “obra”.  El oficio no es lo máximo, pero sí es lo mínimo que se necesita para ser un verdadero escritor. 

Muchos opinadores lo niegan, pero la avanzada de la corrección política sobre cuestiones sociales, pero también sobre las expresiones artísticas preocupa a autores y hacedores de todo el mundo. Vos ¿Qué visión tenés del problema?

Ah, lo políticamente correcto, ¡qué desdicha! El eterno retorno no es un mito. Disfrazada de mil maneras, la antigua moralina intenta una vez más imponerle su censura a la literatura. Peor todavía, lo hace con cosas como esa simpática novedad de la cancelación, que no da espacio a la polémica, a la discusión, a la confrontación, a la defensa. La buena literatura no es, por definición, políticamente correcta. Es ambigua, perturbadora, es el lugar de los malos pensamientos, de los sentimientos que a veces la propia ética del autor aborrece, de los que sin embargo se ve obligado a hacerse cargo. No, no hay ningún mensaje optimista, simple, progre, en la buena literatura, ningún chocolate para el alma. Y, sin embargo, ahí está, para recordarnos que ninguna historia humana termina bien y que sin embargo vale la pena vivirla.

 NG

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