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Lecturas

No esenciales. La infancia sacrificada

No esenciales. La infancia sacrificada

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Déficit de aprendizaje y desigualdad educativa 

En Argentina, no contamos con estimaciones sobre el déficit de aprendizaje, pero la lógica indica que el panorama no es alentador. Las pérdidas fueron inevitables hasta en el primer mundo, a pesar de la conectividad y de los esfuerzos docentes. En nuestro país, además, se decidió en la mayoría de los casos no evaluar a los alumnos, por lo que medir esas pérdidas se hará aún más difícil. Sin estadísticas confiables, tampoco se pueden planificar soluciones. 

La estimación que sí tenemos para Argentina, según Agustín Claus, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), es que al menos un millón y medio de chicos abandonaron la escuela este año, lo cual representa un abandono interanual del 15%, septuplicando el anterior, y solo acentuará el ciclo intergeneracional de pobreza de niños que ya son pobres y que tendrán una base menos sólida para su futuro. También sabemos, por una encuesta del propio Ministerio de Educación, que el 78% de los alumnos recibió clases por WhatsApp, lo que significa recibir una clase asincrónica, una suerte de tarea, y en general en un dispositivo que es de los padres. Para eso, se debe contar con crédito para datos en el teléfono. Por más esfuerzos que existan de parte del docente, esas clases asincrónicas requieren de un padre, una madre o un cuidador que oficie de maestro, sobre todo en los niños más pequeños. El rol de maestro que muchos padres tuvieron que desempeñar fue en detrimento de su rendimiento laboral, de la economía ya endeble del país. Aunque muchos de nuestros hijos quizás tuvieron el “privilegio” de tener Zoom, de todas maneras es muy probable que hayan experimentado déficit en el aprendizaje. 

Las dificultades con la conexión se hicieron visibles en varios lugares del país. El ingenio para sortear esas dificultades fue noticia. Gualterio Canezza, un chico de 13 años que vive en Jubileo, un pueblo rural de la provincia de Entre Ríos, debió subirse todos los días a un molino para lograr conectarse a internet y recibir clases por WhatsApp. Fue absurdo cerrar escuelas rurales en lugares con baja circulación del virus. Pensemos nomás en la cantidad de chicos que ni siquiera podían hacer lo que hizo Gualterio o que simplemente perdieron el interés. Y no se los puede culpar por ello. El Estado los abandonó. 

La evidencia empírica sugiere que las pérdidas de aprendizaje, una vez acumuladas, son difíciles de compensar completamente más adelante. La crisis actual afectará las oportunidades económicas de los niños de hoy en las décadas por venir. Una preocupación adicional es el impacto de la pandemia en la desigualdad educativa. El enorme esfuerzo docente de aprender sobre la marcha a dictar contenidos de una manera inédita y durante todo el año lectivo no frena lo que se comprueba en todo el mundo: las pérdidas de aprendizaje con las escuelas cerradas. Se trata de pérdidas que existen en países del primer mundo con una mejor conectividad que Argentina. No solo se deja de aprender, sino que también se pierden habilidades ya aprendidas. Esto es válido en diferentes niveles para países como Bélgica, Estados Unidos, Países Bajos, Chile o Pakistán, por citar algunos de los ejemplos en los que se han medido estas pérdidas, que se estiman desde un tercio de ciclo lectivo hasta un ciclo lectivo y medio, o se miden en habilidades perdidas en lectura y matemática. Cuánto se perdió en Argentina, a pesar del enorme esfuerzo docente, todavía no lo sabemos, pero no hay razón para pensar que seamos excepcionales. Veamos algunos de esos ejemplos en detalle. 

En una encuesta realizada en Inglaterra en julio de 2020, se encontró que la mayoría de los profesores estimaban que sus alumnos presentaban un retraso de tres meses en promedio en el plan de estudios y cuatro meses o más en los de menores recursos, y que el 28% de los estudiantes contaba con acceso limitado a la tecnología. En Bélgica, se realizó un estudio sobre el último grado de la escuela primaria. El cierre de escuelas redujo los niveles de aprendizaje en matemática y lengua e incrementó fuertemente la desigualdad en el aprendizaje en comparación a los cinco años previos a la pandemia. En Estados Unidos, el cierre de escuelas provocó déficit de aprendizaje en los niños menos privilegiados: el 41% menos en matemáticas y el 23% menos en lectura. Por último, la Universidad de Oxford realizó un estudio sobre el efecto del cierre de escuelas primarias en Países Bajos.  Allí estuvieron cerradas solo ocho semanas, y se implementó la educación a distancia. El relevamiento demostró que los niños de familias de menor nivel educativo tuvieron una pérdida de hasta un 55% respecto de los demás niños. Los Países Bajos representan un cierre relativamente corto y un alto grado de preparación tecnológica. Los estudios más generales revelan que cuatro meses de cierre pueden derivar en una pérdida de 0,6 años de aprendizaje, y las cifras son mucho más elevadas en los sectores más vulnerables.

Estas cifras de países del primer mundo sugieren pérdidas mucho mayores en países menos preparados para el aprendizaje a distancia, con mayores niveles de pobreza y que han mantenido las escuelas cerradas por más tiempo. En Argentina, existe un estudio sobre los efectos a largo plazo de la pandemia de gripe de 1918 en niños gestados durante ese momento. Las consecuencias en la educación y en el ingreso de esos niños llegan hasta 1970. En 2005, Pakistán cerró escuelas en una región por cuatro meses a causa de un terremoto. El proyecto Reintalizing, Innovating, Strengthening Education (RISE) hizo una comparación con las zonas en las que las escuelas permanecieron abiertas, y se comprobó que los niños que no pudieron asistir a la escuela perdieron el equivalente a 1,5 años de aprendizaje. Los efectos sobre el desarrollo cognitivo fueron muy profundos. La pérdida tuvo mayor impacto en hogares más pobres y en la primera infancia. No tenían conectividad a internet, como no la tuvieron millones de chicos en Argentina este año. Para remediar esas pérdidas, se requiere de programas especiales, por lo que se perdió y por lo que se desaprendió. Los alumnos no solamente se pierden de aprender, sino que además pierden conocimiento cuando no van a la escuela. 

Sobre el efecto específico de esta pandemia de covid-19, el Ministerio de Educación de Chile estimó que luego de diez meses de suspensión de clases la caída de los aprendizajes esperados en un año para estudiantes del quintil más pobre fue del 95%, mientras que entre los más ricos fue del 64%. Los efectos de estas pérdidas de aprendizajes tienen consecuencias a largo plazo. Los años de aprendizaje perdidos tienen impacto en los ingresos laborales futuros de los niños afectados. En 2019, un estudio de la Universidad de Chicago analizó las consecuencias en los ingresos futuros de la pérdida de días de clases por paros docentes en Argentina y encontró que estar expuesto a paros frecuentes durante la educación primaria disminuye entre el 1,9% y el 3,2% los ingresos futuros. En el promedio mundial, el impacto económico futuro puede estar entre el 12% y el 18% del producto bruto interno (PBI), y en los países de menores ingresos, entre el 43% y el 61 por ciento.

Con base en una metodología desarrollada por el  Banco Mundial, es posible estimar que en Argentina el cierre de las escuelas durante cinco meses deriva en una pérdida de casi un año de aprendizaje. El valor sería aún más alto para los quintiles más pobres. A pesar del esfuerzo del personal docente, de las madres (que son las que habitualmente se encargan de estas tareas y ven así duplicado su trabajo) y de los mismos niños, la educación a distancia no alcanza.

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