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Argentina es el campeón del mundo y Messi alcanzó la gloria eterna

Argentina Campeón del Mundo en Qatar 2022.

Iván Gleizer

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Como el final de una serie de varias temporadas, en la que el protagonista siempre parece que alcanza la felicidad total, pero siempre le falta algo. Y arranca una nueva y otra vez lo mismo. Esta vez, Lionel Messi le dio el cierre que se merecía y llevó a la Selección Argentina a la cima del mundo. Fue por penales. Fue sufriendo. Un cúmulo de emociones. Un tobogán enorme que no se supo dónde terminaba hasta el último suspiro. Fue 2 a 2 en los 90. 3 a 3 en el alargue y después, Dibu Martínez hizo su magia y la Scaloneta es campeona del mundo por tercera vez en su historia.

Con los rituales, propios, ajenos, del plantel, de las familias (con Antonella, Thiago, Mateo y Ciro a la cabeza) y de los hinchas, la Selección Argentina arrancó el primer tiempo con un planteo que sorprendió al entrenador Didier Deschamps. No por la presencia de Di María, que era una chance cierta en la previa que se confirmó instantes antes a la final, sino porque Scaloni puso a Fideo por la izquierda y no por la derecha como lo hace habitualmente cuando se calza la albiceleste. Y allá, desde el inicio, el jugador de las finales, el de los goles importantes, el de las revanchas, el del corazón hecho festejo, volvió locos a Dembelé y a Koundé, que no lo encontraron nunca.

Con el circuito Griezmann, Mbappé, Dembelé, Giroud anulado por completo, de la mano de Messi, De Paul, Mac Allister y Enzo Fernández, y con la presión asfixiante de Julián Álvarez, el juego argentino se volcó siempre por la izquierda y el resto, lo hizo Angelito. Primero, generando el penal por falta de un Dembelé superado, fastidiado, que el capitán transformó en gol con un tiro suave a la izquierda de Lloris. Y después, el mismo Fideo terminó con categoría una jugada que empezó Messi, la siguió Julián y pasó por Alexis en una transición rápida y precisa, como le gusta al seleccionado.

Con el 2 a 0 y una superioridad pocas veces vista en un partido decisivo de Copa del Mundo, los minutos finales de la primera parte pasaron entre el manejo de los tiempos, la firmeza de Molina, Romero, Otamendi y Tagliafico para borrar de la cancha a Mbappé, y con el entrenador Deschamps desesperado, que no le tembló el pulso para hacer dos cambios antes del entretiempo. Sacó a Dembelé y a Giroud, nada menos, y metió en cancha a Thuram y Kolo Muani, con la idea de tener mayor peso ofensivo, en detrimento de la marca. La historia daba la sensación de estar cerrada. Aunque esto es fútbol, y nunca se cierra nada hasta que se cierra. Y hubo que esperar mucho más de a cuenta.

Perdido por perdido, Francia empezó la segunda parte a matar o morir. Pero el dominio de Argentina siguió, ya no tanto en lo futbolístico, pero sí en lo táctico y lo mental. Tal vez, el equipo de Scaloni olvidó demasiado jugar con la pelota en su poder y, de a poco, cedió terreno, aunque Francia no sabía muy bien qué hacer.

Hasta el fatal minuto 80, porque ahí Otamendi perdió a Kolo Muani y le cometió un penal en una jugada que, segundos antes, no parecía llevar peligro. Y apareció Mbappé, pese al esfuerzo del Dibu Martínez que alcanzó a rozar el balón en el disparo desde los doce pasos. Y dos minutos más tarde, una combinación rápida en la puerta del área llevó a los galos a un empate inmerecido en el juego. Y en el amor por la camiseta. Muy inmerecido. Y el 2 a 2 caló hondo en la Selección. La cabeza cayó, no hubo respuestas. La incredulidad dominó a los albicelestes y los europeos, casi sin querer, se empezaron a sentir ganadores.

Y el alargue, donde cualquier cosa puede pasar, con la posibilidad de los penales latente. Y Scaloni buscando soluciones en el banco. Los ingresos de Paredes y Lautaro Martínez por De Paul y Julián trajeron algo de frescura en la primera parte del suplementario. Cuando la Argentina encontró mejoras y, a cuentagotas, fue recuperando la memoria.

Y empezó los últimos 15 minutos con la idea fija de no llegar a los penales. Y así fue, como pudo, con más ganas que juego, y picó Lautaro al vacío y casi le rompe la cara a Lloris, y el rebote fue de ÉL, que la empujó adentro para poner un 3 a 2 que desató las lágrimas de un estadio que recobró vida. Ahora sí... ¿ahora sí?, ah, no, todavía no, un capítulo más, el épico. Y a sufrir, y a rezar, a suplicar, a no mirar, a repasar de nuevo las cábalas, a inventar nuevas, a pegarle a ese reloj de arena que parece trabado, porque el tiempo no pasa. Y Francia todo volcado en ataque. Y Lautaro y Acuña disfrazados de Maradona, cuando agarraba la pelota y la escondía bajo la suela para que pase el tiempo. Y Scaloni a buscar altura, por eso Pezzella por un MacAllister figura. Y, de inmediato, otra vez la mala suerte. Mano de Montiel sin querer queriendo y penal para los galos. Y el corazón en la boca, en el estómago, en el suelo. Y va de nuevo Mbappé, que casi no tocó la pelota en todo el partido y el empate, un 3 a 3 insólito, injusto, de otra dimensión, a tan solo tres del final. Adentro Dybala por Tagliafico, pensando en los penales. Y los últimos dos minutos, con un Dibu gigante para taparle el triunfo a Muani. Y otra vez la definición desde los once metros, a suerte o verdad. O a Dibu y verdad. ¿Hacía falta sufrir tanto?

Y de nuevo, a buscar en lo cajones, estampitas, medallitas, prender velas, piedras de la suerte, lo que haya. Y el Diego desde arriba, alentándolo a Lionel, pero estirando la mano para ponérsela en el hombro al arquero marplatense. Y Kempes en la platea, que de sufrir también la sabe larga. Y a esperar que nuestro arquero-héroe haga su magia. Porque Argentina lo merecía. Porque fue mejor. Porque maniató a una Francia que sólo encontró tres instantes de buena fortuna. Porque brillaron el Cuti, Alexis, De Paul, Lionel y Angelito. Y porque la resiliencia de este equipo es cosa seria. Caer y levantarse más fuerte. Y volver a caer. Y de nuevo renacer, a los tumbos a veces, como el gol de Julián a Croacia, pero con las convicciones bien puestas.

Y Dibu hizo la magia. Para atajar el penal clave, el segundo, ante Coman. Y, mientras Argentina no fallaba (convirtieron Messi, Dybala y Paredes), Tchouaméni la tiró afuera. Y otra vez la ilusión. Y el turno de Montiel, para sellar la historia. Y el ex River no falló para desatar la locura.

Argentina es campeona del mundo. Por tercera vez en su historia. Y sufriendo, mucho, demasiado, como corresponde. Para que no haya dudas, fue el mejor equipo de los últimos años y tiene al mejor jugador del mundo. Lionel Messi, más que nadie, merecía un final de su historia mundialista así. No así sufriendo, pero con el trofeo en alto, merecido, justo, necesario, para que la historia de los últimos años del fútbol tenga sentido. Este título de Messi lo deja en la cima de un deporte que mueve pasiones y multitudes, que ya no admite discusiones. Es el más grande. ¿Qué duda cabe? 

IG

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