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Cultura

Siri Hustvedt y los apuntes sobre su familia real y literaria

Siri Hustvedt

Laura Haimovichi

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El modo de andar placentero, resuelto y ligero de su madre por los bosques de Minesotta, las montañas de Noruega y las playas del mundo hasta que una avalancha de enfermedades la frena a los noventa años y su muerte ocurre en octubre de 2019, antes de la pandemia, le permiten a Siri Hustvedt referirse a las ideas sobre esa nominación -madre- que invaden la maternidad, con una cruda moralidad del bien y el mal que rara vez afecta a la paternidad. La relación con Sophie, la hija que tiene con Paul Auster, su marido, el famoso autor de la Trilogía de Nueva York, es otro de los temas que despliega la escritora, para evocar la mirada condenatoria y exclusiva hacia ella por parte de un desconocido cuando, en la escalera mecánica de un centro comercial, casi se les cae junto a Auster el cochecito con la beba de ambos. De cómo una llamada telefónica altera en unos segundos el estado anímico, el cambio drástico que provocan el sol o las nubes, levantando o hundiendo sus sensaciones; o el arrebato de sentimiento elevado y tierno en el que inevitablemente se suma al escuchar la cantata 147 de Bach, Jesus Blebet, por muy triste que se haya sentido antes de que suene la primera nota. Estos son algunos de los tópicos por los que pasea y profundiza Siri Husdveten su nuevo libro de ensayos, en los que explora la genealogía de la misoginia y la visión masculina de la cultura, no sólo como un saber, sino en el sentido amplio de un modo de existir, básicamente en los Estados Unidos y otros lugares de occidente que es lo que ella más conoce.  

En otro de los segmentos narrativos de Madres, padres y demás. Apuntes sobre mi familia real y literaria, la palabra mentor provoca la nostalgia de una época, la añoranza de un vínculo con alguien que la creyó digna de la existencia que eligió para sí. La ganadora del Premio Princesa de Asturias 2019, por la totalidad de su obra, supo que quería escribir a los trece años y sospecha que la fantasía de un tutor literario era tanto afán de reconocimiento como de reparación con los padres. Aunque a los progenitores no se los elige “y con un mentor la admiración es un elixir potente”. Memora asimismo al joven Samuel Beckett, asistente de James Joyce, que trabajaba “como un esclavo” para el autor de Ulises. Auster conoció a los 25 años al autor de Esperando a Godot que se quedó mudo cuando el dramaturgo le preguntó qué podía decir de sí mismo. Ella, por su parte, se enteró por una tercera persona del elogio de su obra por parte de su mentor y se irritó y enojó porque nunca le había hecho un comentario así a ella. “A mis sesenta años reacciono como una cría”. 

Son mucho más que artículos periodísticos. Por extensión y hondura, cada capítulo del libro es un ensayo o, mejor dicho, un collage de reflexiones siempre situadas en escenas personales o familiares que le dan carnadura y donde importa acariciar la belleza de una escritura perfecta y coronarlas con una visión feminista del mundo, abierta, antidogmática, siempre en movimiento.

Es difícil saber de qué modo pueden haber conmovido las muertes recientes por sobredosis de drogas de la nieta y el hijo de su marido, Paul Auster, a la brillante escritora. Lo que es seguro es que resulta inevitable pensar en la tragedia familiar y su misterio cuando uno se encuentra con el nuevo libro de Siri Hustvedt: Madres, padres y demás: Apuntes sobre mi familia real y literaria. No hay allí ninguna clave que ayude a entender lo que sobrevino ni alusiones a los protagonistas de un drama pleno de interrogantes que, al menos por ahora, no tiene respuestas.

La multifacética escritora, que da cursos de psiquiatría narrativa en la facultad de medicina de Weill Cornell, Nueva York, articula sus pensamientos sobre arte, psicoanálisis, literatura y neurociencia para cuestionar conceptos monolíticos sobre la familia. Se sirve de experiencias propias o de gente cercana y las ofrenda desde el cofre de su memoria, diferenciándolas de los textos de ficción que, aunque inspirados lejanamente en realidades, son pura invención. Al mismo tiempo evidencia la fragilidad de las fronteras o encasillamientos como una metáfora de los variados temas que le interesan y conmueven y compara la lectura con los viajes, consciente de que se trata de “un regalo para las personas instruídas”.

Y hay más. En el volumen de casi quinientas páginas que acaba de aparecer en la Argentina, la Virginia Woolf del siglo veintiuno, según Literary Review, investiga situaciones que damos por sentadas y muestra que no son tan inalterables como pensábamos, especialmente las que dan cuenta de las relaciones entre géneros o familiares, los abusos de poder o la influencia de quienes somos para definir la identidad como seres humanos.

Las salidas con padre, madre y hermanas en una furgoneta para recorrer la costa oeste, lo mal que lo llevaba él cuando, en medio del camino, el vehículo se detenía, el plan se desbarataba y empezaba a mascullar oscuras maldiciones mientras su madre estallaba en una risa incontrolable que trocaba la tragedia en comedia (Fronteras abiertas: historias de una vagabunda intelectual) es otra de las cadenas narrativas que aborda la doctora Honoris Causa por la Universidad de Oslo, columnista habitual de The New York Times y Psichology Today.

“Las mujeres que se niegan a disculparse por lo que saben son castigadas”, sostiene. Y, ya hablando de sí misma, dice: “soy una bofetada a la jerarquía social preestablecida”. Allí están las referencias a otras mujeres destacadas que también padecieron: Louise Borgueois, Emily Bront[e, Jane Austen.

Dado que el útero “es un territorio que la cultura occidental ha reprimido o evitado”, advierte en un pasaje “muchos se aterrorizan ante la realidad de que procedemos de un cuerpo femenino”. Debemos reconocer “la realidad de nuestra dependencia” porque de ella nace “la crueldad”. Esas conexiones que Hustvedt establece en cuanto a la visión de la mujer como un ser siempre subordinado al hombre le abre la puerta al concepto de resiliencia, algo que le ha permitido romper el prejuicio de un seguidor de Mijaíl Bajtin, convencido de que Auster fue el precursos del acercamiento de la pareja al lingüista e historiador ruso cuando fue ella quien se lo dio a conocer a su esposo. “Se supone que la mujer no ha de saber más que el hombre”, se lamenta. Por suerte, ahora se siente “libre para reaccionar”, ante supuestos como este. “Me llevó mucho tiempo y me hizo mucho daño este tipo de hostilidad”.

Leal a su actitud transgresora, en Madres, padres y demás, alude al racismo que tensiona con el feminismo. “Feministas blancas que habían cerrado los ojos ante verdades odiosas”, declara. No en vano, “el fascismo y la ultraderecha generan misoginia como respuesta ante el ascenso de la mujer en el mundo”, sobre todo a la conquista lenta y producto de luchas sociales hacia posiciones decisorias y de poder.

De cualquier manera, Siri Hustvedt desarma el mito de la evolución humana. “Es una idea del siglo diecinueve, es falso que todo mejora”, opina quien data su feminismo en sus 14 años cuando leyó El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir, se conmovió por completo y le viene confirmando desde hace décadas que esa cosmovisión “incluye a los hombres y a todas las personas, también las de género fluído. Todos tiene que formar parte del paraguas feminista”. Aunque, reconoce “a los que están arriba no les interesa examinar qué sucede a su alrededor, se pueden permitir la indiferencia, no les interesa en lo más mínimo la revisión de conciencia, eso es algo que les va a venir desde afuera”.

En la sección Apuntes desde Nueva York, la intelectual de izquierda independiente, progresista, se ubica en el inicio de la pandemia, cuando escucha las sirenas desde su casa en Brooklyn “como un ruido que merece atención moral, la música desgarradora de la ciudad, un estridente canto fúnebre que acompaña a cada persona en crisis, y como varía de un barrio a otro, dependiendo de clase, color, situación como inmigrante, tipo de empleo”.

Leer este volumen es dejarse conmover por el arte del modo en que el lector comienza ubicado en un lugar antes de encontrarse con sus páginas y acaba necesariamente en otro, transformado. 

LH

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