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QUÉ ESCUCHAR

En blanco y negro

Bertrand Chamayou

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“Disparen sobre el pianista”. “Se suplica no tirarle al pianista”. Las dos frases tienen que ver con el cine. La primera es el título de una película basada en un policial de David Goodis, dirigida por François Truffaut en 1960 y con Charles Aznavour como protagonista (aquí y aquí puede verse completa, dividida en dos partes). En el comienzo, un tema con algo de circense, que más adelante se tornará obsesivo –la música, notable, es de quien compuso la mayoría de las bandas sonoras de Truffaut, Georges Delerue–, suena en un piano desafinado y la imagen de sus martillos, en el interior del instrumento –la explicitación de un mecanismo– acompaña los títulos.

La segunda frase es anterior y pertenece a un film mexicano, ¡Vámonos con Pancho Villa!, dirigido por Fernando de Fuentes en 1935. Un pianista toca “La cucaracha” mientras los parroquianos corean que el bicho ya no puede caminar, “porque no tiene, porque le falta, mariguana que fumar”. Alguien dispara contra una de las lámparas, ganando una apuesta a sus compañeros de mesa, y el músico, bastante acostumbrado a esa contingencia, sin inmutarse demasiado da vuelta un pequeño cartel que tiene sobre el instrumento, con unas letras mayúsculas, escritas a mano: “Se suplica no tirarle al pianista”. La palabra “pianista” es más grande y está subrayada. La película completa puede verse aquí, y esa escena comienza en el minuto 55:14. No se trataría de algo demasiado memorable si no fuera porque el pianista –y autor de la música del film– es uno de los compositores más importantes del siglo XX. Silvestre Revueltas, autor entre otras obras maestras de Sensemayá, no se pareció a nadie. Muerto por alcoholismo en 1940, voluntario en el ejército republicano español durante la Guerra Civil –durante la cual se las arregló además para organizar conciertos con sus obras para obreros y soldados– y Secretario General de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, mantuvo, por otra parte, una distancia esencial con los folklorismos literales. Su estética es al pintoresquismo lo que el mezcal al vino de misa.

Los pianistas son incluidos por Camille Saint-Saëns, junto con el cisne, el león, gallos, gallinas, elefante, canguros y “personajes de largas orejas” –los críticos musicales–, en su catálogo zoológico El carnaval de los animales y una muy reciente versión dirigida por François-Xavier Roth e interpretada por la orquesta Les Siècles –que toca con instrumentos de época– logra recuperar el gesto casi surrealista de esa composición de 1886. La parte de los pianistas –escalas con pifies incluídos– está tocada por Jean Sugitani y Michaël Ertzscheid, en un piano vis-à-vis Pleyel, construido en Paris en 1928.

El álbum incluye también, además de otras piezas notables y muy poco frecuentadas de este autor, la primera obra escrita para el cine por un compositor famoso, la que Saint-Saëns compuso para El asesinato del Duque de Guise, un film de 1897, realizado para los hermanos Lumière por Georges Hatot, con dirección de Alexandre Promio­.

Uno de los mejores pianistas de la actualidad, Bertrand Chamayou, acaba de publicar, por su parte, un disco en que, a la excelencia de las interpretaciones, se suma el interés del repertorio y la manera en que hace dialogar obras y estéticas de manera que se iluminen mutuamente. En Letter(s) to Erik Satie, Chamayou aborda, obviamente, a ese compositor pero el disco comienza, poniendo en primer plano su mirada, con una pieza dedicada a Satie por John Cage, “All Sides of the Small Stone”, a la que sigue la primera de las exquisitas Gnosiennes del francés, y luego, nuevamente de Cage, “Prelude for a Meditation”. El juego se mantiene entre ambos compositores –resulta especialmente fructífera la inclusión de “Perpetual Tango”, del estadounidense, después de “Le tango pérpetuel”, la decimoséptima pieza de Sports et divertissements de Satie–. El disco se cierra con su Gnossienne Nº 7 seguida por una obra escrita en su homenaje por James Tenney (Three Pages in the Shape of a Pear) y Dream, de John Cage.

Otra edición reciente, Hommage, reúne grabaciones del gran Nicholas Angelich, muerto en 2022 con apenas 51 años. Se trata de un viaje gigantesco, donde Franz Liszt convive con Alban Berg, con los Cuadros de una exposición de Mussorgsky y las Variaciones Goldberg de Bach. Es posible que no se trate de un periplo posible para un solo día. Pero, como la de Ulises en Dublin o, claro, la mucho más larga de Odiseo de regreso a Ítaca, es una travesía llena de descubrimientos y aprendizajes.

Tres notables pianistas y compositores argentinos han publicado discos en que el jazz es tomado más como universo que como un punto definido del espacio (tal vez siempre se trate de eso).

Ernesto Jodos, a solas, construye en Durmientes un mundo puntuado por homenajes –Thelonius Monk, Bud Powell y el recordado Enrique Norris– pero sobre todo guiado por un recorrido interior del que sus circunvalaciones, su manera de bordear y hacer proliferar pequeñas –y trascendentes– partículas, son una traducción virtuosa y exacta. Grabado en vivo en el Centro Cultural Borges, aquí aparece nuevamente la hermosa “Perspectiva” –un viaje a sus propios viajes– que ya había incluido en Actividades Constructivas, de 2014, y, antes, en un álbum de 2004 al que daba título.

Esperando la lluvia, de Pablo Socolsky, es, también, un itinerario, o más bien un pasaje (a la manera de aquel de Cortázar que conectaba mundos divergentes, abierto en direcciones múltiples donde, además de la sutileza del pianista cuentan significativamente las maneras de explorar los espacios adyacentes –y la fundamental esencia sonora del silencio– del contrabajista Fermín Suárez y de Gustavo Telesmanich en batería.

Juan “Pollo” Raffo, que ha tocado piano y teclados y realizado los arreglos para muchos de los músicos argentinos más importantes de las últimas décadas, empezó en 2006 una larga peregrinación hacia una idea. O hacia el encuentro de ese lado arltiano de lo porteño, signado más por el reconocimiento gozoso de la impureza y de los malentendidos –en este caso voluntarios– que colocaban a Weather Report al lado de las vías del viejo Ferrocarril del Oeste. La semilla ya estaba en el legendario grupo Monos con navajas pero en Música de Flores, que acaba de llegar a su sexta estación, La falacia del espantapájaros, esta vez en trío junto con Tomás Pagano en bajo eléctrico y Rodrigo Genni en batería y loops, sin temerle al funky ni a la cumbia, se construye, parafraseando a Pat Metheny, un magnífico garage (musical) (sud) americano. El tema que da título al álbum –en rigor una composición en tres partes donde, entre otras cosas, el riff de Nelson Riddle para Batman se da la mano con un malambo, y el bajo asume un papel lírico sorprendente– es, en todo caso, una demostración de que el Modelo Metheny de una música difícil de componer y de tocar, pero fácil, de escuchar también es posible al sur del sur.

Y, como posible colofón, una pequeña lista dedicada a algunos pianistas argentinos amados y no suficientemente bien recordados.

Diego Fischerman es autor del blog El sonido de los sueños: https://xn--sonidodesueos-skb.com/

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