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Tres goles y lágrimas de alegría: la canonización de Messi merecía el regreso del público

Lionel Andrés Messi, tres goles y toda su magia.

Andrés Burgo

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Argentina está tan en onda verde que ganó tres veces en una misma noche: por el 3-0 a Bolivia, por el regreso del público a la cancha y por las lágrimas de Lionel Messi.

El Monumental fue una mamuskha de fiestas, una dentro de otra: la recepción a los campeones de América, las tribunas pobladas, los tres impactos de Messi, un gol mejor que otro, el récord del genio superando a Pelé, el reconocimiento popular a Ángel Di María, los cantos contra Brasil, la goleada, un invicto que ya suma 21 partidos, el camino despejado al Mundial de Qatar 2022, los ojos llorosos del 10 después del partido y la celebración al final del jueves. Más que un duelo de guapos por Eliminatorias, por momentos -durante los 90 minutos, en verdad- pareció un amistoso de exhibición jugado bajo una alfombra roja. O el partido que Messi se merecía.

Todavía mirado de reojo hasta la Copa América por quienes sospechan de todo, el 10 finalmente disfrutó de su noche más plácida en los estadios argentinos. A la reciente conquista en el Maracaná le sumó el 1-0 de entrada, a los 13 minutos, que ingresó de inmediato en su antología de goles en la selección, apenas un anticipo de lo que sería una noche gloriosa.

Luis Haquín, el defensor boliviano que recibió el caño previo al primer zurdazo letal, debería dar las gracias por haber sido víctima del genio. Así como alguna vez un boxeador uruguayo, Alfredo Evangelista, dijo tras una derrota ante Muhammad Alí en 1977 “Cómo me iba a caer, me estaba pegando el más grande de todos los tiempos: ojalá me hubiese pegado para siempre”, el zaguero boliviano del Deportivo Melipilla, de Chile, podría declarar “Cómo iba a cerrar las piernas, me estaba haciendo un caño el más grande de todos”.

La condena de un año y medio sin público en los estadios pareció cerrarse con ese pase a la red, el del 1-0. Todo lo anunciado que parecía el gol un segundo antes que el 10 descargara el latigazo desde la media luna, ya en zona Messi, se completó con la caricia al parche de campeón de América que el propio capitán le dio la camiseta. Fue un golazo por el autor, la concreción y la celebración. Algún enamorado podría decir “Acariciame como Messi acaricia el parche de campeón”.

Con su segundo y su tercer gol, ya en el segundo tiempo, Messi sobrepasó a Pelé como el máximo anotador de una selección sudamericana, con 79 tantos, pero el 10 argentino fue como Gardel: cada vez juega mejor -y nos hace creer que cada vez jugará mejor-. Líder y sonriente como nunca, el capitán se sacó la mochila en Brasil y contra Bolivia se comportó como un mago y un obrero: aportó en el comienzo y en el final de cada jugada, por izquierda, por el centro y por derecha. Sólo le faltó defender o atajar. En cualquier momento lo hará.

Como si fuese una pelea entre un peso pesado y uno mosca, Argentina y Messi (no importa en qué orden) jugaron convencidos de que ganarían el partido, un poco por superioridad propia y otro por debilidad rival. Bolivia aumentó en el Monumental la condena que sufre desde hace 28 años, la de arrastrar la peor racha mundial como visitante por Eliminatorias. Desde que le ganó 7-1 a Venezuela en Puerto Ordaz, en 1993, la selección del altiplano lleva 60 partidos y 28 años sin ganar fuera de La Paz en partidos de clasificación a las Copas del Mundo. Si el fútbol es la dinámica de lo impensado, lo único no resuelto en la previa no era el triunfo sino la cantidad de goles. Habría sido mucho más imprevisible la actuación de Ricado Iorio en el himno que el ganador del partido.

Con Messi como líder de la sinfonía, Di Maria -también en una noche celestial- se mostró como un gran ladero. El resto acompañó con pocas fisuras, apenas algunas intermitencias al final del primer tiempo entre Leandro Paredes y Rodrigo de Paul que llevaron a Bolivia, con Marcelo Martins como única arma, a llevarle algún pequeño susto al arquero de emergencia, Juan Musso.

A falta del gol que Lautaro Martínez también merecía, el ex delantero de Racing construyó una doble pared con Messi que, luego de un rebote fortuito (o un guiño de los dioses), terminó en el 2-0. El tercer gol fue de rebote, ya un empacho de fútbol, pero incluso pudo haber llegado el cuarto si Joaquín Correa, ya en tiempo de descuento, lo hubiese habilitado como todo el país pedía.

La noche que parecía quedar en la historia por el regreso del público a las canchas terminó siendo también la noche de Messi, o la noche de ambos, porque uno y otro son indivisibles. El hombre que tantas sonrisas nos sacó terminó llorando de alegría. El fútbol es sabio.

AB

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