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Pobreza, deserción escolar y violencias, la marca de la pandemia en las infancias argentinas

La mitad de los menores que trabaja comenzó a hacerlo en la pandemia

Delfina Torres Cabreros

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¿Qué van a recordar, en el futuro, los niños y niñas que hoy viven su infancia en la Argentina? Con las variaciones de cada historia, seis de cada diez dibujarán la memoria de sus primeros años de vida contra el fondo de la pobreza. Sobre un escenario de largo deterioro social, la pandemia sumó su impacto en varios frentes: malnutrición, trabajo infantil, deserción escolar, violencias.

De acuerdo con los últimos datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) la pobreza entre los niños y niñas menores de 14 años alcanza el 57,7%, lo que los convierte en el grupo etario más afectado. Cuando se dice que la pobreza está infantilizada se refiere a eso y a que la mitad de los hogares con menores (51%) no logran alcanzar los ingresos suficientes para acceder a la canasta básica, mientras que ese dato se reduce a 18% en el caso de hogares sin niños y niñas. 

La pobreza infantil viene en ascenso ininterrumpido desde el segundo semestre de 2017, cuando marcó 39,7%. En la segunda mitad de 2019 saltó al 52,3% y luego al 57,7% en el segundo semestre del año pasado. De acuerdo con los microdatos oficiales, el pico se alcanzó en el cuarto trimestre de 2020, con el 62,9% de los menores de 15 años sumidos en la pobreza. Son números enormes que, sin embargo, están amortiguados por el cobro de ayudas sociales como la Asignación Universal por Hijos (AUH) o la Tarjeta Alimentar, que alcanzan a alrededor de 4 millones de niños y niñas.  

“La crisis por la pandemia sumó nuevas vulneraciones y exacerbó las preexistentes. En la última década, la pobreza infantil nunca perforó un piso de alrededor del 40% (según estimaciones de Cippec y Cedlas), lo que da cuenta de problemas estructurales que, aún en momentos más favorables, no pudieron ser resueltos”, señalaron Carola della Paolera y Julián Echandi, coordinadores del programa de Protección Social de Cippec. 

Darío Pompilio, director de Mensajeros de Paz, puede atestiguar el deterioro de primera mano. La organización tiene centros de día con actividades educativas y recreativas para niños y niñas de barrios vulnerables y cuando comenzó la pandemia comenzó a registrar que quienes antes se acercaban solo a participar de los talleres ahora llegaban también con la necesidad de comer. La dinámica se reorganizó y, sobre todo en los primeros meses, se incluyó el “componente nutricional” como un elemento imprescindible.  

Según el Indicador Barrial de la Situación Nutricional (IBSN) que elabora el Instituto de Investigación Social, Económica y Política (Isepci), el 42,1% de los menores de entre 2 y 18 años que asisten a comedores y merenderos presentan malnutrición, lo que representa un aumento de 5,4 puntos porcentuales respecto de la medición de 2019. El relevamiento fue realizado entre diciembre de 2020 y febrero de 2021 sobre 50.000 menores de 1.066 comedores de todo el país y refleja tanto la malnutrición por exceso (sobrepeso u obesidad) como por déficit (bajo peso). 

Mensajeros de Paz también gestiona un hogar de menores en Almirante Brown, donde viven chicos separados de su ambiente familiar por medidas administrativas. Ahí también la pandemia generó alteraciones. “Quienes dictan medidas de protección no trabajaron durante un tiempo, tampoco hubo colegio presencial, donde se descubren muchas menos situaciones de abusos o malos tratos, por lo cual entendemos que es muy probable que haya un número sumergido importante de vulneración de derechos que, a diferencia de otros años, no han sido detectados”, dijo Pompilio. En el último año el hogar tuvo un solo ingreso, de un grupo de hermanos, cuando en tiempos de normalidad recibían chicos casi todos los meses.

En la Argentina el 16% de los niños, niñas y adolescentes de entre 13 y 17 años trabaja. De ese total, la mitad comenzó a hacerlo durante la pandemia, contexto en el que se redujeron los ingresos de gran parte de los hogares y aumentó la disponibilidad de tiempo por la desvinculación de muchos menores de la escuela. Según el estudio del que surgen estos datos, elaborado por la oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en la Argentina junto a UNICEF y el Ministerio de Trabajo a partir de información relevada en noviembre de 2020, 40% no tiene dispositivo para conectarse de manera remota y 3 de cada 10 no tienen disponibilidad de conectividad.

Si bien el Ministerio de Educación no publicó hasta el momento de indicadores acabados sobre el efecto de la pandemia en la situación educativa, un relevamiento que hizo en junio de 2020 arrojó que 1,1 millones de chicos se desvincularon de sus escuelas; el 10% del total si se considera a los 11 millones de alumnos que componen la matrícula de los niveles inicial, primario, secundario. De esos 1,1 millones, solo un tercio volvió a través del programa Acompañar, que se instrumentó luego de ese primer sondeo. 

Según Bárbara Perrot, coordinadora del proyecto MAP16 de la OIT en Argentina, el principal factor detrás del empleo infantil es la situación laboral de los adultos del hogar, por eso se profundiza en momentos en que aumenta la inactividad o se deterioran las condiciones de trabajo. “Cuando el mercado laboral pierde dinamismo esto repercute en otros miembros del hogar, que de alguna manera funcionan como trabajadores secundarios. Salen para tratar de compensar esa caída de ingresos”, precisó. 

Al ser una contracara de la pérdida de educación, el trabajo infantil deja muchas veces un “efecto cicatriz”. “Marca la trayectoria laboral futura porque destina a esas personas a los puestos de trabajo peor remunerados, que requieren menos calificación”, apuntó Perrot.  “Muchas veces es un círculo intergeneracional —los padres transitan estas trayectorias de trabajo infantil e inserciones laborales precarias y sus hijos lo repiten— y muchas otras veces no, porque los padres hacen un esfuerzo enorme para que sus hijos no pasen por lo mismo”. 

Es una obviedad: lo que pasa en los primeros años de vida es fundante para las personas, se arraiga y determina en gran parte la trayectoria futura.  “Sin una buena alimentación seguramente un chico va a tener dificultades en desarrollarse en un montón de situaciones. Además, las carencias suelen acompañarse de una alteración del clima en el hogar y propiciar menores niveles de educación y chicos vulnerados en sus propios ámbitos intrafamiliares”, apuntó Pompilio, para quien hay que prender al menos una alarma ante el popular discurso de la meritocracia. 

“Cuando vos ves la cantidad de chicos que no comen bien, que viven en un ambiente de hacinamiento o de violencia intrafamiliar y le sumás la problemática del consumo de sustancias problemáticas el hecho de que algunos chicos de barrios vulnerables puedan terminar la secundaria y piensen en un terciario o la universidad es directamente un milagro —dijo—. Un milagro de esfuerzo”.

DTC/WC

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