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ENSAYO GENERAL

Los bordes de la normalidad

Han Kang, premio Nobel de Literatura 2024
1 de junio de 2025 00:03 h

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Estoy leyendo La clase de griego, de la premio nobel surcoreana Han Kang. Hace unos meses ya leí (y comenté en esta misma columna) La vegetariana, su libro consagratorio. La vegetariana estaba protagonizado por una chica que un día dejaba de comer carne, y luego dejaba de comer. La protagonista femenina de La clase de griego (aquí son dos las figuras principales, una mujer y un hombre) es una joven que tiene con el lenguaje una relación polar: desde siempre tuvo una fascinación por todo lo relacionado a las palabras, sus significados y sus sonidos, incluyendo la diversidad de los idiomas; por algo se pone a aprender griego. Sin embargo, en distintos períodos de su vida, el lenguaje la ha abandonado. Le pasó siendo niña, perder súbitamente la capacidad de hablar. Y años después, ya separada y con un hijo cuya tenencia acababan de quitarle, le vuelve a suceder: lo que antes era música en su cabeza se vuelve una especie de silencio amurallado. Lo que tenía sentido deja de tenerlo. La posibilidad de tener una relación mediada con el mundo, nombrar para invocar los objetos que una tiene delante, de repente le desaparece.

Esta coincidencia de la que hablo, que estos dos libros estén protagonizados por mujeres profundamente trastornadas, podría ser solo un tema, o un leitmotiv: pero es mucho más que eso, porque lo interesante de Han Kang no son solo estos sujetos que elige, sino principalmente lo que hace con ellos. Han Kang no niega que estas mujeres estén enfermas, pero no hace hincapié en eso: no pone el acento ni en el sufrimiento, ni en la salud mental, ni en el camino hacia la cura de este tipo de personas. Lo que le interesa de estos trastornos es que funcionan como una manera impulsiva y violenta de sustraerse de la realidad. Han Kang parece decir: ante un mundo completamente atestado de sentidos y consumos, en el que se espera que asimilemos información y objetos de manera constante y desaforada (y eso se entiende por vida: eso se entiende por normalidad), hay sujetos que se rebelan enfermándose, porque quizás no haya otro camino rebelde disponible. La única manera e irse de la realidad, finalmente, es yéndose: en cuerpo o en alma.

Son angustiantes y claustrofóbicos estos libros, en muchos momentos: pero también tienen en su tono algo emancipador, incluso refrescante. Creo que hay algo que se siente como un alivio de leer sobre estas subjetividades sustraídas en un mundo tan enfocado en los que están locos para el otro lado: los que no se quieren perder ninguna, los que se enchufan a todo lo que la época tiene para darles. Es tan patológico como dejar de hablar o matarse de hambre, pero se adapta mejor al correr maníaco de nuestros días y entonces llama menos la atención; puede ser gracioso, o hasta pintoresco. Pienso (porque de verdad, La clase de griego me llevó hacia allí) en Julieta Makintach, la jueza que no tuvo problema en mandar al diablo su vida y su carrera para intentar hacerse famosa como “la jueza de Dios” en un documental sobre el juicio por la muente de Diego Armando Maradona. Pienso en las y los miles de influencers que le dan su vida entera a la internet, la gente que sacrifica toda cordura para entregarle a un público real o imaginario una versión de sus vidas: la gente que ya no tiene luz detrás de los ojos, ni intimidad, ni capacidad para concentrarse en algo si nadie la está mirando.

De algún modo Han Kang, en su intento por entender un borde de la locura, termina diciendo algo sobre ese otro borde, del que hablamos todo el tiempo pero, en el que pensamos muy poco. Han Kang describe a estas mujeres que no comen y no hablan como si estuvieran en una suerte de búsqueda existencial: las describe de manera tal que una termina pensando que quizás tendría que estar más cerca de estas pacientes internadas que de la jueza Makintach, que tal vez tenemos tan normalizada una frontera que deberíamos intentar acercarnos más a la otra. Que hay algo del vértigo del silencio o el ascetismo de estas locas que deberíamos intentar afrontar: en lugar de alejarnos de él a toda costa, en lugar de imaginar que estamos más cuerdas si nos subimos con todo lo que tenemos al tren de la exposición sobreadaptada, la manía del consumo y las ganas de ser vista, en lugar de las ganas de esconderse, de callarse, de empequeñecer e incluso desaparecer.

TT/MF

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