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Malvinas (1982-2021)
Guerra y política en ATC y la BBC: entre “nuestros soldados” y “las tropas británicas”

José Gómez Fuentes en "60 Minutos"

Natalí Schejtman

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Un festejo de cumpleaños entre compañeros de trabajo terminó con un brindis. Lo arengó el periodista José Gómez Fuentes, conductor de 60 Minutos, el noticiero más directamente asociado en la memoria colectiva a la propaganda de la dictadura, y no brindó por el cumpleañero, Marcos Novo, a quien todos conocían como “Beto”: lo hizo por la recuperación de las Islas Malvinas. Al día siguiente se produciría el desembarco de las tropas argentinas y Gómez Fuentes inauguraba, un día antes, con su copa levantada, el triunfalismo que marcaría su cobertura en ATC.

La dictadura contó su versión de la guerra por sus medios. Los comunicados y las cadenas nacionales se sumaron a la inestimable ayuda del único canal de televisión que envió corresponsales a las islas: ATC, con su noticiero 60 Minutos a la cabeza. La jerarquía otorgada a la imagen no tenía como destinatario solo a la audiencia argentina. No casualmente durante los primeros días de la ocupación de Puerto Argentino enviaron un operador técnico a las islas para instalar una antena que transmitiera algo de la programación de ATC para los isleños. Así nació LUT8 Canal 7 Islas Malvinas. Ya el 4 de abril, Gómez Fuentes se jactaba al aire de la primera edición bilingüe de 60 Minutos

Son llamativas las previsibles similitudes y las ostensibles diferencias entre cómo ATC reaccionó y cubrió el conflicto bélico y cómo lo hizo la BBC, la corporación pública mediática que atravesaba su propia batalla previa a la de las Malvinas: la que peleaba contra el gobierno de Margaret Thatcher, que hasta amenazó con cerrarla y llegó a recortarle presupuesto. 

La Guerra de Malvinas cayó en el marco de una relación tensa con las fuentes oficiales que es trabajada con precisión por la historiadora de la BBC Jean Seaton en su libro Pinkoes and Traitors. El significado y la historia de este título es ya un primer indicio de la tirante relación que mantuvieron la BBC y la Dama de Hierro durante sus once años de gobierno. Pinkoes es una forma peyorativa de referirse a los liberales que emplean los que no lo son. Traitors significa “traidores”. La frase está extraída de un show de humor de la BBC en la que el anfitrión hacía una sátira sobre Dennis Thatcher, el marido de Margaret, que solía referirse a los trabajadores de la BBC como troskistas. El conductor del programa lo parodiaba inventando una carta de lectores que supuestamente Dennis le había mandado avisándole que no paraba de decirle a “la jefa”, su esposa, que tenía que privatizar ese antro de “pinkoes and traitors”.

La falta de libertad para informar era evidente del lado argentino. El corresponsal de 60 Minutos y la revista Siete Días Nicolás Kasanzew, asociado desde entonces a la comunicación victoriosa de la guerra, repetiría desde entonces que él mandaba muchísimo material desde el frente, pero en Buenos Aires era flagrantemente editado. Sin embargo, los reporteros de la BBC –a quienes el gobierno británico no priorizó a la hora de brindar los permisos para ir a las islas– también se quejaron de censuras inexplicables en el comienzo del conflicto: en la embarcación que había partido hacia las islas con periodistas, había veedores del Ministerio de Defensa que hacían un primer chequeo, y luego había un segundo en Londres; los periodistas tenían que retirar el corte permitido en el mismo ministerio. “La censura”, dice Jean Setton, “era inconsistente y muchas veces ridícula. Un reporte que decía que todos estaban en forma, excepto por un marinero que tenía un tobillo roto, fue censurado. Los reporteros tenían prohibido mencionar el cielo, el mar, otros barcos, dónde estaban, la comida, qué ejercicios estaban haciendo las tropas a bordo, por no hablar de cuántas tropas había o con cuáles tropas estaban ellos”. Esta presión se volvió más apremiante cuando los periodistas empezaron a sospechar que la censura estaba originando confusiones graves. “Un reporte que decía que solo el clima iba a determinar la próxima fase de la campaña tenía la palabra ‘clima’ borrada y la palabra ‘políticos’ insertada”. Según la historiadora, de a poco periodistas y oficiales entablaron una relación de más confianza lo que permitió colocarlos como una fuente confiable de información sobre la guerra. Aun así la cobertura contó con pocas imágenes y mucho menos de las angustiantes. De hecho, al reconocido fotógrafo de guerra Don McCullin le rechazaron el permiso para ir a las Malvinas en repetidas ocasiones. Tampoco querían que se difundieran imágenes del campo de batalla. 

En Malvinas a Sangre y fuego, el libro que escribió para contar lo que vivió durante los 56 días en las islas, Kasanzew señalaba que la censura se puso más estricta a pocos días de la rendición y que ya no les facilitaban llegar a la primera línea. El material, cuenta, era inspeccionado en Puerto Argentino, en Comodoro Rivadavia y en Buenos Aires, donde iban borrando partes. 

La brutalidad de la dictadura argentina hacía que las circunstancias fueran aun más dramáticas: años después de la guerra, saldrían a la luz las precarias condiciones de vida, la escasa preparación de los jóvenes soldados, el hambre que pasaron e incluso la violencia física que sufrieron en manos de sus superiores, todos aspectos que por supuesto jamás fueron sugeridos en “la hora de la verdad”, como decía el eslogan de 60 minutos

El circuito del material producido y grabado por el equipo argentino, conformado por  Kasanzew, el camarógrafo Alfredo Lamela y su asistente Beto Novo, entró en un circuito que dejó horas y horas de material inhallable

Las notas que quedan de los primeros días son más bien tranquilas: entrevistas complacientes a Mario Benjamín Menéndez, el gobernador de Malvinas que puso la dictadura, a soldados esperanzados, a kelpers preocupados e irritados. En el piso del estudio, mientras, las notas perseguían los idas y vueltas de los organismos internacionales para la solución diplomática y se jactaban de la crisis política que la recuperación de Malvinas había ocasionado en el Reino Unido. Un interesante compilado de lo que los argentinos pudieron ver durante la guerra de Malvinas por ATC está en la película 1982, de Lucas Gallo, estrenada en 2020 en el Festival de Cine de Mar del Plata.  

Las cosas cambiaron de tono el 1 de mayo a las 4.42 de la mañana, cuando los británicos lanzaron veintiún mil bombas sobre Puerto Argentino.  

A pesar de las restricciones, los noticieros durante la guerra tuvieron en Argentina un previsible pico de audiencia, que en el caso de 60 Minutos fue más pronunciado. Según los medios de la época, en abril el programa promedió los 25.5 puntos de rating, mientras que en mayo llegó a 36.6 y en junio a 32.2. El 9 de mayo, cuando el programa transmitió ni en vivo ni en directo el ataque inglés que había sucedido ocho días antes, alcanzó los 54 puntos. 

Además del seguimiento de la agenda del canciller Nicanor Costa Méndez para enfatizar la solución diplomática y las entrevistas a funcionarios militares desde las islas, otras notas buscaban el color y el optimismo nacionalistas a como diera lugar. Así como la cobertura de las manifestaciones en apoyo fueron extensas y celebratorias, en otra nota se les pregunta a los vecinos de Hurlingham si están de acuerdo en cambiarle el nombre a la estación de tren. Los reemplazos más populares en ese momento eran “2 de abril” o “Malvinas Argentinas”. 

Es también significativo el lugar que les dieron los medios a las encuestas callejeras de nulo rigor científico, un recurso muy habitual de la televisión de esa época. El hombre en el auto, la mujer en la calle, el joven, el viejo: todos estaban a favor de recuperar las islas. Solo alguna que otra persona hacía una salvedad: “mientras que no haya una guerra...”, remataba una señora cuando faltaban pocas semanas para la respuesta militar británica del 1º de mayo. 

La BBC también tuvo que pensar a quién representaba y dónde estaba parada su audiencia, como detalla Seaton. El director general de la BBC de ese momento, Ian Thethowan, convocó a una reunión al directorio de Noticias y Actualidad y les adelantó que “balancear el derecho del público a saber con la necesidad militar de ganar” no iba a ser fácil, y que a pesar de todo tenían que representar la opinión británica todo lo que fuera posible. 

Una diferencia más curiosa entre las coberturas de la BBC y de ATC hace a los modismos culturales. De Gómez Fuentes para abajo, nadie dejó de hablarles a “nuestros soldados”. Mientras tanto, en el Reino Unido, como cuenta Seaton, una batalla discursiva se libraba alrededor de un nuevo informativo estrella, Newsnight, que logró generar confianza con las audiencias como una fuente independiente que emitía la información de los corresponsales que llegaba vía satélite. Su conductor, Peter Snow, generó un gran revuelo cuando decidió hablar de “los británicos” o “las tropas británicas” en lugar de “nuestros chicos” o “nuestras tropas”, como esperaba Thatcher, su gobierno y, en alguna medida, también la audiencia. El periodista fue acusado en público prácticamente de traidor. Las tropas, según la BBC, no eran de ellos, pero el asunto despertó estruendosas críticas internas. Según reconstruye Tom Mills en su libro The BBC: Myth of a Public Service, un ejecutivo les recordó a los editores que la BBC era la Corporación Británica de Radiodifusión, y que la actitud desaprensiva estaba causando “irritación innecesaria” en las audiencias. La prensa sensacionalista inglesa atacaba con furia a la BBC ante cada muestra de falta de compromiso nacionalista. 

Thatcher, fortalecida por el conflicto, fue letal con la BBC: para ella, había priorizado la imparcialidad por sobre el patriotismo. 

En Argentina nunca se dejó de hablar de “nuestros soldados”. La cobertura emocional tuvo su pico en la jornada 24 horas por Malvinas, una maratón encabezada por su ideólogo, Cacho Fontana, y Pinky. 

Todavía hoy, José Gómez Fuentes sigue siendo recordado por frases altaneras como la que llamaba a venir “al principito”, en referencia a Andrés de Inglaterra. 

Después de la efusividad y la mentira, llegó el día en el que Galtieri reconoció la derrota por cadena nacional y Gómez Fuentes, con un prendedor con la forma de las islas en la solapa de su traje beige, también lo hizo ante millones de espectadores. Después de que el noticiero mostrara las imágenes heroicas de los soldados volviendo y antes de otro informe sobre la sucesión del presidente de la Junta luego de la derrota, el conductor más escuchado durante la Guerra de Malvinas ensayó un editorial especialmente intenso, que cerraba una época para el país y también para el canal, al que le costó enormemente despegarse de esa cobertura. Fiel al estilo que había cultivado durante los dos últimos meses, le encontró el lado positivo a una guerra irresponsable en la que murieron cerca de 650 soldados argentinos y 250 británicos. “Todos sentimos que éramos una Nación, que había algo que nos identificaba al uno con el otro, que había un vínculo sutil que nos unía a un argentino con otro argentino. Y así decimos nosotros, sin ningún juego verbal, que la guerra de las Malvinas la ganamos”. 

NS

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