Opinión Ensayo general

Cristina

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Hay cosas que una ve solo cuando ve la ausencia, el espacio que dejan, el silencio de cuando ya no están, como un acondicionador de aire que se apaga o un diente que deja de doler. Recuerdo con mucha intensidad que eso me pasó una vez, a los once o doce años, cuando me di cuenta de que una compañera de colegio tenía la costumbre de usar las palabras precisas: sin buscarlo ni pensarlo, sin tener ninguna debilidad en especial por el lenguaje o la literatura, ella hablaba con imágenes que a mí me hacían sentir que nombraba cosas muy verdaderas que yo jamás había sabido nombrar. No es que fueran proezas lingüísticas, de hecho siento que va a sonar a corto el ejemplo que mejor me acuerdo: se acercaba la fecha de Iom Kippur, y esta chica, que era un par de años mayor que yo, me dijo que lo más complicado del ayuno no era no comer, sino no poder lavarse los dientes, la sensación de tener la boca caliente como cuando te levantás pero todo el día. La boca caliente: eso me quedó grabado. Lo que sentí ahí fue entonces eso, un silencio. Yo no me entendía para nada con mis compañeras de colegio, pensaba que eran todas unas idiotas incapaces de sostener una conversación medianamente real, y de pronto esa imagen, esa frase, la boca caliente, fue como ponerse un par de anteojos y que de pronto se armaran los bordes de un paisaje, que todo se aclarara. Hoy pienso que la poesía (la literatura) es más bien entonces la ausencia de algo: ausencia del ruido y la suciedad que rodea el uso desprolijo del lenguaje, cotidiano y desprolijo en un mal sentido, no en el sentido de una frescura sino de lo contrario, de un uso acartonado y pretencioso y a la vez profundamente impreciso, un uso del lenguaje que no logra siquiera acercarse a los contornos de la verdad y la belleza de las cosas.

La literatura que yo leía cuando era chica, y un poco lo agradezco: me crié con las traducciones de la colección Robin Hood y las de Cátedra, con Edmundo de Amicis, Jonathan Swift, Jane Austen y las hermanas Brontë, con lenguajes que se sentían afectados, ajenos e inalcanzables, buscando lo lindo bien lejos de la naturalidad y de mi vida cotidiana. Me parece que estuvo bien pasar por ahí antes de llegar, en la adolescencia, a los libros que hablaban de las calles que yo conocía y las experiencias que yo conocía; estuvo bien aprender que en la literatura, la intimidad no proviene (como parecen creer los malos poetas de hoy, los malos autores de la actualidad en general) de las referencias a marcas que todos conocemos, de hablar de chicles Bubaloo o un Peugeot 404, que esas cosas pueden estar pero son atajos hacia la realidad que no es lo mismo que caminos hacia la verdad. Así y todo, recuerdo también la primera sensación de leer el poema de las ciruelas de William Carlos Williams (hay algo en el nombrar las temperaturas, evidentemente, que me arma una conexión de las palabras con el mundo), ese que dice

Sólo para decirte

que me comí

las ciruelas

que estaban en

la heladera

 

y que

probablemente

guardabas

para el desayuno

 

Perdóname

estaban deliciosas

tan dulces

tan frías

 

Recuerdo perfectamente leerlo y volver a pensar, como a veces me pasó, que la literatura tenía que tratarse solo de eso, de encontrar la manera de nombrar al mundo como en un tiro al blanco, con la punta más afilada que una consiga. Conservo hoy, ya lo dije, esa idea de que la literatura buena se parece a un silencio, pero no pienso que todo se trate de nombrar experiencias pasadas que una pueda reconocer, o de describir el presente de manera tan viva que una se olvide de que está leyendo y no viviendo. Más bien pienso lo contrario: aunque tenga todo eso, aunque tenga pasado y presente, la literatura que a mí me gusta, en algún sentido, siempre está hablando del futuro. Y por eso me hizo tan feliz que Cristina Peri Rossi ganara el Cervantes, y que me diera una excusa para releer todo lo que ya leí de ella y leer todo lo que no leí de ella, y que todos mis amigos o algunos de mis amigos a partir de eso la vayan a conocer.

Cristina habla del erotismo y del deseo no como cosas minúsculas de la piel, sino como los grandes misterios de la vida.

Los poemas de Cristina Peri Rossi, su prosa también pero más específicamente sus poemas, están siempre hablando del futuro: no son poemas chiquitos, son poemas ambiciosos. Es audaz: hay imágenes de lo minúsculo, hay perlitas de ese tipo, pero los hallazgos de Cristina (la llamaré por el primer nombre como hacemos con las poetas uruguayas, como hacemos con Marosa y con Idea) son hallazgos de lo grande, de hablar de una ciudad entera, de una emoción enorme, del lenguaje o del amor, así en gigante, así con valentía, con el coraje y la inocencia de un filósofo griego que habla de las cosas por primera vez, para que la gente las conozca y no porque las gente las conoce. Así también habla del erotismo y del deseo, no como cosas minúsculas de la piel sino como los grandes misterios de la vida. Pero sabe hacer equilibrio Cristina: sabe cuándo hay que bajar, cuándo hay que hacer pie en lo simple para reubicarlo y decir una verdad demoledora con palabras que ya hemos usado ciento cincuenta veces. En las mansas corrientes de tus manos, empieza un poema de amor, y en tus manos que son tormenta / en la nave divagante de tus ojos, y más adelante en la morosidad de tus palabras / veloces como fieras fugitivas: palabras grandes, palabras ambiciosas, palabras poéticas. Insiste con esas imágenes unos cuantos versos, pero estos son los últimos: Navegaríamos, / si el tiempo hubiera sido favorable. Ese es el final: una continuación chiquitita de esa metáfora, una metáfora casi muerta por lo común, una frase que cualquiera entiende y una emoción que cualquiera entiende, luego de habernos subido a una que se sentía agitada e incierta, palabras que corren hacia adelante y nunca sabemos hacia dónde nos llevan. Pero no hace ni falta que yo explique esto, esto que hace Cristina nombrando siempre un poco lo desconocido antes que lo conocido, porque su teoría literaria ya la escribió ella misma en un poema, otro poema ambicioso y místico, bien terrenal pero completamente desprovisto de esa afectación que es la modestia, un manifiesto contra la poesía humilde:

Hay gente que espera que la palabra

del poeta la nombre,

deje constancia de su identidad.

No saben que el poeta no habla de los seres,

sino de símbolos.

 

TT