
Un Gobierno que incentiva el consumo de los evasores y desalienta el de los trabajadores

En el hall de entrada del Centro de Convenciones de la Ciudad (CEC), al lado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA), dos jóvenes empresarios con start ups tecnológicas se lamentaban del dólar barato este martes en un intervalo de la cumbre anual de la Cámara de Comercio de Estados Unidos (AmCham, según sus siglas en inglés) en la Argentina. Uno advertía que los dólares que conseguía de financistas cada vez les alcanzaba para menos y el otro le respondía que ahora le convenía más contratar personal en Francia que por estas tierras.
Más allá, una consultora de comunicación reconocía que por todos lados hay despidos para bajar costos, que es la nueva obsesión de las empresas argentinas para ser competitivas en un contexto de consumo planchado, producción cara de bienes y servicios e incipiente competencia importadora. “Una Argentina competitiva” era el lema de la cumbre. Ese mismo día la prensa informaba de 235 despidos en la azucarera y papelera Ledesma en Jujuy y de un paro contra cesantías en la petrolera Aconcagua Energía -allí trabaja pero en el área renovable la futura presidenta de Amcham, Mariana Schoua-. Otra colega le respondía que cada vez más la contratan empresas que vienen a importar, mientras observa que las locales ofrecen a sus empleados retiros voluntarios. Admitía además que el plan del Gobierno para que los evasores blanqueen dólares ocultos incomoda a grandes empresas norteamericanas que deben manejarse en la formalidad, más allá de las piruetas contables que tienen para eludir el pago de tantos impuestos.
Es que el presidente Javier Milei, que califica a los evasores como “héroes” y a los contribuyentes cumplidores como carentes de “talento o agallas”, promueve un nuevo régimen de desinformación tributaria que beneficia a los primeros mientras sigue la presión a los segundos. Se permite que quienes no pagaron impuestos, pero también los políticos coimeros, los ladrones de cualquier color de guante -desde los de armas de fuego hasta los criptoestafadores-, los narcos, los tratantes de armas y personas o los contrabandistas, puedan usar de a poco sus fondos ocultos sin control de la Agencia de Recaudación y Control Aduanero (ARCA).

Aunque no lo llamen blanqueo, es uno más y no suele beneficiar al chiquitaje que gasta US$10.000 comprando un auto sin demasiados dramas. En las primeras dos de las tres etapas de la anterior amnistía fiscal que terminó a principios de abril, sólo 278.000 personas blanquearon -sobre un total de 36 millones de adultos en la Argentina- por un valor de US$112.000 per cápita. En el blanqueo más exitoso, el de 2016-2017, se registraron 254.000 individuos con un promedio de US$459.000 por cabeza. No son perejiles. En España, en el último blanqueo que hubo, en 2012, adhirieron 31.000 personas por una media de sólo 37.000 euros cada uno y encima en 2021 se votó una ley que prohíbe futuros jubileos tributarios, según apunta el investigador Alejandro Gaggero, del Espacio de Trabajo Fiscal para la Equidad (ETFE).

Pero mientras la ARCA se desentiende de los dólares ocultos, mientras reduce su personal con retiros voluntarios y desarticula áreas clave como la de grandes contribuyentes, el Gobierno recauda cada vez más con el IVA, un gravamen regresivo socialmente que pagan todos los consumidores por igual y que va del 10,5% para carne, harina, fruta y verdura al 21% al resto de los bienes -sólo zafa la leche-. Recolecta más con el impuesto a las Ganancias, que han vuelto a pagar los trabajadores que más cobran, en una medida justa pero que contrasta con la rebaja del tributo a la riqueza, o Bienes Personales. Recauda más con retenciones que gravan la exportación del campo, con las crecientes importaciones y con el impuesto a las transferencias bancarias. Porque Milei se define como el topo que vino a destruir el Estado, pero necesita impuestos para pagar la deuda a los acreedores y sostener algunas dependencias públicas que han zafado de la motosierra pese a que cuentan con ñoquis y corruptos como otras áreas ajustadas, llámese fuerzas militares y policiales.
Pese a que Milei consiguió que su aliado Donald Trump presionara al FMI a prestar otra vez a la Argentina y a pesar de que se transita el trimestre con más ingreso de dólares por exportaciones -por la cosecha de soja y maíz-, el Gobierno evidencia su debilidad para acumular reservas en el Banco Central al lanzarse a buscar nuevamente aquellas que se mantienen ocultas, más que en el colchón, en cajas de seguridad de bancos y en cuentas offshore. Necesita dólares para seguir sosteniendo el aumento de las importaciones de bienes y turismo, que tanto satisfacen al electorado. El atraso cambiario ha sido la tentación en la que han incurrido desde Carlos Menem -con Roque Fernández de ministro de Economía a fines de los 90- hasta Cristina Fernández de Kirchner -con Axel Kicillof en ese mismo cargo a mediados de la década pasada-.
Y al mismo tiempo en que el Presidente incentiva al consumo de quienes pudieron acumular dólares ocultos, desalienta el poder de compra de los trabajadores al poner un techo del 1% mensual a las paritarias cuando la inflación navega al 2,8%. El máximo responde a dos objetivos. El primero, explícito, evitar que los empresarios den aumentos de sueldo y después remarquen los precios. El segundo, implícito, impedir que se eleve aún más el sueldo en dólares y los hombres de negocios terminen reduciendo personal para bajar costos. La consecuencia es que entre alta presión impositiva sobre los asalariados y su baja remuneración el consumo masivo no se recupera. En contraste, crecen las ventas de inmuebles, autos y viajes al exterior. No por nada el vocero presidencial, Manuel Adorni, ganó en el norte de la ciudad de Buenos Aires y perdió en el sur, donde además cundió el ausentismo, porque tampoco el peronismo y sus fracasos recientes entusiasman.
Pero no es sólo que por el salario se paga menos sino que también no se paga. En una Argentina de menor inflación, las empresas ya no pueden aumentar los precios para corregir sus números sino que deben bajar gastos para competir o sobrevivir. Los sueldos son bajos, pero constituyen uno de los costos y por eso hay despidos, aunque también retiros voluntarios y prejubilaciones. También hay compañías que reclaman a sus empleados que vuelvan a la presencialidad, pero ellos, ante remuneraciones pauperizadas y creciente costo del transporte, prefieren renunciar. Por eso no hay tanta conflictividad. Mientras tanto, crece la uberización del trabajo. Pero algunos de los trabajadores de plataformas que ya venían en el rubro y que votaron a Milei en 2023 está arrepintiéndose. “Que lo saquen de la Quinta de Olivos con sus paredes acolchonadas, por favor... barato está el dolar”, comentó uno de ellos después que el presidente dijera en AmCham que “la Argentina está baratísima”.
En los pasillos de la cumbre de la cámara de comercio norteamericana, donde no había sólo ejecutivos de empresas de ese origen, contaban que la todas estaban ajustando gastos. Por ejemplo, en uno de los sectores más pujantes y que explican la recuperación económica y el superávit comercial aún superviviente, el de Vaca Muerta, están renegociando contratos con las firmas de perforación y fractura. En un negocio donde si es más conveniente extraer en otro país las multinacionales como ExxonMobil o Petronas se van, Vista Oil & Gas advirtió que el costo de producir en la Argentina supera en 30% o 40% al de EE.UU. Es decir, el tipo de cambio también está afectando a los hidrocarburos, no sólo al campo, la industria, el turismo o la exportación de la economía del conocimiento.
Uno de los diputados que le votó todo a Milei reconocía en el hall de entrada del CEC que ni el sector rural, ni el manufacturero ni el de la construcción estaban invirtiendo. Sólo el minero y el petrolero apuestan, pero también en ellos cunde la duda de si futuros gobiernos respetarán las condiciones del Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones (RIGI). A unos y otros les preocupa el tipo de cambio que elevó los costos en dólares y la incertidumbre política. Esta últimas anida no sólo en el temor al regreso del kirchnerismo sino a los freaks que están liderando y ejecutando el programa que el mercado anhelaba. Milei y el Gordo Dan en su reciente emisión del streaming Carajo hacían recordar a Beavis y Butt-Head.
Un hombre del campo comentaba que algunos de su rubro estaban operando a pérdida, pero no iban a liquidar su cosecha de soja y maíz bajo amenaza de que en julio volverán a aumentar las retenciones. El productor vende sólo lo que necesita y no sabe de inversiones para subirse a la bicicleta financiera, como le sugirió el jefe de ARCA, Juan Pazo. Se sienta en su silobolsa y en el peor de los casos producirá menos en la próxima siembra. Coincide con los petroleros que los dólares les alcanzan para menos, pero no tienen otra que seguir exportando porque ahí radica su negocio.
Hay empresarios que no saben cómo hacer negocios en el nuevo contexto. Celebran que su agenda y la del Presidente estén alineadas, pero están apurados porque en 2026 se acometan rebajas de impuestos y aportes patronales, y se acote de una vez la litigiosidad laboral. En la apertura de la cumbre del martes, el presidente de AmCham y CEO de JP Morgan para el cono sur, Facundo Gómez Minujin, mencionó las reformas tributaria y laboral, pero también mencionó otros dos factores clave para la competitividad que no se resolverán de un año para el otro: la educación y la infraestructura. Con docentes mal pagos que pararon este jueves y nadie los escuchó, y con obra pública paralizada, la Argentina camina como el cangrejo.
Gómez Minujin no dijo nada de la desregulación y así se lo reprochó el ministro del área, Federico Sturzenegger, ocupado de anunciar de manera elocuente transformaciones que a veces parecen minucias o frutos de la ignorancia según la opinión de ciertos hombres de negocios. El empresario le admitió el error. En cambio, vinculó la competitividad a otros tres factores que Milei desdeña: la lucha contra la evasión tributaria, contra la desigualdad social y por instituciones sólidas.
Pero más allá de todos ítems que hacen a la competitividad, esta es difícil de alcanzar si el tipo de cambio se sobrevalúa, como quiere Milei. Como dice el economista brasileño Luiz Bresser-Pereira, “la metáfora para explicar el tipo de cambio es la del interruptor de luz porque conecta o desconecta a las empresas competitivas del país del mercado interno y del externo”.
AR/MC
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