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Crónica

Sin turistas ni oficinas. La postal atípica de la peatonal Florida, con el récord porteño de locales vacíos

Alberto Chávez, lustrabotas de la calle Florida

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Alberto Chávez está sentado contra la persiana baja de un local. A su alrededor, cepillos de distintos tamaños, pomada marrón, negra, roja; trapos y franelas prolijamente doblados y una tarima con la marca de bronce para apoyar el zapato. Antes de la pandemia trabajaba en la esquina de Córdoba y Alem, donde todos los días se detenían en su puesto improvisado no menos de 10 o 12 oficinistas, pero cuando retomó el trabajo, después de algunos meses de cuarentena, decidió mudarse a la peatonal Florida, la más transitada de toda la Argentina, que prometía algo más de movimiento. Sin embargo, son las 14.15 y en las más de cinco horas que lleva sentado en esta cuadra de Florida al 600 lustró un solo par de zapatos, por $150. Dice que si a lo largo de la tarde consiguiera lustrar dos o tres más se volvería satisfecho a Quilmes, donde vive, pero no se hace muchas ilusiones. Chávez mira alrededor, se encoge de hombros. “Esto está muerto”, dice. 

En tiempos de “normalidad” por la peatonal Florida, en el microcentro de Buenos Aires, circulaban diariamente alrededor de 700.000 personas. Con la irrupción de la pandemia, que cerró las fronteras a los turistas y recluyó a los trabajadores en sus propios hogares, hoy se estima que no pasan más de 30.000 por día. Para quien conoce la zona tal vez alcance con decir que un martes, en pleno mediodía, se puede caminar rápido y en línea recta sin la necesidad de esquivar personas ni rozar hombros ajenos.  

La baja en el movimiento alteró la economía de la zona y llevó a muchos comerciantes a cerrar. Según un informe de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC) la cantidad de locales disponibles para venta o alquiler en la calle Florida aumentó 760% en diciembre de 2020 respecto del mismo mes del año anterior, poco antes de que se desatara la pandemia. Superó por mucho el dato de locales vacíos del resto de los corredores comerciales porteños y el promedio general, que fue de 185%. 

Héctor López Moreno tiene 76 años y comanda el local de ropa de hombre Glenmore, ubicado en Florida 876, que fundó su padre cuando él tenía apenas tres. Creció rondando esas vitrinas de madera, esos maniquíes de espaldas anchas y recuerda incluso los años en que la calle Florida se paralizó para ser convertida íntegramente en peatonal, entre 1970 y 1971. Aún así, dice que nunca vio algo como esto. “Es un desastre”, resume. 

López Moreno, que integra la organización Amigos de la calle Florida, calcula que ya cerraron 91 locales en la peatonal —sobre un total de 600— y otros 450 en las galerías comerciales que tiene acceso desde Florida. Estima que en los próximos tres meses cerrarán al menos otros 30, y la posibilidad está a la vista. En las vidrieras hay papeles impresos en computadora con las leyendas “liquidación por cierre”, “nos vamos”, “últimos días”. Otros, ya vacíos, simplemente se despiden de la clientela, por si acaso vuelve: “Disculpe las molestias. Cierre definitivo”. 

A simple vista, la cuadra más afectada es la última, donde la peatonal se abre a la plaza San Martín, en Retiro. Es la porción más elegante —cueros, relojes, adornos tallados en piedras— y presumiblemente la que más depende de algo que desde marzo pasado no hay: turistas internacionales. 

Adentro de la galería Larreta, con ingreso en esa cuadra, hay un patio interno amplio, limpio y luminoso, con las mesas de la cafetería dispuestas en orden y hasta un código QR para vincular al menú. Dan ganas de sentarse, pero nunca llegaría el café. Nadie lo atiende porque Chiky’s cerró de manera definitiva hace una semana.

Además del que da a la calle, sólo está activo un negocio de comida japonesa y el de Cristina. “43 años atrás de ese mostrador”, dice ella desde el exterior de la vidriera en la que se ven mates, ponchos, marcos de alpaca, tejidos. 

—Yo abro todos los días, vengo a ver si pasa algo, publico alguna cosita en Mercado Libre. Tengo una clientela de hace muchísimos años que por ahí necesita algo y me llama, pero números… cero. 

—¿Hay alguna compra espontánea de gente que pasa?

Cristina abre los brazos en el pasillo desierto, da media vuelta señalando el entorno, esboza una sonrisa ambigua. 

—No sé si te queda claro. 

Apunta que incluso antes de la pandemia el movimiento en la zona ya era más bajo que en épocas anteriores, pero que la crisis del coronavirus terminó por desplomarlo y por eso todos sus vecinos, “amigos de añares”, se fueron yendo uno a uno. 

—Todos estaban desde hacía alrededor de 40 años, o sea que por lo menos rondan los 60 años, y a esa edad si uno cierra no vuelve a abrir. Ya no tenés resto físico ni emocional. Yo por eso me di un tiempito más, seis meses, para ver si esto cambia, si da resultado la vacuna. Porque ¿abrir en otro lado? No. Son 43 años atrás de ese mostrador, esto es lo que yo conozco. 

Nos acostumbramos a escuchar que la pandemia “aceleró tendencias que ya existían” y, aunque trillado, es cierto también para las galerías comerciales, que arrastraban un ocaso previo. La pandemia aceleró también un proceso de descentralización de comercios y de algunas empresas que decidieron mudar sus oficinas a barrios periféricos de la capital e incluso a la zona norte del conurbano bonaerense. Una tendencia que rige incluso para los negocios ilegales. 

“¿Vos te acordás cómo era el centro antes? Una telaraña de cables que conectaba una mesa de dinero con la otra”, dice un cuevero experimentado que, si bien conserva su oficina en el microcentro, asegura que las financieras paralelas están repartidas en los barrios y en varios puntos del Gran Buenos AIres. “Hace cinco años no había cuevas en Lomas de Zamora o en Lanús, todo era acá. Ahora en cada lugar tenés un par de jugadores con su clientela”, ejemplifica. 

Aún así, el circuito del dólar ilegal sigue representando gran parte de la actividad de la peatonal Florida. No se escucha el portugués habitual de los turistas ni el ruido de ir y venir de decenas de personas, pero sí retumba el “cambio, cambio” de los arbolitos en las paredes vacías, su acento predominantemente caribeño. 

Leo, dueño desde hace 37 años de un local de antigüedades y orfebrería en plata en la Galería del Sol, sobre Florida 860, dice que todos los inquilinos de la galería se fueron y quedaron sólo los propietarios, con una excepción. “Alquilados sólo quedaron las cinco o seis cuevas que cambian dólares en forma ilegal, que generan un pasaje de gente que a los comerciantes no nos sirve de nada”, dice. Asegura que conoce perfectamente a sus clientes y que no son esas personas que cambian divisas ni tampoco el puñado de turistas de países limítrofes a los que se les permitió el ingreso al país entre noviembre y diciembre. “Son europeos y americanos de cierto poder adquisitivo”, resume el hombre de barbijo negro y pelo blanco, que ajustó los gastos al mínimo para poder esperarlos un año más. 

En este marco, la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (Fecoba) solicitó al jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, que se declare la “emergencia económica” de los comercios ubicados en el microcentro porteño. La organización solicitó algunas medidas de incentivo formales —beneficios impositivos para los comerciantes de la zona, la suspensión de la prohibición para estacionar, la interrupción de las inspecciones—, pero también la creación de un plan de incentivo al consumo que contemple entre la realización de obras de teatro y café concerts al aire libre o la instalación de muestras de arte itinerantes en las principales calles de la zona.

El Gobierno porteño ya condonó el ABL para locales no esenciales algunos meses, pero Leo señala que no pudo lo pudo aprovechar porque esa boleta llega a su nombre y el local está a nombre de una sociedad. “Eso no se pudo resolver y le sucede a muchos comerciantes”, apunta. Sentado detrás de su computadora, cuenta que tiene una empleada que vive en Solano y no viene porque no puede pagarle los $1.500 de remis para ir a venir todos los días. Por eso, desde hace un año, está él todo el día en el mostrador, aunque es raro que alguien entre. 

DT

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