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ENTREVISTA

“Con toda la muerte al aire”: una mujer descuartizada y la potente reconstrucción visual de un caso policial emblemático

Alcira Methyger fue víctima de un femicidio en 1955

Agustina Larrea

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Primero fue todo intriga. Los diarios hablaban de un torso encontrado el 19 de febrero de 1955 por un sacerdote que caminaba cerca de la estación Hurlingham, en el Gran Buenos Aires. Poco a poco, a medida que se acercaban los días de Carnaval de ese verano, fueron apareciendo más fragmentos del cuerpo de una mujer, mientras los diarios de la época no paraban de trazar hipótesis con total desparpajo: ¿habría un asesino serial en el país? ¿caminaba por las calles en busca de más víctimas?

Con la tecnología rudimentaria que se tenía en la época resultaba difícil detectar rápidamente quién era la víctima. Además no se tenían los elementos suficientes: fragmentos de un cuerpo mutilado metódicamente envueltos en papel madera. Luego aparecerían más elementos, hasta que lograron identificarla: se trataba de una mujer joven llamada Alcira Methyger, que había trabajado como empleada doméstica en una casa del barrio porteño de Barracas.

Finalmente las autoridades dieron con el homicida, mientras escapaba en tren rumbo a Mar del Plata: Jorge Eduardo Burgos, un hombre de 30 años que vivía con sus padres y trabajaba para una empresa papelera familiar.

A partir del relato del propio Burgos a la policía que él y la víctima se habían conocido en 1944, que la joven había trabajado tiempo atrás para la familia de Barracas y luego tuvieron un romance.

El 17 de febrero de 1955, y de acuerdo con el relato del homicida, tras una discusión que tuvo lugar en el baño de su casa, Burgos empujó a la joven, que entonces tenía 27 años. Alcira cayó, se golpeó la cabeza y falleció de inmediato. Burgos decidió entonces descuartizarla y arrojar sus restos en distintos puntos de la ciudad y el Gran Buenos Aires.

El crimen, que hoy se enmarcaría bajo la figura de femicidio, se difundió como El caso Burgos, el descuartizador de Barracas y tuvo tal repercusión que llegó a ocupar las páginas más importantes de los medios de la época

Plagada de espectacularidad y con elementos macabros puestos en primer plano, la cobertura no se ahorró cuestionamientos sobre la víctima (se la llegó a tildar de “vivaracha” en una revista de entonces, que preguntó a sus lectores si Burgos debía ser condenado o no) e incluso se puso en duda la culpabilidad del homicida bajo el argumento de que pertenecía “a una familia respetable” mientras que Alcira “lo habría seducido para quitarle su fortuna”.

Eran tiempos revueltos, que confluyeron de manera trágica, en junio de ese año, con el derrocamiento de Juan Domingo Perón mediante un golpe de Estado que incluyó el bombardeo a la Plaza de Mayo, en el que murieron más de 300 personas.

Seis décadas después, la fotógrafa argentina María Eugenia Cerutti se topó de casualidad con parte del material de ese caso que se conservaba sobre el caso en el Museo de la Policía Federal, mientras realizaba una cobertura para el diario en el que trabajaba.

“La sala de criminalística de ese museo es una sala donde la policía exhibe casos que resolvió, digamos, favorablemente para la policía. Es de alguna manera una sala donde ellos reconocen a sí mismos su labor. Me llamó la atención que los casos de hombres asesinados que hay ahí son, en su mayoría, por estafas, por cuestiones de plata. Y los únicos de mujeres que hay eran por femicidios. Cuando pude hacer esa lectura me empecé a interesar por el tema. El femicidio de Alcira me interesó mucho de entrada por el año en el que sucedió, por el contexto histórico y político y por esa coincidencia que hubo, porque su vínculo, su romance con el asesino, duró casi todo el peronismo”, cuenta Cerutti en diálogo por videollamada con elDiarioAR.

Ese fue el primer paso, el inicio de un proyecto que por estos días está viendo la luz: el libro Con toda la muerte al aire (Sed Editorial), que propone “una investigación y reflexión visual alrededor del universo de imágenes que rodeó al femicidio de Alcira Methyger cometido por Jorge Burgos en febrero de 1955”.

La publicación, en realidad, está compuesta por dos elementos: por un lado, un libro que reúne fotografías forenses del caso intervenidas, con fotos de la época y recortes de los titulares –muchos de ellos impactantes– de los medios de la época. El segundo tomo es una reedición de Yo no maté a Alcira, un libro escrito en la cárcel por el propio Jorge Burgos, junto a imágenes actuales de los escenarios del crimen.

¿Qué fue lo que más te impactó en el museo?

Creo que fue el cómo estaba mostrado. En la sala estaba la réplica del cuerpo de la víctima. Al lado había un librito con un resumen del caso, después foto de ella, y una foto de Burgos, con una cinta tapándole los ojos, algo que nunca nadie me supo explicar por qué. Nadie sabe, pero es una cinta que alguien puso, y no es que eso se replicaba en otros casos o que era una práctica de la época. Y al lado estaba la imagen del cuerpo de ella destrozado en una camilla de la morgue, sin tapujos. Ahí vi esa doble violencia, que me impactó mucho y me puse a investigar para ver de qué manera traer de vuelta el caso a la realidad. Porque, además, las similitudes con el hoy, con los femicidios que conocemos en la actualidad, eran muchas.

¿Cómo seguiste después del museo? El libro tiene archivo de la investigación judicial, de los medios de la época, pero también fotos de los lugares del crimen hoy.

Cuando dije “es este caso y es este año”, es decir, el caso Methyger-Burgos y 1955, el paso siguiente fue investigar para ver qué me encontraba. Porque yo tenía lo del archivo de la Policía, del que hice una reproducción. Tenía las fotos de la reconstrucción del crimen, que son las de la morgue judicial y me resultaron muy teatrales: estaba Burgos y una mujer policía que actúa la escena. Después empecé a indagar la historia de Alcira, a través de los medios de comunicación. Empecé a encontrar material, sobre todo en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional. En el Archivo General de la Nación no encontré tanto de ellos o del caso, pero sí del contexto histórico y también encontré material en el archivo de Clarín. Ahí se me empezó a armar algo. En el hacer, en la recolección del material fui una especie de detective visual: me encontré a mí misma un poco como los detectives armando la escena del crimen, pero siempre desde las imágenes y siempre desde esa intermediación que se genera a través de los medios y a través de la mirada de otras y otros. 

En ese contexto tan visual, tomás la decisión de agarrar la palabra del femicida y reeditar el libro que escribió Burgos, lo que él escribió, su voz, su palabra, que es algo que en su momento llamó la atención. ¿Por qué ahora?

Nos costó. Cuando empecé a indagar me enteré de que el tipo había escrito ese libro. Entonces lo quise buscar y lo conseguí. Conseguí uno de la primera edición y uno de la segunda. Y fue pensar: ¿y esta voz? ¿Qué se hace con este material? Más allá de que es la voz del asesino. No fue por tratar de entender a este tipo o a cualquiera que cometa estos delitos, sino para justamente ver cómo desarmar esto que está tan arraigado culturalmente. Con el editor, del libro, Martín Bollati, nos parecía que es polémico, claro, es jugado. Pero eso sigue estando. Esa voz hoy en día sigue siendo igual: los femicidios siguen ocurriendo, no es que algo cambió. Tal vez hoy un femicida no escribiría ese libro, ni contaría la historia de esa manera porque no hay un colchón social que habilite y que la gente vaya y lo compre. Esto no sucedería. Pero: ¿desde hace cuánto? Como pasa siempre, después queda únicamente la voz de ellos. Y más en este caso en el que ella era una chica del interior que apenas tenía a su hermana. Me parecía interesante escuchar qué traía esa voz, porque sigue estando. Son operaciones de sentido que siguen estando vigentes, por desgracia.

En ese sentido el caso quedó instalado como “El caso Burgos” y a Alcira, desde el nombre o la circulación del tema en los medios, se la borra un poco del mapa.

Sí. A la vez es raro porque todo lo que sabemos de la historia fue por lo que él dijo a la policía. Todo queda en boca de él. Una vez asesinada ella, todo lo que nos llega de la boca de él pasa a ser una ficción. Todo lo que venga de él puede quedar en duda. A mí la existencia de ese libro, con ese título –Yo no maté a Alcira– me resultó increíble, inverosímil, que supera la ficción. Y a la vez está ahí, alguien lo compró, se hicieron dos ediciones porque la primera agotó. Desde los medios también es muy llamativo ver que los ojos estaban puestos sobre la víctima: cómo era ella, si era una arribista, si había engañado a Burgos. Había cartas de lectores en los diarios con esto. ¿Qué pasa entonces con los lectores? ¿Cuál es el rol de quien va y compra esto y lo lee en esa época o hasta hoy, cuando no hace mucho se hablaba de “crimen pasional”? 

¿Por qué eligieron como título Con toda la muerte al aire?

El proyecto fue también hace un tiempo una performance (N. de la R: formó parte del proyecto del Laboratorio de Periodismo Performático de la Revista Anfibia). Cuando estaba armando el corpus de material para eso, volví a leer el texto Esa mujer, de Rodolfo Walsh. Y me gustó mucho esa frase, que hace referencia a la charla que tiene con el secuestrador del cadáver de Eva Perón. Cuando describe cómo estaba ella en el cajón dice que la vio “con toda la muerte al aire”. Lo dice así para decir que estaba desnuda. Me pareció muy elocuente. Hay algo que ocurre con estas cosas, que claramente están vinculadas con el horror, y es que también hay una belleza literaria. Porque esa frase es tremenda y genera una imagen impresionante. El cuerpo de Evita es también vejado, mutilado, maltratado. Si hubiera sido un hombre no sé si lo hubieran tratado de esa manera, hubo un ensañamiento. Entonces la frase de Walsh me cerraba desde lo conceptual para el título del proyecto. El femicidio de Alcira es del mismo año que el secuestro del cadáver de Evita. Todo el proyecto se fue dando así, como un rompecabezas, sabiendo que nunca iba a estar completo. Porque ese cuerpo, como el de Alcira, no se puede volver a completar. El libro es una propuesta, está todo ahí, y en todo caso abre una discusión. Lo que nosotros hicimos fue ordenar el material y traerlo hoy a reflexión.

A diferencia de tu libro anterior de fotoperiodismo en el sentido más estricto, con fotos de Néstor Kirchner, acá hay una intervención mayor en el material. ¿Cómo fue  este movimiento?

En este proyecto me gustó mucho la faceta investigativa y visual, esto de ver los archivos con una mirada de resignificación. Me interesó y creo que hay mucho todavía para hacer en relación con eso. Por otra parte, la historia de Alcira y Burgos estaba contada desde la mirada de varones. Eso es lo que pasa, incluso hoy. Fue eso lo que vi en el museo, fue pensar ¿qué está pasando acá?, ¿cómo murieron estas mujeres? Pero no solo eso, sino todo lo que se encuentra cuando una indaga un lugar así, la trastienda. Encontré, por ejemplo, que hay moldes de vaginas en esa sala de criminalística. ¿Para qué se usaban? Siempre me respondían que servía cuando iba una mujer que había sido violada iba a denunciar. Los peritos usaban eso como referencia, para ver si la persona decía la verdad o no. Por ahí en la época no había otra tecnología o lo que sea, pero el hecho mismo de que existiera construye sentido, construye prácticas cotidianas, construye cabezas, construye cultura. 

El final del femicida

Jorge Eduardo Burgos fue condenado a 20 años de prisión por “homicidio simple”. Poco después un tribunal redujo la pena a 14 años. Un detalle: el descuartizamiento no fue considerado entonces por el juez de sentencia como una forma de crueldad sino como un intento de Burgos “por escapar del castigo”.

Burgos salió en libertad por buena conducta luego de pasar 10 años detenido, primero en la cárcel que por entonces estaba en la calle Las Heras del barrio porteño de Palermo, y luego en La Pampa. Por esos días se hizo devoto evangélico y escribió el libro Yo no maté a Alcira.

Al salir, en 1961, concedió pocas entrevistas y volvió a instalarse en la casa donde había matado y descuartizado a la víctima. En uno de sus diálogos con la prensa, aseguró: “Yo amaba a Alcira, la amaba como tal vez nadie pueda hacerlo. La había conocido varios años atrás a ese desgraciado 17 de febrero de 1955. Primero, nos hicimos amigos. Más tarde, novios. Alcira no era para mí una aventura (…). Fue una circunstancia horrorosa. Creí enloquecer. Tenía que hacer desaparecer el cadáver y entonces hice todo eso que ya saben”.

Desde entonces el hombre se recluyó en el departamento de Barracas, donde vivió hasta sus últimos días. Se dedicaba, según recuerdan los vecinos de la zona, a pulir de forma muy minuciosa muebles y antigüedades.

"Con toda la muerte al aire" (Sed Editorial) es un libro de María Eugenia Cerutti editado por Martín Bollati. Diseño: Ricardo Báez. Salió a la venta por estos días en algunas librerías. Más información por acá.

AL

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