30 años del EZLN, el movimiento armado que renunció a matar y a morir

Animal Político / José Raúl Linares

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El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) cumple este año dos aniversarios simultáneamente. El más conocido, la declaración de guerra que propuso vencer al gobierno mexicano, derrotar las Fuerzas Armadas y avanzar hasta la capital de la República, el 1 de enero de 1994. Y el menos visible –aunque marca su continuidad–, el inicio de las negociaciones de paz en febrero de ese año, cuando la guerrilla bajó las armas, pero no renunció a la política.

Para el antropólogo Gilberto López y Rivas, exasesor del EZLN durante los diálogos por la paz e integrante del colectivo “Es la Hora de los Pueblos”, así como para el abogado Juan Carlos Flores, integrante del Consejo Nacional Indígena (CNI) y miembro del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua–Morelos, Puebla, Tlaxcala (FPDTA-MPT), a 30 años del levantamiento armado el movimiento zapatista sigue vigente. Y “paz” y “vida”, dicen, son dos palabras con las que es posible entender la actualidad del movimiento.

Desde finales de octubre y hasta diciembre de 2023, el EZLN lanzó una serie de comunicados donde anunció una reestructuración interna y una nueva etapa en su lucha. “Nuestro silencio de estos años no fue, ni es, señal de respeto ni aval de nada [al gobierno], sino de que nos esforzamos por ver más lejos y buscar lo que buscan todos, todas: una salida de la pesadilla”, sentenciaron en una misiva enviada en noviembre pasado.

En la primera entrega, los rebeldes formalizaron la degradación de su líder militar, Marcos, quien pasó de subcomandante a capitán –cargo con el que ingresó a la guerrilla a mediados de la década de 1980–, así como un nuevo horizonte de victoria: 120 años. “Nosotros tenemos que luchar para que esa niña, que va a nacer en 120 años, sea libre y sea lo que le dé la gana ser. Entonces no estamos luchando para que esa niña sea zapatista o partidista o lo que sea, sino que ella pueda elegir, cuando tenga juicio, cuál es su camino”, escribió el ahora capitán insurgente Marcos.

En la siguiente entrega, anunciaron la disolución de las Juntas de Buen Gobierno (JBG) y Municipios Autónomos Zapatistas (Marez), que serían sustituidos por una estructura basada en unidades nombradas Gobierno Autónomo Local (GAL) y la reorganización de su estructura para aumentar la defensa y seguridad de su territorio “en caso de agresiones, ataques, epidemias, invasión de empresas depredadoras de la naturaleza, ocupaciones militares parciales o totales, catástrofes naturales y guerras nucleares”.

Por último, el EZLN ordenó establecer sus “extensiones de la tierra recuperada como del común”, es decir, terrenos en territorio rebelde ni “privados, ni ejidales, ni comunal, ni federales, ni estatales, ni empresariales, ni nada”, con invitación pública a trabajarlas. En los comunicados, los zapatistas calificaron estos años como una “pesadilla” y enumeraron una serie de causas, tras solidarizarse con los afectados del huracán Otis, en Acapulco: crisis ecológica, crimen, migración, violencia, crisis política, social y cultural. Y anticiparon que la “lucha por la vida” debía pasar por una reorganización de las estructuras políticas del zapatismo. Con el objeto, añadieron, de que los pueblos indígenas sobrevivan a las nuevas circunstancias nacionales e internacionales.

“El EZLN ha creado un nuevo marco para comprender lo que llamamos la cuestión étnico-nacional, ha capturado la imaginación de diversas personas que nos formamos en la izquierda. También ha revelado el racismo y desigualdad que impera en México”, comenta López y Rivas: “El EZLN nos ha ayudado a comprender el país con otros ojos y mantener una postura crítica sobre diversos pasajes de la política nacional e internacional. Si bien mantiene su poder militar, aún más, la capacidad para visualizar los acontecimientos que marcarán el futuro”. 

“Los recientes comunicados del EZLN nos muestran una nueva fase de la compartición de la autonomía. Los pueblos zapatistas nos muestran, con su propuesta de la ‘no propiedad’, una nueva fase de lucha: la liberación de los pueblos solo puede existir en la práctica”, añade Flores. “Proponen, ‘compartir la tierra’ con la sociedad civil, conocer diferentes luchas a nivel local, mundial y nacional, así como vincularse a ellas y proponer nuevos esquemas para ejercer la autonomía”.

Ambos coinciden en que los nuevos comunicados del movimiento, a 30 años de su aparición pública, suceden a una rebelión indígena que renunció a disparar sus armas: la “paz”. Mantienen su postura crítica contra la clase política y la organización económica reinante, el “capitalismo”: la guerra. Ambos reafirman que los pueblos indígenas marcan la “vanguardia” –palabra que López y Rivas y Flores pronuncian con pena– hacia otros movimientos sociales a nivel nacional e internacional: la “vida”. 

La “guerra contra el olvido”

El 1 de enero de 1994 –fecha de entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte–, el país amaneció con una insurrección armada protagonizada por miles de indígenas mayas que tomaron cinco cabeceras municipales en el estado de Chiapas. Según el antropólogo López y Rivas, la aparición pública del EZLN marcó el inicio de una rebelión armada sui generis, donde se puso de relieve “la cuestión étnico-nacional” y una “ruptura” con las guerrillas clásicas.

La “Primera Declaración de la Selva Lacandona”, documento que marcó el inicio de la lucha zapatista, ordenó a sus tropas cumplir las funciones de una guerrilla clásica: “avanzar hacia la capital del país venciendo al ejército federal mexicano”, “respetar la vida de los prisioneros y entregar a los heridos a la Cruz Roja”, “iniciar juicios sumarios contra los soldados del ejército federal mexicano y la policía política” y “formar nuevas filas con todos aquellos mexicanos que manifiesten sumarse a nuestra justa lucha”.

No obstante, ese documento también propuso un giro, que remarcó “la cuestión étnico-nacional” mencionada por López y Rivas: “Somos producto de 500 años de luchas”, señala la “Declaración”. “Somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos somos millones y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado como el único camino para no morir de hambre ante la ambición insaciable de una dictadura de más de 70 años”.

Tras 12 días de combates donde el gobierno reconoció la baja de 15 miembros del Ejército y 71 insurgentes, los rebeldes emitieron una serie de comunicados en los que aceptaron dialogar con el Ejecutivo de Carlos Salinas de Gortari, sin desmovilizar su capacidad militar. En los documentos no solo ordenó el repliegue de sus tropas, también marcó una nueva ruta a la guerra.

“Olvidan ellos que una guerra no es una cuestión de armas o de un gran número de hombres armados, sino de política”, dijo Marcos, jefe militar del EZLN, luego de conocer las movilizaciones civiles que pedían el fin de los combates en ambos lados, gobierno y guerrilla. “La paz que ahora piden algunos siempre fue guerra para nosotros, parece que les molesta a los grandes señores de la tierra, el comercio, la industria y el dinero que los indios vayan ahora a morir a las ciudades y manchen sus calles”.

En sus memorias México, un paso difícil a la modernidad, el expresidente Salinas reconoció que el levantamiento provocó que su estado de ánimo transitara “de la sorpresa a la preocupación, y ahí a la duda”: “Hacia el final de la primera semana de enero me resultaba evidente que estábamos ante un momento decisivo. El ejército mexicano tenía el control militar de la zona y la guerrilla había fracasado militarmente, estaba en retirada. Por otra parte, los partidos políticos y el Congreso apoyaban una propuesta de diálogo ante el conflicto”.

Tras los diálogos de paz donde participó el obispo de Chiapas Samuel Ruiz, así como un representante del gobierno federal, Manuel Camacho Solís (quien además aspiraba a suceder a Salinas en lugar de Luis Donaldo Colosio), el EZLN lanzó la “Segunda declaración de la Selva Lacandona”. En el documento, la Comandancia General del EZLN ordenó a sus tropas una “prórroga unilateral del cese al fuego”.

Sin embargo, también convocaron a realizar una “Convención Nacional Democrática de la que emane un Gobierno Provisional o de Transición, sea mediante la renuncia del Ejecutivo federal o mediante la vía electoral”. Una tarea que los zapatistas construirían junto a la “sociedad civil” – incluidos partidos de oposición, como el Partido de la Revolución Democrática (PRD)– con el objetivo de redactar una nueva “Carta Magna en cuyo marco se convoque a nuevas elecciones”.

De la guerra al olvido

Desde la firma de los acuerdos de paz hasta 2001, según Juan Carlos Flores, los zapatistas plantearon a la “sociedad civil como el gran protagonista para respaldar su lucha”. “No obstante, esa influencia se fue diluyendo cuando entendieron que la simpatía ganada se basaba en el racismo y el engaño de los partidos políticos, incluido el PRD, así como las bases de lo que actualmente constituye Morena”, afirma Flores.

El 16 de febrero de 1996, la administración de Ernesto Zedillo continuó con las negociaciones entre el gobierno y el EZLN que concluyeron en una propuesta de reforma constitucional donde el Estado se comprometía a reconocer la autonomía de los pueblos indígenas. “Los compromisos firmados por el gobierno de Zedillo, no sólo reconocían las formas de gobierno que determinaran los pueblos; también protegían los derechos de dichos gobierno y comunidades sobre las tierras donde se asentaran”, añade Flores, abogado del CNI.

Durante los siguientes años, los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN), además del gobierno federal, acusaron al EZLN y a la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa) –instancia creada por el Congreso de la Unión– de querer crear un “Estado dentro del Estado”. Acusación con la que la “clase política” rechazó la propuesta de “autonomía” que ellos mismos habían reconocido en los diálogos. 

Un informe del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, fechado en 1999, refiere que en Chiapas se concentró más del 20% de los efectivos militares con los que contaba el Estado mexicano. Por una parte, el gobierno de Zedillo negociaba la paz y por la otra preparaba la guerra. 

La aparente solución al “conflicto” en Chiapas, surgió en 2000, cuando el entonces candidato del PAN, Vicente Fox, se comprometió a negociar con los zapatistas una solución a la guerra en 15 minutos y mandar al Congreso de la Unión la iniciativa de Ley en Materia de Derechos y Cultura Indígenas. En efecto, tras la victoria del guanajuatense, envió una iniciativa de ley, pero sus alcances no fueron bien vistos por el movimiento armado.

“Dicha reforma traiciona los Acuerdos de San Andrés (firmados el 16 de febrero de 1996) en lo general y, en lo particular, la llamada ‘iniciativa de ley de la Cocopa’ en los puntos sustanciales: autonomía y libre determinación, los pueblos indios como sujetos de derecho público, tierras y territorios, uso y disfrute de los recursos naturales, elección de autoridades municipales y derecho de asociación regional, entre otros”, reprochó el EZLN a través de una misiva publicada el 29 de abril de 2001.

Le llamaron una “traición” y “burla” contra los pueblos indígenas. Si bien el movimiento indígena no dejó las armas, comenzó a hacer a un lado el llamamiento a la “sociedad civil” y particularmente con el PRD, partido con el que había mantenido una “unidad táctica”, recuerda López y Rivas. Cinco años después, los rebeldes lanzaron la “Sexta Declaración de la Selva Lacandona”, así como una serie de comunicados donde rechazaron a los partidos que votaron los Acuerdos de San Andrés.

La condena alcanzó al grupo político del actual presidente Andrés Manuel López Obrador, cuya primera candidatura política promovida por el PRD, parecía asegurarle la victoria contra el panista Felipe Calderón Hinojosa.

“Nos va a partir la madre”, antecedió el Subcomandante Marcos, en una misiva donde comparó a López Obrador con el expresidente Salinas. La equivalencia cayó mal en los sectores progresistas ligados a la izquierda partidista, antes simpatizantes del EZLN.

Poco tiempo después, el EZLN lanzó la “Otra Campaña”, encabezada por el subcomandante Marcos, una propuesta con la cual recorrió 32 estados de la República. Un recorrido en el que anticiparon luchar no sólo por los “indígenas de Chiapas” o “por los pueblos indios de México”, sino también por “todos los que son gente humilde y simple como nosotros y que tienen gran necesidad y que sufren la explotación y los robos de los ricos y sus malos gobiernos”. 

Pero el 3 y 4 de mayo de 2006, una brutal represión en el poblado de San Salvador Atenco, frenó la nueva iniciativa zapatista y obligó al movimiento armado a replantearse sus objetivos.

Cinco años de guerra en silencio

El 1 de enero de 2019, el EZLN lanzó un duro comunicado –leído por el subcomandante Moisés, nuevo jefe militar del grupo armado– contra la incipiente administración de López Obrador.

Moisés calificó como un “enfrentamiento” y una “porquería” la propuesta de construcción de uno de los proyectos emblema del sexenio: el Tren Maya, cuya primera parte fue inaugurada a mediados de diciembre de 2023. 

“No lo aceptamos. Que le ponga su nombre, no tiene nada que ver, si quiere así como no nos preguntó, que le ponga el nombre de su mamá”, reprochó. “Tampoco me van a cucar. O cómo se dice ahora, eso sí calienta”, respondió irónico.

Menos de mes y medio después, el activista Samir Flores Soberanes fue asesinado en el poblado de Amilcingo, en Temoac, Morelos. Flores Soberanes era el líder de los opositores a la termoeléctrica de la Huexca, en el municipio de Cuautla, a quienes el presidente López Obrador había llamado “radicales conservadores” por oponerse al proyecto promovido por la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

No sería ni la primera ni única vez en que el mandatario se enfrentaría con opositores a los megaproyectos promovidos por su administración.

Juan Carlos Flores, quien forma parte de la organización de Flores Soberanes, sostiene que “paz” y “vida” son dos palabras que definen la lucha zapatista y la de muchos pueblos indígenas del país agrupados en el CNI, cuya vigencia se extiende también al presente. “López Obrador sembró la esperanza en millones de mexicanos que creían que los ‘proyectos de muerte’ no continuarían con su administración. Se equivocaron… nos equivocamos –reconoce–, porque únicamente ha mantenido al pueblo mediatizado sin que exista una verdadera liberación nacional. Hoy creo que la verdadera liberación de los mexicanos será obra de nuestras propias manos, ahí está la vigencia de la lucha zapatista”.

Por su parte, Gilberto López y Rivas, afirma que el EZLN ha podido convocar a muchas luchas dispersas, aunque por el momento no se han podido unir a la que encabezan los pueblos zapatistas. Y enumera: feministas, ecologistas, desempleados, pueblos indígenas, opositores a megaproyectos, comunistas, entre otros. Para el antropólogo, el gobierno y Estado mexicano “han podido colocar en la población la noción de que esa lucha ya terminó y que no existe nada más que sus propias mentiras”.

“Existe una estrategia sistemática para invisibilizar el pensamiento crítico. Y hoy, los pueblos zapatistas y el EZLN conforman la conciencia crítica de la nación”, sentencia.