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Y después es ahora Narraciones

Cuánto es cerca

Escena de un desfile del diseñador inglés Alexander McQueen.

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Un amigo me manda para que vea Mc Queen, un documental de Ian Bonhôte y Peter Ettedgui que narra la vida y muerte del diseñador inglés, con muchísimo material del diseñador en distintos momentos de su vida, muchas imágenes en video filmadas por él mismo también, su desmedido éxito, su transformación física, la demencialidad de sus desfiles. Al final Alexander, a quién sus íntimos en la película llaman sencillamente Lee, que era su primer y verdadero nombre, mucho menos imperial, acorralado por su éxito, la presión de ese éxito, el superávit de dinero y consumo, no resiste la muerte de su propia madre y, en medio de los preparativos de su funeral, decide ahorcarse y morir.

Su madre había enfermado unos meses antes, él no había podido acompañarla en su proceso de tratamiento, finalmente muere, Lee ya no lo resiste. No pasa más de dos días en este mundo sin su mamá.

La semana pasada asoló a la comunidad teatral porteña la noticia de la sorpresiva muerte de María Onetto, una extraordinaria actriz argentina que no paró de trabajar en los últimos ¿25? años. No tuve la suerte de haber trabajado con ella pero sí de haberla visto actuar, muchas veces. La cadencia tan particular de su voz y su decir, quedarán resonando. Cuando muere alguien cuya profesión era también un servicio público, es como si se multiplicara el dolor: junto a la desaparición física se van con ella todos sus personajes posibles, toda su potencial creación.

Se cuenta que la muerte reciente de la madre de María podría haber precipitado su decisión. Que apenas si había podido hablar de eso, que no había llegado a comentárselo a la mayoría de sus amigos, que no pudo con esa orfandad. María, como Alexander, tenía talento, trabajo, amigos, una casa, reconocimiento.

Una de estas tarde de calor estábamos en la plaza de enfrente, mi madre, mi hijo y yo. En el banco frente a nosotros, un señor con bolsas y revistas en el que no reparamos hasta que se nos acerca a hablar. Va de ropa deportiva y sus ojos tienen una película translúcida, de llanto eterno, o de algún grado de ceguera. No viene a pedirnos nada, quiere conversar. Nos señala el edificio de enfrente, dice que en ese edificio vivió durante muchos años su mamá. Que trabajaba para una familia. Dice el nombre de la familia pero no logro retenerlo. Dice que a su madre la trajeron engañada de Salta, a trabajar para una familia, que le dijeron que podía venir con él, su hijo, que se criaría con los hijos de la familia, pero que no fue cierto eso, y que ni bien llegaron tuvo que entregarlo, y que entonces lo mandaron a un internado rural en Santa Fe. Que la madre del señor trabajó años en la casa de esta familia, y luego en lo de otra, unas cuadra más allá, y menciona otro apellido que tampoco puedo recordar. Nos pregunta si los conocemos, que son médicos, mi madre le dice que ella no vive por acá, a partir de entonces se dirige a mí, que sí vivo acá pero que no, a esa familia no conozco, no. Dice el señor que está ahorrando para ir a Salta a conocer el sitio del que salió su madre, dice que no fue nunca, que quiere conocer. Dice también que murió su madre, ahí tampoco está clara la línea de tiempo, si fue hace mucho, si es algo reciente, y los ojos se le llenan de lágrimas, más aún. Dice, como si el tiempo no hubiera pasado y fuera el niño más niño en ese cuerpo de señor, que la extraña mucho, la extraño mucho, dice y es tan sincero ese dolor. Vuelvo a ver a ese señor en los próximos días, orbitando la plaza siempre, lee revistas, come alguna cosa, no lo he visto conversar. Queda imantado por el sitio en el que solía trabajar su mamá, a la que extraña, porque ya no está.

¿Cuál será la distancia propicia a la madre? Para ni anhelar ni desbordar. ¿Habrá tantas distancias como madres hay? A veces mi hijo Ramón me dice que me quiere demasiado. Le digo que no, que lo justo y necesario. Y él insiste que no, que es demasiado. Me inclino a pensar que no es más que un modo de decir, de galantería, y apuesto también a que si tiene una buena base de cariño, de ser querido ahora que todavía es chico y está irremediablemente cerca, eso le va a ayudar a estar a distancia prudencial, mucha o poca, después. Que el agujero siempre es peor, como para ese señor al que enviaron tan lejos de su madre y él ahora la extraña tanto que no puede ser un hombre ni alejarse del radio en el que ella trabajó.

Es muy increíble que la distancia no necesariamente sea distancia física real. Para volver a Lee Alexander: él se fue de su casa de suburbio inglés de muy joven, pidió trabajo en una sastrería en la que su madre le había dicho que necesitaban empleados y, como se sabe, nunca volvió. Terminó disputado por las casas más importantes, Gucci, Givenchy, rodeado de famosxs, revolucionando la historia de la moda. Alguien apegado a su madre no necesariamente vive en la misma casa que ella y mira televisión en el sillón. Eso es lo más misterioso, que puede ser un fenómeno silente. Y sin embargo luego, pum: ni 48 hs sin tu madre en el mundo. Se fue ella, me voy yo. Las amigas que tengo que perdieron a sus madres, por más adultas que hayan sido cuando eso sucedió, me han dicho que la sensación de orfandad es enorme… Enorme. ¿Y ahora? ¿Cómo es el mundo sin mamá? El agujero en el corazón que a veces lleva el nombre de mamá, lo que sea que eso signifique, es un agujero que no se cubre, con el que en el mejor de los casos, se convive. O no.

RP

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