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Ensayo general
Opinión
El coraje de las nenas

Melissa Febos
28 de agosto de 2022 00:03 h

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No quiero decir que Nena, el libro de ensayos de Melissa Febos que acaba de traducir Chai Editora, es un libro valiente; no porque sea un lugar común, sino porque realmente ya no sé qué es un libro valiente. En una época en la que todo se expone, ¿qué publicación podría ser eso, osada, desafiante, algo que a una debería darle miedo mostrar? Y sin embargo, yo que no me sorprendo con nada, yo que miro con desdén de princesa todo lo que se me vende como revelador o nunca visto o dice lo que no se puede decir, no logro abandonar la sensación de esa palabra, la sensación de que hay efectivamente un coraje en Nena.  

Febos explora las sensaciones de una vida agitada, lo que ya sabemos y un poco más: adicciones, trabajo sexual, juegos de dominación, sexo y plata, sexo y poder, todo eso con emociones. Y si lo pienso entiendo de dónde creo que sale esa valentía. He conversado con militantes por la legalización del trabajo sexual que sienten que no pueden aparecer como otra cosa que felices y perfectas porque cualquier desvío de la más completa entereza sería un alegato contra sus causas y su modo de ganarse la vida. He hablado —me gusta mucho hablar con gente, mucho más que entrevistarla, y guardar sus inteligencias para usarlas cuando ya no recuerde ni la cara ni el nombre de quien me lo dijo; por eso nunca iba a ser una periodista de verdad— con chicas muy metidas, por plata o por gusto, en comunidades BDSM, que tienen en sus cabezas conversaciones archi lúcidas sobre la relación entre la sumisión y la femineidad y las complicaciones que eso genera en torno de las prístinas e impolutas reglas del sadomasoquismo, pero que jamás dirían nada de eso en voz alta para no ver reducidas sus prácticas sexuales a un trauma. Lo que hay que sostener para que la gente se quede tranquila y para que te dejen tranquila es que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa; que el trabajo sexual no tiene nada que ver con el sexo, que la violencia consentida no tiene nada que ver con la violencia. 

El coraje de Febos, entonces, radica en la hibridez, desde el minuto cero: la valentía del mestizaje. Ya desde la construcción del texto está esa búsqueda: lo que en principio se presenta como un ensayo puramente personal crece cuando Febos, sin convertir su libro en su texto periodístico, hace ingresar otras voces de mujeres y trabajadoras sexuales que intentan explicar los matices de sus experiencias. Dicen cosas que no queremos saber, pero que muchas sabemos: que el ideal platónico del consentimiento explícito y sincero es eso, un ideal platónico, y que muchas veces lo damos por quedar bien y eso no hace del otro un violador, ni siquiera una mala persona, es sencillamente la danza que todos aprendimos a hacer. Que nuestras fantasías más escabrosas tienen origen a veces en dolores muy íntimos, pero que eso no las hace menos válidas como fantasías, o no hace que nos den menos placer. En fin, que nuestras formas de experimentar placer y dolor están teñidas de todo lo que somos y del mundo en que vivimos, y la que ficción de poner las cosas en cajones solo les sirve a quienes todas las semanas tienen que escribir un sumario sobre alguna nueva etiqueta sexual que los mayores de cuarenta todavía no conozcan (fui esa gente: no tengo nada en contra de ellos, es la basura que nos toca).

Pienso que la falta de matices podría entenderse como un déficit de debate —una necesidad de “más” debate— y recuerdo una enseñanza del tomo I de la Historia de la sexualidad de Foucault que cito tan seguido que ya debe haber aparecido acá demasiadas veces, pero es que tan importante y al mismo tiempo tan críptica que no me canso nunca de investigarla: más lenguaje no es más necesariamente más libertad, ni más apertura, ni más experiencia. Nos sobran los debates, y está bien, porque nos sobran los motivos: lo que sucede, me parece, es que no se ponen de moda solamente los temas. Se ponen de moda también vocabularios y sobre todo reglas, formas de discutir y conversar. Dos, particularmente, me llaman la atención en las redes sociales hoy, sobre todo entre gente de mi edad o más joven: una, ya le he mencionado un poco, es la que se inclina por la organización de la vida, su mecanización o su medicalización. “No hay nada que conversar sobre (x práctica), es perfectamente saludable si se ejerce con conciencia y libertad”, parecen decirnos una y otra vez, como si la única conversación que una quisiera tener se tratara, justamente, de aprobar las cosas o aprobarlas, de llamarlas “saludables” o “tóxicas”; como si la conciencia y la libertad fueran conceptos transparentes, nos fueran transparentes a nosotros mismos. La otra es un poco más antigua, pero quizás la estoy leyendo más en gente de veintis que no la consumió en primera vuelta: la clásica ironía conservadora, tuits virales de chicas y chicos prácticamente adolescentes que ponen “menos que esto, nada” y abajo una captura del novio que prácticamente le dice si te agarro con otro te mato. Son dos actitudes discursivas que se alimentan entre sí, y que dejan poco lugar para discursos como el de Febos, que pretender pensar en los matices éticos —no quedarse afuera de la ética por comodidad, en la posición simpática y canchera de “eso les pasa por andar inventando cosas raras— sin deducir de esos pensamientos un esquema de premios y castigos. Por suerte, todavía, existen los libros, y estas cosas que en 280 caracteres le hubieran costado a Febos muchísimo ruido y violencia por parte de una infinidad de extraños, quedan dichas en las 312 páginas de Nena para quien esté dispuesto a pensar en silencio.

Febos dice, en un momento, que le falta una palabra que no sea “trauma” para hablar de sus experiencias sexuales: por lo que entiendo, o lo que completo, se refiere a una palabra que hable del impacto enormísimo que tuvieron ciertas experiencias sobre su subjetividad, su sensibilidad y su cuerpo sin connotar que esas experiencias deberían haberse evitado, como deben evitarse los golpes en la cabeza. Lo dice como al pasar, y da igual si necesitamos una palabra nueva o repensar el concepto de trauma: en esa palabra que falta se cifra algo que vengo sintiendo hace mucho, y le agradezco de corazón (con toda la emoción de un corazón) por poner tan claro.

TT

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