Lecturas

Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito

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Su tío Simón, un ingeniero radicado en Francia desde los años treinta, estaba en la estación de trenes esperándola. La desilusión ocurrió cuando llegaron a la casa de Châtenay-Malabry, una población pequeña a siete kilómetros de la capital. La poeta no había salido de Buenos Aires para residir en los suburbios. Ella deseaba saborear la noche, frecuentar los cafés repletos de escritores, caminar junto al Sena recitando versos. Ese mundo de ficción leído en la pubertad chocaba con la vida pequeñoburguesa que sus parientes le imponían, a raíz de lo cual las discusiones eran continuas, había gritos y protestas por ambos lados.

Simón y Dvoria, que tenían tres hijos —un par de gemelos, varón y mujer, Alain y Monique, y una hija menor, Florence—, eran profundamente pequeñoburgueses y de inmediato captaron las peculiaridades de la sobrina, que una de sus primas resumiría así: fumaba, bebía whisky, tenía una sexualidad dudosa. Además, dejaba las sábanas manchadas de maquillaje. Para colmo, decía ser poeta, lo cual en ese ambiente era tan repudiable como cualquier otro de sus rasgos. La reacción fue prácticamente prohibirles a sus hijos el contacto con ella. Esa voluntad de separarla de la familia quedó clara en la habitación que le adjudicaron: muy cómoda y con su baño propio, pero en la planta baja, apartada, en consecuencia, de la familia —que tenía sus dormitorios en el primer piso— y sobre todo de los hijos. Porque era preciso que con su ritmo de vida, totalmente contrario al estudio y la sucesión de actividades que llevaban las dos primas —Alain todavía estaba pupilo—, no alterara ni sus rutinas ni su forma de ver la vida. Porque la adolescente caótica, dedicada por entero a la literatura, no admitía reglas ni horarios. Escribir era un oficio que la incapacitaba para realizar otro tipo de actividades, como lo demuestra el hecho de que a un amigo —por cierto un año más adelante y cuando ya vivía sola en París— que le propuso realizar guiones lo rechazó porque no se imaginaba ni una sola escena que le sirviera a un libretista sensato.

El único miembro de su familia que la comprendía era Armand, otro hermano de su padre, que en su juventud había sido músico y luego se había dedicado a los negocios, pero mantuvo la sensibilidad artística, como lo demuestra el hecho de que eligiera como segunda esposa a Geneviève, una profesora de letras. Gracias a él, logró hacerle una entrevista a Simone de Beauvoir y trabajar en una secretaría a partir de mediados de 1960.